viernes, junio 27, 2008

El Gobierno en tiempos de competencia

El Gobierno en tiempos de competencia

Víctor Maldonado

Se dice que la Concertación ha sufrido un desgaste por el hecho de estar en el Gobierno. El remedio sería abandonar el poder para “recuperarse”. Eso es falso y la peor manera de mirar el escenario.


De pato cojo a pato corredor

Sé que siempre se espera un rápido declive de la influencia de un Gobierno corto precisamente cuando dobla la curva de sus dos últimos años. Pero puede que esta concepción previa tenga que revisarse debido a la inexperiencia que tenemos en gobiernos de cuatro años de duración. Las cosas están sucediendo de un modo diferente al que se anticipaba.

Cuando la competencia política arrecia y los conflictos políticos de todo calado se presentan a cada rato, es necesario que haya un centro firme que garantice gobernabilidad y estabilidad.

Son las competencias de todo tipo las que le dan al Ejecutivo una oportunidad de acrecentar su protagonismo.

La existencia de una fuerte competencia interna en la coalición de Gobierno, durante la elección municipal, unido a la falta de una buena evaluación pública conseguida por la oposición en el mismo período, bien pueden hacer que el Gobierno sea, en lo que resta de la administración, mucho más que un espectador de los actores en conflicto.

La generación de logros siempre tendrá audiencia, aun cuando las noticias políticas se concentren cada vez más en los candidatos presidenciales y la acción de sus comandos. Esto no es la primera vez que ocurre. Se recordará que los mejores años de la Presidencia de Ricardo Lagos no fueron los primeros sino los últimos.

Si la administración de Michelle Bachelet se convierte en un generador de certezas y de seguridades, de buen manejo de situaciones críticas y adecuada conducción del cumplimiento de su programa y promesas electorales, entonces puede ser el factor de unidad y confluencia que el sistema político requiere, durante el turbulento período en el que nos adentramos.

Ciertamente, el Ejecutivo ha tenido un buen resultado en la última quincena. Consiguió aprobar un conjunto de iniciativas legislativas que resultaban absolutamente claves para validar su imagen pública. Bachelet se jugó su capital político en el respaldo a la Ley General de Educación (LGE), consiguiendo una amplia confirmación de su liderazgo por el alineamiento de su coalición.

Por cierto, no se trata de hacer estos gestos a cada rato. En el futuro, el empleo de mejores procedimientos previos puede restarle dramatismo a situaciones como las ya vividas. Los buenos resultados no requieren del nivel de tensión que ha requerido esta trabajosa y exitosa conclusión.

Aumentar apoyo tiene requisitos

Por supuesto, nada de lo conseguido es fruto de la casualidad o el azar. Tal parece que sólo ahora la administración de Bachelet ha conseguido una madurez suficiente como para lograr un eficiente trabajo de equipo. No es que los errores hayan estado ausentes. En absoluto. Pero aún tomando en cuenta todas las críticas válidas recibidas, lo cierto es que estamos en presencia de una labor colectiva coordinada, bajo liderazgo presidencial, que confirma una muy lenta tendencia a cimentar apoyo.

Pero para que el Gobierno consiga una influencia política creciente, se requiere implementar muchos cambios y ajustes de fina sintonía. Si hasta ahora el Gobierno ha tenido éxito, ha sido porque ha cometido menos errores que la oposición, pero no necesariamente porque sea un dechado de virtudes.

En realidad, a ambos lados de la cancha los desaciertos y autogoles no han estado ausentes del comportamiento observado. Lo acertado, no obstante, es aportar a los aciertos, no a la simple ausencia de errores.

Para consolidar sus recientes éxitos, el Ejecutivo debe mantener una línea que signifique aprender de sus actuales deficiencias.

El Gobierno depende de su capacidad de concentrarse en las tareas nacionales que tiene a su cargo. Por lo general, el oficialismo acierta siempre que muestra lo que hace, y siempre se mete en problemas cuando sus personeros de dedican a hacer comentarios públicos sobre temas laterales o inapropiados.

En relación con su coalición, La Moneda y los ministerios no pueden inmiscuirse para nada en la competencia territorial entre partidos que, por igual, constituyen su base de apoyo. Cuando todos son necesarios, no existen favoritos.

