viernes, julio 27, 2007

Aunque usted no lo crea

Aunque usted no lo crea

Se puede llegar a concordar con evitar los acercamientos al adversario por temor a que éste pueda obtener beneficios mientras uno obtendría sólo perjuicios. Eso no es muestra de autoconfianza.

Víctor Maldonado


Los despistados son siempre dispersos

COMO SUELE OCURRIR antes de cualquier hecho importante, el acontecer político parece haberse diluido en una serie de sucesos de poca monta. Parecen predominar las pequeñas agendas individuales y de grupo.

Algunos como Sebastián Piñera tratan de dar vuelta la página sobre su cuestionada operación económica protagonizando episodios mediáticos insustanciales. Tal vez lo más permanente que ha quedado del episodio es constatar que existen límites para lo que se puede hacer, y que ellos no son sólo legales. También cuenta lo éticamente correcto y aceptable, aspecto que está pesando y seguirá pesando cada vez más.

Pero algo sucede con el devenir constante de superficialidades: produce la sensación de vacío. Al final, se hace sentir la necesidad de diálogos conducentes, discusiones de fondo, debates sobre lo medular. De modo irremediable, surge un clamor de protesta cada vez menos contenida ante la persistencia de las conductas narcisistas de varios personajes públicos y ante el comportamiento autorreferido de los partidos. Está faltando diálogo político destinado a llegar a acuerdos.

En vez de eso, cada vez que aparece el tema o se hace un llamado a asumir una conducta más constructiva, aparece un nuevo motivo para una colección de monólogos, esta vez especulando sobre qué condiciones se deben cumplir antes de que sea posible llegar a acuerdos.

La mayor insistencia en superar el nivel del puro conflicto verbal ha provenido de la Concertación y el Gobierno.

Aunque parezca raro, eso ha confirmado a los opositores más duros en la necesidad de persistir en su crítica. El recuerdo de la negociación entre Insulza y Longueira es tan fuerte que cualquier llamado es interpretado como signo de debilidad, de petición de apoyo indiscriminado, como intento de llegar a negociaciones generales o, incluso, como cazabobos.

Pese a las suspicacias, es fácil comprobar que no se trata de la adopción de una nueva estrategia o una hábil maniobra destinada a ganar tiempo. Se trata de hacer política con todas las facetas que requiere la democracia para funcionar adecuadamente. Cuando sólo se marcan las diferencias, pierde el país. De eso se ha dado cuenta la opinión pública con meridiana claridad.

La mala moneda ha desplazado a la buena

Hay que producir un cambio, porque el rechazo ciudadano de esta práctica tiene que ser obligatoriamente recepcionado por los actores políticos y debe modificar su conducta.

De otro modo, la actividad política se degrada por inadaptación a las necesidades de la sociedad a la cual se debe servir.

Existe un déficit de diálogo y acuerdo, resultado de una evaluación de conveniencias y de mejores oportunidades de parte de la oposición. Lejos de ser una fatalidad, es la consecuencia de decisiones políticas.

Es la persistencia de una opinión ciudadana sólida la que explica el inicio de un cambio de conducta en la derecha. Los resultados se parecen mucho a un tiro por la culata. Puede que el objetivo sea el producir un desgaste en el Gobierno, pero lo que ha producido es un desgaste de la convivencia y de la propia oposición.

La derecha no ha avanzado nada en relación con el punto de partida, en cuanto a la adhesión partidaria. De los desencantados de la política casi dos de cada tres provienen de personas que antes adherían a la oposición. Como diría el general Pirro: “Otra victoria como esta y perdemos la guerra”.

La pura crítica y el rechazo al Gobierno no habilitan para ganar La Moneda. La derecha tiene buenos políticos y estrategos, pero no son ellos los que están predominando y marcando la pauta. Los que ponen el tono son los exaltados y los personajes con menos matices de pensamiento, de vocabulario más reducido y que se exaltan con rapidez.

Los resultados parciales no permiten abrigar dudas respecto al camino escogido.

Se puede llegar a concordar con evitar los acercamientos al adversario por temor a que éste pueda obtener grandes beneficios mientras uno obtendría sólo perjuicios. Pero eso no es una muestra de autoconfianza. Hay que rectificar.

