viernes, febrero 23, 2007

Del “gabinete en las sombras” a las sombras de la derecha

Del “gabinete en las sombras” a las sombras de la derecha

Víctor Maldonado


Todo fue como un sueño

El episodio del ''gabinete en las sombras'', está mostrando a la derecha tal cual es: un conglomerado que se planteó una iniciativa política, la alimentan y generan expectativas, para luego cuestionarla, ponerla en duda y terminar echando pie atrás o implementando un engendro irreconocible.

Todo sucede de modo tal que una acción política es relevada, se discute y se agota al interior de la oposición, sin que llegue a tener efectos prácticos.

Es como si se tuviera la costumbre de pensar en voz alta, dando por hecho algo que aún no se concreta, para luego pasar a otra cosa, sin haber llegado a nada en concreto. Y esta no es la primera vez que le ocurre a la oposición, iniciativa como está se han dado muchas, consiguiendo igual mutis por el foro, sin explicaciones mayores.

¿Por qué les sucede todo esto?

Porque establecer un gabinete es más importante que el hecho que esté funcionando a sol o a sombra. El nombramiento implica una distribución de poder que privilegia, por sobre muchos otros, a algunas personas. Concretar algo así, requiere del ejercicio de un liderazgo fuerte, respetado y aglutinador, que permite tomar iniciativas que corresponden a un conglomerado con existencia real.

Pero, ¿quién puede imponer en la derecha una decisión como esa? Porque una propuesta de esta naturaleza es mucho más fácil de pensar que de implementar.

En política las decisiones siempre dejan ganadores y perdedores. Premiar a alguien con una nominación honrosa (por artificial que sea), no cuesta nada. Pero que los que quedan sin premio lo acepten sin chistar, no es algo fácil de conseguir.

El “gabinete en las sombras” es una de esas iniciativas que fortalecen a las directivas de los partidos.

En efecto, si los líderes de esas organizaciones pueden mostrar ante la opinión pública una contraparte que conteste a cada uno de los ministros de gobierno, sin duda lo pueden exhibir como un logro.

En particular esto ocurre si ello ha sido precedido de un acuerdo político con otra directiva y si pone a su disposición a los equipos técnicos de respaldo que, de otro modo, pueden funcionar con mucho más autonomía.

Por eso el tema del gabinete es una especie de truco. Es sacar las castañas con la mano del gato. Pone el acento en el grupo de personas nominadas, más que en aquellos que los nominan, cuando lo que importa en política es precisamente esto último.

La piedra de tope

Pero el liderazgo efectivo no se consigue así, no nace de una movida de cuyos efectos no se da cuenta nadie hasta después que se produzcan los efectos que se esperan. La torpeza no está tan extendida por el mundo como para que un entramado tan obvio pase desapercibido para tanta gente implicada.

Si se necesitan subterfugios para dirigir a la derecha, ¿dónde se encuentran aquellos que dificultan la gobernabilidad en la oposición?

La respuesta es tan sencilla como reveladora: son los parlamentarios los que se han opuesto siempre a cualquier intento de enviarlos a la trastienda, desde el protagonismo que naturalmente tienen en la distribución actual de roles.

Por eso no podrá extrañar a nadie que las primeras voces en salir al paso de la posibilidad de implementar un gabinete virtual, provenga casi por completo de las bancadas parlamentarias. No es para menos, para la mayor parte de ellos poner en práctica esta iniciativa sólo puede significar limitaciones y cortapisas.

Hoy, los parlamentarios de la UDI y de RN pueden hablar de lo que deseen, con solo ponerse minimamente de acuerdo entre ellos. Con la formalización de un equipo equivalente al de los ministros, puede verse cuestionado en su opinión si un supuesto “ministro” ha opinado antes de una forma no coincidente con la propia.

Para actual en la forma “correcta” un diputado o senador de oposición tendría que chequear con anterioridad e, incluso, ver intervenida una discusión interna en curso por las opiniones emitidas por alguien que, además, no ha sido electo por nadie ni es una autoridad oficial reconocida por organización alguna. ¡Y después se espera que apoyen sin chistar tamaño tapaboca!

