viernes, noviembre 24, 2006

Se agota una etapa, no la Concertación

Se agota una etapa, no la Concertación

Lo que se está agotando es una etapa, no la Concertación. Los líderes debieran sentirse ejerciendo sus puestos “en condicional”.

Víctor Maldonado


A las puertas de un cambio

CUALQUIERA QUE SE interese por la política, habrá llegado al convencimiento de que se aproximan importantes cambios.

Se sabe que se ha llegado a uno de esos momentos decisivos porque no es posible mantener mucho tiempo el estado actual de incertidumbre y permanente tránsito entre episodios de conflictos y denuncias. Aún es menos posible volver a una situación anterior como si nada. Y, por supuesto, cuando no cabe ni el retroceso ni la parálisis, sólo es posible el avance hacia una nueva situación, cualquiera sea ésta.

Uno de los factores clave que impulsa esta transformación es un amplio descontento ciudadano con los partidos y sus coaliciones. Y me refiero a todos.

Algunos datos nos pueden servir de ilustración. La Universidad Diego Portales dio a conocer su segunda encuesta nacional. Vale la pena mirarla con detención.

Destaco un aspecto central. ¿Quiénes son los que desaprueben el desempeño de la Alianza? La mayoría ciudadana, incluidos los votantes de oposición. En un año, la aprobación de ese conglomerado bajó diez puntos (de 32,6% a 22,6%). Algo sorprendente en un sector que siempre se empina en las elecciones sobre 40% de los votos en elecciones nacionales.

¿Quiénes desaprueban el desempeño de la Concertación como coalición de Gobierno? No una mayoría, pero algo que se le aproxima como nunca. En doce meses -sin considerar los casos de corrupción detectados- la desaprobación al oficialismo pasó de 35,1% a 42%.

En otras palabras, sumando el efecto de los últimos acontecimientos, es un hecho demostrable que el descontento con la Concertación está incluyendo hoy a parte de sus adherentes.

Se trata de un movimiento general a la pérdida de adhesión a conglomerados. Algo que no parece alarmar a varios y que hace rato ha alcanzado niveles peligrosos. Muchos siguen jugando al desprestigio cruzado, como si los efectos acumulados no existieran y ellos fueran inmunes a los derrumbes colectivos.

A mayor abundamiento, hay que agregar que, este año, el número de quienes declaran que ningún partido representa mejor sus intereses, creencias y valores, pasó a ser mayoría (53,2%).

En la encuesta (como en otras), los partidos son las instituciones que menos confianza despiertan. Al Congreso no le va mucho mejor.

Profetas de la desgracia

Es el sistema completo el que se está debilitando, sin que ningún actor se esté moviendo en la dirección correcta. Nadie se fortalece y ésta debiera ser una señal inequívoca que mandan los ciudadanos al conjunto de los actores políticos. Sería insensato no hacerles caso.

Por eso parece tan miope la actitud de los que se alegran de las dificultades, errores o peleas que se presentan en la coalición contraria.

De la desgracia ajena no se deriva ninguna buena noticia propia. Sin méritos propios no hay avances en política.

El peor escenario para la Concertación es combinar diagnósticos fuertes y planes de acción débiles.

Es como si se hubiera abierto un concurso público para saber quién puede ser más lapidario en identificar consecuencias nefastas de seguir las cosas tal cual se observan. El que dijo menos, declaró la crisis, y el que dijo más le puso fecha de defunción al conglomerado de Gobierno. Tal como se oye. Con tono de comentario. Por si fuera necesario algo más, hay que consignar que entre los que hablaron se encuentran quienes debieran cuidar con más esmero un patrimonio común que ayudaron a forjar.

Es bien sabido que en política se puede hacer tema de conversación prácticamente todo. La exposición de dramas puede contar por anticipado con una buena cobertura, así se corre el riesgo de adoptar una conducta frívola antes que franca. A simple vista, el grado de franqueza con que se asume la gravedad de la situación parece un buen comienzo, pero es un callejón sin salida.

Siempre hay que precaverse de los dirigentes que evalúan el momento como de riesgo mortal para la sobrevivencia de la Concertación, tal como si estuvieran delineando un diagnóstico objetivo hecho por alguien que, por un motivo desconocido, puede mirarlo todo desde la galería. Lo que más importa aquí no es la mayor o menor veracidad de lo que se dice, sino la posición de la que se habla.

