viernes, noviembre 30, 2007

La apuesta en falso de un jugador

La apuesta en falso de un jugador

Es una apuesta. Una apuesta del todo o nada, tal como le gustan a nuestro personaje. De momento, no es posible anticipar el destino final de esta aventura.

Víctor Maldonado


La auto-imagen sobredimensionada

COMO POLÍTICO, Adolfo Zaldívar tiene tres características que hay que reconocerle de partida: se expresa en un lenguaje directo, nunca retrocede y siempre apuesta fuerte.

En la entrevista de El Mercurio del 25 de noviembre, declaró que: “La Alianza, al igual que la Concertación, ha devenido en una coalición desgastada. Ambas perdieron su sintonía ciudadana, superadas por la realidad actual de Chile. El país demanda algo distinto. El espíritu épico original de Concertación se desgastó por el uso abusivo y corruptor del poder de unos pocos”. Zaldívar agrega: “En todo caso, confío en una nueva correlación en las fuerzas políticas y que la ciudadanía tenga opciones y alternativas distintas a las actuales”.

A uno pueden parecerle como quiera estas declaraciones, pero debe saber que responden a las características que hemos señalado: directas, sin vuelta atrás y agresivas.

Dice que las coaliciones están obsoletas e inadaptadas, que la ciudadanía demanda algo distinto y que hay que ofrecerle nuevas opciones. Son las declaraciones de alguien que se ubica fuera de su partido y su coalición. Son el modo de expresarse del que piensa que ya no tiene nada que perder y que, como buen jugador que es, sabe que puede apostar fuerte, ya sin límites.

Y cuando se dice “sin límites” quiere decir exactamente eso: porque luego de este paso decisivo vino un vendaval de afirmaciones rotundas sobre sus adversarios políticos en la DC, entre las cuales sólo basta con retener su acusación a la directiva de “estar coludida con la corrupción”. No hay que ser un adivino para aventurar que la ausencia de contención verbal hará que el senador nos regale con nuevas y más originales muestras de su estilo confrontacional en los días que siguen.

Siempre que se llega a una situación como ésta, el personaje que entra pateando la mesa no lo hace por descriterio. Tiene un objetivo que conseguir. Pero, desde ya, se puede adelantar que, cualquiera éste sea, no está teniendo el comportamiento adecuado para lograrlo. Es más, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que ha cometido un error de esos que hacen historia (o más bien que las terminan).

Perder militancia y coherencia

Lo primero que se pierde cuando lo que empieza a predominar en un actor es su estilo más que el contenido de lo que dice es la coherencia. Lo que empieza a decir ya no se sostiene en una conducta y en una argumentación coherente. Cuando se pierde la consistencia entre el pensamiento y la acción, se empieza a asimilar un costo mucho mayor del que se puede apreciar en un primer momento.

Hay que partir diciendo que no es en los momentos de crisis cuando se descubren las diferencias éticas que nos pueden separar de los socios de toda una vida. Si esas consideraciones son tan importantes y poderosas, no las deja esperando para cuando asoman nuevos conflictos en una coyuntura específica.

Las razones éticas no se descubren a última hora de la tarde; se descubren por la mañana temprano o son una excusa.

Cuando se hace uso de esta argumentación, no son las razones públicamente esgrimidas lo que importa. Lo que resulta decisivo es la voluntad política de apostar fuerte lo que se hace presente.
Por eso, el orden en que se presentan los argumentos es muy importante y no debe ser nunca olvidado, porque tiene que ver con la sinceridad con que se actúa. No se puede -sin más- acusar a la directiva de un partido, después que estalla una crisis por diferencias políticas, de que está “coludida con la corrupción”, como si tal cosa.

Este conejo es demasiado grande para cualquier sombrero. Es como iniciar una discusión sobre quién paga una cuenta y a la mitad acusar al otro de asesinato. No tiene lógica. Lo principal ordena lo secundario y, por tanto, no se descubren las incompatibilidades éticas justo cuando se está en medio de una crisis estrictamente política.

Lo que está pasando no está siguiendo para nada un curso inevitable. Hay que tomar en cuenta que, en paralelo, el senador Carlos Cantero ha decidido separarse de RN sin mayores dramas. Simplemente llegó a la conclusión de que estaba descontento de la gestión de la directiva, no le gustaba el presidente del partido, el tipo de convivencia que existía en la colectividad, y tampoco el candidato presidencial que es respaldado. Lo pensó, se decidió y se fue. Es decir, no quiere estar en RN, pero no dice que esté dirigida por unos perversos ni dice que la Alianza es un desastre. Simplemente se va.

Lo que vemos en el caso del líder colorín es una cosa completamente distinta. No es un simple distanciamiento, sino un intento de dar curso a una conflagración dura. Es el intento de imponer un estilo por sobre el fondo del debate. ¿Por qué y para qué? Sinceramente, no hallo que nos encontremos ante un misterio. Todo lo contrario.