Como siempre, lo que permite los acercamientos no son los prejuicios o las puras conveniencias, sino las coincidencias objetivas entre los planteamientos de los otros y los propios.

Competir construyendo

Pese a lo fácil que resulta simplificar, no hay que errar en el juicio ni suponer intenciones.

El Gobierno no está pidiendo apoyo para que se le otorgue respaldo a su gestión. Lo que está pidiendo es apertura para concordar iniciativas específicas de importancia nacional. No es un curso de acción que está adoptando en este último período, sino la reiteración de un llamado que se ha hecho desde el inicio de esta gestión y que ha tenido siempre el mismo propósito.

Así, por ejemplo, más allá de lo que cualquiera puede opinar, lo cierto es que Chile ha hecho una apuesta de largo plazo por llegar al desarrollo, mejorando su educación.

Estamos aquí ante un típico caso en que la prioridad no permite decidir por cálculo pequeño. Incluso por conveniencia hay que evitar que iniciativas clave queden rezagadas por consideraciones menores, a riesgo de ser penalizados por la mayoría ciudadana.

Se trata de establecer un modo de proceder, según el cual ningún bando pierde, pero sobre todo, es el país el que gana.

Por eso la derecha ha empezado la presentación sistemática de propuestas e iniciativas en áreas especialmente sensibles: ya sea la reforma de la ley general de educación, la reforma electoral o más adelante, la seguridad ciudadana.

Con esto, el debate cambiará, puesto que llegará a una contraposición de perspectivas, punto a punto.

Pero no se trata de tener permanentemente a disposición un contrapunteo por algún gusto argumental. O como un modo de ir acumulando puntos para llegar mejor apertrechando a la carrera presidencial.

Se requiere producir efectos prácticos y eso implica afectar y modificar la legislación hoy. No dejarlo para un eventual futuro.

Proceder de esta forma es el triunfo de los matices y las conductas consistentes.

En el caso del oficialismo también el desafío es grande. En todas las coaliciones existen quienes creen que la política se puede practicar a punta de puros golpes tácticos. Hay otros que creen necesario establecer rumbos definidos que permitan optar.

Los primeros son los que han perdido la brújula, porque quien vive para la táctica trabaja para sí y ni siquiera eso lo hace bien.

Está claro que la importancia creciente que está ganando la generación de planteamientos no permite un manejo de día a día, caso a caso, personaje a personaje.

El juego en base a propuestas es un juego de equipos y esto implica que ya no se busca vencer por un golpe de mano, sino ser sólido y sistemático. Para eso, la condición es que cada cual logre el control de los disidentes, de los desplazados, de los disconformes y de los pendencieros que, a decir verdad, no son pocos.

Simplemente porque se está tratando de apoyar una idea no se puede quedar al arbitrio de las innumerables opiniones personales de cada uno de los líderes y al vaivén de cada cambio de circunstancias.

El control de la agenda pública es un autocontrol. Dialogar parece fácil, pero es muy exigente. Requiere trabajo de equipo, coordinación y tener definido desde el inicio qué es lo vital e intransable de la propia iniciativa y qué se puede aceptar de los otros. Pero por exigente que resulte, es lo único responsable como conducta. Al final, hay que presentar resultados y no explicaciones.

viernes, julio 20, 2007

El que cambia para mejor, gana

El que cambia para mejor, gana

El problema para que la UDI levante una candidatura en forma no se restringe sólo a la evidente ventaja inicial de Piñera. También cuenta el hecho de actuar como un partido dividido.

Víctor Maldonado



Buscando desempatar

Por supuesto nadie puede gobernar con las encuestas, pero tampoco es sensato no aprovechar al máximo la información que ellas entregan. Y lo que nos están diciendo los estudios es que se ha establecido un virtual empate entre los conglomerados políticos. Es como si el país completo estuviera en la duda, esperando a formarse un juicio más definitivo sobre las cosas.

En el caso del Gobierno, el punto neurálgico no se localiza tanto en el tema de la gestión. En la evaluación pública influye aún de manera decidida el caso de Transantiago y se puede contar con que un alivio en la presión en esta área traerá consigo una recuperación en el cómo se evalúa al Ejecutivo en general.

Lo cierto es que desde el Mensaje Presidencial del 21 de mayo, el Gobierno detuvo su caída constante en el apoyo, pero tampoco se puede esperar una recuperación de forma constante siguiendo la pura inercia.

