viernes, enero 26, 2007

El ajuste es el camino

El ajuste es el camino


El deporte de la temporada parece ser el abrir el apetito de muchos al insinuar, como lo ha hecho el presidente de la UDI, Hernán Larraín, que la derecha está dispuesta a nombrar a un candidato presidencial “con pasado concertacionista”.

Víctor Maldonado


Cada cual ha escogido su propia vara

Los dos conglomerados políticos más importantes han definido su estrategia de aquí a las elecciones municipales. Corren por carriles separados. Cada cual ha fijado sus metas, sus objetivos y sus procedimientos casi con independencia de lo que el otro haga. Pero ambas tienen una envergadura completamente diferente.

Lo que veremos desarrollarse en los próximos meses, es algo que se ha terminado de conformar en estos días por el lado del oficialismo, y que no espera verse modificada mayormente por el camino. Con tanto tiempo de anticipación, la suerte está echada, y sólo al final del camino se sabrá quién logró la mayor cuota de acierto.

La oposición no ha hecho ningún misterio de su forma de proceder: en la práctica su estrategia consiste en el desgaste del Gobierno y de su coalición. Aprovechar errores, amplificar problemas, generar la sensación de ciclo terminado, y, en fin, convencer de que es dañino para el país la sola idea que la Concertación continúe en el poder.

De este modo, la derecha quiere competir con la Concertación para ganar la próxima elección presidencial confiando en que su rival se irá debilitando. Ahora mismo, el deporte de la temporada parece ser el abrir el apetito de muchos al insinuar, como lo ha hecho el presidente de la UDI, Hernán Larraín, que la derecha está dispuesta a nombrar a un candidato presidencial “con pasado concertacionista”.

El punto débil de esto es que una política de erosión sistemática requiere de un candidato propio aceptado por todos. Y eso aún no ocurre. Piñera es el único que se sostiene en las encuestas, pero definitivamente no es del gusto de todos. Incluso, el presidente de RN, Carlos Larraín, ha dicho que su sector debe potenciar diversos liderazgos para aplacar las críticas oficialistas. Esta débil explicación no justifica un movimiento tan generalizado que, obviamente, alcanzará una dinámica muy potente en la UDI. En el fondo de trata de abrir el abanico, por que aun es tiempo y porque nada se pierde con proyectar diversas figuras.

El problema de las bombas racimo

Aun cuando hoy no sabemos cuan efectiva puede llegar a ser, esta estrategia no es de alto vuelo y puede llegar a tener efectos indeseados. La actividad política no debe ser entendida como un enfrentamiento entre dos rivales que no se dan cuartel. Este es el principal defecto en la actitud asumida por la derecha.

La actividad política es un asunto de muchos. Y es la opinión pública la que juzga al final.

El problema de los que se dedican a la política no es algo que opine un sector político respecto de los otros, sino lo que piensan los ciudadanos respecto del conjunto de los que se decidan a la actividad pública. En una reciente encuesta de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano se encontró que 79% de los consultados opinó que a los políticos no les importa mucho lo que piensan las personas. Es una opinión bastante generalizada, que ha ganado en extensión en el último tiempo.

La oposición tiene que ejercer la crítica respecto de lo que hace el Gobierno. Pero no tiene la última palabra. De momento, ha tomado tan pocas precauciones que está siendo dañada por su propia acción de amplio desgaste. Es el problema con las bombas racimo.

Hace ya bastante tiempo que se tiene la comprobación que el modo cómo se está ejerciendo la crítica política es altamente penalizada.

Lo propio de un actor político en plena posesión de sus capacidades, es que reacciona ante las conductas y las opiniones del electorado. Puede decidir mantener una posición impopular en alguna materia, pero a sabiendas de los riesgos que asume. Nunca por incapacidad de variar una conducta monotemática.

La oposición, sin embargo, carece de un liderazgo reconocido que le permita mantener la iniciativa en todas las circunstancias.

Hijos de sus obras

Por su parte, el Gobierno se concentra en la realización de su agenda programática. Está probado que esta agenda enlaza perfectamente con muchas de las demandas ciudadanas más sentidas, y lo que ocurra con ella es resorte completo del Ejecutivo.