Por eso, la mejor forma -y la única apropiada- en que el Ejecutivo puede participar de la campaña es cumplir con su labor propia, bien y a tiempo. Si ejecuta su programa, entregará un apoyo válido y efectivo a los candidatos locales que la respaldan.

El Gobierno es la casa común de toda la Concertación y así debe mantenerse en forma permanente, sin dejar espacio para dudas. Hay que recordar que éste es sólo el primero de dos años electorales, y hay que dar garantías de juego limpio a todos los sectores políticos.

Por otra parte, es por completo claro que el oficialismo debe mejorar el trabajo cooperativo con sus bancadas parlamentarias. No es nada fácil buscar acuerdos con la derecha y obtener, al mismo tiempo, consensos representativos de la Concertación, pero una cosa no funciona sin la otra.

No siempre se han de repetir los mismos procedimientos para conseguir iguales resultados. Hay modos de proceder que se agotan y es bueno darse cuenta de ello a tiempo.

El buen trabajo de equipo conseguido hasta ahora por el oficialismo requerirá de innovación y de capacidad de adaptarse a las circunstancias políticas generadas por sus propios triunfos anteriores.

El Gobierno debe circunscribir su agenda parlamentaria a aquella estrictamente necesaria para cumplir lo prometido ante los ciudadanos. Tiene que participar de las discusiones parlamentarias de primer orden, pero no puede incorporarse a una contingencia ya muy recargada de todo tipo de conflictos de envergadura muy desigual.

Por último, a todo gobernante le gustaría hacer mucho más de lo que puede. Pero intentarlo todo es perderlo todo. Hay que saber concentrarse en lo fundamental para tener la certeza de que se lograrán las grandes iniciativas en las que se embarca.

La teoría del desgaste

En pocas palabras, el oficialismo puede ir ganando en apoyo, adhesión y capacidad de ejecutar iniciativas en sus dos últimos años. Lo puede lograr si se concentra en sus tareas y nunca pierde de vista que el respaldo social lo ha de conseguir de la ciudadanía y el respaldo político de su coalición.

Los que no lo creen posible, se dejan ganar por un prejuicio. Se dice, por ejemplo, que la Concertación ha sufrido un desgaste por el hecho de estar en el Gobierno. El remedio sería, por supuesto, abandonar el poder para "recuperarse" del dañino ejercicio del mando. Eso es falso y la peor manera de mirar el escenario político.

Lo que se puede observar del conjunto de las organizaciones partidarias más conocidas es que ninguna de ellas se ha fortalecido en los últimos años. Algunos están más ordenados que otros (el PS, para nombrar uno), otros tienen un incentivo especial por ver la posibilidad de llegar al poder (RN) y por eso cuidan mucho lo que dicen. Pero ninguno ha acumulado una notoria ventaja en relación al resto en cuanto a renovación.

Los problemas de los partidos tienen mayor o menor énfasis, pero no excepciones. Todos presentan problemas de disciplina. Cada cual ha tenido que lamentar faltas a la probidad en algunos de sus integrantes, en cada caso se puede observar la concentración del poder interno en pocas manos, etc.

Por eso se puede afirmar sin titubeos que no es el lugar donde uno se haya lo que evita los problemas, sino que son todos males que les vienen a los partidos desde dentro y no desde el contexto en el que se desenvuelven.

No se es probo por estar en la oposición ni corrupto por estar en el Gobierno. No se tienen más ideas, iniciativas o buenas intenciones sólo por haber ganado o perdido una elección.

Lo cierto, en todo caso, es que el poder hace daño si no se lo ejerce a plenitud, en forma correcta y uniendo lo que se promete con lo que se hace. Por eso, la Concertación depende de sus obras para ganar nuevamente el apoyo popular. Ni más ni menos.

viernes, junio 20, 2008

La opción por lo que perdura

La opción por lo que perdura

Víctor Maldonado


Cuando los extremos se topan

En estos días el oficialismo ha vivido la tensión entre dos bienes que le interesa preservar: la unidad completa de la Concertación; y el cumplimiento de lo comprometido por el Gobierno ante el país en materia educacional. La forma como se procedió y resolvió esta situación difícil deja lecciones importantes.