La oposición se ofrece como alternativa, pero no concita interés adicional.

En estas circunstancias, cada cual se está moviendo en una línea horizontal, con leves oscilaciones, pero manteniendo una situación que aún no se dirime.

Un escenario de relativo empate no se puede mantener por un tiempo indefinido. Las primeras señales apuntan a que es el Gobierno quien tiene las mayores posibilidades de remontar, a condición de mantener la iniciativa política. Y, sin duda, con un apoyo más completo de la Concertación esto es lo que ocurriría. Pero lo efectivo es que la disidencia en los partidos y en el Congreso pesa, se nota y juega en contra.

La oposición tampoco está en condiciones de mostrar una completa unidad, aunque esto ocurre más en la relación entre partidos que en el Legislativo.

En otras palabras, estamos en plena competencia. Existe un factor que está pesando en el momento en que se dirimen tendencias. Mientras la derecha se ha estado preparando casi exclusivamente para el peor desempeño de la Concertación y del Gobierno, no parece estar aconteciendo lo mismo en sentido inverso. La Concertación siempre ha sabido competir con la derecha porque nunca ha caído en la tentación de menospreciarla y se ha preparado para enfrentarla considerando la posibilidad de que ésta alcance su mejor desempeño.

Así que si bien la falta de flexibilidad para adaptarse a la contingencia (incluso a lo bueno que haga el adversario) es el punto débil de la oposición, su principal fortaleza consistía en tener un candidato indiscutido tras el cual ordenarse, quiérase o no. Como se sabe, esto duró hasta que al abanderado no se le ocurrió nada mejor que ponerse en entredicho.

Despertando candidatos

No cabe duda de que Sebastián Piñera ha tenido un retroceso debido a una operación económica cuestionable de la que es por entero responsable.

Aun cuando el traspié no se ha notado de inmediato en las encuestas, su problema no es numérico, sino político. Lo que ha sucedido es que despertó la competencia con la UDI y en la UDI. El gremialismo está pasando de una cierta resignación a una resistencia activa, alentada por los errores ajenos.

Pero éste ya no es el monolítico partido de antaño. No está reaccionando como un todo, las fracciones internas son cada vez más conscientes de serlo y la confianza mutua entre sus integrantes va en retroceso.

No podía ser de otra manera. Todavía está fresca en la memoria la oposición interna a la candidatura presidencial de Pablo Longueira. Las razones esgrimidas por los que compiten ahora por sustituirlo fue que no habría que adelantar un proceso que debía esperar hasta después de los comicios municipales.

Al parecer, la idea de no adelantarse sólo pareció tener vigencia mientras Longueira estuvo a la cabeza. Cuando salió de circulación, las mismas cosas antes cuestionadas empezaron a verse con otros ojos por Evelyn Matthei y Hernán Larraín.

Sin embargo, existe una diferencia entre ellos. Larraín no se mueve en las encuestas, a pesar de que ha entrado en una campaña no reconocida, pero reconocible. En cambio, Matthei ha quedado ubicada en un importante segundo lugar después de Piñera entre las personas que se definen de derecha y centroderecha. Y eso es algo que está causando efectos dentro del gremialismo.

El problema para que la UDI levante una candidatura en forma no se restringe sólo a la evidente ventaja inicial de Piñera. También cuenta el hecho de actuar como un partido dividido.

La prensa que le es afín gusta de mostrar a Longueira como un líder visionario, que supo desde el inicio que había que competir desde ya para tener alguna opción de revertir las cosas. Sin embargo, esto no es lo más destacable.

Lo que impresiona más es que, a diferencia del pasado reciente, el otrora líder indiscutido del gremialismo hoy plantea su postulación dentro del círculo directivo y no concita ni apoyo ni respaldo. De hecho, resulta aislado y su breve carrera a la Presidencia queda condenada a morir de inanición.

No sólo de la Presidencia vive el político

A todo esto, ocurre que ningún partido responsable juega su destino a una sola carta. Se puede apostar al premio mayor y perder (la derecha sabe qué es eso). Los partidos saben que no quieren ser por completo absorbidos por la contingencia presidencial. No quieren que su agenda sea capturada por las iniciativas de un comando presidencial o de un candidato, menos cuando el postulante se ve propenso a cometer errores.