En otras palabras, lo que suceda con las tareas del Ejecutivo solo de él depende y es a él a quien se le darán las felicitaciones si cumple o le llegarán las críticas si encuentra tropiezos por el camino.
Tanta conciencia hay al respecto, que los nuevos intendentes han asumido declarando de inmediato su involucramiento con las tareas más exigentes en carpeta. Este es el caso de Adriana Delpiano con la implementación del Transantiago.

Las nominaciones son parte de un proceso de ajuste que, a partir de ahora, no tiene por qué ser masivo y de alta visibilidad pública. Las tareas hay que cumplirlas eficientemente. En el caso que se detecten retrasos atribuibles a la conducción de las tareas, se pueden ir produciendo ajustes constantes que le entreguen al gobierno la capacidad de respuesta rápida y eficiente que requiere, y de la que depende su evaluación.

Los nombramientos de intendentes han producido todo tipo de reacciones. Pero tal vez lo más importante es que ha conseguido la adhesión irrestricta de las directivas de los partidos de la Concertación. Por supuesto que, al mismo tiempo, ha causado la disidencia furibunda de los sectores que se sienten perjudicados. Esto es inevitable si se piensa en las tensiones internas que todo partido tiene, y que, en este último período, se han agravado.

Para un Gobierno lo importante es mantener su base de apoyo para el cumplimiento de sus promesas básicas. En este predicamento, nada mejor que realizar una alianza fuerte con las direcciones oficiales de los partidos que lo respaldan. Ir contra la institucionalidad o tratar de dejar a todos contentos son caminos seguros al inmovilismo. Y lo que se requiere es apurar el tranco de manera responsable.

Precisamente las críticas más destempladas harán confirmar al Ejecutivo en lo acertado de su decisión original, si es que tal cosa fuera necesaria. Las decisiones en específico son siempre materia de múltiples opiniones, pero el criterio empleado no parece estar en discusión. Simplemente no es cierto que el Gobierno haya aceptado presiones para realizar los cambios tal como lo ha hecho. No necesita de ninguna otra presión que la interna para cumplir con lo prometido y con aquello por lo que será juzgado.

Los cambios se hacen para facilitar el cumplimiento de la estrategia del Gobierno. Pero, en esta oportunidad, la importancia de las nominaciones es algo mayor de lo habitual, porque el conglomerado oficialista ha apostado a la realización de sus promesas como test de validación política.

Entre las ventajas está que se tiene el control sobre el cumplimiento de una meta ambiciosa pero, por lo demás, ineludible. Tiene la desventaja que se concentra en lo establecido y lo fijado con anterioridad. Si el diálogo político entre los conglomerados fuera fluido, el país encontraría varias otras materias en las cuales establecer consensos.

Nunca debiera renunciarse a que retomar una línea de acuerdos extensos, desde el momento que se iniciara un cambio de actitud opositora. En todo caso, el tiempo no es algo a desperdiciar en un Gobierno de cuatro años. Son las oportunidades prácticas de avanzar las que se están estrechando a medida que los cursos de acción adquieren un creciente impulso.

Cada cual ha fijado su rumbo y ha desplegado las velas… Ya se verá quién llega primero a puerto.

viernes, enero 19, 2007

Los desplazados

Los desplazados

Pese a todo lo bueno, el oficialismo está teniendo un punto débil cada vez más notorio. Este se encuentra a nivel de su elite y tiene que ver con la imposibilidad de repartir poder real en un grupo excesivamente estable que se ha vuelto cada vez más grande, más heterogéneo y menos innovador.

Víctor Maldonado


Retomando el diálogo

Con lentitud, la Concertación se está poniendo en movimiento, pero camino a enfrentar su crisis. Reunirse para debatir los problemas comunes parece un procedimiento obvio a emplear. Pero realizar lo atinado y oportuno no es algo sencillo de poner en práctica. Cuando se empieza a hacerlo, parte de la solución se ha puesto en marcha. Esto siempre coincide con volver a juntarse para reflexionar. Ahora, en enero, se retoman estas instancias -antes cotidianas- donde el debate conjunto es posible.