Como siempre, el peor de los males consistía en no optar. La indecisión acumula más problemas que los que se tenía originalmente. Y mantener la incertidumbre genera costos permanentes, y nada se resuelve cuando se da pie a que nuevas dificultades tengan tiempo de presentarse.

Porque si no existe pleno acuerdo y por ello se detiene una iniciativa de gran importancia, entonces quienes desde el principio enfrentaron resistencias y apoyaron la posición de la Presidenta Michelle Bachelet, terminarían por creer que este alineamiento no tiene sentido. En otras palabras, la inmovilidad se termina deteriorando incluso el apoyo más estable.

Al mismo tiempo si el cumplimiento del programa o de compromisos presidenciales se condicionan a las diferencias del momento, entonces el ejercicio del Gobierno ha cambiado de lugar o se ha ido a ninguna parte, y quedamos todos al vaivén de las circunstancias.

No se trata de saber quién está "equivocado", puesto que nadie está actuando de mala fe, y es imposible que las buenas razones sean patrimonio de una sola de las posiciones que se han presentado. Es más, es posible que los errores hayan existido y repartido equitativamente.

Pero lo decisivo sigue siendo que el acuerdo nacional en educación no se perdiera, y que los avances prácticos y factibles de implementar que se alcanzaron se lleven a cabo. De lo contrario, todo lo que se ha podido consensuar, simplemente se sacrifica a las posiciones maximalistas que saben lo que no quieren, pero que sólo ofrecen seguir discutiendo lo ya conversado, como propuesta de futuro.

Es una paradoja, pero en pocas circunstancias está quedando más claro que los extremos se topan. Cualquiera puede observar que el resultado práctico de no cambiar la ley es que sigue operando la anterior, ley que todos en su momento consideraron inadecuada para las necesidades del país y un verdadero tope para mejorar la calidad de la educación.

Demos la vuelta para llegar donde mismo

Y así tenemos los cambios de comportamiento más notables. Quien recuerde el momento de gloria del movimiento pingüino, no se habrá olvidado de que su reivindicación más fuerte era el cambio de la LOCE "ya". No pronto o lo antes posible, sino "ya".

Hoy tenemos un movimiento que se propone desandar los meses invertidos en un amplio y esforzado proceso de convergencia que arribó en acuerdos posibles.

Lo que se pedía era postergar el cambio de la ley para empezar de nuevo. Como quiera que se mire es un retroceso. Nos quedamos mirando para atrás en vez de aprovechar lo acordado, y ponernos de inmediato nuevas metas.

Se cae, de este modo, en el error eterno de los maximalistas de que "porque no consigo todo lo que quiero, no quiero todo lo que consigo". Pero ocurre que en ninguna negociación una parte lo obtiene todo, porque eso es contradictorio con la idea misma de negociar.

El camino de rediscutir cada cosa de nuevo, es la condena a volver al punto exacto donde nos encontramos, pero haciendo estériles los meses dedicados a esta materia y haciendo superfluo el tiempo adicional destinado a reinventar la rueda. Por este rumbo llegaremos a descubrir que, nuevamente, los resultados no nos satisfacen por completo.

Por eso lo que cabía era resolver ahora, y sancionar favorablemente lo que sea posible. Si no sería el tiempo de lo retrógrado, que no es otra cosa que la senda que nos lleva de nuevo al punto de partida que habíamos superado.

Actuamos como si nos hubiéramos olvidado de cuánto se ha podido aprender de la construcción política de la democracia.

Pero hay que preguntarse cómo es que hemos podido llegar a un punto del debate tan mal presentado, tan poco constructivo y cómo se despejó en un final positivo.

Las lecciones de un episodio difícil

En primer lugar, lo que más importó en el momento decisivo fue la intervención presidencial. Tras el desenlace, cada paso que llevó a la salida parece obvio, pero no es así.