Los diagnósticos no se hacen para convencerse antes de por qué un suceso se ha hecho inevitable. Al contrario, se evalúa una situación para intervenir sobre ella y orientarla en la dirección deseada.

Los espacios vacíos

Mientras más importante es lo que se diagnostica, más importante resulta establecer el curso en que un político se compromete.

Por lo regular, a uno de ellos no se le pregunta lo que ve (muchos otros, académicos, analistas o investigadores tienen ventajas comparativas), sino qué es lo que va a hacer.

Los políticos son personajes de acción comprometida. Nos dicen por qué se van a jugar personal y colectivamente. No son personajes de continuidad que nos informan por televisión el estado del tiempo político y que no pretenden alterar la temperatura o el clima de nuestra convivencia.

Pero hay otro aspecto a tomar en cuenta. No nos podemos quedar sólo en los problemas detectados. Ayer la Presidenta Michelle Bachelet entregó una propuesta que tendrá amplias repercusiones. Se trata de una agenda en materia de transparencia, modernización del Estado y calidad de la política. El tiempo en que se implementará sería breve. Sólo en cuanto a “calidad de la política” se impactará en la relación entre política y dinero, considerando sanciones, fiscalizaciones y donaciones. Los candidatos tendrán responsabilidades patrimoniales y políticas; las sanciones serán duras; se tendrá una fiscalización severa.

La ciudadanía tendrá a su alcance más y mejor información. Lo que se ha dado en llamar la “captura del Estado”, el uso de la administración pública con fines político-electorales, será muy difícil y altamente penalizada.

Sea que se aprueben estas medidas u otras semejantes, el tiempo de quienes hoy se caricaturizan como “operadores” habrá llegado a su ocaso.

Los partidos y las coaliciones tendrán que adaptarse y mejorar o serán reemplazados. Hay piso social para que eso suceda. Los partidos pasarán de ser puestos a prueba por los problemas, a ser puestos a prueba por las soluciones a éstos.

Lo que se está agotando es una etapa de nuestra vida política, no la Concertación.

Los líderes debieran sentirse como ejerciendo sus puestos “en condicional”. Tendrán que revalidarse y adaptarse a los cambios. Será duro y difícil; a muchos las transformaciones les pasarán por encima sin que lleguen a saber mucho qué pasó. Emergerán figuras nuevas como corresponde a tiempos nuevos. ¡Y después dicen que en los gobiernos cortos no pasa nada!

viernes, noviembre 17, 2006

Recuperar la compostura

Recuperar la compostura

Hay un momento en que la capacidad de absorber información sobre escándalos simplemente se agota o colapsa. Es posible que, dentro de poco, sea esto precisamente lo que empiece a ocurrir.

Víctor Maldonado


El camino del desgaste

LA DERECHA YA DECIDIÓ su mensaje respecto de la Concertación hasta las elecciones presidenciales: “Ellos deben dejar de gobernar porque se mantienen en el poder por corruptos”.

Más que apelar al reconocimiento del mérito propio, se trata del intento por descalificar el predomino del otro, basado en argumentos éticos.

Desde hace un tiempo, no ha dejado de trasmitir ese mensaje en todos los medios posibles y de todas las formas imaginables. Cualquiera sea el tono, se muestran como la alternativa obvia a una coalición desgastada.

Luego vendrá la aproximación positiva para lograr el mismo efecto, pero el mensaje base no se alterará.

Es una estrategia que busca conseguir sus objetivos por paciente y constante acumulación. Se está consolidando un marcado predomino de las muestras de agresividad, que ha ganado amplio espacio de expresión en las últimas semanas y que pocos parecen estar dispuestos a detener.

Pero está por verse el efecto que tendrá sobre cada uno de los actores una etapa de cuestionamientos cruzados, con ataques de todo calibre. Es en verdad ingenuo pensar que los que inician las hostilidades serán, justo por eso, los únicos a quienes no les llegarán réplicas de vuelta.

