viernes, abril 28, 2006

Las elecciones en el PS y el PPD: el costo del éxito

Las elecciones en el PS y el PPD: el costo del éxito

Víctor Maldonado


El costo del éxito

Una cosa es elegir una directiva y otra cosa, un rumbo. Lo primero puede ayudar a lo segundo, pero no son lo mismo.

Para elegir un rumbo se necesita la aceptación básica de un partido tomado en su integridad. Incluida sus minorías. De allí que no sea tan fácil tomar opciones de fondo, que trasciendan el nivel de las declaraciones bien intencionadas.

Por otra parte, está visto que las organizaciones se manejan muy bien cuando tienen que vencer resistencias para imponer puntos de vista. En la adversidad, se sostienen en el coraje y se unen para responder a lo que venga.

Pueden resistir los peores intentos externos de destrucción, como probaron los socialistas en dictadura, o de “disolución asistida” como bien saben en el PPD, cuando en democracia -alguna que otra vez- se les ha intentado subsumir en un todo mayor con el que terminen identificándose por completo.

Después de las experiencias acumuladas en todos los tonos e intensidades, no puede quedar más claro que los partidos no mueren por asesinato, aunque siempre cabe la posibilidad de que se extingan por suicidio. En cualquier caso, de esto último no le pueden echar la culpa a nadie.

Pero, para mantener la idea central, hay que decir que también es cierto que su situación se hace cuesta arriba cuando sus posiciones más características pasan a ser ampliamente aceptadas por la opinión pública. Cuando uno los supone celebrando, lo más probable es que se encuentren en largas deliberaciones internas.

Algo de esto ocurre tanto al PPD como al PS. Son dificultades del éxito, no de las frustraciones, por muy paradójico que parezca.

Si alguna vez ocurrió que las ideas y expresiones características del PPD fueron aceptadas como discurso oficial desde La Moneda, sin limitaciones previas, ese momento es ahora.

Sin ir más lejos, cuando se habla de un Gobierno ciudadano, cercano a las personas, que enfatiza la transparencia y que promociona la participación y la descentralización, cuando todo esto se dice, nadie de este partido puede dejar de sentirse identificado.

Pero cuando un estilo se impone con tanta fuerza, éste no se queda contenido en los límites de un partido.

Por el camino nuevo

Y allí reside el problema. Si lo que se propone es ampliamente aceptado y compartido como discurso oficial, entonces “¿qué seguimos siendo nosotros?”, “¿qué es lo que nos distingue?”, esto es lo que muchos se preguntan en la tienda que fundara Ricardo Lagos al inicio de la transición democrática..

También los socialistas tienen que pagar un cierto precio por el éxito. En efecto, en este caso es evidente que se ha completado un ciclo. Una actitud partidaria se está afirmando en el presente, mucho más de lo que es deudor del pasado.

Tal vez, hace un tiempo, el PS necesitaba probarse de un modo distinto al característico en el período previo al golpe militar, una etapa que ha sido objeto de la más insistente autocrítica. Pero éste ya no es el caso.

Ahora lo que sucede tiene que ver con el presente. Ya no es que se esté repitiendo el camino conocido “del modo correcto”, sino que no hay registro previo de la ruta que se sigue.

Hasta aquí muy pocos verían un problema. En cierto sentido tienen razón puesto que constituirse en un sólido y permanente respaldo político de Gobierno, permite mostrar una conducta por demás responsable.

Pero el problema radica en decidir cómo se mantiene la impronta de izquierda que justifica la razón de ser de un partido y, al mismo tiempo, se ha convertido en la encarnación misma del “oficialismo”.

En este caso el equilibrio es un producto difícil de conseguir. No por nada, si hay algo que le repele a alguien de izquierda es ser conformista, y estar de punto fijo en el gobierno requiere, por lo general, “ver el vaso medio lleno”.

Nuevamente aparece la pregunta, en otro contexto, pero igualmente acuciantes, “lo estamos haciendo bien, pero ¿seguimos siendo nosotros?”, “¿qué es lo que nos distingue de lo demás?”.