Ya la Presidenta Bachelet había explicado cuál era el criterio que emplearía en estos casos, al recordar al Parlamento que, durante los gobiernos de la Concertación, sin la implementación de acuerdos nacionales tendríamos hoy muchas explicaciones, pero ninguna solución. Y esa no iba a ser la opción que tomara en esta oportunidad.

En segundo lugar, la acción de la Presidenta validó las gestiones emprendidas por sus colaboradores inmediatos, y fue vista como un respaldo de lo que había venido realizando. Tal vez no todo fue perfecto, pero el Gobierno se centró en la búsqueda de resultados, no en la crítica interna o a la coalición.

En tercer lugar, está claro que las bancadas han ganado un gran protagonismo y autonomía. No están dispuestas a avalar acuerdos que no los incluya ni los considere lo suficiente. Esto estuvo a punto de producir una diáspora completa. Pero apenas se estableció la posibilidad simultánea de respaldo al Gobierno y de continuar un debate que continuará los temas no incluidos de su mayor interés, dieron una impresionante capacidad de actuación colectiva.

Por último, es claro que, en adelante, hay que evitar en lo posible los episodios de tan fuerte tensión.

Cada cual debe aprender de sus errores. Está claro que no se puede avanzar tan lejos en los acuerdos con los adversarios, que los aliados ya no entiendan exactamente los objetivos precisos que se están persiguiendo, o estimen que los costos involucrados son excesivos.

Así, pues, es más evidente que nunca se puede sumar todo tipo de adhesiones a los proyectos clave del Ejecutivo.

En otros casos se ha aprendido otras cosas básicas. Como que si hay que conseguir acuerdos, lo importante es concentrarse en lograr acuerdos que no tengan consensos, porque cuando los votos para aprobar una ley ya están disponibles, la necesidad de tomar iniciativas adicionales se hace más difícil de explicar y comprender.

Porque en política se trata de integrar, no de sorprender. Por eso se pudo comprobar una vez más que los buenos acuerdos son aquellos que abren nuevos caminos, en vez de crear nuevos problemas.

Tal parece que en estos casos, las mejores declaraciones son las que no se han hecho y las que han evitado entrar en polémicas innecesarias.

Lo que es exagerado es decir que la Concertación ha sorteado el mayor peligro que ha vivido en mucho tiempo. Pudo entrar en una crisis en la relación entre Gobierno, partidos y parlamentarios, sin precedentes y sin procedimientos institucionales a la mano para enfrentarla. Pero la centro izquierda se ha dado a sí misma una oportunidad para actuar en conjunto y para ganar. Todo depende de si se han aprendido las lecciones del caso.

viernes, junio 13, 2008

Los pasos para llegar a acuerdos

Los pasos para llegar a acuerdos

Mejorar la calidad de la política requiere unidad interna, liderazgo, manejo político y aprender de los errores. Quien mejor lo consiga estará demostrando capacidad para conducir el país.

Víctor Maldonado


El apagón político

LOS ÚLTIMOS DÍAS han dado muestras de lo que sucede cuando la fragmentación política es lo que predomina en la agenda nacional. Cada cual está haciendo noticia por algún hecho de coyuntura en el que predominan el conflicto, la falta de acuerdos y las diferencias personales.

El número de conflictos en diáspora creciente es notable y variopinto: paros de transportistas; movilizaciones secundarias y universitarias; debates parlamentarios en que las posiciones de bloque parecen haberse perdido; cuestionamiento de la Contraloría a la actuación de la alcaldesa UDI de Huechuraba y su defensa de parte de la UDI, etcétera.

Cada cual parece estar en lo suyo, demanda la completa atención de los otros y sus temas puntuales se le presentan como lo más importante.

Todo el mundo está capacitado para poner obstáculos. Son muchos los que pueden describir las dificultades que existen para encontrar soluciones. Pero no se eligen a las autoridades públicas y representantes populares para constituir un coro de lamentos o para conseguir quien nos explique por qué es que no se avanza. Si alcanzar acuerdos se ha hecho ahora cuesta arriba eso no se explica porque las diferencias de opinión sean particularmente importantes.

Es una falla atribuible a la responsabilidad de los encargados de encabezar las negociaciones, que se está haciendo parte de un clima general, propenso a la dispersión y a la nada notable actuación para la galería.