Como ya se ha visto, el candidato más posicionado puede ponerse a sí mismo en posición de peligro. Y no falta el que se da perfecta cuenta de que quien puede hacer esto una vez puede volver a tener nuevas reincidencias.

La oposición tiene que dedicarse a realizar la mejor acción política de la que sea capaz, en todas las facetas relevantes. Algo que no se ha hecho bien si se ha de hacer caso a la opinión mayoritaria de los ciudadanos.

El unilateral predominio de la confrontación y de la búsqueda del desgaste del adversario no dan el ancho de lo que se necesita para empezar a adquirir renovada credibilidad.

En democracia, la actividad política es un instrumento en el que hay que saber tocar todas las teclas para que el resultado sea armonioso. No existe oposición exitosa que no llegue a acuerdos prácticos con el oficialismo, de vez en cuando. Es cierto que llegar a ellos por principio puede terminar por beneficiar al adversario, pero no es menos cierto que no llegar a acuerdos nunca, puede terminar con el mismo resultado.

Por lo demás, apostarlo todo al desgaste resulta ser un simplismo, que pone al juego político muy por sobre el centrarse en las personas y de las consideraciones de bien común.

Lo que termine ocurriendo con la Concertación se relaciona mucho más con lo que le suceda internamente que con lo que pueda hacer la derecha. Por mucha habilidad y astucia que despliegue del otro lado de la valla.

La derecha no puede ser un bloque de oposición cerrada a lo que sea que provenga del Gobierno. Si lo hace, perderá porque merecerá perder.

La Concertación ha de hacer un buen Gobierno, y la oposición a sus iniciativas debe provenir de fuera de sus filas, no de su interior. Puede haber desertores e individualistas, pero no se ha de perder del objetivo principal. Y eso requiere que la mayoría ordene sus propias filas. De otro modo no va a ganar de nuevo.

Ahora veremos quiénes cumplen mejor, y desde ahora, con sus obligaciones.

viernes, julio 13, 2007

El depredador

El depredador

Está claro que hay alguien a quien no ha podido vencer y al parecer no podrá hacerlo en el futuro. Ese personaje es él mismo. Ahora, Piñera candidato ha perdido la batalla ante Piñera depredador.

Víctor Maldonado


¿Por qué a mí?

UN INSTANTE DECISIVO para una campaña presidencial es su lanzamiento. Un inicio mal cuidado o un tropiezo en el punto de partida implica la obligación de dedicar tiempo y esfuerzo a subsanar errores. Y la idea no es ésa, sino avanzar a buen tranco, más rápido y con mayor efectividad que los adversarios.

Sobre Sebastián Piñera se pueden decir muchas cosas, excepto que haya partido de manera impecable.

En realidad se puede afirmar, sin duda, que lo que menos que ha perdido en este episodio es el dinero destinado a pagar la sanción de la SVS. Si se juzga por las actuaciones posteriores, también dilapidó recursos en sus asesores, puesto que el resultado conseguido estuvo lejos de ser el mejor.

No es para menos. Eso de convencer al candidato RN de usar como argumento que su conducta era igual a la de otros muchos infractores pero sólo él es sancionado, linda en lo bochornoso.

Considerar que un fallo desfavorable tiene intencionalidad política es otro error y constituye un retroceso neto. Piñera ha seguido tratando de convencer a otros de que es un perseguido o, al menos, un sometido a discriminaciones. Pero con tanta acción pública, lo que está consiguiendo es llamar la atención -todavía más y por más tiempo- sobre un hecho cuestionable.

Uno sabe que la derecha tiene razón cuando critica a alguien del oficialismo y éste se escuda en cómo se procedía en dictadura o cuando pone el acento en las malas intenciones de quienes lo critican.

Es un error por dos motivos, que la derecha (y cualquiera) conoce bien. Primero, porque es efectivo que en temas morales y legales no se aplican “teorías del empate”. Las conductas se juzgan en sí, no mejoran o empeoran porque existan otros infractores.

Si Alí Babá fuera capturado, no sacaría nada con decir que conoce a 40 que hacen lo mismo y que, mientras no sean capturados, mantenerlo a él detenido sería algo desigual. Sólo conseguiría que todos tomarán plena conciencia de que faltan 40 por capturar, y nadie concluiría que fuera necesario dejar libre a Alí Babá.