De modo que, cuando tenemos la derecha preguntándose por su identidad en el momento en que aparece que todo le hubiera fallado, de igual manera, quienes han triunfado y pueden presentar varios logros, llegan a la misma pregunta sobre su identidad, su proyecto y los pasos estratégicos que siguen.

El futuro también es identidad

Y, como quiera que se diga, cada cual se encuentra ante la evidencia de un nuevo comienzo. Es algo vivenciado, no sólo declarado. Nadie vive sin historia, pero nadie se mantiene solo para recordar sino para construir.

En un país donde recuperar el pasado es sinónimo de dignidad, no es cosa de dar vuelta la hoja, como tanto nos gusta decir en Chile. Pero ahora nos está pasando algo más rotundo: por más que queremos, el pasado (remoto o reciente) no nos da respuestas para abordar el día a día, para orientarnos en el futuro inmediato o para hablar con nuestros hijos. Se está cerrando la puerta de lo conocido y no será la nostalgia la que abra otra.

En estas condiciones por partidos “progresistas” no tienen más alternativa que intentar la más dura de las experiencias: la de la consecuencia entre lo que dicen y lo que hacen.

Probablemente no exista un desafío más exigente en el momento actual que intentar hacer un partido de ciudadanos. Cualquiera puede encantar por un rato, se pueden encontrar vetas interesantes para los medios de comunicación, se pueden romper esquemas y formatos conocidos, se puede hacer de la irreverencia un estilo.

Pero hasta ahora no se ha visto un partido en el cual el respeto y la promoción del ciudadano de origen a una auténtica democracia interna, sin grupos anquilosados de poder y peleas mezquinas. Hasta hoy los ideales son más fáciles de seguir en la calle que en las sedes partidarias. ¿Acerca más esta elección al PPD a la consecuencia en sus conductas? Por el bien de la democracia, esperamos que sí.
Los socialistas debieran reflexionar sobre el hecho de que el liderazgo de Michelle Bachelet les aconteció más allá de cuanto hicieron por promoverlo. Si estuvieran preparando para promover otras Bachelet, ya pueden empezar a abrazarse y celebrar. Si todavía no se reponen de lo que aconteció, entonces que no abandonen la revisión interna.

Desde luego, el tema nunca ha sido la incompatibilidad de ser de izquierda y estar en el Gobierno. El tema es ser de izquierda y no dejar de estar en otras áreas importantes que no son el Gobierno. Mientras más presencia social, mejor. El tema es ser de Gobierno, pero tener reflexión y aportes propios que muevan al Gobierno hacia delante. ¿Acerca esta elección el PS a la consecuencia en sus conductas? Por el bien de la democracia, esperemos que sí.

Es claro que poner el futuro en la mira, también es parte de la identidad.

viernes, abril 21, 2006

La depresión como modo de vida

La depresión como modo de vida

Parece que no hay dirigente significativo que se respete que no esté instalando una o dos fundaciones. Éste es un síntoma que se repite: la energía de la derecha se disgrega en esfuerzos aislados.

Víctor Maldonado


La derecha y su bioritmo

De la derecha se pueden decir dos cosas: que en las últimas campañas ha logrado converger, al final, en el apoyo a un candidato presidencial; y, también, que en las etapas intermedias recupera su fuerte tendencia a la disgregación.

En este sector no encuentran razones suficientes para mantener la unidad básica que les permitiría ser reconocidos como un auténtico conglomerado, más que los inevitables acuerdos electorales.

Esta secuencia recurrente de períodos breves de convergencia y largos períodos de divergencia no corresponde a la implementación de una estrategia planificada. No es algo buscado, sino padecido.

La derecha no parece un sector que controle su rumbo ni que decida a dónde va. Por eso, sus dirigentes no hacen ningún misterio en la admiración que les produce la experiencia tan diferente de la Concertación. Expresan algo bien parecido a la envidia.