Lo que le falta a la derecha son líderes, no figuras que hablen correctamente en cada tema. Lo segundo lo han tenido siempre, lo primero lo tienen solo por excepción. Los parlamentarios cubren la necesidad de dirigencia intermedia y aún de vocería nacional (en algunos casos), pero no soluciona el problema de la conducción unitaria. Este es su talón de Aquiles de la oposición y corresponde a una debilidad política de la que no puede culpar a terceros. En este sector saben que el tema del liderazgo nunca ha estado zanjado y sigue en disputa. En particular en el caso de la UDI es donde las tensiones son más palpables y visibles.

Por eso, lo que empezó como un asunto referido a un gabinete ficticio está llevando al debate sobre la forma como se define la candidatura presidencial. Y hay que agregar a que todo presiona para que la definición sobre el abanderado se esté adelantando por necesidad.
Ahora la derecha se está adentrando en una disputa por el liderazgo real, no por artificios de dudosa efectividad que intentan suplir la ausencia de capacidad de llegar a acuerdos.

A la espera del personaje providencial

Hasta hoy, la oposición ha llegado a las competencias electorales tarde, mal y únicamente unida por intereses. Lo que hace que pierda no son las malas artes de sus adversarios, por mucho que le guste presentar las cosas de esta cómoda manera. Es, antes que nada, por la menor calidad de la política cotidiana que practica.

Estamos ante un actor político que no ha tenido ni tiene un comportamiento de equipo. No ha desarrollado la costumbre de la cooperación, más allá de acuerdos pragmáticos. No dispone de proyectos aglutinantes. Se une en el ataque, pero no en la construcción de una alternativa.

Es un problema de densidad y de envergadura política. Le falta ese grado de consistencia que permite enfrentar la adversidad y las dificultades importantes.

Así son las cosas. La derecha está capacitada para criticar el Transantiago, pero no está en condiciones de intentar ninguna empresa de tan extraordinaria dimensión.

La derecha se desalienta rápido, se entusiasma en tiempo record, pero no conoce el hábito del trabajo constante y persistente.

Lo espera todo de que aparezcan figuras providenciales que hagan olvidar sus carencias permanentes. De allí la búsqueda incesante de un liderazgo principal. Algo que, por lo demás, tampoco hay muchos dispuestos a reconocer.

Alguno puede considerar que se exagera con estas afirmaciones. Pero esto ocurre, sobre todo, porque ya nos hemos acostumbrados a esperar de la derecha los más violentos cambios en su bioritmo. A la Concertación no se le aceptaría ni el diez por ciento de las inconsistencias que son una especia de tics entre sus adversarios.

Si se tienen dudas, se puede pensar en un dato: ¿alguien se acuerda del último acto de generosidad al interior de la oposición?, ¿le resulta difícil de recordar? Es comprensible porque estos actos son escasos. Quizá si el más reciente fue el comportamiento de Lavín al resultar derrotado en primera vuelta. Y ya sabemos que no ha tenido imitadores.

Las astucias y las tácticas no pueden reemplazar el trabajo paciente y esforzado. Hay quienes se niegan a aprender la lección. Por eso, lo que importa en la oposición no es el gabinete en las sombras, sino las sombras de la derecha.

Puede que, al final, se logre establecer un “gabinete en las sombras”, pero eso no tendrá ninguna importancia. Los parlamentarios primero, y los mismos líderes partidarios después, no se subordinarán a lo que digan. No le pondrán piso y pedestal. Será como todo en este sector: se quedará en algún punto entre lo que pudo ser y lo que nunca se hizo.

viernes, febrero 16, 2007

Problemas reales, actores ficticios

Problemas reales, actores ficticios

Víctor Maldonado


El actor ausente

Hay situaciones que hablan solas. En el lanzamiento del Transantiago estuvieron casi todos: ciudadanos, Gobierno, operadores, periodistas, policías, expertos. Pero no estuvo la oposición.

Esto no puede dejar de sorprender, porque el impacto es de tal magnitud que todo aquel que tenía existencia pública se vio impelido a hacerse presente mediante su opinión, su comentario, su queja o sus esperanzas.

Sin embargo, hubo una excepción, si se considera lo ocurrido durante los primeros días de instalación del Transantiago. Salvo mínimas señales inevitables, la derecha no estuvo en un evento estelar del año. No porque no tuviera intención de hacerlo, sino porque vio que no tenía algo interesante que decir.