¿Seré yo el que ha de venir?

La naturaleza de la apuesta del senador Zaldívar ha sido explicitada a más no poder. Como ya dije, a este personaje no se le puede acusar de usar un lenguaje difícil o cifrado, porque siempre explicita sus intenciones. Lo cual, desde luego, se agradece.

Se parte del diagnóstico de un país cansado de sus dos grandes coaliciones políticas y de un líder que se siente llamado a interpretar a la ciudadanía ante un descontento manifiesto con unos y otros.

Por eso no es efectiva la crítica fácil que se le hace a Zaldívar de querer “irse a la derecha”. El cambio de camiseta inmediata sería su autodestrucción rápida y segura, y lo sabe. No estamos frente a alguien que esté buscando trabajar para otros.

En vez de eso, lo que se busca es constituirse en un factor decisivo, tanto para la centroizquierda como para la centroderecha. En cualquiera de las alternativas que surgen en la próxima elección presidencial un pequeño grupo con puntos suficientes para dirimir la contienda quiere por esta vía resultar determinante. Eso ha sido explicitado, no es una elucubración, se puede leer en sus declaraciones una y otra vez y siempre se encontrará esta misma idea.

En seguida, y aquí está el factor clave, sus entusiastas seguidores creen que el senador será el líder que encarnará el descontento ciudadano. Y eso hará tal diferencia que, a partir de allí, la política chilena comenzará a girar en torno a su persona.

Es una apuesta. Una apuesta del todo o nada, tal como le gustan a nuestro personaje.

De momento, no es posible anticipar el destino final de esta aventura. Pero me atrevo a adelantar tres apreciaciones que pueden ayudar a entender lo que sucederá.

Primero, es posible que el diagnóstico del que se parte sea certero, pero es igualmente posible que el personaje que se ofrece como solución a los problemas no sea el correcto. Si Adolfo Zaldívar no estuviera tan obsesionado con la importancia de su propio liderazgo, tal vez daría tiempo y maña para conseguir lo que quiere. Pero no es su estilo, y si preparara cada paso con método no sería él.

Sus grandes éxitos los ha debido a su arrojo personal y al sentido de oportunidad que caracterizan a los políticos de vocación. Pero para lo que viene estas cualidades no bastan.

Segundo, hasta ahora Zaldívar ha sido un político de la Democracia Cristiana. Ahora veremos cómo opera a la intemperie. Tal vez descubra que la DC es más fuerte de lo que parece sin su persona y que tal vez él no sea el depositario de la verdad ni la reencarnación de la voluntad popular.

Tercero, para conquistar a la opinión pública hay que hablarle a la opinión pública y hablar de los temas que quiere escuchar. Haberse metido en una disputa, típica de elite, hablando de rencillas políticas, en tono agresivo, es lo menos que se parece a lo anterior. En otras palabras, Zaldívar conoce el camino, pero no sabe seguirlo.

Tal parece que el jugador finalmente ha hecho una apuesta en falso.

viernes, noviembre 23, 2007

Rumbo a la derecha con discurso de izquierda

Rumbo a la derecha con discurso de izquierda

Existen ciertas personas que sólo tienen figuración porque hablan al interior de partido al cual debilitan. Al aire libre, no tienen sustento para ser voz frente al país.

Víctor Maldonado


Las decisiones ya fueron tomadas

LA SITUACIÓN EN la DC ha llegado a un punto de quiebre. Explicarse por qué esto ha llegado a suceder y decidir qué es lo que corresponde hacer tiene gran importancia.

Incluso tiene interés más allá de las fronteras partidarias e involucra a todos los que quieren saber cuáles son las condiciones en las que es posible conservar la unidad de un partido.

Ahora todo consiste en decidir hasta dónde resulta posible mantener a un grupo reducido, cuya conducta pone en jaque la disciplina interna.

Los que acostumbran a tensionar las diferencias y conflictos más allá de toda prudencia no se dan cuenta cuando han pasado el límite. Eso se nota por sus declaraciones. Quienes están acostumbrados a la presión extrema acusan a otros de presionarlos, mostrando una sensibilidad exquisita que ellos mismos no acostumbran aplicar.

Desde el punto de vista del Gobierno, la posición es clara. Para el Ejecutivo, el mejor momento para que en un partido de su coalición entre en dificultades es, simplemente, nunca.

Pero hay un escenario que van más allá de los deseos y de las buenas intenciones. No hay que decirle a la DC hasta dónde es posible aguantar. Eso lo saben los que están dentro.