Pero no está claro que esta reiterada experiencia haya servido de escarmiento. En realidad, subsiste la pésima costumbre de cultivar la frustración.

Al más mínimo avance o buen inicio de conversaciones entre los partidos de la Alianza, sus dirigentes se declaran de inmediato en un consolidado proceso de integración; ni cortos ni perezosos sentencian a la Concertación en un avanzado proceso de deterioro (que la llevaría a su inevitable destrucción); y se describen detalladamente los pasos que los llevarán de triunfo en triunfo.

Es como si esperaran que las declaraciones suplieran los procesos efectivos. Pero la realidad insiste en no transformarse como por arte de magia sólo porque se pronuncian las palabras adecuadas. Sobre todo, porque las conductas de las organizaciones políticas de derecha no han cambiado en la dirección requerida.

Piénsese, únicamente, en el ejemplo que, ahora mismo, dan sus líderes. Parece que no hay dirigente significativo que se respete que no esté instalando una o dos fundaciones.

Éste es un síntoma que se repite: la energía de la derecha se disgrega en esfuerzos aislados, mientras oficialmente se insiste en estar concentrados en procesos de integración de lo más exitosos. Que los verdaderos centros aglutinadores sean líderes individualmente considerados, demuestra que la derecha es una denominación común para una realidad de fragmentos.

El hecho que estos centros anuncien que se dedicarán al seguimiento de temas de fondo, señala que la senda para cualquier presentación seria está encaminada a un plazo, a lo menos, mediano. ¿No se nos dijo en la campaña que estaban en una etapa mucho más avanzada?

Un sector bipolar

Pero la derecha no puede ser juzgada rápidamente sólo porque tiene malos momentos, porque éstos duran mucho y porque le encante las peleas intestinas. Más de alguno, viendo el desolado panorama actual podría pensar en obviar a este tenue conglomerado como factor gravitante, y eso sería una grave falta de perspectiva.

Cierto que sus días negros son los más numerosos y que, cuando entra en un estado colectivo de depresión, a la derecha se le pierde la puerta de salida por una temporada larga.

Sin embargo, la oposición es bipolar. Puede pasar de la depresión a la euforia en tiempo record.

Para un observador externo nunca deja de sorprender. Mirado desde fuera, no hay motivos ni para lo uno ni lo otro. En la depresión, la derecha se olvida de sus fortalezas (lo que no significa que los demás la sigamos en su amnesia); en la euforia, de sus debilidades (lo que no implica que los demás tengamos que sacarla de su error).

En cualquiera de estas dos circunstancias, el estado de ánimo entre los partidos no es una buena guía para saber cómo tratarlos. Son distintos a cómo se sienten.

Lo que tampoco se debe hacer es pensar que la derecha se quedará pegada, de forma estable, en una de las fases de su conocido ciclo anímico. Lo sensato es esperar, precisamente, lo contrario. Siempre hay que aguardar que empiece el camino hacia el otro extremo.

Tampoco se saca nada con actuar frente a ella “en promedio”, porque la derecha nunca está en equilibrio sino por casualidad, camino a una de las dos puntas.

Preparándose para lo mejor del otro

Lo único sensato para la Concertación es prepararse a enfrentar a la derecha tal como si está estuviera próxima a alcanzar su mejor desempeño. Tal como si pudiera llegar al tope de sus potencialidades.

Es la única actitud sana que se puede adoptar. Si el resto se acostumbra a ver a la derecha cerca del suelo, empezará a practicar una actividad política cada vez de menor calidad. No podemos entrar en una competencia por mayores niveles de mediocridad.

Esto es importante recordarlo. De momento el Gobierno se pasea por el escenario político casi en solitario. Pero no durará. En pocas semanas culminarán los procesos eleccionarios de los principales partidos oficialistas y de oposición. Es como si se hubiera programado un casi sincronizado y súbito despertar.

Al mismo tiempo, se tiene ya cerca el momento más significativo para el Ejecutivo: la cuenta del 21 de mayo, con ello el inicio de una etapa quedará patente para todos.