Sólo podía hacerlo desde una actitud exigente pero propositiva que no podía asumir la vocería de batalla política dejada en la ocasión.

Es significativo: en un momento de gran importancia, respondió de modo rutinario. No dio el ancho, por lo que se esfumó de los medios.

Cuando inició su reacción, fue de dos modos: con proposiciones básicas ante la emergencia y en el terreno -bien conocido- del debate de contingencia. Pero ya había pasado el mejor momento. No tenía planes para enfrentar el evento público más anunciado que se pueda imaginar.

La derecha gusta de acusar al Gobierno de incapacidad de anticiparse. Ahora, estos juicios grafican más una autocrítica que una evaluación sobre otros.

La derecha gusta de acusar al gobierno de actuar con improvisación, incapacidad de anticiparse, falta de previsión y de quedarse en la rutina, sin encarar con eficiencia los grandes temas. En este caso, todos estos juicios más grafican una autocrítica que una evaluación de otros.

Esta falta de sintonía con el grueso de los habitantes de la capital resulta particularmente notoria por tratarse de un momento que, sin exagerar, resulta histórico. Y ello no exclusivamente por lo referido al transporte.

Santiago existe y se siente

Ocurrió que, por primera vez, todos los habitantes de Santiago, tuvimos plena conciencia de pertenecer y ser parte de la ciudad. Millones de personas se vieron a sí mismas como parte de un todo integrado.

Hasta el más egoísta se ha dado cuenta en estos días que no puede prescindir de los demás para algo tan básico como desplazarse y llegar de un punto a otro. Y si algo ha quedado claro tras todas las imperfecciones de quienes implementaron el sistema, es que el comportamiento humano es el que ha suplido los fiascos técnicos.

Cada cual tuvo la más fuerte y compartida de las evidencias que la metrópoli constituía un sistema interconectado, sensible, complejo, susceptible de ser conmocionado, necesitado de mucha colaboración para que funcione.

A partir del 10 de febrero, Santiago no volverá a ser el mismo de antes, en más de un sentido. En días de tanta agitación, demoras, hacinamiento, desconcierto y de los más variados aprendizajes surgió un convencimiento que ha sostenido todos los esfuerzos para adaptarse.

Ese convencimiento profundo ha sido el de que “no hay vuelta atrás” y que, siendo así, no nos van a superar las dificultades del momento. Y los resultados han empezado a quedar en evidencia en un espacio de tiempo asombrosamente acotado.

Mientras esto sucede, la oposición no supone encontrar un espacio propio desde el cual dirigirse a la opinión pública. La apuesta voluntarista al fracaso estrepitoso fue un error. La puesta en escenario de alguien que parece disfrutar de lo pésimo que marchan las cosas, no fue un ejemplo de altruismo, y no le sirve de nada al que se siente en dificultades. Cuando se quiso pasar a una actitud más positiva ya fue muy tarde.

Mientras esto ocurría, al gobierno le estaba ocurriendo también algo decisivo. Quizás tanta imagen de buses en las más diversas situaciones no haya permitido apreciarlo con detenimiento, pero en oficialismo se acaba de producir una constatación de importancia.

Ocurre que esta es la primera ocasión desde la llegada al poder de Michelle Bachelet que un tema de gran magnitud y potencialmente explosivo, es enfrentado con éxito por la conducción de gobierno, sin la intervención directa de la Presidenta. A ella le ha bastado con monitorear a distancia y con la comunicación expedita para asegurarse que los acontecimientos se mantenían dentro de un curso de acción aceptable.

Ha quedado en evidencia un grado de madurez importante en el comportamiento colectivo de la primera línea de conducción gubernamental. Se ha mostrado un equipo cohesionado y solvente, con capacidad de resolución en situaciones de tensión prolongada. Este es un dato a recordar cuando enfrentemos los siguientes episodios críticos.

El efecto político de la implementación plena del Transantiago será perdurable. Así por ejemplo, a la Concertación le hará muy bien el comprobar que se ha tenido el coraje realizar una revolución en el transporte urbano de la metrópoli, aun sabiendo lo impopular que podía ser al inicio y no obstante las incógnitas obvias que acompañan una implementación gigantesca de carácter inédito.