Un partido no entra a una crisis porque le agrade. Simplemente le toca enfrentarla. En ese instante lo que corresponda es que el Gobierno no interfiera en un conflicto interno. Lo que le corresponde es pedir a cada uno de los involucrados la revalidación de sus compromisos con el Gobierno y sólo después actuar en consecuencia en cada caso particular, nunca en bloque.

Hay que identificar con claridad cuál es el mal mayor. Cuando, a cada paso, en una organización política las decisiones tomadas por la directiva oficial son cuestionadas por un grupo disidente, operando en direcciones antagónicas, entonces la que corre el riesgo de dejar de existir es la organización misma.

Llega a un punto en que lo que está en juego no es saber quién toma las decisiones sino si alguien está en condiciones de tomarlas.

Decidir lo que se pierde y lo que se gana

A la DC no la está debilitando el conflicto interno, sino la falta de resolución de este conflicto.

Estamos observando no dos grupos de fuerza equivalente que imposibilitan las decisiones: se trata de una mayoría maniatada por una minoría.

Cuando los medios captan voces disonantes desde un mismo partido no ponen en evidencia el peso político y la representatividad de cada cual. Simplemente, reflejan la falta de coherencia en las declaraciones. Cuando esto sucede casi a diario, lo que se consigue es que la DC reciba el impacto de la demostración constante de este desencuentro vuelto costumbre. El costo es enorme, porque se pierde la credibilidad pública por la ausencia de una acción común y concertada sobre qué es aquello que caracteriza la existencia de un partido.

Cuando se llega a este punto, algo hay que perder y hay que decidir qué. O se pierde parte de la minoría o es la mayoría la que se pierde, al no tener sentido la mantención de la más básica lealtad.

Pero, tal vez, no todo sea pura pérdida. Ganar en consistencia y coherencia al final permite presentarse como un actor con identidad y capacidad de decisión. Hay que ser algo en concreto y no todo a la vez. La chicha con limonada nunca ha tenido gran aceptación en el mercado político.

El populismo no tiene problemas para hablar, tiene problemas para ser serio. La idea de que se pueden mejorar las cosas empeorándolas es una idea muy especial. La idea de mejorar empeorando es típico de una mentalidad de extremos (antes se le llamaba “agudizar las contradicciones”). Si el Transantiago tiene problemas financieros, no se ve qué se pueda ganar desfinanciándolo.

Lo seguro que caracteriza al populismo como forma de comportarse en política es que apuesta fuerte. Lo que intenta es que los demás no resistan la presión de un juego que eleva sus costos a medida que pasan las horas. Es un juego de intimidación. Un juego que apuesta al uso de la seriedad de los demás a favor del que no trepida en arriesgarlo todo.

Pero llega un día en que el jugador se equivoca, la apuesta es muy alta y los otros reaccionan. Por un lado hay quienes que en política lo que más entienden es el lenguaje de la fuerza y la debilidad. Cuando ven debilidad al frente, avanzan sin retrocesos y siguen tomándose libertades hasta donde pueden llegar.

Por otra parte, hay quienes intentan solucionarlo todo cediendo más y más. Pero ya está claro que no es el camino a seguir. Lo que se ofrezca será siempre piso para una nueva petición, más osada, más arrogante, más imposible. Así no se llega a ninguna parte.

No hay que perderse. Una minoría es tan relevante como la capacidad que tenga de imponer sus condiciones. Cuando un reducido grupo se coloca en esta posición, lo que hace es distorsionar la realidad política, poniendo en una alta prioridad sus motivaciones particulares, las que podrían no reflejar en nada el orden de interés de las demás mayorías. Si, por algún motivo, los grandes bloques llegan a acuerdos, entonces dejan de ser significativos, por lo cual viven del conflicto, y de que éste perdure.

Cada cual decide dónde está o dónde deja de estar y eso conlleva siempre ventajas y desventajas. No se pueden tener, a un tiempo, todos los beneficios de ser oficialistas y de oposición.

El destino del que quiebra la lealtad

Poner todo en riesgo es la apuesta de quien se sabe minoría, y que sabe, además, que lo será hoy, mañana y pasado. Es por eso que busca, precisamente, que el ser poco y casi insignificantes sea el factor que determine la suerte de un país completo.

Adolfo Zaldívar no es un caudillo popular, es uno sin público. Veinte personas enfervorizadas pueden proclamar a un presidente de junta de vecinos, no al Presidente de la nación.

En el fondo, la apuesta política de quienes se encuentran entre el Gobierno y la oposición es la de ser el balón de oxígeno de la derecha.

Saben que pesan sólo porque se alían hoy con ella, porque pueden aliarse mañana con la derecha y porque sugieren que podrían aliarse pasado mañana con la derecha.

Pueden tener todo tipo de pretensiones, pero lo efectivo es que han empezado a orbitar en torno a la oposición, y de este campo gravitacional no saldrán. Se emplea un discurso de izquierda, pero se va rumbo a la derecha.