Al momento, está claro que la derecha no ha conseguido ser una minoría que contrapese. Es necesario asegurar que exista una mayoría que logra dar gobernabilidad al país. La relación entre bancadas parlamentarias de la Concertación y Gobierno adquiere todavía mayor importancia porque se tiene el predominio en ambas cámaras.

Aun cuando las diferencias y los matices son inevitables, lo importante es que se den en torno a materias con amplio consenso básico, expresadas en el programa de Gobierno. No es lo mismo tener acuerdo de fondo salpicados de diferencias que vivir en el cultivo de las diferencias, suspendidas -de vez en cuando- por uno que otro acuerdo.

El Gobierno, los partidos oficialistas y las bancadas tienen una responsabilidad indelegable y sin excusas.

De lograrlo, la Concertación será fiel a su historia y a su experiencia. Tras todo lo vivido, ya debiera ser un lugar común que el conglomerado no logra derrotar a la derecha cuando lo hace bien. Lo logra cuando lo hace muy bien. No puede ser de otro modo, porque en los momentos álgidos, teniendo la oposición tantos recursos de poder, dentro y fuera del área estrictamente política, lo que cuenta es la trayectoria y la disciplina.

La Concertación no es de súbitas inspiraciones. Es hija del rigor y el trabajo sistemático y constante. Ella no estaba predestinada al poder por un mandato divino, ha llegado y se ha mantenido porque se lo ha ganado a pulso. Y esto no cambiará ni ahora ni en el futuro.

Fiel a su historia, la derecha, tarde o temprano, llegará a la euforia. Así es como es. Lo importante es estar preparados para su mejor desempeño y, aun así, hacerlo mejor.

viernes, abril 14, 2006

Al cumplir un mes de Gobierno...

Al cumplir un mes de Gobierno...

Para la agenda larga, el Gobierno no se basta a sí mismo. Requiere una excelente relación con parlamentarios y partidos de la Concertación, así como capacidad de entendimiento al menos con parte de la derecha.


Víctor Maldonado


En la instalación

¿Cómo ha ido el proceso de instalación del nuevo Gobierno? Para responder esta pregunta, lo más pertinente es compararlo no con la etapa final de la administración Lagos, sino con su inicio.

Pues bien, desde este punto de vista, se puede decir que la situación es similar en un sentido y es mejor en otro. Es similar respecto del ritmo con que las autoridades asumen sus puestos. Aun cuando se tenga la experiencia previa en la administración pública, nadie asume a plenitud sus nuevas funciones sin una aclimatación. El ajuste es triple: al puesto, al equipo ministerial y al estilo presidencial con el que hay que complementarse.

Quien parte por definir su rol -y determinar el de los demás- es el o la Presidenta. A partir de allí, los demás terminan por adaptarse a lo que se espera de ellos y ellas. Algo que es mucho más que definiciones teóricas y que tiene que ver, básicamente, con la práctica: los temas que se abordan, los estilos que se adoptan, el tipo de trabajo colectivo que marca una gestión, el modo cómo se enfrentan las vocerías públicas.

Todo ello se ejecuta y asimila en un tiempo mínimo de aprendizaje. Pues bien, al respecto, la administración Lagos y la actual de Bachelet, en igual momento de sus mandatos, se han encontrado en el mismo predicamento: terminando de completar su período de instalación y estableciendo una cierta identidad pública.

Desde luego, no hay una forma intrínsecamente mejor de gobernar que otra. Pero cada modo de liderazgo tiene que conseguir amoldarse bien con sus equipos de trabajo para obtener plena coherencia interna y potenciar su acción del mejor modo posible.

De manera que, cuando un Presidente despliega su estilo característico, lo obligatorio es que éste sea adoptado por muchos, se potencie por irradiación y -cómo no- sea complementado por sus colaboradores en aquellos aspectos en que sus virtudes estén menos desarrolladas y sean útiles para la gestión pública.