Cuando la supervivencia política se subordina a la prosecución de objetivos exigentes de bien común, se está muy lejos del agotamiento o del desaliento. Y esto es otra cosa a recordar.

Del gobierno en las sombras a la insolación

Mientras el Ejecutivo se fortalece concentrándose en tareas de amplio alcance ciudadano, la oposición se está dando tiempo para atender a sus temas de interés interno o al cultivo de la asignación desfasada de responsabilidades.
Resulta hasta incómodo mencionarlo, pero la derecha se ha estado entreteniendo insistiendo sobre la responsabilidad de Ricardo Lagos en los casos de corrupción detectados hace un tiempo, y, sobre todo en discutir sobre un posible “gabinete en las sombras”.

Esta es una idea que vuelve cada cierto tiempo, entretiene a todos en la oposición, llega a fotos muy publicitas y desaparece luego tragada por el anonimato. Algo que sucede una y otra vez y no por casualidad.

En un régimen parlamentario un gabinete de la oposición tiene pleno sentido porque, en efecto, cuando la mayoría en el Parlamento cambie, este puede, esto puede derribar el gabinete y lo reemplaza aquel que está lista y a la espera de que esto suceda. Esta figura, pues, responde a una necesidad del sistema político.

En Chile la situación es diferente. Aquí tenemos a la oposición completa “en las sombras”, algo que no se puede interpretar como el largo período que va desde la recuperación democrática en la que la derecha nunca ha logrado conducir la agenda política.

Un gabinete se constituye tras un liderazgo indiscutido y compartido. De otro modo, no hay manera de distribuir roles que sean respetados por todos. El problema no está en los que hablan sino en los que se tienen que quedar callados.
El problema es bien práctico. Cuando un “ministro” ficticio da su opinión, ¿Qué puede hacer que se quede mudo otra persona de oposición que tiene (como no) una idea diferente?, ¿qué lo detiene para no expresarse o para subordinarse a lo que se dijo?

Estas ideas funcionan cuando hay disciplina. Pero el ordenamiento no se puede producir por una especie de consenso de que el que los voceros son personalmente mejores que muchos otros igualmente calificados.

En política la disciplina se produce por la subordinación de todos a un bien superior que requiere de sacrificios. Muy de tarde en tarde, y períodos bien acotados, la derecha ha sido capaz de semejante muestra de cohesión.

La oposición, que no da la altura para responder a algo tan importante como el Transantiago, cree poder hacerlo inventando un gobierno ficticio. Pero no es así como se llega al poder. Son las alianzas de verdad los que llegar a tener gabinetes verdaderos, cuando no se es eso, solo se crean juguetes.

viernes, febrero 09, 2007

El indicador Transantiago

El indicador Transantiago

Lo que está en juego aquí es todavía más importante que lo que suceda con el transporte. Tiene que ver con la diferencia en calidad de la política que se practica. Será un indicador de quienes se están poniendo a la altura de las circunstancias.

Víctor Maldonado


La profecía

Los grandes desafíos públicos muestran a cada quien tal cual es. Hay quienes pueden ponerse a la altura de los acontecimientos, marcándolos con un sello distintivo.

Hay otros que sólo pueden ver una oportunidad para sacar pequeñas ventajas en el día a día. En el segundo caso, quienes actúan de esta forma nunca se enteran de qué está en juego. No puede ser de otro modo: tienen su mirada a ras del piso.

La oposición está manejando el tema del Transantiago como una sucesión de episodios conflictivos de los cuales espera sacar partido.

Para implementar algo así, se requiere que se vaya concentrando en todo aquello que esté funcionando mal, y, a medida que se van experimentando avances, se encuentra -cada vez- otra cosa que criticar nuevamente, con renovados bríos y sin memoria. Es decir, sin reconocer los éxitos. A lo más se llegará a decir que “fue una buena idea, pero ha sido mal implementada”.

Como se observará, no nos encontraremos con una perspectiva centrada en el bien común o en la superación de los intereses parciales. Simplemente han llegado al convencimiento previo de que “esto no va a resultar”, y están a la espera de que la profecía se cumpla.

Esta actitud en la derecha se explica por una orientación general hacia el corto plazo. Algo que se puede constatar en la primera reacción ante un sondeo reciente que detecta una baja en el apoyo estacional al Gobierno. Lo que la oposición está pidiendo es que el Ejecutivo rectifique su conducta, dado que “la crisis de la Concertación y el tema de la probidad” está afectando a la Mandataria.