Los puntos de encuentro han sido los centros de estudio, que han organizado dos o tres reuniones importantes durante este mes. Las conclusiones, hasta ahora, se pueden resumir en que lo central es sacar adelante la agenda oficial; que el objetivo común es lograr la mayor democratización política y social; que se requiere superar los actuales problemas internos. Una afirmación decisiva se ha realizado en cada encuentro: La Concertación no se ha mantenido en el poder por sus defectos y por la mala conducta de algunos, sino por el aporte al país que ha hecho, por el servicio público bien hecho de muchos y pese a las caídas de algunos.

Esto es algo que se necesitaba. El conglomerado de Gobierno debe partir afirmando que no es un experimento fallido, una experiencia agotada, un acuerdo político sin norte o una simple alianza de intereses mezquinos.

Que el oficialismo, luego de 16 años en el poder, requiera de una reafirmación tan básica debiera ser sorprendente. Sin embargo, algunos elementos de un diagnóstico compartido nos pueden ayudar a entender lo que está pasando.

En la centroizquierda se percibe que el escenario ha cambiado y no en la superficie. Hay una voz de alerta, y es que ahora se puede constatar una menor identificación de importantes sectores sociales con la Concertación. No es que hayan transferido su apoyo a la derecha, sino que están pasando a ser, de un modo más conciente, críticos respecto del conjunto de la oferta política disponible. Este sólo hecho permite verificar una falla consistente en la capacidad de elaborar respuestas políticas.

Coincidentemente, los partidos de la Concertación constatan el predominio de una estrategia confrontacional en la derecha. Es este es el rumbo que ha escogido para ganar la próxima elección presidencial, a lo menos hasta antes de la recta final.

Parece claro que a la Concertación le hacen falta nuevos mecanismos para procesar diferencias. Probablemente no existan más o menos divergencias que antes, pero están siendo resueltas en menor grado, en menos oportunidades y con mayor retraso.

Posiblemente no se ha explicitado con igual claridad, pero es evidente que la oposición dedicará una parte importante de su esfuerzo a “invitar” a sectores del oficialismo a pasarse a sus filas. Esto no tiene nada de extraño porque Piñera lo intentó en la ocasión anterior y, ahora, nuevamente el candidato es el mismo.

La novedad está en que en esta ocasión, la invitación es doble: a la DC y a los liberales del oficialismo. El punto de mayor disputa es la amplia zona entre ambos conglomerados.

La elite ociosa

De manera que la Concertación ha tardado en reafirmarse como opción válida y predominante, al tiempo que observa un deterioro público de la actividad política y el empecinamiento opositor en sostener una ácida crítica. Por si fuera poco, algunas figuras conocidas están saliendo de sus filas, a lo menos, de uno de sus partidos en específico. ¿Por qué tanta demora en reaccionar?, ¿qué es lo que falla en un período donde no se enfrentaban tantas dificultades?

Porque si la falla no es programática (los compromisos asumidos por Bachelet, son una fuente de unidad), si el Gobierno cosecha un creciente respaldo, y si las direcciones políticas de los partidos están legitimadas, ¿entonces, qué?

Pese a todo lo bueno, el oficialismo está teniendo un punto débil cada vez más notorio. Este se encuentra a nivel de su elite y tiene que ver con la imposibilidad de repartir poder real en un grupo excesivamente estable que se ha vuelto cada vez más grande, más heterogéneo y menos innovador.

Parte importante de las dificultades concertacionistas tiene que ver con la imposibilidad de ocupar, al mismo tiempo, a toda su elite. Más aún si entendemos por tal a aquellos que han ocupado puestos principales en alguna de las administraciones. Esto no ocurre por simple egoísmo, sino con la simple imposibilidad de dar satisfacción a tanto anhelo de estar -en forma simultánea- en la primera línea.

Si se mira con atención, se verá que las figuras que pasan de la disidencia interna a la crítica, que ya no reconoce fronteras dentro de la Concertación, son figuras con dos características simultáneas. Son personalidades desplazadas por otras del primer plano, que, además, se han dado cuenta que no tiene la posibilidad de ser protagonistas principales en el actual esquema. Proyectados al porvenir, lo que ven es una lenta pero persistencia de decadencia de su figuración política.