Ya que estamos comparando en líneas gruesas, se puede decir que, a igual tiempo transcurrido, igual estado del proceso de adaptación entre este Gobierno y su antecesor.

Con guitarra y sin derecha

Y, sin embargo, la situación es comparativamente mejor. En una parte importante, ello se debe a los elementos novedosos propios del ascenso de la primera mujer al poder. En parte, también influye el que se esté concentrando la atención en un acotado número de medios a lograr en un tiempo limitado de 100 días. Pero es sólo un aspecto.

Lo que ha resultado totalmente determinante ha sido la relación con otros actos relevantes del escenario político. Lo que está resultando completamente diferente es el comportamiento de la derecha en el momento de la partida.

Cuando asumió Ricardo Lagos, la derecha había sido derrotada en la elección por estrecho margen, pero se sentía vencedora. Es más, se veía a sí misma como inevitable sucesora de quien acababa de iniciar su mandato.

La oposición era bien evaluada, su candidato presidencial estaba en óptimas condiciones, incluso mejorando su aceptación ciudadana -después de la elección- y la inseguridad se había instalado en el bando oficialista respecto de su futuro.

Ahora la situación es bien distinta, tanto para la UDI como para RN. No sólo perdió la elección presidencial, sino que sintió que había sido derrotada en su apuesta de fondo. Un mes después está peor de ánimo, no constituye un auténtico frente común y no se ve a ningún líder que la rescate de la depresión que parece predominar en su microclima.

De modo que, en el hecho, la distancia política entre el oficialismo y la Alianza es el doble de lo que estamos acostumbrados. Incluso las propias encuestas encargadas por la oposición constatan que Bachelet concita un amplio respaldo, que su gestión es apoyada por una sólida mayoría y que sus políticas tienen acuerdo nacional.

Mientras eso sucede, la derecha obtiene una decepcionante evaluación pública de su desempeño, incluso entre quienes se identifican y han votado por la oposición. El momento es todavía más deprimente para los partidos opositores porque no se ve cuándo la situación mejorará. Al contrario, la derecha parece seguir profundizando una dinámica de desconcierto.

Lo que vino tras la elección presidencial no fue el aglutinamiento del sector tras una figura, sino la disputa por un liderazgo que se entiende vacante y abierto a concurso.
No son pocos los que parecen interesados en ser la próxima carta presidencial opositora, y los mismos preparativos para afirmarse en esa condición parecen primar por sobre cualquier intento de coordinación efectiva.

Levantando la mirada

Hace mucho que no se veía un Gobierno en plena posesión del escenario y una oposición dedicada a preparar a sus más importantes figuras detrás de bambalinas, mientras la presencia pública de sus personeros de reemplazo no hace otra cosa que marcar más la falta de contrapeso a la mayoría en el poder.

Quien haya tenido la paciencia de ver las polémicas políticas de las últimas semanas, notará que el oficialismo no encuentra verdadera resistencia a sus propuestas. Ni una sola replica contundente ha podido levantar vuelo. El debate sobre la mantención del IVA pasó sin pena ni gloria y eso que se prestaba para la polémica y los debates encendidos.

Por si fuera poco, una nota que acompaña siempre a un Gobierno que empieza es la crítica a la falta de conducción. En este caso, tal cosa no se ha escuchado ni por asomo.

De esta forma, por lo que se observa, el Gobierno está logrando el control de la agenda durante su período de instalación y bien puede cerrar los 100 días inaugurales centrado en sus propias metas. Todo lo que se puede esperar de la partida está saliendo mejor a lo esperado.

Por supuesto, se trata ahora que el punto de mira, a partir de la cuenta al país del 21 de mayo, no es orientar para un período corto, sino para todo el período de Gobierno.

Algo de esto ya se ha podido observar. En efecto, lo que caracteriza la dirección de Gobierno en los últimos días es el creciente ejercicio de levantar la vista para tratar los temas de más amplio alcance.