En efecto, siempre es conveniente un lazo más estrecho y preocupado con los partidos de la Concertación. El Gobierno no puede desentenderse de lo que suceda con su base. La necesita y requiere de su buen funcionamiento. Puede decir que los partidos oficialistas están demandando mayor presencia del Ejecutivo en sus mismas preocupaciones y sería lógico que la obtuvieran. Pero difícilmente cualquiera de estas consideraciones interesa a la derecha.

Sin embargo, hay un sentido en el cual sería dañino modificar la conducta seguida por el Gobierno. Y esto es imitarla en su inmediatez y en su falta de visión estratégica de los problemas.

De verdad el diagnóstico más bien simplista que ha seguido a la aparición de la encuesta más conocida del mes daría pie para coincidir en las críticas formuladas si se respondiera “al calor de las cifras”.

Las encuestas son la guía de los desorientados

Lo importante, en el caso del Gobierno, es que no deja que su conducta oscile en referencia a las encuestas y menos por la primera que parece indicar un cambio de tendencias a extraña hora.

Además, hay que recordar que los sondeos no nos dicen nada directamente: por necesidad, los datos han de ser interpretados en un sentido u otro, pueden ser enmarcados en un contexto más amplio o en ellos puede “descubrirse” una tendencia de fondo. Así, una cosa es lo que se encuentra, otra su validez y una tercera las interpretaciones que se hagan de las respuestas.

Cuando la debilidad de una conducción política es muy grande, son los indicadores del momento los que marcan su actuación inmediata. Y, por supuesto, no estamos en este caso.

Cuando se dispone de una estrategia que contiene una confluencia básica con las necesidades ciudadanas, lo que se puede hacer es prepararse para influir activamente en la formación de la opinión pública, no tomar una actitud pasiva y sin guía de fondo.

En política se hacen variaciones fuertes cuando se ha perdido el rumbo. Cuando se sabe en qué dirección moverse, se requiere persistir en lo que se hace y pedir ser evaluado por los resultados.

Reducirlo todo a la visión de corto plazo, es la receta segura para instalar la mediocridad en el centro de la actividad. Es tanto el énfasis que se termina poniendo en la crítica de trinchera, que aquel que critica a todo evento, termina por alegrarse de los tropiezos y entristecerse por los avances. Se instala como espectador criticón, un obstáculo más del que hay que hacerse cargo para que una iniciativa de importancia se lleve adelante. Algo de esto hemos empezado a ver ahora.

El indicador

Del Transantiago se pueden decir dos cosas a tomar en cuenta: que significa una fuerte conmoción inicial al conjunto de la ciudad (por un tiempo prolongado), y que terminará por ser implementado (así no sea porque no hay más alternativa).

Aunque suene paradójico, la gran ventaja de su implementación son las bajas expectativas iniciales. Son tantas las dificultades que se anuncian con su estreno, es tal el colapso que se espera, que casi nada se puede asemejar al anticipo de tanta calamidad. Cierto que lo peor puede suceder, pero hasta esto resulta más tolerable que si hubiera tomado a todos desprevenidos.

Desde el punto de vista de los usuarios, el Transantiago está calificando más como exasperante que como caótico.

Hay siempre que pensar que un cambio tan radical en la forma como nos comportamos los usuarios de la locomoción colectiva al final termina teniendo como aliados a los mismos ciudadanos de a pie.

Tal vez lo decisivo en los primeros días sea el efecto demostrativo que consiguen los que aprenden a usar eficientemente el nuevo sistema. Es probable que bien al inicio lo que tenga carta blanca para expresarse sea el desconcierto ante las modalidades de transporte en adopción.

Así que es posible que una persona pueda explicar que llegó tarde porque no entendió los nuevos recorridos y no calculó el tiempo. Pero otros tendrán muchas menos dificultades en adaptarse a la reforma, y cada vez será más difícil permanecer como refractario. Lo que empieza siendo un problema entre yo y el sistema de transporte, terminará siendo una diferencia entre lo que yo y las personas que conozco o con las que trabajo somos capaces de resolver.