Si alguien no se contenta con este destino, es ahora cuando debe reaccionar. Es esto precisamente lo que han estado haciendo. No es improbable que otros hagan lo mismo. De hecho, la primera señal de que esto pudiera producirse, no se relaciona con acontecimientos partidarios o de la coalición que hayan derivado en conflicto. Lejos de eso, lo que hemos visto son declaraciones que motivan un conflicto, buscado ex profeso. Han impactado tanto, porque “no estaba pasando nada”.

A veces se reconoce el error, pero por uno que lo hace hay otro que ocupa su lugar. De todas formas, se mantiene dentro de aquellos que vuelven a la portada de los diarios (o de los cuerpos políticos, más bien) por sus declaraciones incompatibles con un mínimo de adhesión a un proyecto común.

Nadie tiene tanta elite

Pero, ¿por qué aparece este fenómeno ahora? Desde luego, porque se han ido acumulando efectos que llaman poderosamente a la renovación de la clase política. Al menos, tres son importantes: el simple paso de un largo período de tiempo; la aparición inicial de las generaciones de reemplazo; y, la incorporación rápida de las mujeres a los puestos de dirección.

En una palabra: en política se reconoce de inmediato a quienes tienen temor por la nueva situación a la que se ven enfrentados, porque son los mismos que dicen y esperan que la aparición de las mujeres en el escenario político sea un “veranito de San Juan”. Y estos, de seguro, no son pocos.

La Concertación está enfrentando una crisis, que es también de personas, pero que se viste de crisis de proyectos y de actitudes. Una de las maneras de calibrar lo que pasa es contar y recontarse. Nos encontraremos con sorpresas. Algunos de los que llamamos líderes solo tienen sustento medial, pero no pisan terreno firme. De otro modo se propondrían ganar representación partidaria o popular y no están haciendo nada de eso.

El sistema político chileno necesita un remezón. Hay mucho de rutina para un país que ha cambiado tanto. Pero los cambios fuertes requieren de motivos de fondo, mucho tiempo y más generosidad todavía. Es mucho más fácil que este esfuerzo lo realice en forma sistemática la Concertación y los partidos. Al menos, tienen la mejor oportunidad para intentarlo.

viernes, enero 12, 2007

La oposición en su laberinto

La oposición en su laberinto

La oposición se contenta con ser una especie de réplica, de comentario al margen, sin una auténtica vida propia. Ahí está: con presidentes de partido que parecen figuras protocolares.

Víctor Maldonado


Tengo los ojos cerrados

Tras la elección presidencial, todo 2006 y lo que va de este año, la oposición no se ha movido casi nada en su baja adhesión, ha conseguido una dura evaluación sobre sus actuaciones y cuenta con pocas figuras entre las mejor posicionadas.

Ha llegado el momento de preguntarse cómo es posible que cumpla un tan mal papel, pese a sus esfuerzos por conseguir que el desgastado sea el Gobierno y las figuras de la Concertación. Una explicación posible se relaciona con la incapacidad demostrada en reconocer los méritos ajenos.

En política se pueden hacer muchas cosas con los progresos y las virtudes de los adversarios. Pero no se puede negarlos, porque da la casualidad de que, no por hacerse los desentendidos, dejan de estar a la vista de todos.

En democracia, a los adversarios hay que estar dispuestos a superarlos. Son un acicate que nos impulsa. Para que sea posible, es indispensable observar atentamente aquello que hacen bien a fin de llegar a hacerlo todavía mejor.

Al no reconocer los méritos ajenos, no se tiene ninguna posibilidad de superarse. Pues, bien, es esto lo que le está ocurriendo a la oposición. La encuesta CEP tuvo un efecto demoledor. Las declaraciones de sus dirigentes fueron el equivalente público del tartamudeo. Pero, de entre esos balbuceos, no se ha sabido de nada que se pareciera a un reconocimiento del mérito ajeno. Y eso es malo para la democracia chilena.

Luego de que se tiene la evidencia de haber errado el camino, ¿quién ha escuchado una autocrítica de la derecha?

Las noticias eran malas, muy malas. Tanto como para tener la certeza de haber escogido un camino equivocado todo el año. Razón de más para intentar un cambio de conducta.