En la medida en que algunas materias han quedado encaminadas en el trabajo de comisiones, con plazos acotados y mandatos definidos, se ha abierto el abanico de aspectos que se necesita enfrentar y que no se acotan a los primeros 100 días. Si el Gobierno es corto, no tiene por qué serlo su mirada.

Ha pasado casi inadvertido que la posición de Chile se ha ido fortaleciendo en las semanas recientes; y es notorio que la línea larga se empieza a trazar. Bachelet ha privilegiado la relación con los países latinoamericanos, y en su última visita presenta a la transición chilena como “completa” pero “no perfecta”. Lo que resta son deudas que han quedado pendientes desde la recuperación de la democracia: la reforma del sistema binominal, el reconocimiento de los pueblos indígenas y una mayor descentralización del país. No lo habrá dicho porque sí.

Y aquí está el desafío político mayor. Para la agenda larga, el Gobierno no se basta a sí mismo. Requiere una excelente relación con los parlamentarios y los partidos de la Concertación, así como capacidad de entendimiento al menos con parte de la derecha. Por eso, mucho depende del giro de futuro que ahora se empiece a preparar.

viernes, abril 07, 2006

La elección en la DC: el método es el candidato

La elección en la DC: el método es el candidato

Víctor Maldonado

Hay ocasiones en que al escoger el método se escoge el resultado. Esto es lo que ha acontecido en la última Junta Nacional de la DC. En ella se enfrentaron dos posiciones que medían fuerzas y que dirimieron una competencia al inclinarse por un procedimiento para escoger directiva.

Quien ganó, por estrecho margen, fue la posición de Soledad Alvear: mantener la elección directa, por la base militante. Si se toma en cuenta que esta definición de adoptó en el escenario más favorable para la actuar dirección, es fácil sacar las conclusiones de qué ocurrirá en un proceso que culmina a fines de mes.

En otras palabras, Alvear está en creciente predominio en la DC. La iniciativa cambió de manos. En semejantes circunstancias, lo que cuenta es aumentar su base de apoyo, disminuyendo los temores de quienes aún no deciden a quién apoyar.

En política, no es ninguna novedad que el que tiene todas las de ganar, termine viendo frustradas sus expectativas. Claro que para que eso suceda, aquí es necesario que se enrede en una serie continua de errores tácticos que le resten apoyo.

Lo importante es que el control de los acontecimientos es, en gran parte, autocontrol.

Por eso, si tras imponer un método, se continúa de inmediato con señales de amplia convocatoria, el efecto acumulado es incontrarrestable. Y es esto lo que ha ocurrido hasta ahora.

En el caso de este y de otros partidos, los temores iniciales por superar cuando emerge un liderazgo se concentran en dos aspectos. Primero, que se perciba que la conducción de unos pocos y sus defectos sea cambiada por la conducción de otros pocos, e iguales defectos, pero con ganas de empezar a practicarlos con más entusiasmo.

El otro temor a despejar es parecido. Es la aversión a ver -visto en otras ocasiones- cómo se desanda el camino recién transitado sin iniciar otro. Es la incomodidad que siente quien sospecha que tendrá que recomenzar una y otra vez. Nunca se hacen las cosas del todo mal, los avances pueden ser parciales e igual se pueden perder en la mudanza.

El mensaje ha sido contundente para enfrentar estas inquietudes: de un lado, el equipo encargado de la conducción representa un estilo abierto y un cambio generacional; por otro lado, el discurso apela a todo el partido y no a una fracción.

Las interrogantes del partido

A sabiendas de que está en un puesto de privilegio, a suficiente distancia de sus competidores, Alvear se ha dedicado a ejercer desde ya el liderazgo, sin mostrar dudas y titubeos.

Está convencida, con razón, que si no se aparta de la senda que ha escogido encabezará su partido y se convertirá en un referente obligado de la política chilena.

Pero una cosa es despejar las incógnitas al interior de la DC y otra es despejar las incógnitas que el propio partido genera más allá. De hecho, cualquiera sean los resultados de las elecciones internas, y cualquiera resulte ser el vencedor, las dificultades a enfrentar para que la Falange recupere el liderazgo que tuvo son básicamente las mismas.