Por ahora, un resultado no esperado es la posibilidad cercana de saturar el ambiente con rapidez, precisamente por la andanada constante de denuncias de todo tipo, calibre y una verificación previa cada vez menor.

Porque no está para nada probado que incluir nuevas denuncias a una larga lista que no se detiene vaya a producir algún efecto mayor en la opinión pública. Hay un momento en que la capacidad de absorber información sobre escándalos simplemente se agota o colapsa. Es posible que, dentro de poco, sea esto precisamente lo que empiece a ocurrir.

En seguida, es también probable que los que terminen afectados por el desprestigio sean los políticos en general, no sólo los directamente aludidos. Es posible, entonces que la derecha esté siendo dañada por sus ataques. El prestigio de sus representantes en las encuestas está tan bajo o casi igual que antes.

En otras palabras, los opositores no están convenciendo que la desconfianza ajena debe convertirse en confianza en los cercanos. Para que se hubiera producido un efecto distinto se habría requerido, en el punto de partida, un prestigio mucho mayor del que podemos verificar en la realidad chilena.

Pero el mayor efecto del fuego cruzado no es el desprestigio, sino el progresivo grado de dispersión que se está alcanzando. Ha estado ausente una conducta de conglomerado en la Concertación o, por lo menos, de disciplina de partido.

Lo que más impacta es el estado actual de diáspora de opiniones y creciente beligerancia entre quienes antes se veían o consideraban socios, aliados o colaboradores. Esto ha terminado por hacerle perder la compostura a la derecha.

La derecha en su laberinto

Lo que hay que juzgar respecto de la oposición es si ésta se comporta como lo haría un conjunto capaz de dirigir el Gobierno y hacerlo mejor que la Concertación. Difícilmente la respuesta es positiva.

Así lo piensa la amplia mayoría de los chilenos consultados en todas las encuestas y la política no es el arte de poder hacerlo bien sin que nadie se entere, sino la posibilidad de convencer a la mayoría de que se ejercerá bien el poder.

Pero nadie tiene comprado el futuro hoy: lo que pase con los conglomerados tiene que ver con lo que cada uno haga hacia adelante, mucho más que lo ocurrido para bien o para mal en el pasado.

Hay quizá actitudes que deben ser penalizadas donde se presenten. En medio de una crisis aparecen los líderes que la enfrentan encontrando los puntos que pueden ser aceptables para todos o casi todos. En una pelea, lo fácil es pelear, lo difícil, terminar antes que el agotamiento termine con todos al mismo tiempo.

Los líderes que buscan soluciones se encuentran con los que buscan sacar provecho incluso de las crisis, logrando figuración, ampliando los focos de conflicto donde todavía no están, abriendo emplazamientos internos y empecinándose en cuestionar política y personalmente al que se ponga por delante.

A éstos se les puede identificar pronto: cuando hablan dan por hecho las acusaciones, no plantean solución alguna y emplazan a las autoridades de mayor prestigio intentando establecer una interlocución pública en su beneficio.

La derecha tiene estrategia, pero no tiene conductor. Todo apunta a la inflexibilidad, pero este camino lleva a una colisión en la que se pueden contar muchos heridos y en la que sobreviven los más fuertes.

Se desconoce de dónde la Alianza sacó la idea de que en la confrontación completa ella resulta la más fuerte. De la fiscalización pasa a la confrontación. Entrar en eso no tiene sentido. Lo que se pierde en el predominio unilateral del conflicto son los objetivos originales.

Lo que ocurrirá no es que la derecha juzgue al Gobierno, sino que la ciudadanía dará su veredicto sobre ambos. El final puede ser una sorpresa para los que iniciaron las hostilidades.

Terminar con las vacaciones

En la Concertación, se ha entrado en un período de complejidad amplificada, producto del conflicto interno en el PPD. No es para menos, porque la característica más visible, reconocida y aprobada de este partido ha sido su proximidad a los termas ciudadanos. Lo de el “PPD te defiende” era más que un lema: era una declaración de principios y la forma cómo se quiere ser visto y juzgado.

Como otras veces, en la virtud está el defecto. Lo mismo que hace fuerte a ese partido puede ser un punto débil: su estimación de la diversidad, el pluralismo, la falta de estructuras rígidas y directivas.