La respuesta ha sido -como tantas veces- decepcionante. Ningún dirigente importante insinuó siquiera una autocrítica. Todos abundaron en renovadas críticas al oficialismo, ahora con un perceptible tono de envidia. Se puso de moda considerar a Bachelet como una Presidenta “blindada”. Incluso, en forma inédita, Piñera mandó envenenadas felicitaciones a los “asesores comunicacionales” de la Mandataria.

La sicología del mono porfiado

La derecha no se cuestiona a sí misma. Por eso le va como le va. Su emblema debiera ser un mono porfiado. No importa cuántos golpes le dé la realidad, igual vuelve al mismo lugar.

El tema no es sólo lo bien que le va al Gobierno. La derecha no parece capaz de hacer dos cosas clave al mismo tiempo: actuar unitariamente e implementar estrategias de acabado fino.

Por el contrario, el espectáculo rudimentario de un repetitivo coro de voceros dedicados a criticar lo que se ponga por delante, no genera un resultado muy edificante que digamos.

¿De qué sirven directivas que no marcan la línea? La dirección oficial de la oposición no está conduciendo. Se deja conducir por la dirigencia intermedia. Eso la pone a mitad de camino: se mueve pero no avanzar; se hace notar, sobre todo por el tono destemplado, pero no es determinante. La oposición no tiene historia, reincide. No conduce, porque no se puede guiar a nadie si no se sabe para dónde.

Una de las ventajas de la Concertación respecto de sus oponentes es que se deja impactar por los hechos. Si se cometen errores o irregularidades, se conmueve. Todos en su interior saben que no se puede seguir adelante sin modificar las conductas. En este sentido, el oficialismo es mucho menos soberbio.

Puede decirse que la Concertación se demora en reaccionar ante sus problemas. Pero no deja de intentarlo. No puede dejar de hacerlo, porque no sobreviviría a la desidia y, pese a todos sus defectos, siempre lo ha sabido.

Por eso la oposición consigue quedar siempre descolocada. Al carecer de estrategas que influyan al conjunto, actúa con torpeza. Cuando ve dificultades en el otro bando, lo único que se le ocurre a su dirigencia intermedia es atacar en forma continua, con todo lo que tiene y hasta el agotamiento propio y ajeno. No realiza ningún movimiento fino, no propone nada, no pone temas.

Al revés actúa de un modo repetitivo, compulsivo, al que nadie podría acusar de excesivamente inteligente. ¡Y después se extrañan de cómo les va en las encuestas!

Usando el lenguaje del pasado, la derecha es reaccionaria. Literalmente, actúa por reacción. De allí los resultados. Mediante este procedimiento, se asegura estar siempre descolocada. Por eso va siempre a remolque.
Esperando que pase el cadáver del enemigo

Aunque parezca increíble, ahora la oposición lo está apostando todo a la autodestrucción concertacionista. Ha dicho -se ha convencido- que la Concertación vive su crisis moral definitiva. Es por ello que está actuando con la delicadeza de un demoledor. Dice que enfrenta a la mafia y a esas alturas está a punto de creerlo.

El problema está en que, con este proceder cambia el desapasionado análisis de los hechos por la afirmación de una especie de dogma.

Si se hiciera un rápido repaso de simples hechos se llegaría a conclusiones importantes. La primera es que la Concertación está reaccionando a una seguidilla de conductas reprochables de un número acotado de personas: las conductas han sido detectadas, son investigadas por la justicia, los acusados declaran, existen normativas nuevas operando, la transparencia informativa del Gobierno va en avance, se dispone de un plan coherente de reforma de la administración que imposibilita que se repitan. Brillan por su ausencia las justificaciones o los intentos de ocultamiento.

Y este es el segundo elemento a detectar. Se puede comprobar que la Concertación no se está protegiendo (lo típico de una mafia). Al contrario, es desde su interior de donde ha provenido la autocrítica fuerte. Tanto que ya ha llegado el momento de tener que separar entre aquellas críticas que tenían por norte reformar normas y organizaciones, y aquellas que sacrificaron las organizaciones a la crítica.

En ese punto nos encontramos ahora. Se puede ver la crisis, pero también la salida. Todo depende de la capacidad interna de regeneración que muestre el oficialismo, de nadie más.

