viernes, junio 06, 2008

La UDI y todos los demás

La UDI y todos los demás

El tema en los partidos es conseguir un cambio generacional “por el lado bueno”. No se trata de que asciendan “los más viejos entre los jóvenes”, acostumbrados al estilo de los mayores.

Víctor Maldonado


La necesidad de renovar

EN LA DERECHA se está expresando un malestar difuso. Se trata de un descontento que trasciende los casos puntuales. Se percibe un vacío de conducción, de ideas, de acciones con sentido y de liderazgos que convoquen. Y, finalmente, este malestar detonó también en el gremialismo.

El asunto llegó a tal intensidad que le ha significado a la UDI tener que enfrentar una elección democrática con alternativas para elegir directiva nacional, algo completamente inusual por estos lados. El gremialismo descubrirá que de democracia no muere nadie, pero el síntoma de conmoción interna está, de todos modos a la vista.

No se trata estrictamente de diferencias sobre la línea política. Es un reclamo de los líderes de reemplazo por un vacío que está dejando la generación fundadora. Lo que le sucede al gremialismo es que los rostros que la dirigen son los mismos (rotándose entre sí), pero las conductas que los caracterizaban han cambiado por completo. La UDI había tenido espíritu de secta, comportamiento mesiánico y toma de decisiones de camarilla. Pero, al mismo tiempo, un grupo compacto, fraterno y con un sólo espíritu en los momentos decisivos.

El hecho de que la UDI sea el partido más grande, y que no vea esta condición en riesgo en la próxima contienda municipal, muestra que las crisis partidarias no siempre son electorales sino éticas y del sentido.

Por cierto, el puesto más ingrato en un partido en dificultades es, sin duda, su presidencia. Todo lo que el partido no puede hacer es atribuido a la falta de liderazgo de su conductor. Ésta suele ser una visión bastante injusta y parcial. No hay que confundir la víctima con el victimario.

En realidad ocurre, más bien, que es el presidente el encargado de dar el máximo de la apariencia de normalidad justamente cuando todos los integrantes de la organización están mucho más preocupados de sus intereses y perspectivas personales que de trabajar con sentido de equipo. Hacer de cara visible en un momento en que afloran males estructurales y de larga data, debiera ser motivo más para compadecer que para criticar.

Se le pide al presidente lo que los miembros del partido no están dispuestos a entregar, defender ni priorizar. De aquí que este puesto sea deseado desde fuera, pero motive una profunda necesidad de salir cuando se está dentro.

Una debilidad estructural

Pero no es sólo la UDI la que se siente en dificultades. En todas las organizaciones políticas, cada cual a su manera, se está manifestando síntomas equivalentes que denotan desgaste.

Tan débiles son los partidos que el menos estructurado, el menos homogéneo, y más lleno de fracturas internas, Renovación Nacional, ha llegado a ser un partido común y corriente. Incluso en este instante y en contexto, RN incluso parece más ordenado que el resto, porque al tener candidato presidencial mejor posicionado cuenta con un motivo pragmático para mantener la compostura al menos ante las cámaras y los micrófonos.

Pero nada oculta los males de fondo, salvo el hecho simple y sencillo de que no es posible pensar en una salida de la escena del conjunto de organizaciones partidarias, puesto que es todavía peor el vacío que el deterioro general.

Pero la crisis está la vista: el prestigio público por el suelo, la incapacidad de atraer el número suficiente de figuras renovadoras, el predominio de la pelea pequeña y las ambiciones personales, la ausencia de proyectos de envergadura encarnados en sus liderazgos principales, el predominio de la técnica por sobre los objetivos comunes.

En realidad los partidos debieran fortalecer la democracia, pero lo que está ocurriendo es que es la democracia está salvando a los partidos.

Por supuesto, no todo es oscuridad. Si nos comparamos con otros países, no cabe duda de que sobreviven importantes méritos en las organizaciones políticas. Mal que mal, “el sistema funciona”, la probidad resulta ser mucho más frecuente de lo que muchos quieren admitir de buenas a primeras, las coaliciones no entusiasman pero existen como tales, y, evidentemente, contamos con un número limitado pero importante de líderes de envergadura y visión.

El problema es que los buenos elementos cada vez predominan menos. Y es irresponsable esperar a una crisis mayor para actuar. Lo preocupante es que algunos actúan como si no hubiera nada que enmendar y como si los partidos y conglomerados pudieran resistir cualquier cosa, y no es así. Pero hay que percibir el peligro, aunque sea tan general que de puro obvio no se vea. Porque, si el conjunto de la elite política se hubiera separado hace tiempo de las necesidades más sentidas de las personas corrientes ¿quién captaría bien este fenómeno desde la élite? Si los políticos profesionales estuvieran hablando -unos con otros- pero siempre de sí mismos, ¿a quién le importaría alejarse de continuo de la mayoría ciudadana?

Por eso, el problema mayor estriba en que se padece de un mal del que no se quiere conseguir la cura, puesto que nadie se percibe como enfermo.

La obligación de cambiar

Pero la renovación de la práctica política es un imperativo. Hay que saber escuchar. Cuando el hijo del general José Bernales dijo que requerían más servidores públicos “del pueblo”, apuntó a la médula de lo que se necesita. Su padre combinó autoridad con cercanía de un modo que tenía un reconocimiento amplio e inimaginable. También habría que decir que brilló ante el escaso número de figuras que lo logran.

Lo primero que hay que repensar es aquello de entender la política como una actividad de iniciados, que guardan conocimientos secretos e información que sólo unos pocos poseen. No hay razón para confundir autoridad con lejanía ni la arrogancia con el poder.

Hay que saber que ha llegado el momento de la sinceridad en la vida pública. A estas alturas, está claro que el sumo de la sabiduría no está encerrado en las sedes partidarias, en el Congreso o en los gabinetes ministeriales. Por mucho que tengan micrófonos disponibles para opinar de todo, aun de aquello sobre lo que tienen conocimientos insuficientes. La humildad ha de recuperarse como característica de los mejores políticos.

Lo segundo que se necesita es recuperar lo que se ha perdido. Un movimiento se plantea una necesidad de volver a las raíces precisamente cuando se ha separado de ellas. Lo que le queda claro que nos observara el gremialismo, de que sus integrantes están descontentos con su actuación con lo que han dejado de representar.

Lo tercero es no perder lo bueno que se tiene. La política tiene que renovarse, cierto. Este cambio debe también significar un relevo; líderes más jóvenes, también es cierto. Pero las generaciones de reemplazo pueden cometer errores y, en el extremo, pueden fracasar.

La renovación de un partido es un cambio generacional sólo cuando la nueva hornada puede presentar un camino atractivo a seguir para el conjunto del partido. El tema, en todos los partidos, es conseguir un cambio generacional de su dirección “por el lado bueno”.

No se trata de que asciendan “los más viejos entre los jóvenes”, es decir, los que ya están acostumbrados a las prácticas y estilos de sus mayores, y sólo esperan una oportunidad para encabezar un cómodo pero desalentador inmovilismo.

No se puede pensar en grande desde partidos que se reducen en capacidad y perspectivas. Por eso la renovación es una necesidad impostergable.