Por eso, cuando la DC entra en crisis, se divide en dos; cuando el PS entra en crisis se divide en el número equivalente al de sus grupos internos, pero terminan por aglutinarse en opciones centrales. Cuando el PPD entra en crisis, la fragmentación puede ser mayor.

Afectado en una parte medular a la propia definición de fondo como partido, era natural esperar una conmoción profunda. Pero es muy sorprendente el efecto de contagio que ha tenido el problema, focalizado al inicio, en los demás partidos. También la coalición de Gobierno ha perdido la compostura. Cada cual ha tomado unas especie de vacaciones de su disciplina partidaria, siempre difícil pero siempre presente.

En contraposición, es un hecho indesmentible que la Presidenta Bachelet ha resistido bien los ataques a la Concertación y al Gobierno.

Si las encuestas no fallan en verdad su apoyo se ha ido consolidando. Ya no se puede decir que esto sucede “pese” al conflicto, sino precisamente por el modo activo y directo con que ha actuado.

Los ciudadanos, en su mayoría, se convencieron que, no importando cuán grave crean los hechos, la actuación presidencial exhibe a una líder en verdad preocupada en erradicar los abusos presentados, que no pretende ocultar nada y que aparece tomando decisiones que efectivamente impiden la ocurrencia de situaciones semejantes.

La Presidenta hizo una invitación a la derecha a enfrentar en conjunto el tema de la corrupción. La respuesta ha sido el rechazo. Recuperar la compostura es volver a alinear a la Presidenta con las direcciones partidarias ante su adversario común. Sé que suena básico, pero no es mi culpa se haya vuelto necesario repetirlo para que no se olvide.

viernes, noviembre 10, 2006

Retrato hablado de un operador

Retrato hablado de un operador

El operador es siempre operador de alguien. No son embajadores del averno, extraterrestres que se acaban de materializar. Son el lado en las sombras de las personalidades políticas que vemos a la luz del día.


Yo que te conocí de potrillo

ESTA NO HA SIDO una buena temporada para los “operadores políticos”. Casi no hay nadie que no haya escuchado este término que hace referencia a una función conocida por todos, pero desarrollada por personas a las que no conoce nadie... nadie que no esté funcionando activamente en la política partidista.

La forma cómo se les califica parece oscilar entre extremos.

Debe existir un porcentaje considerable de la población que los considera poco menos que maleantes. Ese tipo de gente que más que currículo, tiene prontuario.

Por otra parte, cualquiera que esté habituado a la vida política podrá recordar variadas circunstancias en que se habrá topado, en un partido, con cierta persona que transita con aire de estar plenamente consciente de su inusitada importancia y que es tratado con mucha deferencia por quienes lo rodean. Si, como es frecuente, no lo conoce y pregunta de quién se trata, se le responderá soterradamente, pero con cierta admiración: “Es un operador importante”. O, simplemente, “es el operador de…”.

Porque -hay que recordarlo siempre- no se trata de personajes autónomos, sino de unos que están como adheridos a las figuras políticas públicas. Y no conozco a alguno que no los tenga.

El operador es siempre operador de alguien. No son embajadores del averno, extraterrestres que se acaban de materializar o angelitos de la guarda. Son el lado en las sombras de las personalidades políticas que vemos a la luz del día.

Pero, ¿en qué quedamos?, ¿estamos hablando de personajes desprestigiados e impresentables, o son prestigiosos e influyentes?

Para responder estas preguntas hay que fijarse en un fenómeno que siempre ha estado a la vista de todos, incluso de aquellos que se hacen ahora los desentendidos, sean de Gobierno u oposición.

En efecto, en muchísimas ocasiones son muchos los que han podido observar un espectáculo callejero muy común en nuestros usos y costumbres.

Etnografía del picante

Es cosa de detenerse a observar a algunos de los principales dirigentes políticos. Por la forma en que algunos se desplazan, uno duda de estar en una democracia.

El caso es que se mueven con la dignidad de nobles, cubiertos con una invisible capa de armiño. Tras ellos, a prudente distancia, pero sin perderlos de vista, se desplazan unos personajes de movimientos presurosos, siempre con un maletín o una carpeta (la realeza detesta transportar ella misma estos adminículos), la mirada fija en su líder, siempre atentos a detectar quiénes se acercan, incluyendo los posibles rivales.