La derecha se excede cuando quiere ganar las próximas elecciones más por debilidad ajena que por fortaleza propia. Está esperando que caiga la pera madura. Antes de continuar en esta actitud, debiera preguntarse por sus méritos, aquellos acumulados por el trabajo tesonero y mancomunado de muchos, por tiempo prolongado.

Por donde se mire, la oposición no está cumpliendo con el total de las tareas que pudiera esperarse de ella.

Cada vez son más los que están detectando un creciente debilitamiento del sistema político. Pero ni remotamente la derecha está representando una solución. De hecho, ni siquiera se observa a sí misma como un actor político que requiere urgentemente de una reforma. Está centrada en lo que pasa en la Concertación, porque es allí donde están ocurriendo las cosas que importan, para bien o para mal.

Mientras, la oposición se contenta con ser una especie de réplica, de comentario al margen, sin una auténtica y completa vida propia. Sea como fuere, ahí está: con presidentes de partido que parecen figuras protocolares, emplazados en un lugar del espectro político donde gana protagonismo el que se polariza más, el doble de atentos a esperar que a acumular méritos. Demasiado poco para querer llegar tan lejos.

viernes, enero 05, 2007

Avísame cuando me mates de nuevo

Avísame cuando me mates de nuevo

El destino del PPD no está en lo que ocurra con su desgastada primera línea, sino con sus líderes de recambio. Puede que descubra una riqueza humana que ni se veía, pero que está ahí.

Víctor Maldonado


Otra cosa es con partido


LOS QUE TOMEN la decisión de romper con sus partidos, tendrán que demostrar ahora que pueden construir otro, que son capaces de convocar a acciones colectivas y que lo que intenten puede permanecer en el tiempo.

No creo que estén en condiciones de ser tan efectivos en la generación de un liderazgo de recambio como en la labor de erosión emprendida hasta ahora.

Lo que hoy se nos presenta como cruzada cívica de regeneración política, terminará de socio menor de la próxima candidatura opositora. No por un asunto de intenciones, sino por problemas de espacio.

Conste que no lo digo porque desconozca los méritos personales de los involucrados, sus capacidades políticas e, incluso, el relevante grado de verdad de sus declaraciones, dadas a conocer tan profusamente.

Lo digo porque creo que han iniciado su análisis de un diagnóstico político errado: la creencia de que al gatillar la crisis se está dejando sin sustancia al conglomerado político al que pertenecen, y también porque evalúan mal las potencialidades de su propia acción, sobredimensionándola.

Partamos con el reconocimiento de los puntos positivos de la apuesta que hoy se está insinuando.

Antes que todo, hay que aceptar que es por completo cierto que los partidos -como los conocemos- necesitan una renovación de sus prácticas y conductas. Hace tiempo y ello ha tardado peligrosamente en producirse. Unas pocas personas pueden poner en jaque a una organización sólo cuando ha desaprovechado en exceso el amplio lapso disponible para reciclarse y ponerse al día.

Invertir tiempo en regenerarse no ha sido una prioridad. Las tareas gubernamentales, los desafíos electorales y hasta el lucimiento personal han tenido más importancia que el fortalecimiento de los partidos.

Si alguna vez se intentó, se hizo mal y de modo parcial. Como resultado, a estas alturas quien critique a los partidos por cómo funcionan en la práctica y por cómo se han financiado, tiene audiencia y aplausos asegurados.

En seguida, es bastante obvio que si los gobiernos de la Concertación han trabajado en el ámbito de la transparencia, el financiamiento público de los partidos y han disminuido tan drásticamente los gastos reservados, es porque en cada ámbito se identificaron zonas de riesgo para el funcionamiento de un sistema democrático. Nadie se dedica tanto a estas cosas sólo porque sí.

El camino recorrido es el de la creciente probidad

Hoy, tras los avances conseguidos, contamos con todo tipo de información al alcance del que quiera. Se está en presencia de un Estado que se profesionaliza con rapidez, y, todavía más importante, disponemos de una conciencia pública muchísimo más refinada de la que teníamos como país hace no mucho.

Nos pueden llegar a parecer increíbles los grados de discrecionalidad que podía tener un gobierno en los primeros años de la transición. Nadie puede pretender hoy una vuelta atrás. Ni lo desea, ni parece sano, ni podría, aunque quisiera.