Es necesario recuperarse de este apagón político del que nada bueno se puede esperar.

No es efectivo, por ejemplo, que el acuerdo en educación se haya detenido, a último momento, porque alguien lo alteró de tal modo que no quedara otra alternativa que dejar al país sin avances en una materia de importancia estratégica para la nación.

Los argumentos para explicar el impasse han sido encontrados en el camino, pero no convencen, aunque cuando se les trate de revestir de gran seriedad y aires de importancia.

Esta forma de presentar las cosas no consigue hacerse creíble. No, al menos, en la opinión pública, porque el ambiente de desorden y el creciente predominio de las agendas individuales y de grupo, tienen su foco en el ambiente político, pero no despierta ninguna simpatía en la opinión pública.

Los desacuerdos tienen límite

Cuando la derecha argumenta que se desentiende del acuerdo porque incorporó una indicación que explicita la importancia de la educación pública (lo que iría “en contra de la libertad de enseñanza”), todos sabemos que se está ante una impostura.

Si de verdad un conglomerado político tuviera la intención de atentar de manera grave contra un consenso básico de nuestra convivencia, estaríamos ante una crisis institucional. Nada más y nada menos.

Este tipo de crisis se presenta en varios campos a la vez, y a nadie se le puede ocurrir detonar tamaña insensatez proponiendo párrafos, más o menos, en un proyecto que requiere ser aprobado por consenso. No se anuncia una revolución en las páginas sociales. Tampoco se está buscando la crisis cuando se precisan puntos implícitos en los acuerdos. Puede debatirse sobre su pertinencia, oportunidad y forma, pero no más allá.

Sin embargo, dejar de producir acuerdos (o demorar mucho en llegar a ellos) no se puede hacer de forma impune. Lo que se consigue es un rechazo ciudadano que, a cada paso, adquiere más peso y más profundidad. No por nada nos encontramos al inicio de un período electoral, y el tiempo corre en contra de quienes quieren tener, este año y el próximo, buenos resultados en las urnas.

Quedarse estancado en los conflictos, los desacuerdos y las polémicas no resultan ser conductas duraderas y apropiadas ni para un partido ni para un líder, aunque se le mire desde el más estricto de los egoísmos.

Por eso, este momento de declaraciones altisonantes y rotundas, de cerradas negativas a establecer coincidencias, terminará por dar paso a salidas pactadas. Que así suceda es del interés de los candidatos presidenciales, del Gobierno, de las direcciones de los partidos y de los líderes más responsables.

Un relevo cruzado se hace necesario

Por cierto, hay reacciones de larga duración que están sólo comenzando, mientras que otras han de ser implementadas en lo inmediato.

En cuanto a los procesos de fondo, estamos en el inicio de un cambio. No cabe duda que ha llegado la hora de la renovación de liderazgos políticos. Es un reclamo por ausencia. No son pocos los que tienen la percepción de que se dispone hoy del número suficiente de políticos que den envergadura a las tareas que se están emprendiendo.

La gran mayoría de los dirigentes partidarios y parlamentarios están haciendo noticia por defecto. Al tratar los temas de mayor importancia están reduciendo su óptica a las consideraciones de corto plazo. Lo que están consiguiendo es poner los temas grandes en envases demasiado pequeños y eso se está notando a cada paso.

Pero los cambios de fondo no se realizarán en pocas semanas. Y, sin embargo, hay que actuar de inmediato para conseguir acuerdos significativos en el caso de la Ley General de Educación, la aprobación del Fondo de Estabilización del Petróleo, el subsidio al transporte público y la definición del salario mínimo. Materias muy variadas entre sí, pero que afectan de manera significativa a un gran número de personas.

Por eso, en los próximos días, mejorar la calidad de la política que practicamos es una necesidad para el oficialismo y para la oposición, y que se expresa en cuatro pasos bien concretos.

El primer paso de la recuperación de la buena política es retomar la práctica del trabajo en equipo. Se debe tener la sabiduría y prudencia suficientes como para saber que las diferencias de opinión se han de ventilar hacia dentro, y que son los acuerdos y los márgenes de negociación disponibles lo que se explicita públicamente.