Ese es un operador, pero en estado larvario. Está dando sus primeros y humildes pasos.

Para decirlo todo de una vez, aun sabiendo que esto hace sonrojar a más de alguien: conspicuos representantes de la nobleza política criolla partieron sus carreras literalmente corriendo con maletines que no les pertenecían (y otros artefactos que es innecesario detallar) tras un político consagrado.

El que tenga curiosidad, que vea fotografías “antiguas” y, en vez de mirar al protagonista, que mire más atrás y verá a la “cara conocida” de hoy con una expresión de particular timidez y una actitud de disposición al servicio un poco llevada al extremo.

Pero, como todo en la vida, el operador crece y se desarrolla.

Tiempo después, su aspecto físico ha cambiado. Mejor ropa, una llamativa corbata (casi nunca de buen gusto) y unos kilos demás. Se le nota más desenvuelto. Si a su líder le ha ido bien, se puede observar al operador seguido por lo que podríamos llamar un “medio-operador”, al que trata con cierta dureza, haciéndole sentir su creciente importancia.

La consagración del operador (su graduación) se produce -por dar un ejemplo- cuando su jefe está a punto empezar una conferencia de prensa. El personaje se le aproxima con desplante y, sin atender a nadie más, pone una mano en el respaldo de su jefe, la otra la apoya en la mesa plagada de micrófonos y se acerca a susurrarle algo al oído. Si su jefe le escucha con atención y puede devolverse con una instrucción sólo por él conocida, es que ha pasado a otra categoría dentro de su especialidad.

Luego, el graduado evoluciona y llega a los más variados destinos: puede que siga junto a su jefe, llegue a la dirigencia partidaria, que él mismo se convierta en líder público o sea recomendado para un puesto. Algunos de los que más han llamado la atención son éstos últimos.

Jorge Schaulsohn dijo: “No se puede poner a cualquier picante” en los puestos públicos. Es razonable. En verdad, no se me ocurre lugar alguno donde parezca conveniente ubicar a alguien mediocre o de costumbres sospechosas. Pero la afirmación no pierde nada de su fuerza.

Siendo estrictos, la denuncia el ex presidente del PPD no ocurre. No es efectivo que llegue “cualquiera”, porque llega el “picante” de alguien. Ése es el problema.

Un operador es un ejecutor, pero quien promociona, quien antes decidió hacer algo, no es él. Es un representante, un comisionado.

Él hace lo que está entre lo que aprende y le fue enseñado. Puede llegar tan lejos como lo formen o deformen. Hay que ver a su maestro, ,a su mentor, a su guía de quien él es un reflejo.

No hace mucho los partidos se conocían por sus variados integrantes, que tenían relación con la riqueza de la vida partidaria. Ideólogos, organizadores, oradores, planificadores, expertos asociados, dirigentes sociales, artistas o creadores. Sobre todo, voluntarios.

Y lloró amargamente

Siempre recuerdo el impacto que me causó una encuesta hecha en dictadura. En una pregunta se interrogaba de modo directo: “¿Tiene usted un puesto importante en su partido?”. Alguien dijo con orgullo y dignidad: “Sí: soy militante”.

Los operadores son expertos en el uso eficiente del poder partidario con la finalidad de generar más poder partidario donde estén. Si alguien aprendió sólo eso, es porque sólo eso le enseñaron.

Si a alguien se le olvidó enseñarle ética, es ése quien está en deuda. Si no se tiene el hambre por aprender y superarse cada día, y lo que le queda es el hambre a secas, la mediocre es su organización partidaria. Si no sabe vivir fuera de la política, tampoco sirve para la política: alguien lo transformó en parásito y quien así procedió es peor que un parásito.

Los operadores son como choferes, ajedrecistas, dentistas o bailarines de ballet: hay buenos y malos. De lo que hay que preocuparse es de sanear el lugar donde nacen, se forman y viven.

Es necesario volver a sentir orgullo de ser militante, y eso ocurrirá cuando los dirigentes cambien de “¿dónde voy que me puedan pagar?” a “¿dónde voy que pueda servir?”. Si no pueden cambiar de pregunta, mejor cambiarlos a ellos.

