viernes, septiembre 21, 2007

El desafío para las alianzas, los partidos, los movimientos...

El desafío para las alianzas, los partidos, los movimientos...

Si se considera como mínimo la próxima década, mucho se puede hacer. Pero hacer de este horizonte el modo cómo enfocar las tareas presentes, va contra la tendencia natural de quienes se involucran en política.

Víctor Maldonado


La prueba de la generosidad

Criticar a los conglomerados políticos no tiene dificultad. Constituirse como alternativa de los hoy existentes es una cosa totalmente distinta, como lo hace -por ejemplo- Chile Primero, porque se trata, en este último caso, de mostrarse capaz de construir soluciones que interpreten a la mayoría, no sólo exponer las mejores respuestas.

La política es algo que se hace, no simplemente algo que se dice y se predica.

La necesidad de mejorar lo que se está haciendo constituye una exigencia que no exime a nadie, pero quienes actúan como retadores han de cumplir con una condición previa.

Todo depende del grado de generosidad con que se inicie el intento, puesto que la suma de ambiciones personales no da el ancho para respaldar los propósitos altruistas esgrimidos como razón colectiva de existencia.

No hay quien desconozca las grandes deficiencias y los errores en que pueden caer las alianzas entre partidos y los partidos mismos: desconexión con la realidad de los ciudadanos, constitución de grupos que hacen de la permanencia en los puestos un modo de vida, captura de los partidos por minorías especializadas en controlarlos, escasa reflexión y preparación técnica de las decisiones adoptadas.

Sin embargo, no suele reconocerse con la misma frecuencia que un conglomerado político, como la Concertación, por ejemplo, no es un puro atado de deficiencias. Junto a sus miserias hay grandes virtudes. La derecha, que tanto la critica, no ha logrado nunca una práctica tan regular, ordenada y sistemática. Y es que las mayorías políticas no se improvisan ni basta la pura buena voluntad para formarlas.

No estará de moda decirlo, pero los partidos se mantienen porque en ellos sigue existiendo un importante número de personas que dan su aporte y trabajo por motivos nobles. Cuanto se entrega de modo voluntario a un partido no podría ser costeado por nadie (si tuviera que ser pagado); en ellos se reflexiona sobre cómo entregar un mejor aporte al país; eso no se ve a cada rato. Por cada dirigente conocido, muchos más no se ven, pero deben ser tomados en cuenta al momento de emitir opiniones.

Hay que conocer por dentro a los partidos para opinar con propiedad, de otro modo siempre sorprenderá la capacidad de reacción y superación de momentos difíciles que les viene desde dentro y que quienes juzgan a partir de la dirigencia no logran captar a la primera.

Mirando la segunda línea

De los partidos se puede decir mucho, pero hay que recordar que varios pudieron sobrevivir a 17 años de dictadura. Eso no lo lograron sólo porque fueran una colección de ambiciosos dedicados a la autopromoción. Por muchos años no hubo nada que ganar y sí que perder por atreverse a militar. Quienes corrieron el riesgo, en el más completo anonimato, lo hicieron en el convencimiento más profundo de que, al sostener a sus partidos, estaban haciendo algo importante en beneficio del país. Fue una respuesta colectiva y generosa.

Por lo mismo, cuando se quieren evaluar las alternativas a los conglomerados actuales, se deben tomar en cuenta sus figuras y, además, echar un vistazo a quiénes los acompañan. Con mayor razón en el caso de los aspirantes a ser protagonistas de primera línea a este nivel.

Se trata de calibrar un asunto de proporciones y de improntas. La generosidad está presente en todos los sitios, pero no siempre logra hacerse sentir y predominar. Al momento de nacer, un partido corre grandes peligros.

Hay preguntas básicas al respecto: ¿quiénes son los que resultan atraídos por estos movimientos?, ¿a quienes se escogerá como representantes partidarios?

Algo nuevo será el destino natural de todos quienes no hallan cupo en sus partidos para presentarse como candidatos en las municipales. Esto le da cierta fuerza al movimiento, pero más en el fondo lo debilita de muerte si no existen criterios nítidos de selección. El que todo lo acepta, se hace cargo de todo lo que llega.

No puede ser de otra forma cuando se convierte en el resumidero del más heterogéneo y dispar grupo de personas, unidas por la oportunidad más que por las convicciones.

Teniendo como partida una transacción, se tiene como llegada lo que permita repartir como utilidades aquello que se consiga. No es que la generosidad no esté presente, sólo no tiene espacio para seguir subsistiendo. En ese instante, lo que se presenta como nuevo se ha convertido en la más vieja de todas las experiencias. Lo que se consigue es pasar a la decadencia en tiempo récord.

Lo que puede suceder es que predomine la búsqueda del virtuosismo táctico, buenas maniobras y acuerdos de ocasión, pero sin consistencia ni continuidad.

En busca del rey Arturo

La pregunta que importa es quién termina por dirigir lo que se está haciendo. Porque no es de respuesta obvia. Convocar a un movimiento no es lo mismo que dirigirlo. El mago Merlín no es lo mismo que el rey Arturo. Las declaraciones oficiales no pesan tanto como la dinámica que se adquiere al oír tomando decisiones día a día. La situación es hoy altamente moldeable y oscila entre alternativas con marcadas diferencias.

Siempre le hace bien a un país volver a plantearse las preguntas fundamentales sobre la estrategia adecuada para conseguir una sociedad más justa y próspera.

Sin embargo, para aspirar a cambiar un país se ha de pensar en plazos largos. El tener como norte el próximo horizonte electoral siempre acota demasiado el replantearse el futuro.

Si se considera como mínimo la próxima década, mucho se puede hacer para mejorar la participación política, en especial de la juventud. Pero hacer de este horizonte el modo cómo un colectivo enfoca las tareas presentes va contra la tendencia natural de quienes se involucran en política.

Lo que hace la diferencia es la participación en las elecciones. Y eso no es lo que ha decidido hacer un grupo como Chile Primero. La tensión característica del momento queda graficada en las palabras del senador Fernando Flores. Al ser consultado sobre la decisión de constituir un partido, señaló: “Si no tengo un alcalde, no tengo un número de diputados, no me toman en cuenta”. O sea, que lo que se busca es influir ahora y eso es otro cantar, porque es bastante distinto que decir acto seguido: “No tener éxito no me provoca problema, más importante es ser auténtico”.

Esa predisposición personal no tiene por qué ser la de la organización que se crea. Lo más probable es que ocurra precisamente lo contrario. Lo que suceda está por verse, pero da la impresión de que lo que se prepara terminará por sorprender a los impulsores de la iniciativa.

Lo que parece un hecho es que se requiere de una mejor acción de los partidos. Si están hechos para representar a la gente y una amplia mayoría estima que lo están haciendo mal, ha llegado el momento de enmendar la conducta. También la Concertación debe actualizarse y botar lastre para mantener su posición de privilegio.

Qué suceda en el futuro dependerá de quién cumpla mejor tareas fundamentales. Les irá mejor a las organizaciones que logren formar a sus militantes en las conductas éticas que se espera de ellos. Serán protagonistas los partidos que consigan hacer de la experiencia de militar algo enriquecedor y recomendable para quienes se comprometen con sus filas. Tendrán futuro quienes practiquen la democracia que predican para los demás. Y, por cierto, tendrán mucho que decir quienes apoyen sus propuestas en un proyecto de alcance nacional. Nada de esto resulta fácil, pero si lo fuera ni los partidos ni las coaliciones se justificarían.