Tampoco alguien de la Concertación podría pedir que se olvidara una falta real, dado el interés político que tiene la oposición al denunciar un caso.

Las intenciones de un acusador pueden ser las peores del mundo, pero lo importante sigue siendo que la actuación de un hombre público pueda superar el escenario más exigente. Tiene que responder con la misma transparencia y rectitud que tendría ante un acusador con intenciones angelicales, porque no importa la acusación, sino la veracidad o falsedad de los hechos denunciados.

Ellos comenten crímenes, nosotros tenemos percances

Aquí es donde se puede apreciar una fuerte tendencia a aplicar un doble estándar según se trate de los adversarios o de uno mismo. En el primer caso se es implacable y nunca parecen suficientes las explicaciones. En el segundo, se adopta de inmediato el papel de víctima perseguida por un destilado de maldad humana que se tiene al frente.

Al final, parece ser que lo más importante no resulta la sanción, ni las intenciones del sancionador, ni las extensas declaraciones del sancionado. Lo que más importa es que el uso de la información privilegiada prohibida para sacar ventajas personales y lucrar con ello es algo sancionado legalmente y reprochable éticamente.

De manera inevitable se termina pensando en los riesgos que asume un país al existir la probabilidad de que quien es sancionado por un organismo del Estado quede a cargo de velar por el buen funcionamiento del Estado.

Cuando alguien que aspira a la Presidencia y sabe lo que tiene que hacer y lo que tiene de dejar de hacer, no puede evitar el realizar este tipo de conductas, de verdad preocupa.

Porque estamos ante alguien que actúa como depredador, que no se logra contener (suponiendo que lo esté intentando). Ante la proximidad de la presa, resultó imposible el autocontrol.

Si alguien aspira a conducir el Gobierno en poco tiempo y se comporta así a las puertas de empezar a competir, ¿por qué habría de cambiar en algún momento? Ése es el punto.

Claro, se puede argumentar que dejará su fortuna a cargo de otros y ya no sabrá cómo y en qué se invierte. Pero alguien que es millonario por décadas y seguirá siendo empresario después de un corto período de cuatro años, ¿pondrá bajo fideicomiso ciego sus inclinaciones más básicas?

Creo que la duda es legítima y el que la ha puesto en un lugar destacado y a la vista de todos es el propio Piñera, nadie más. Aquí no hay ninguna “operación política”, hay una operación económica que ha quedado al descubierto, en la que existe un solo actor involucrado y que actúa por libre voluntad.

Sin embargo, tengo que aclarar que confío más en Piñera que en sus aduladores. No lo puedo evitar. Me preocupa su capacidad de generar una corte de rastreros (expertos en genuflexiones) a su alrededor.

Ya a estas alturas se pueden contar gran número, algunos incluso con fama de duros, que no tocan a Piñera ni con el pétalo de una rosa.

El imán de rastreros

Todos conocemos a alguno de esos defensores de la ética especializados en actuar sobreseguro ante quienes dejaron el poder. Esperan agazapados que un personaje deje la primera línea para lanzarse a morderlo con sinigual valentía. Suelen ser los que antes lo adulaban... o los tenía contratados.

Pero con Piñera sucede algo peor, porque se trata de un personaje muy influyente en más de un ámbito, por lo que su poder de atracción aumenta. Una anécdota devela cómo opera este mecanismo y, de paso, retrata de cuerpo entero al personaje.

Apenas terminado el proceso de compra de Chilevisión, asistió en calidad de invitado a uno de los programas de ese canal. Cuando estaba por salir al aire, se le señaló la cámara que lo enfocaría al abrir el programa. Le dijeron: “Señor Piñera, la cámara 1 es suya” y comentó muy natural “… y también la cámara 2, la 3 y la 4”.

En efecto, era dueño de todo y lo sabía. Me asusta la posibilidad de que, donde dice cámara, pueda reemplazarse por el nombre de servicios públicos o de personas.

Se dirá que esto no es posible. Que este es un país demasiado serio como para que esto ocurra. Pero no logro que la preocupación se me quite.