Son una apuesta política que privilegia el virtuosismo en el uso de las técnicas del poder. Su destino es siempre triste. Al final del día, lo que ofrecen a sus nuevos socios es el debilitamiento de su antiguo hogar. Ofrecen llevar como ofrenda un porcentaje pequeño pero decisivo de apoyo. Si no funciona, desaparecen. Si funciona, dejan de ser útiles o se convierten en aliados de poca confianza, porque el que quiebra la lealtad una vez puede hacerlo de nuevo.

El futuro, sin embargo, puede depararnos sorpresas. Existen ciertas personas que sólo tienen figuración porque hablan al interior de partido al cual debilitan. Pero, al aire libre, no tienen sustento suficiente como para ser una voz frente al país.

Para la gran mayoría de los ciudadanos, los partidos son bichos raros. Para quienes no tengan la experiencia de militar en uno con mucha tradición, hay que decirles que deben tener en cuenta un dato fundamental: en estos partidos el timbre y la campanilla valen mucho, muchísimo. Quienes enfrentan a la institucionalidad no puede hacerlo a nombre del mismo partido que debilitan. Eso será crucial en lo que sucede dentro de ese partido en los próximos días y semanas.

viernes, noviembre 16, 2007

Cambia, todo cambia

Cambia, todo cambia

Cuando hay quienes fallan en sus responsabilidades, existe espacio para que los líderes muestren caminos más convocantes que los llamados a la confrontación.

Víctor Maldonado


Cada cual está en movimiento

Ricardo Lagos ha enviado su segunda carta para explicar su actuación en el diseño de Transantiago; José Miguel Insulza declara sus intenciones presidenciales; la DC lee las últimas encuestas según el efecto que tienen para Soledad Alvear; Piñera ha quedado a la defensiva; Lavín ha mantenido su línea de alto protagonismo. Todos estos hechos no son casuales; se relacionan entre sí.

El conjunto señala que el tiempo corre y que hay que tomar posiciones. El caso del actual secretario general de la OEA es sintomático, porque lo que hace es anunciar una presencia nacional cada vez más intensa y su participación en debates nacionales, partiendo por su pronunciamiento sobre la forma en que debiera ser escogido el candidato de la Concertación, en su caso mediante el procedimiento de primarias.

Por el lado de la Alianza, es claro que la campaña presidencial del conglomerado está pasando a ser campañas por partido. Desde hace un tiempo, cuando Piñera habla, a lo más, está representando a RN. Pero para saber lo que hará la UDI hay que preguntarle al gremialismo, no a Piñera. Eso, sin contar con que Lavín se ha convertido en un factor independiente, incluso de su propio partido.

Lo importante es que tanto la UDI como Lavín -aunque cada uno de modo distinto- están marcando su autonomía. Lo están dejando claro en cada paso, y la actitud del gremialismo en el tratado internacional por la desaparición forzada, es otra demostración. Esta actitud casi impresentable de la UDI, se debe, en parte, al temor de que la firma del pacto permita su aplicación retroactiva; pero es evidente que, al comportarse así, se le hace muy difícil la implementación de su estrategia al abanderado de RN.

Desde la perspectiva de una organización política con identidad propia no se ve por qué razón deba condicionar sus actuaciones a las necesidades de su candidato, sin considerar otras de importancia para el partido.

Piñera tiene un problema adicional. Queda demostrado, además, que dar la imagen de conductor de las grandes iniciativas de la derecha no es un tema fácil de implementar ni siquiera dentro de un partido donde no se le discute el rol de abanderado presidencial. De hecho, a los partidos de la Alianza les está resultando más cómodo llegar a acuerdos con el Gobierno (en el importantísimo caso de educación, por ejemplo) que lograr acuerdos internos.

Tiempo para los que toman la iniciativa

Luego de la reaparición de Lavín, la derecha ha quedado sin una estrategia común. Su propuesta de alcanzar un acuerdo para mejorar el Transantiago es casi lo inverso del intento de la oposición dura de hostigar al Gobierno en la negociación parlamentaria por el Presupuesto.

Para un observador externo, es evidente que no resulta efectivo lo que dijo Evelyn Matthei respecto de que le parecía injusto que el ex alcalde afirme y “crea que nosotros no estamos haciendo la pega”. El nuevo paso de Lavín tiene la habilidad de no agredir a personas si no de enfrentar actitudes de su propio sector político.

En realidad, es muy difícil para cualquiera entender por qué ante grandes problemas no han de encontrarse grandes soluciones. Hacer uso del malestar ciudadano como arma política no es entendido por los ciudadanos que son destinatarios de esta estrategia, y puede llegar a ser muy contraproducente.