Las autoridades de transporte pueden tener mucho éxito si toman en cuenta estos cambios que se experimentarán a nivel de conducta. Los gobiernos con estilo ciudadano no son entidades que buscan halagar a la gente todo el tiempo. No las tratan como personajes limitados incapaces de superar problemas. No actúan ante ellas como si se tratara de niños taimados a los que hay que complacer cada vez que se molestan.

Un Gobierno se comporta de un modo muy distinto si parte de la base que está al servicio de personas responsables, capaces de comprender y de superar problemas. O se tiene esta confianza básica o se cae en la manipulación, algo tan propio de las dictaduras.

Al final, tendremos a la oposición alentando la frustración, el descontento y acentuando los problemas reales que, sin duda, se presentarán. Al frente tendrá a una administración abocada a buscar soluciones, esperemos que sensible a sus reclamos en vista de salidas, encarnando una actitud positiva de no dejarse vencer por los problemas.

Puede que la opinión pública oscile durante mucho tiempo entre unos y otros. Pero finalmente al que se le dará la razón es al más persistente, al que entregó más confianza y al que aporte menos quejas y más soluciones.

Lo que está en juego aquí es todavía más importante que lo que suceda con el transporte. Tiene que ver con la diferencia en calidad de la política que se practica. El Transantiago será un indicador de quienes se están poniendo a la altura de las circunstancias y de quienes no.

viernes, febrero 02, 2007

Sensatez, divino tesoro

Sensatez, divino tesoro

Lo primero que hacen los que imitan a la derecha es preanunciar, sin querer, el mismo destino de la oposición: especializarse en perder, echarle la culpa al empedrado cuando las cosas van mal.

Víctor Maldonado


El mejor de los indicadores

El conflicto en la bancada de diputados DC, intenso aunque suspendido por las vacaciones, deja muchas lecciones para aprovechar en este partido y en los otros.

Primero, un partido debe saber que cuando emplea los medios de comunicación para ventilar sus diferencias internas, algo de fondo está mal.

Lo que debiera ser obvio para los participantes de una polémica amplificada, es que están cometiendo un error muy parecido a la falta de respeto con los ciudadanos.

La razón es muy sencilla. Cuando se produce una diferencia de opiniones entre sectores de la elite política (en una organización partidaria o entre partidos), existen múltiples canales internos. Emplear cualquiera tiene mucha ventaja. Los que se comunican entre sí son únicamente los interesados y pueden dedicar el tiempo necesario para llegar a un acuerdo sin presiones. Lo que hacen luego es comunicar hacia fuera lo que, en conjunto, van a hacer.

Cuando la prensa se incorpora al proceso, los partidos pueden llegar a presentar resoluciones o decisiones que resultan ser de interés general, con lo cual se prestigian y aportan.

Pero cuando se escoge entregar mensajes políticos a través de los medios para llegar a los mismos destinatarios que se tiene al lado, lo que se está haciendo no es un intento eficiente de solucionar un problema.

Lo que se consigue es amplificar la presión, entrar en un terreno agresivo, que no descarta una escalada en el conflicto y, en particular, acorta el tiempo disponible para encontrar soluciones. Al actuar así se le está dando a un problema incluso rutinario, el carácter de crisis.

Esto, sin considerar el efecto que repercute en quienes no están directamente involucrados. Se hace partícipe de la querella de unos pocos a una amplia cantidad de gente a los que ni le va ni le vienen las obsesivas disputas de poder de un puñado de gente autorreferida.

Cuando una pareja discute en el living es una cosa. Cuando la misma pareja usa la plaza para decirse lo que le viene en gana, es algo totalmente distinto. En el segundo caso se ha perdido el decoro. Es lo primero que se pierde.

En situaciones como ésta es la política la que se degrada, porque lo que más importa no son los argumentos esgrimidos, sino la capacidad de presión que se demuestra. Y más se presiona mientras menos límites se respeten.

La suma de las partes, ¿cuánto da?

Es por esto que se puede llegar a ver con una rapidez asombrosa cómo se llega a saber (por los diarios) que existe un problema en un partido; luego, que esto puede causar una división; en seguida, informarse que se está creando una pérdida de rumbo a nivel general y oír que se necesitan rectificaciones; para terminar con la conclusión de que implicaría entenderse directamente con el grupo de presión.