Veo programas de televisión en que panelistas pugnan por alabar al candidato-empresario: “Él es de una inteligencia superior”, “lo admiro”, “todos debieran seguir su ejemplo”. Otros luchan por mostrarse cercanos: “Sebastián me dijo el otro día”, “si pero a mí me contó ayer…” y todo esto me da vergüenza ajena.

Veo los editoriales y artículos de observadores “independientes” que reproducen la argumentación de los abogados de Piñera como si fueran ocurrencias propias y me alarmo. La acumulación de poder siempre crea peligros y casi nunca de manera injustificada.

Creo que la campaña de Piñera partió mal. Ha despertado temores, junto con las adhesiones obvias. En votaciones tradicionalmente estrechas como las presidenciales esto no puede ser bueno.

En fin, el primer caso ya está dado y ya veremos lo que sigue.

Por ahora vemos cómo un manto de silencio se posa suavemente sobre sus errores para convertir esto en un “episodio”. Pero el control de las comunicaciones no hará que los temores desaparezcan.

Hasta ahora el abanderado de derecha ha declarado que está dispuesto a enfrentar a cualquiera que se le presente por delante. Pero está claro que hay alguien a quien no ha podido vencer y al parecer no podrá hacerlo en el futuro. Ese personaje es él mismo.

En esta ocasión, Piñera candidato ha perdido la batalla ante Piñera depredador.

viernes, julio 06, 2007

Sobre alojos y desalojos

Sobre alojos y desalojos


Tras medio siglo desde que se ganó por última vez, ya ha tenido suficiente tiempo de reflexión. Tenemos derecho a encontrarnos con resultados más exigentes luego de esta meditación.

Víctor Maldonado


La interpretación es lo primero que se gana

EN CHILE se va a entrar en un debate político de fondo. De lo que se trata es de saber quién impondrá su interpretación acerca de cómo le ha ido al país durante los gobiernos de la Concertación.

La derecha intentará mostrar lo mal que lo ha hecho el oficialismo, así como lo necesario que resulta cambiar la coalición gobernante.

Con este propósito se ha instalado una especie de competencia en la oposición por lograr el liderazgo intelectual. El esfuerzo más destacado ha sido encabezado por el senador RN Andrés Allamand, quien ha publicado un libro al que, por si alguien tuviera dudas sobre sus propósitos, llamó simplemente “El Desalojo”, seguido del subtítulo (algo innecesario) de “Por qué la Concertación debe irse el 2010”.

La afirmación de base de este autor es que la Concertación se encuentra lejos de lograr el desarrollo y derrotar a la pobreza.

El crecimiento económico se ha ido desacelerando y, como la disminución de la pobreza depende del mayor crecimiento, esto último también se había estancado. “No cabe duda -afirma enfático el senador RN-, mientras más gobierna la Concertación, más lento es el crecimiento y más se ralentiza la reducción de la pobreza”.

En cada capítulo Allamand va mostrando a un conglomerado de Gobierno sobreideologizado, anclado en lo pretérito, extremadamente dividido y carente de ideas útiles, salvo cuando se las copia a la oposición o a otros.

Por cierto, siempre es lícito esquematizar la posición del adversario, con la finalidad de presentar las diferencias básicas de un modo más pedagógico.

Pero, en este caso, se utiliza este recurso más allá de lo aceptable. Lo que hace el autor es confeccionar un mono de paja al que llama Concertación. Le atribuye toda clase de opiniones simplonas y trasnochadas. A continuación se lanza como caballero andante envistiendo al monigote.

En todos los casos derriba al muñeco sin dificultad, tras lo cual celebra exuberante su fácil victoria.

¿Qué gana con todo esto? ¿Qué sentido tiene convencer a los ya convencidos? Por eso, la finalidad expresa del libro no parece coincidir con su objetivo de fondo. Aquí lo que se está procurando es ganar la vocería de un sector político completo a un nivel más refinado que el debate de trinchera.

Mérito en las partes, interpretación simplista

Por supuesto, la publicación tiene méritos indudables si se lo compara con la argumentación frecuente empleada por la mayoría de la dirigencia opositora.

Existe información reunida y sistematizada por cada tema tratado. Existen referencias a autores y teorías vigentes que son empleadas en la argumentación. Se hace uso de estadísticas presentadas en series temporales que resultan muy ilustrativas.