Al mismo tiempo, la oposición queda en evidencia ante la opinión pública de estar dedicada a una práctica política menuda, sin claro horizonte, salvo el de producirle desgaste del Gobierno.

Por si fuera poco, el acuerdo alcanzado para el mejoramiento de la calidad de la educación es una demostración inapelable de que existe una manera de enfrentar los grandes temas nacionales con altura de miras. Se es capaz de producir un beneficio neto para el país, de carácter permanente.

La fotografía de todos los partidos, junto con la Presidenta de la República y la ministra de Educación, levantando sus manos en signo de unión y diversidad probablemente les cause problemas a muchos políticos de mirada corta. Pero, sin duda, exhibe un país muy singular en el concierto latinoamericano donde, en determinados momentos, lo principal triunfa por sobre lo accesorio. Si esto es posible en un caso, ¿por qué no habría de ser igual de factible para otros de semejante importancia?

De igual modo, también el Gobierno se encuentra ante una situación dual. Por una parte, está consiguiendo apoyo para la implementación de los puntos fundamentales de su programa. Por la otra, y al mismo tiempo que encuentra apertura en la derecha, se topa también con dificultades al interior de su propio conglomerado.

Todo tiene su límite

Definitivamente en la política nacional se está haciendo cada vez más compleja distinguir las nítidas posiciones de antaño. Hoy se encuentran toda clase de matices. Este cambio de fondo altera de tal manera el escenario que resulta imposible de prever todas sus implicancias.

Tal vez si una gran ventaja consiste en que las pequeñas minorías obstruccionistas o extorsionadoras quedan al descubierto y sin protección. Al existir una segunda vía para llegar a acuerdos nadie puede hacer de una ínfima cantidad de votos un factor irreemplazable. Ya no son el centro de la atención de cuanto ocurre o deja de ocurrir.

Esto es bien decisivo para cualquier democracia; si las conductas inconsecuentes o irresponsables no resultan nunca sancionadas entonces la posibilidad de que se mantengan los comportamientos responsables son cada vez menores.

Lo que está pesando -y cada vez en mayor medida- es la capacidad de sostener una línea de consecuencia y coherencia política. Lo que se requiere, de parte de los dirigentes más importantes, es que encarnen apuestas políticas de fondo. Se espera de ellos que hagan entender a la gran mayoría quiénes son, hacia dónde se dirigen y cómo y cuánto son capaces de justificar lo que hacen.

Al paso que vamos, los hitos del camino están señalados por los acuerdos relevantes, aunque siempre conseguidos con muchas dificultades, tanto en el enunciado como en la implementación.

Ya tenemos un acuerdo en educación y hay otro encaminado en seguridad ciudadana. Ahora, en el mismo momento en que el oficialismo pierde coherencia en la Cámara de Diputados, Lavín se abre a la posibilidad de un entendimiento para el caso del transporte público en Santiago.

Por eso, se puede decir que se está encontrando un límite para las presiones. Más allá de las posiciones políticas de cada cual, lo que se está decidiendo es qué tipo de lógica política va a predominar, y si eso es compatible con la existencia efectiva de bloques políticos. Ante esto, creo que se puede afirmar que, pese a todos los episodios de política menuda que vemos a diario, al final se llegará a un acuerdo básico en relación al Presupuesto.

Es posible que los mayores obstáculos para identificar coincidencias se expresen en el área de abrir un camino hacia una mayor democratización y promover la participación ciudadana. De hecho, no hay consenso para el cambio del sistema binominal, y todavía hoy son importantes las dificultades para aprobar la elección directa de los consejeros regionales.

Así que las diferencias políticas se mantienen. La reacción que se está produciendo tiene que ver con la necesidad de poner límite a la disidencia arbitraria, que no se sostiene en ningún criterio de bien común.

Cuando hay quienes fallan en sus responsabilidades básicas, existe espacio para que los líderes muestren caminos más convocantes que los llamados a la confrontación. Por eso, los líderes más significativos se están moviendo hacia nuevos territorios.

viernes, noviembre 09, 2007

Apelaciones y provocaciones

Apelaciones y provocaciones

Se trata de saber si el impacto del Transantiago, en lo que le llega al ex Presidente, puede ser superado y si la confianza se restablece en plenitud.

Víctor Maldonado


La apelación a los ciudadanos

En estos días, se han producido dos tipos de intenciones políticas relevantes que se han dirigido a la opinión pública; ambas con la finalidad de provocar efectos políticos importantes que modifiquen la percepción de situaciones y de personajes.

Por una parte, se produjo la reaparición pública de Ricardo Lagos, quien abordó el debatido tema del Transantiago; por la otra, en la derecha, varios han intentado reposicionar la vocería de trinchera, incluso con un ataque directo a Bachelet.