Todo en un mínimo de días y sin espacio para que nadie más pueda llegar a entender qué pasa.

En cada uno de estos pasos se está empleando la más fría lógica de poder a vista y paciencia de quien quiera observarlo. Es como si no importara lo que piensa de este espectáculo la inmensa mayoría que constituyen los espectadores involuntarios de estos episodios.

En política, el que empieza a actuar como si estuviera solo tiene siempre un duro despertar y nada grato.

Por fortuna, un procedimiento tan insatisfactorio termina por despertar respuestas positivas.

Con el camino de las presiones en escalada se espera conseguir resultados favorables mediante amenazas cada vez menos veladas. Es un callejón sin salida, porque no hay manera de satisfacer las ambiciones de nadie que sustente su poder sobre la base de romper la disciplina.

Como sea que se le responda, se termina en envalentonar al díscolo. Incluso si la respuesta fuera positiva, “para evitar algo peor”, lo único que se consigue es que aumente la apuesta en la primera oportunidad, puesto que comprueba que se ha escogido un camino que logra coaccionar a los demás.

La experiencia de los partidos en el último tiempo es que existen límites que no se pueden traspasar. Hay un punto en que el costo menor es aceptar pérdidas antes de que todos terminen desorientados. Lo que un partido no puede aceptar jamás es que se produzca el desaliento de los disciplinados y la mayoría.

En los partidos, cuando verdaderamente funcionan, la suma de las partes es más que el todo. Hay un ordenamiento general en pos de un interés superior que los trasciende. Cuando amenazan con no funcionar, la suma de las partes da pequeños montoncitos en fragmentación, lo que es menor que el todo.

Aviso: Cambio gigante por tropa irregular de enanos

Los maestros de esta forma de comportarse han estado radicados en la derecha. Ha sido allí donde los individualismos, los intereses parciales y hasta la falta de urbanidad ha hecho escuela.

Lo primero que hacen los que imitan a la derecha es preanunciar, sin querer, el mismo destino que ha tenido la oposición: especializarse en perder, echarle la culpa al empedrado cuando las cosas van mal, no estar en condiciones de ofrecer un proyecto creíble y, en el peor de los casos, emprender un camino expedito hacia la irrelevancia.

¿Cuál es la especialidad de la derecha en estos momentos? El emplazamiento constante. Tiene remedos de agendas paralelas, sin destinatario salvo la satisfacción de sus redactores y sin efecto práctico, puesto que no están pensados para el diálogo y el acuerdo. Política de la mala, con malos resultados. Conductores que hacen girar sus organizaciones en círculos.

La derecha no puede convertirse en maestros de nadie en la Concertación. A nadie se convencerá de que cambiar un gigante por un atado irregular de enanos es la solución óptima.

Pero un segundo efecto de importancia de situaciones como las vividas en el caso de los conflictos en la bancada DC es que, tarde o temprano, se despierta una reacción de sensatez de todos los sectores. Se produce una sana indignación mayoritaria cuando se ve cómo los intereses superiores que a todos convocan, se ven desvalorizados en un particular juego de ambiciones mal encausadas.

Se descubre algo más. Gran parte de los que estaban participando de un debate normal se vieron tan sorprendidos como el resto por la dureza que adquirió y los tonos de beligerancia que se emplearon.

Cuando se sigue la pista de este descarrilamiento imprevisto, en este y en muchos otros casos se llega siempre a lo mismo. En algún momento, hubo quien tomó el micrófono y, a nombre de los demás, enfiló a la colisión segura e inició un tobogán de efecto del que es muy difícil salirse.

En tercer lugar, en situaciones como ésta también se produce un acuerdo general de que la solución se encuentra apenas se activan los liderazgos principales. Aquellos que tienen peso específico propio, que gozan de autoridad ante los demás, unen sus esfuerzos para reforzar la conducción legítima y validada que tiene la responsabilidad por el conjunto.

En momentos como éste, no hay que dedicarse a las recriminaciones mutuas o recordar en exceso pretéritas ocasiones en que esto no pasaba. Simplemente hay que actuar, hacer sentir el peso de la sensatez colectiva y disciplinar en torno a un bien común que exige sacrificios de todos. Es tiempo de hacerlo. Pronto y rápido.