El segundo paso es dotar de suficiente autoridad a los interlocutores, como para representar un punto de vista común ante otros. Llegar a acuerdos requiere tener posición propia y presentarla, de manera inequívoca y sin contradicciones, en las mesas de negociación.

El tercer paso implica mostrar la capacidad de incorporar a los acuerdos lo esencial de los puntos de vista que se defienden, teniendo la flexibilidad necesaria para ceder en los demás. Sólo de esta manera todos ganarán con un acuerdo integrador de perspectivas diferentes. El que intenta ganar en todo no consigue nada.

El cuarto y último paso es sacar las principales lecciones de cada experiencia de negociación y de los acuerdos que se emprende. Con esto se consigue perfeccionar las prácticas y los estilos que permitirán, en el futuro, llegar antes a más y mejores acuerdos.

En el fondo, mejorar la calidad de la política requiere unidad interna, liderazgo reconocido, manejo político y aprender de los errores. Quien mejor lo consiga estará demostrando capacidad para conducir el país.

viernes, junio 06, 2008

La UDI y todos los demás

La UDI y todos los demás

El tema en los partidos es conseguir un cambio generacional “por el lado bueno”. No se trata de que asciendan “los más viejos entre los jóvenes”, acostumbrados al estilo de los mayores.

Víctor Maldonado


La necesidad de renovar

EN LA DERECHA se está expresando un malestar difuso. Se trata de un descontento que trasciende los casos puntuales. Se percibe un vacío de conducción, de ideas, de acciones con sentido y de liderazgos que convoquen. Y, finalmente, este malestar detonó también en el gremialismo.

El asunto llegó a tal intensidad que le ha significado a la UDI tener que enfrentar una elección democrática con alternativas para elegir directiva nacional, algo completamente inusual por estos lados. El gremialismo descubrirá que de democracia no muere nadie, pero el síntoma de conmoción interna está, de todos modos a la vista.

No se trata estrictamente de diferencias sobre la línea política. Es un reclamo de los líderes de reemplazo por un vacío que está dejando la generación fundadora. Lo que le sucede al gremialismo es que los rostros que la dirigen son los mismos (rotándose entre sí), pero las conductas que los caracterizaban han cambiado por completo. La UDI había tenido espíritu de secta, comportamiento mesiánico y toma de decisiones de camarilla. Pero, al mismo tiempo, un grupo compacto, fraterno y con un sólo espíritu en los momentos decisivos.

El hecho de que la UDI sea el partido más grande, y que no vea esta condición en riesgo en la próxima contienda municipal, muestra que las crisis partidarias no siempre son electorales sino éticas y del sentido.

Por cierto, el puesto más ingrato en un partido en dificultades es, sin duda, su presidencia. Todo lo que el partido no puede hacer es atribuido a la falta de liderazgo de su conductor. Ésta suele ser una visión bastante injusta y parcial. No hay que confundir la víctima con el victimario.

En realidad ocurre, más bien, que es el presidente el encargado de dar el máximo de la apariencia de normalidad justamente cuando todos los integrantes de la organización están mucho más preocupados de sus intereses y perspectivas personales que de trabajar con sentido de equipo. Hacer de cara visible en un momento en que afloran males estructurales y de larga data, debiera ser motivo más para compadecer que para criticar.

Se le pide al presidente lo que los miembros del partido no están dispuestos a entregar, defender ni priorizar. De aquí que este puesto sea deseado desde fuera, pero motive una profunda necesidad de salir cuando se está dentro.

Una debilidad estructural

Pero no es sólo la UDI la que se siente en dificultades. En todas las organizaciones políticas, cada cual a su manera, se está manifestando síntomas equivalentes que denotan desgaste.

Tan débiles son los partidos que el menos estructurado, el menos homogéneo, y más lleno de fracturas internas, Renovación Nacional, ha llegado a ser un partido común y corriente. Incluso en este instante y en contexto, RN incluso parece más ordenado que el resto, porque al tener candidato presidencial mejor posicionado cuenta con un motivo pragmático para mantener la compostura al menos ante las cámaras y los micrófonos.