En el primer caso, estamos ante una acción política fina, que enfrenta una situación compleja, donde lo que se busca es salir airoso, sabiendo que se dispone de acotados márgenes de maniobra. En el segundo, ante la demostración de que la derecha carece de línea común, porque cada cual intenta lo que le parece, a veces al mismo tiempo y en distintas direcciones.

El documento entregado por el ex Presidente Lagos y sus posteriores declaraciones tienen gran importancia para todos los actores. Desde luego, la derecha ha aprovechado la ocasión para dar su propia evaluación del texto y palabras del ex Mandatario.

Según la oposición, estaríamos frente a un intento de deslindar responsabilidades, en detrimento de la administración de la actual Mandataria. En esta materia, la prensa de oposición nos está acostumbrando a un modo de proceder que resulta ser fuente de confusiones: une indisolublemente la información que entrega con una interpretación tendenciosa de lo que está pasando.

Las intenciones que están detrás de tan súbito interés por Bachelet son perceptibles desde kilómetros y no han logrado desorientar a nadie; pero de todas maneras se intentan “por si acaso”.

Quien analice las actuaciones de Lagos verá que ellas están marcadas por los siguientes elementos: (a) asume la responsabilidad que le cabe en el diseño del plan; (b) no asume -como es obvio- la responsabilidad por lo que se decidió después de su período; (c) aclara que el diseño era básicamente correcto y requería una implementación cuyos prerrequisitos no se cumplieron antes de la puesta en marcha; (d) hace explícito su llamado a apoyar a la Presidenta Bachelet.

Hay que llamar la atención sobre el hecho de que Piñera siempre había podido hacer este tipo de coordinación “presidencial” de la derecha. Al menos desde el término de la campaña pasada.

El puro enunciado de las argumentaciones empleadas muestra lo complicado del intento. Lagos ha vuelto a tomar la palabra y se está jugando a fondo. Ha decidido empezar a hablar y ya no podrá detenerse, porque mover a la opinión pública desde una opinión ya consolidada no es cosa de un día. No se saca nada con una declaración y una entrevista radial sino se le da continuidad y esto ocurrirá en medio del inicio del ambiente electoral. El resultado no puede ser prejuzgado.

Lo que termine ocurriendo con Lagos tiene mucho que ver con su particular relación con los ciudadanos. Aquí lo que importa no es lo que diga la derecha, ni siquiera lo que digan los dirigentes oficialistas. Es algo que está más allá de las maniobras políticas que son tan del gusto de la oposición. Se trata de saber si el impacto del Transantiago, en lo que le llega al ex Presidente, puede ser superado y si la confianza se restablece en plenitud. Todo lo que siga depende de esto para no nadar amarrado a un ancla.

En el desorden, critiquemos

En la derecha se está ante algo completamente distinto. Tras las actuaciones de Lavín de las semanas anteriores, ya no se volvieron a tomar temas de fondo, en lenguaje positivo y dirigiéndose al conjunto del país. La oposición volvió a la política de trinchera.

En estos días, pareciera que la instrucción hubiera sido la de emplazar a la Presidenta por algún motivo: el Transantiago, los indultos de hace varios años o los que se presentaron en el Congreso en esta semana en beneficio de uniformados en retiro. En fin, lo único seguro es que en los próximos días nos encontraremos con nuevos requerimientos directos a la Mandataria.

Un problema son los emplazamientos de la Presidenta, pero un segundo problema es el variado peso específico de los emplazadores: van desde los que se dedican a la polémica de rutina hasta los reiterados intentos de un senador. Semejante desnivel no se produce por planificación, sino por ausencia de ella. Razón de más para no aceptar estas invitaciones a bajar el nivel del diálogo político.

Y esto no tiene nada que ver con tener o no argumentos suficientes. A veces se tienen las respuestas, pero no se tiene la necesidad de contestar. Hay errores que se cometen una vez. Se puede decidir entrar a un debate sin altura, pero ya no se puede saber cuándo y cómo salir de él.

Se tiene la impresión de que una de las motivaciones importantes de quienes entran en polémica dura desde la oposición no buscan nada trascendente, al menos nada importante en lo colectivo. Lo que parecen querer es, simplemente, que una autoridad entre en el juego de las respuestas y contra respuestas para tener protagonismo y lograr cobertura de los medios.

Pero cuando se está en el inicio de una campaña presidencial no puede estar ocurriendo que cada cual intente lo que le parece. Es evidente que estos movimientos no están coordinados.

Así, por ejemplo, la derecha se jugó -en los mismos días- por desautorizar la idea de indultar personas, buscó y censuró en público a los responsables de la recuperación de la libertad de uno de los implicados en el asalto al Banco Security y la muerte posterior de un carabinero. Al mismo tiempo, era la misma derecha la que pedía el cumplimiento de los acuerdos reservados para aplicar una medida similar a los militares implicados en violaciones de los derechos humanos. Lo que se consigue, en la suma, es una conducta altamente contradictoria.