Mirada en perspectiva y hacia el futuro, vamos hacia un mejor y más amplio control de lo que se puede hacer lícitamente desde el Estado y la política. Al revés, es también cierto que visto en retrospectiva, mientras más miremos más defectos, debilidades y peligros podemos apreciar desde una privilegiada posición actual.

Así es que criticar a los partidos, a partir de sus debilidades y miserias, no requiere una capacidad política muy sobresaliente. Para impactar, lo único que se requiere es disponer de un grado increíble de desaprensión sobre los efectos de la combinación de hechos sabidos, prevenciones más o menos fundadas, suposiciones de intenciones y una cierta capacidad para la intriga. Pero, de nuevo, las denuncias -graduadas y manejadas para sacarles el mayor provecho- que provienen desde dentro tienen auditorio y aclamaciones más que fervientes. Porque no son pocos los que se benefician.

Por si fuera poco, es efectivo que los actuales conglomerados de centroizquierda y derecha no existen por decreto divino. Son obras humanas afectadas por la contingencia.

Más aún, si en algún momento se produce un quiebre del alineamiento, éste se originará desde el centro, línea fronteriza entre ambas agrupaciones. Esto no es tan antiguo como el hilo negro, pero casi. De hecho, se ha estado intentando, sin suerte, hace mucho.

Quienes buscan rebarajar el naipe, lo que desean no es propiamente pasarse para el otro lado, sino que desde ambos se pasen hacia donde están ellos. Por eso, intentos de estas características nunca han sido aptos para personas excesivamente modestas. Aunque hay que agregar que de este defecto nunca han sido acusados quienes ahora se han embarcado en intentar esta apuesta política.

Sin generosidad no se puede

Dejando aparte a los protagonistas de los últimos episodios, cabe considerar que quienes más rápidamente han dado por muerto al PPD y en proceso de disgregarse a la Concertación son personas que no tienen la experiencia directa de la militancia política.

Pero los partidos son más fuertes de lo que parecen, porque no se circunscriben a lo que muestran ante las cámaras. Tienen muchos servidores públicos, capacidad humana y profesional. Sólo que no han aflorado hasta ahora. Ahora le ha llegado a estas personas su momento. Les ha llegado un momento colectivo de aparición. El destino del PPD no está en lo que ocurra con su desgastada primera línea, sino con sus líderes de recambio, sus mujeres y sus jóvenes. Puede que descubra una riqueza humana que ni se veía ni interesaba a la cúpula, pero está ahí.

En el mejor de los sentidos, hay que considerar a gran parte de la dirigencia actual como interina. No tiene nada que ver con la legitimidad con la que ejercen sus cargos, sino con que se han convertido en embajadores en el presente de un pasado inmediato que gira hacia los libros de historia, pero se despega de la vida cotidiana. En realidad, se ha despegado hace mucho y ahora todos cobramos súbita conciencia de que es así.

Nadie que no pueda decir y mostrar con transparencia lo que ha hecho en política en los últimos años tiene cabida entre los líderes de los años que vienen. La renovación de la dirigencia tendrá un salto rápido y decisivo.

La caída de una capa dirigencial no es el término de la dirigencia, sino el fin de los que han llegado a ser inadaptados producto de la misma sociedad que han ayudado a cambiar.

En medio de peleas y sinsabores, pocos lo recuerdan, pero los partidos nacen y se mantienen por la generosidad básica de miles de personas. Nada sólido nace del puro cálculo, la deslealtad o la suma de intereses. Por eso, el que quiera que su partido sobreviva, que apele a lo mejor que tiene.

Al PPD le ocurre lo mismo que a la Concertación: puede perderlo casi todo -incluso figuras emblemáticas- y regenerarse. Puede cambiar hasta el nombre, pero si no pierde su razón de ser, lo que representa seguirá existiendo en política.

Nadie sale indemne de un intento de asesinato. Pero los partidos no mueren a manos de sicarios, sino por suicidio o abandono interno. Todo depende de la capacidad de reaccionar de abajo hacia arriba. De allí viene la fuerza. No hay que asustarse. A los partidos siempre los quieren matar (a los candidatos presidenciales también). Después se acostumbran. Al final, lo único que piden, por deferencia, es que se les avise cuando los quieran matar de nuevo.