Algunos se consideran buenos porque no están en nada de esto y han abandonado su partido. Mientras lo hagan, no son buenos. Son inútiles: dejaron de luchar y dejaron espacio para tanto estiércol.

Voy a contar algo que no pertenece a mi tradición, pero que me produce respeto. Hace muchos años Salvador Allende interrumpió una conferencia de prensa para contar que una mujer pobre le había entregado sus míseros ahorros para su campaña. Le dijo algo así como “usted puede usarlos mejor para todos nosotros”.

Sólo pudo llegar hasta ahí. Porque al recordarlo no pudo detener su llanto. Lloró mucho, amargamente, delante de todos, en medio de un silencio sepulcral y respetuoso. Usted y yo sabemos por qué lloró. Al final se contuvo. He sabido que después no abandonó la lucha. Tal vez otros debieran empezarla.

viernes, noviembre 03, 2006

¿Cómo estamos por casa?

¿Cómo estamos por casa?

Las cosas cambian cuando el fiscalizador pasa a ser medido con la misma vara con que midió al fiscalizado. Resulta hasta humorístico ver a la derecha empezar a tartamudear apenas se empieza a analizar aunque sea un poco los gastos electorales... de su propio sector.

Víctor Maldonado

¿Por qué ocurre que el Gobierno está mejorando en las encuestas si estamos en medio de tantos problemas? Ésta es una pregunta importante de responder porque nos permite entender mucho de lo que ocurre en nuestro país.

Al parecer, nos encontramos ante una tendencia. Al menos eso parece deducirse de la última encuesta dada a conocer por reputados profesionales de la recientemente creada Imaginacción: cuando a los consultados se les conmina a decidir entre aprobar o desaprobar el Gobierno de Michelle Bachelet, 55,5% opta por aprobar. Otras mediciones apuntan en la misma dirección.

Por ejemplo, todos los sondeos de opinión conocidos muestran una extraordinaria coincidencia en la identificación de las necesidades más sentidas. Es posible que el Gobierno esté siendo evaluado de modo positivo porque es al actor político al que le resulta más obvio y obligatorio responder las necesidades y demandas que se le hacen todos los días.

Por cierto, el Ejecutivo no las tiene todas consigo. Su labor no resulta ser vista con benevolencia en todas las áreas. Por una parte está evaluado con las mejores notas en relaciones exteriores, crecimiento económico y equidad entre hombres y mujeres. Por la otra, sigue siendo mal cotizado en el desempeño en seguridad ciudadana y el combate de la corrupción.

Pero, haciendo suma y resta, el resultado es abiertamente positivo. No sólo porque más de la mitad de la población se declara “partidaria” del Gobierno. Hay que añadir tres elementos complementarios: que la ciudadanía espera una oposición que colabore; que el desorden y la confrontación son altamente penalizados como conducta de quien sea y, entre los quince personajes mejor evaluados, doce son de la Concertación.

Este escenario corresponde al de una administración que ha alcanzado una anticipada si se la compara con los Gobiernos de Frei y Lagos, aunque hay que decir de inmediato que eso se explica en parte importante porque esos dos presidentes cumplieron en fortalecer y modernizar el Estado de un modo que ha resultado perdurable. Esto es algo que queda demostrado en los momentos críticos.

Por sus crisis los conoceréis

Un Gobierno se calibra mucho mejor por cómo reacciona en los momentos difíciles que por cómo lo hace en los de celebración o cuando se cortan cintas.

La gestión de Bachelet ha sido pródiga en ellos, pero en particular ha tenido que enfrentar conflictos de gran magnitud y casos emblemáticos de probidad. En todos, hoy por hoy, se está desempeñando con solvencia.

En este último caso, el Gobierno encabezó la indignación nacional frente a un brote de corrupción. Actuó pronto, directo y sin titubeos. Todo esto tuvo máxima visibilidad por la acción de la propia Mandataria, lo que ha pasado a ser un comportamiento habitual y esperado en estos casos. Los sondeos muestran que esa conducta ha sido particularmente valorada por las mujeres, por los más modestos y por los mayores de edad.