Cada una de estas actuaciones por separado tiene una lógica que resulta comprensible. Pero, en conjunto, no se logra percibir cuáles son los objetivos que se están priorizando. En realidad, no hay un gran objetivo, sino pequeños objetivos particulares de actores.

Cuando falta liderazgo

En la derecha, todos intentan lo que pueden en la dirección que estiman conveniente. Esto puede tener muchos nombres, pero ninguno que sea halagador para sus protagonistas.

Nadie puede acusar a ese sector de extrema sofisticación. Ha formado una guerrilla que ataca a lo que venga. Nadie les dice cuando detenerse. Embisten sin preocuparse del momento ni del efecto, sólo del impacto. Es extraño que aún nadie perciba el profundo daño que causan a la imagen del propio sector que representan con su falta de ingenio estratégico y con su incapacidad de graduar sus actuaciones.

Parece que estamos entrando en una etapa en que lo que más se estila es decirle a los demás cómo es que deben comportarse. Piñera también está estrenando un nuevo estilo de comportamiento. Trata de mostrarse como el impulsor real de las iniciativas de la oposición. Es él quien está reservándose los anuncios de los próximos pasos a seguir.

El problema lo tendrá en el ejercicio mismo de su función, porque tiene una gran facilidad para exceder rápidamente el ámbito de una coordinación razonable. A poco andar, los demás tendrán la sensación de estar siendo sobrepasados con cierta regularidad, que no se les consulta y que el personaje privilegiado realiza actuaciones que repercuten al interior de los partidos y no siempre de buena manera.

Uno no puede dejar de preguntarse por qué tanta crítica a los liderazgos ajenos, y tanta búsqueda de su desgaste. No se actúa así cuando se tiene plena confianza en el líder propio. Tampoco Lavín debió ser atacado con tanta saña si se partiera de una mayor confianza en el candidato ya instalado. El protagonismo no necesita ser acaparado para sentirse seguro.

Habrá que seguir viendo lo que ocurra, pero está claro que una oposición que se dedica a provocar no es una derecha centrada en convocar nuevos apoyos.

viernes, noviembre 02, 2007

Subiendo, bajando

Subiendo, bajando

Es muy significativo que la coordinación política de la derecha se esté logrando por la acción de una parte de los medios de comunicación escritos. Lo que no han conseguido las directivas de los partidos, lo está logrando directores de orquesta desde las sombras. Pero esto no puede ser una buena práctica.

Víctor Maldonado


Bajo el signo de la pequeñez

Nada mejor que un momento difícil para que cada cual se muestre como es y no como quisiera ser visto. La resurrección política de Lavín ha puesto a prueba el temple y el comportamiento de los demás. Vale la pena dar una mirada sobre lo que está pasando en la derecha y en la Concertación al respecto.

Hay que partir diciendo que la actuación de Piñera y sus declaraciones ante el buen momento del ex alcalde de Santiago han sido decepcionantes.

Da la impresión de que, simplemente, no lo puede soportar. Se descompone, amenaza, trata de mantener la calma y hasta el menos perspicaz se da cuenta de que no lo logra. Deja la idea de que se sabe manejar cuando las cosas van como quiere o cuando hay que aprovechar oportunidades, pero lo saca de quicio el que lo contradigan o le salgan al camino. Piñera muestra su peor faceta y deja en evidencia que no la controla. Parece increíble en alguien con fama de ganador, pero lo que trasmite es envidia, algo -habría que agregar- muy poco presidenciable.

En la derecha, pudimos ver cómo se pasa de la discusión de ideas al tema de los protagonismos. Esto último sin subterfugios, sin adornos y sin pudor.

En todo caso, la idea de excluir a Lavín, después de lo acontecido, lo vuelve a poner en el centro de la escena. Porque es inevitable preguntarse qué es lo que temen tanto que causa tamaño intento de exclusión.

Lo cierto es que no todos quieren construir. Quienes buscan excusas para no establecer puentes de cooperación se pueden identificar de inmediato.

Son los que dan la batalla por perdida y las responsabilidades ya asignadas (“si el Gobierno no cambia de actitud, los delincuentes seguirán dominando las calles”); son los que piensan que si no se hace lo que lo que ellos piensan, entonces no hay ningún ánimo de dialogar; los que descalifican a priori lo que se hace, atribuyéndolo a una congénita falta de criterio o de capacidad para actuar (“no les vamos a dar los votos para seguir con la misma mano blanda”).

En el Gobierno nadie está pidiendo que le hagan su trabajo. Tampoco se está tratando de hacerse la vida más fácil. Construir con los opositores nunca ha sido tarea sencilla, pero es lo que corresponde hacer en algunos casos.