Pero nada oculta los males de fondo, salvo el hecho simple y sencillo de que no es posible pensar en una salida de la escena del conjunto de organizaciones partidarias, puesto que es todavía peor el vacío que el deterioro general.

Pero la crisis está la vista: el prestigio público por el suelo, la incapacidad de atraer el número suficiente de figuras renovadoras, el predominio de la pelea pequeña y las ambiciones personales, la ausencia de proyectos de envergadura encarnados en sus liderazgos principales, el predominio de la técnica por sobre los objetivos comunes.

En realidad los partidos debieran fortalecer la democracia, pero lo que está ocurriendo es que es la democracia está salvando a los partidos.

Por supuesto, no todo es oscuridad. Si nos comparamos con otros países, no cabe duda de que sobreviven importantes méritos en las organizaciones políticas. Mal que mal, “el sistema funciona”, la probidad resulta ser mucho más frecuente de lo que muchos quieren admitir de buenas a primeras, las coaliciones no entusiasman pero existen como tales, y, evidentemente, contamos con un número limitado pero importante de líderes de envergadura y visión.

El problema es que los buenos elementos cada vez predominan menos. Y es irresponsable esperar a una crisis mayor para actuar. Lo preocupante es que algunos actúan como si no hubiera nada que enmendar y como si los partidos y conglomerados pudieran resistir cualquier cosa, y no es así. Pero hay que percibir el peligro, aunque sea tan general que de puro obvio no se vea. Porque, si el conjunto de la elite política se hubiera separado hace tiempo de las necesidades más sentidas de las personas corrientes ¿quién captaría bien este fenómeno desde la élite? Si los políticos profesionales estuvieran hablando -unos con otros- pero siempre de sí mismos, ¿a quién le importaría alejarse de continuo de la mayoría ciudadana?

Por eso, el problema mayor estriba en que se padece de un mal del que no se quiere conseguir la cura, puesto que nadie se percibe como enfermo.

La obligación de cambiar

Pero la renovación de la práctica política es un imperativo. Hay que saber escuchar. Cuando el hijo del general José Bernales dijo que requerían más servidores públicos “del pueblo”, apuntó a la médula de lo que se necesita. Su padre combinó autoridad con cercanía de un modo que tenía un reconocimiento amplio e inimaginable. También habría que decir que brilló ante el escaso número de figuras que lo logran.

Lo primero que hay que repensar es aquello de entender la política como una actividad de iniciados, que guardan conocimientos secretos e información que sólo unos pocos poseen. No hay razón para confundir autoridad con lejanía ni la arrogancia con el poder.

Hay que saber que ha llegado el momento de la sinceridad en la vida pública. A estas alturas, está claro que el sumo de la sabiduría no está encerrado en las sedes partidarias, en el Congreso o en los gabinetes ministeriales. Por mucho que tengan micrófonos disponibles para opinar de todo, aun de aquello sobre lo que tienen conocimientos insuficientes. La humildad ha de recuperarse como característica de los mejores políticos.

Lo segundo que se necesita es recuperar lo que se ha perdido. Un movimiento se plantea una necesidad de volver a las raíces precisamente cuando se ha separado de ellas. Lo que le queda claro que nos observara el gremialismo, de que sus integrantes están descontentos con su actuación con lo que han dejado de representar.

Lo tercero es no perder lo bueno que se tiene. La política tiene que renovarse, cierto. Este cambio debe también significar un relevo; líderes más jóvenes, también es cierto. Pero las generaciones de reemplazo pueden cometer errores y, en el extremo, pueden fracasar.

La renovación de un partido es un cambio generacional sólo cuando la nueva hornada puede presentar un camino atractivo a seguir para el conjunto del partido. El tema, en todos los partidos, es conseguir un cambio generacional de su dirección “por el lado bueno”.

No se trata de que asciendan “los más viejos entre los jóvenes”, es decir, los que ya están acostumbrados a las prácticas y estilos de sus mayores, y sólo esperan una oportunidad para encabezar un cómodo pero desalentador inmovilismo.

No se puede pensar en grande desde partidos que se reducen en capacidad y perspectivas. Por eso la renovación es una necesidad impostergable.