En la práctica, los puntos débiles de la DC son resumidamente dos: una referida a la percepción ciudadana y la otra, a su capacidad de enfrentar desafíos políticos de magnitud.

En cuanto a la percepción ciudadana, la dificultad de fondo consiste en que la DC no es asociada a ninguna característica positiva de un modo inequívoco y singular.

Hay partidos asociados a la modernidad, al progresismo, a la protección del medio ambiente, la defensa de los ciudadanos, los valores tradicionales, el conservadurismo valórico, la defensa del laicismo, la identificación con una clase social... en fin. En cierta medida, todos “son” algo y eso determina rechazos o adhesiones primarias.

En cambio, por los datos que disponemos, se puede decir que el PDC tiene un poco de todo y de todo un poco, pero nada que marque una identidad vigente. Mientras más historia recuerde un ciudadano, más puede asignarle atributos a la DC, pero quienes están en esta condición son cada vez menos, y tal vez no sean los sectores más dinámicos.

Del mismo modo, a lo primero que se asocia el PDC es al ejercicio del poder y a las disputas por alcanzarlo. En otras palabras, la Falange está, ocupa su espacio, marca su presencia, pero no la justifica. Como colectivo, es un protagonista con alma de actor de reparto.

En seguida, este partido se ha fijado siempre grandes metas, pero ha ocupado para ello las plenas energías de una parte de sus afiliados. La estrategia con que enfrentó la última elección parlamentaria fue muy ambiciosa. Se quiso, al mismo tiempo, estar en todos lados, sacar muchos votos, obtener más parlamentarios y, además, desplazar a otros partidos del liderazgo.

La idea era buena (cómo no) y, además, no era descabellada. Pero a condición de movilizar todo el partido y tener el entusiasmo de muchos más que simpatizaran con estos propósitos. Y allí estuvo la falla.

Se quiso hacer con medio partido lo que sólo podía “partido y medio”. La organización no daba el ancho para propósitos ambiciosos. Quien conduzca la DC debe afrontar esta realidad, sin entretenerse en vanidades personales, sectarismos de grupo, consuelos de nostálgicos y envidias de desplazados.

La fuerza del partido

La DC puede ejercer un rol conductor en la política. A condición de aprovechar todo lo que tiene e incorporar la generosidad a su práctica política (recuperarla, más bien).

La Democracia Cristiana cuenta con un gran número de líderes, que tienen respaldo público y una buena evaluación ciudadana. Hasta hoy los democratacristianos pesan más de a uno que juntos. Quien conduzca debe potenciar los liderazgos, sin importar las diferencias internas que representen. Ya la ciudadanía escogerá, como ocurre en cualquier democracia. La misión partidaria no consiste en torpedear sus figuras sino en levantarlas. Es lo primero a concordar entre quienes ganen y pierdan en esta elección.

En seguida, la DC está presente en muchos lugares. De lo que se trata es que esta presencia sea asociada a un ejercicio de una política de alta calidad. Los valores se cultivan, los militantes se forman, las opiniones se fundamentan, los jóvenes son tratados como la mayor riqueza que se puede tener. En otras palabras, un partido debe dedicar mucho esfuerzo a constituirse en una comunidad cuya convivencia ayuda a unos y a otros a ser mejores. Si esto nunca hubiera existido, no valdría la pena mencionarlo; pero en varias ocasiones la DC ha dado ejemplo al respecto. Puede volver a hacerlo.

Cuando las figuras de un partido pesan más que el colectivo, eso significa que hay mucha energía disponible que se está desperdiciando. Lo mismo con las ideas. Hasta ahora la DC visita los temas de la agenda nacional, pero no toma posesión de ellos. Puede y debe hacerlo con un número escogido de ellos. Familia y protección; integración regional y cohesión social; participación y Gobierno local; innovación y pymes; son temas que tienen estas características.

Son temas grandes. Se sabe que la DC elige directiva, queda saber es si escogerá un rumbo.