La derecha tampoco ha estado en su momento más brillante. Había olvidado el camino de la convergencia y la cooperación, y se resistió todo lo que pudo a transitar por una vía que tenía una aprobación ciudadana amplísima.

Lo que el gobierno debe evitar

La desconfianza ha estado a flor de piel todo el tiempo. La búsqueda de objetivos propios ha sido reemplazada por la búsqueda de intenciones (de malas intenciones, por supuesto) que tienen los demás para llamarlos a la cooperación. Así que, si se le convocaba a superar sus intereses particulares, no podía ser para otra cosa que para que el Gobierno pudiera diluir sus responsabilidades ante la opinión pública.

No se está intentando compartir la responsabilidad, la que por lo demás es algo indelegable. De lo que se trata es de enfrentar los problemas nacionales, llamando a la activa participación de todos.

Pero la realidad se impone por sobre el tono de las declaraciones iniciales. En el caso del tratamiento del tema de la seguridad pública, lo que ha pasado es que los contactos iniciales se institucionalizan, se fijan plazos y objetivos y se da en conexión con el Congreso. Es posible que en otros temas de primera importancia se siga la misma senda.

En el nuevo escenario, la oposición cambiará de comportamiento, pero no de objetivo. La derecha ha intentando por largo tiempo controlar la agenda pública, pensando en que el Gobierno pudiera llegar a perder la iniciativa. Aunque este intento se ha visto frustrado en las últimas semanas, es ya significativo en sí mismo que se produzca. Por eso es importante que en el tiempo que sigue el oficialismo evite los errores evitables.

Lo primero de lo que hay que precaverse es no hacerse parte de la estrategia opositora. Para que a la derecha le funcione su procedimiento de trabajo requiere que, cada vez que se le ocurra poner en cartelera un tema, desde el oficialismo haya quien enganche con un debate funcional a los intereses ajenos.

Esto es un yerro obvio, puesto que el Gobierno tiene su propia agenda y salirse de ella es lo mismo que desorientarse.

El segundo error en que se puede incurrir es destacar aspectos menores de la agenda por sobre los prioritarios, porque de ese modo ya no hay manera de saber qué es lo principal y qué es lo accesorio.

Lo tercero es dejarse llevar por la inspiración del momento, destacando asuntos al voleo, sin ninguna planificación y sin responder a criterios concordados. Cuando se hace eso se logra el desconcierto de propios y extraños.

Todo esto resulta importante, porque el frente puede encontrar una respuesta rápida y cohesionada, aunque no por méritos de las directivas partidarias ni del candidato. Es muy significativo que la coordinación política de la derecha se esté logrando por la acción de una parte de los medios de comunicación escritos. Lo que no han conseguido las directivas de los partidos, lo está logrando directores de orquesta desde las sombras.

Pero esto no puede ser una buena práctica, porque al final parte importante de la supuesta dirigencia de la oposición no tiene la menor idea de para dónde va, quién decide y con qué intereses lo hace. Una situación así debiera darle miedo a cualquier demócrata.

¿Quién está poniendo la música?

Sea cual fuere el paso que se dé, todas las figuras de Gobierno deben actuar coordinados y en el mismo sentido. Y sobre todo, hay que escoger qué batallas se dan, cómo y cuándo.

El tema del “femicidio político” sirve para ilustrar lo que queremos decir: es uno de esos debates del que todos empiezan a hablar y nadie sabe mucho por qué. Simplemente fue puesto en cartelera y varios lo siguieron porque parecía que es lo que correspondía hacer.

Pero hay que desconfiar de los tópicos que no están vinculados a nada en particular y califican la actuación de la Presidenta desde una condición que no puede cambiar (ser mujer) y a la que se hace girar toda su actuación y la conducta prejuiciada de los demás.

El lenguaje del Gobierno debe ser siempre el de la acción. Y no cualquier acción, sino de aquella que puede modificar las condiciones actuales en favor de las personas. No hay que empezar a cantar sólo porque a alguien se le ocurre poner una música. En este caso y tal como partió el debate promovido por otros, si el Gobierno se detiene a calificar una situación como negativa y no se dice nada más, eso permite tres interpretaciones posibles: que una estrategia dañina está dando resultados; que no se pueden remediar y/o que se está uno victimizando.

Cualquiera de las tres interpretaciones es mala para el Gobierno en general y para la Presidenta en particular. No es un debate del que se pasa a la acción, sino uno que llama a adoptar un estado de ánimo pesimista y desmovilizador. De allí la importancia de tomar el problema que evoca de una manera muy diferente.

Al Gobierno le ha ido bien centrando la atención sobre su programa, sus iniciativas y sus prioridades. Ahora tiene que ser perseverante para consolidar posiciones, aunque siempre desde las sombras se le sugiera cambiar de camino.