Las claves de un estilo propio de liderazgo han empezado a ser identificadas por el ciudadano común y se está estableciendo una sintonía fina entre una y otros, ahora desde el ejercicio del poder.

Es bien necesario consignar que se ha podido responder de buena forma, en parte importante por los avances en probidad y transparencia realizados en los últimos años. Así, en el Gobierno de Ricardo Lagos se lograron reformas importantes, que han empezado a entrar en operaciones.

Los mecanismos de defensa ante este tipo de embates ya están operando y se pueden activar con prontitud. Hay procedimientos bien establecidos que permiten la intervención rápida. La incertidumbre y el desconcierto inicial -tal vez lo peor en situaciones de esta naturaleza- tienen ya poca cabida.

En cualquier caso, ponerse en el papel del que ataca sin recibir réplicas siempre ha resultado cómodo, no sólo en política. Pero las cosas cambian cuando el fiscalizador pasa a ser medido con la misma vara con que midió al fiscalizado.

Resulta hasta humorístico ver a la derecha empezar a tartamudear apenas se empieza a analizar aunque sea un poco los gastos electorales... de su propio sector. Porque, ¿quién ha estado fiscalizando a la oposición todo este tiempo?

Cuestionadores cuestionados

Aun cuando no lo vean así, quienes están siendo cuestionados son los cuestionadores. Lo propio de los liderazgos constructivos es el mejoramiento de la situación que encuentran antes de que empiecen a actuar. Y lo que estamos observando es una manifiesta dificultad de los liderazgos políticos por mejorar el prestigio de sus organizaciones a los ojos de los ciudadanos.

De manera que asistimos a la paradoja de ciudadanos cada vez más conscientes del poder de resolución que tienen en sus manos y de dirigencias partidarias cada vez menos conscientes de estar detentando cuotas decrecientes de poder e influencia.

Si es por la capacidad de adaptación rápida y preclara frente a las nuevas circunstancias, no hay partido político que salga particularmente bien librado en la actualidad.

Y ése es un problema, puesto que cuando todos los actores políticos se desplazan simultáneamente, alejándose de las preocupaciones cotidianas de la gente, muy pocos perciben el movimiento general. Al fin y al cabo, se siguen mirando unos a otros, y como cada cual sigue más o menos donde mismo, nada parece haber cambiado.

Peor, no hay incentivos para enmendar conductas que han quedado obsoletas. Pero hace tiempo que debiera haberse prendido todas las alarmas posibles.

No parece ser casual que hoy la mayoría de las personas no se identifiquen ni con la Concertación ni con la Alianza, sino que se declaren independientes de unos y otros.

Por supuesto, hasta ahora han optado, en cada ocasión, entre lo que hay. Más por necesidad que por convicción. Pero ¿siempre será así? ¿No llegará el momento en que la disconformidad se llegue a expresar de un modo más enérgico?

Por ahora una reacción de este tipo no parece viable. Pero tal vez lo parezca porque hemos transitado por un período amplio de “vacas gordas”. Sin embargo, eventualmente esta situación podría modificarse. Eso, unido a la aparición de liderazgos carismáticos bien pueden producir vuelcos significativos en períodos relativamente cortos.

En verdad, parece irresponsable esperar a las crisis para producir rectificaciones enérgicas.

La opinión pública presta poca atención a lo que sucede en los partidos. Efectivamente, no tienen muchas posibilidades de resultar atrayentes y glamorosos. Pero eso no significa que lo que ocurra puertas adentro deje de ser importante.

Lo más significativo que puede decirse de ellos es que, en general, tienen directivas legitimadas. Sin embargo, es raro el caso en el que dejen de existir grupos internos o fracciones que están actuando con tanta autonomía que ya resulta difícil hablar de estas organizaciones pura y simplemente como de una unidad.

La lógica de fracciones se ha ido acentuando. Por lo mismo, frente a embates externos como los que hemos visto en estos días pueden llegar a situaciones que ponen en riesgo sus sistemas de convivencia interna.

El Gobierno marcha bien, pero nuestra democracia corre peligros poco advertidos que requieren de la colaboración de todos para superarlos. El verdadero punto débil está en los partidos y en necesario empezar a fortalecerlos ahora cuando es tiempo.