Todo esto denota un trabajo de equipo muy interesante, y al que se le debe atribuir gran parte del interés que el libro puede tener. Es una lástima que al autor-editor no se le haya ocurrido hacer una referencia explícita a sus jóvenes colaboradores.

Pero el problema no está ni en la información ni en la presentación de las ideas de otros ni tampoco en las críticas concretas ante las fallas de la Concertación. Todo esto está muy bien.

El problema se encuentra en que el conjunto de estas piezas, valiosas en sí mismas, es hilvanado con una argumentación política mucho menos refinada, que no tiene intención alguna de mostrar un cuadro ponderado de la realidad chilena.

Se trata de un análisis completamente subordinado a objetivos políticos. La argumentación cede el paso en sus mejores momentos a la petición de principios, a los lugares comunes, a las hipótesis de trabajo convertidas en algo parecido a dogmas. El espíritu de secta toma la delantera, pese a la cubierta académica que lo recubre todo, menos el fondo de lo que se dice.

El problema con este libro es que queda atrapado en sólo una alternativa para validar el análisis completo: las cosas tienen que ir de mal en peor.

Como la Concertación es mostrada como una maquinaria en progresiva oxidación, lo único que queda es que vaya mostrando cada vez peores resultados.

Imagínese lo que sucede cuando poco después de la aparición del libro se dan a conocer algunos datos centrales: la drástica disminución de la pobreza, el decrecimiento de la parte extrema de ésta y el ajuste positivo del crecimiento del PIB para este año.

Cuando las predicciones no concuerdan con la realidad, sólo quedan dos caminos: o se enmiendan las predicciones (reconociendo que no se consideraron adecuadamente todos los elementos) o se responde ¡negando la efectividad de los datos!

Lamentablemente fue este último el camino escogido. Y esto es doblemente lamentable, porque en la misma publicación que comentamos se describía con mucha precisión a este tipo de actitud en política. Al hablar sobre “los ungidos”, siguiendo a un conocido autor, señala que para ellos “los hechos importan poco.

Mucho más relevantes son sus opiniones acerca de los problemas. Y cuando los hechos y visión no coinciden, peor para los primeros. Como los hechos no interesan, los errores tampoco son significativos. Así, entre los ‘ungidos’ abundan los profetas”. Nunca mejor dicho.

Lo se está alojando

En la derecha se está alojando una actitud que no le hace bien al país. Lo que sorprende no es la crítica, sino el tono. Uno puede identificar todo aquello que le parece errores, insuficiencia y carencias de los adversarios. Y no hay nada que objetar al respecto.

Lo que resulta más infrecuente de ver es que se adopte el tono de quien posee todas las respuestas, las que, por lo demás, son siempre “obvias”.

Ante la natural pregunta de a qué se puede deber que un grupo de personas que se las sabe todas y que conoce las respuestas a la pregunta que sea, hayan sido desplazadas por una tropa de ineptos, incompetentes y desorientados, la respuesta parece estar en que éstos últimos, no obstante echar a perder cuanto tocan, “están dispuestos a todo por quedarse en el poder”.

En este punto es necesario hacer un alto. Hasta el más derechista puede aspirar a ganar la Presidencia sin necesidad de afirmarse en un análisis tan parcial. En algún momento la inteligencia exige una mayor autocrítica.

En poco tiempo, se cumplirán 50 años desde la última vez en que la derecha ganó una elección presidencial. De allí en adelante, nunca más volvió a llegar al poder por las buenas.

La última vez que se alojó en La Moneda fue después de un bombardeo. Mal que les pese, en cuatro ocasiones, la Concertación ha solicitado el apoyo popular y ha obtenido un respaldo mayoritario. Sólo un obtuso puede creer, de verdad, que esto se debe a pura perfidia y a nada de méritos.

Tras medio siglo transcurrido desde que se ganó por última vez, ya se ha tenido suficiente tiempo de reflexión. Varias generaciones lo han tenido. Los demás tenemos cierto derecho a encontrarnos con resultados más exigentes luego de esta meditación. Es lo menos que se puede pedir.

La derecha utiliza bien todo tipo de instrumentos, encuestas, sondeos y estadísticas. Pero el más básico y antiguo no acostumbra a usarlo: el espejo. Cuando lo utilice quizá descubra por qué gente tan individualmente capacitada ha terminado siempre por ser colectivamente una decepción.