Nosotros, que habíamos acusado tanto
Nosotros, que habíamos acusado tanto
La UDI tiene un problema, y es que, junto con sus socios, ha dedicado un largo tiempo a alentar la presentación de denuncias, asimilándolas rápidamente a acusaciones con fundamento.
Víctor Maldonado
La prueba aún no empieza
De las desgracias no hay que alegrarse nunca, aunque sean lejanas o ajenas. El caso es que se han empezado a encontrar irregularidades en municipios UDI y no parece que esto se vaya a detener en la primera irregularidad encontrada en Huechuraba.
Desde luego, alcaldes por demás locuaces han desaparecido de las cámaras en estos días, y no ha de ser porque tengan explicaciones fáciles de dar.
El presidente de la UDI, Hernán Larraín, ha expresado todo en pocas palabras: “Sentimos mucho pesar por esta situación que se ha extendido más allá de lo que nadie entre nosotros podía haber imaginado”. Puesto en una situación muy difícil, el líder gremialista entregó ese tipo de respaldo que causa más temor que alivio en los aludidos: “Tenemos plena confianza en nuestros alcaldes que han sido objeto de acusaciones y denuncias. Pero si se acreditan los hechos, no nos va a temblar la mano para aplicar las sanciones de acuerdo a su gravedad”.
Se entiende el nivel de sorpresa y malestar que se observa en la UDI. Las acusaciones tienen la rara propiedad de atraer a otras. Nunca vienen solas, sino en seguidilla. Mientras las denuncias se concentran en un foco, pueden ser controladas, con algún esfuerzo pero con seguridad. Sin embargo, cuando se produce esta especie de metástasis, se entra en un problema de marca mayor, del cual es difícil de salir.
Allí es precisamente a donde se ha llegado. Lo que en un primer momento fue Huechuraba, ahora se reproduce -con otras particularidades- en Recoleta y Colina, y ya se menciona a Viña del Mar.
La derecha está sorprendida pero, al mismo tiempo y por sus reacciones iniciales, no deja de ser sorprendente. Ahora, ante un posible caso de corrupción que involucra a militantes de uno de sus partidos, se han empezado a felicitar entre sí antes de hacer nada.
Los dirigentes opositores, así como sus medios de comunicación afines (es decir, casi todos), se han adelantado tanto en anunciar que van a actuar correctamente, que no están esperando a que ello ocurra para empezar a congratularse unos con otros. En el extremo, y rozando lo indecoroso, han llegado a decir y editorializar que es “una gran oportunidad” para la UDI. Así, tal cual.
Lo que ocurre es que en el gremialismo se considera una virtud el que esta situación (acusaciones y recriminaciones mutuas) se dé entre miembros de un mismo partido, los que han demostrado que no tienen ninguna dificultad para “transparentar” una situación reñida con la probidad. En esta lógica, si el partido los sanciona, demuestra que “no hay defensas corporativas”.
Apláudanme por favor
Para qué decir nada respecto de que en casos semejantes bien conocidos, los hoy ponderados jueces de sí mismos dieron con acusar a unos y otros sin distinción ninguna y sin esperar a la presentación de pruebas.
No se entiende por qué en la derecha pueda alguien sentirse pionero de la probidad. Lo que la UDI tiene la intención de hacer, la Concertación ya lo hizo. Todos recordarán que, ante el primer caso de alto impacto público en el Gobierno de Ricardo Lagos se estableció el criterio del “caiga quien caiga”, se cooperó con las investigaciones del caso, se cambiaron los procedimientos internos haciéndolos mucho más estrictos y se introdujo una amplia legislación para impedir repeticiones. No hay en todo esto defensas corporativas. Pero sí un cuidado especial en poner el acento en las soluciones más que en las declaraciones. ¿Qué de nuevo y elogiable tendría la UDI al cumplir con sus obligaciones cívicas y éticas?
En realidad, en el gremialismo no se han dado cuenta que han colaborado activamente a que impere una lógica de la sospecha, de la que creen verse inmunes. Caricaturizando, se puede decir que esperan el reconocimiento de los demás al inaugurar un original ciclo de la probidad: primero, un UDI se lleva algo para la casa; segundo, otro UDI lo denuncia; tercero, un UDI lo sanciona; cuarto, todos aplauden. ¡Es esperar mucho de la paciencia ajena!
La pregunta que tienen que hacerse no es si el ciclo termina con las sanciones, sino por qué los integrantes de su partido han entrado en el ciclo de la corrupción. Lo que uno espera es menos editoriales, y más compostura.
Viendo todo esto, lo que en verdad sorprende es la comedida cautela de los miembros de la Concertación en reaccionar. Se ha podido ver que sus dirigentes han esperando a saber de qué se trata con exactitud todo esto antes de empezar a opinar con soltura. Nadie a tratado a la UDI de corrupta ni ha pedido el desalojo de nadie.
Lo que corresponde es poner un alto a tanto apuro y liviandad. Se necesita ponderar y hacerse un juicio certero sobre los casos que se presentan.
La cosecha de lo sembrado
Lo que primero que ha ocurrido es que se ha presentado una denuncia en un municipio en concreto. Se han presentado acusaciones cruzadas entre la alcaldesa y funcionarios. La palabra que más se repite es la de negociado. Las recriminaciones mutuas se dieron a conocer a la opinión pública incluso antes de saber exactamente de qué se trataba.
¿Qué tenemos hasta ahora? Estrictamente hablando, nada. Todos podrán reconocer que, ante una denuncia, no hay que reaccionar con histeria o escándalo, sino apresurarse en indagar la verdad de los hechos imputados. Mientras, no hay que adelantar ningún juicio moral.
Antes que todo, calma. Un sector político siempre sabe cuánto se mete en un tema de probidad, pero nunca cómo y cuándo saldrá del atolladero. Hay que ir por partes.
Ahora todos podrán apreciar más fácilmente que la responsabilidad de una organización política comienza desde que tiene información sobre lo que ocurre.
En el caso puntual, los responsables institucionales partidarios han hecho lo que correspondía: fijar el criterio con el cual buscarán a quienes pudieran ser culpables, no importando quiénes sean y -esperamos- cuántos sean.
Sin embargo, la verdadera prueba aún no ha comenzado. Por lo regular un partido se prepara para un evento único, no una sucesión de eventos. Y lo que ocurre cuando se encuentra una hebra es que en ella el principio no coincide con el final.
Por eso el indicador que nos señala cómo se ha de juzgar un partido es el de la persistencia y la coherencia en mantener la posición originalmente adoptada. Algo que deben aprender quienes están en medio de una tensión partidaria fuerte es que los presuntos implicados -y quienes se implican solos sin que nadie los llame-, adoptan cursos de acción impensados, que agravan las cosas. En poco tiempo, no se tiene un problema, sino una familia de problemas.
Por supuesto es muy entendible que alguien que ve afectada su reputación, reaccione en defensa propia. El inicio del control no aparece sino hasta cuando el conjunto de los involucrados deja de sentir una compulsión diaria por hacer declaraciones. Como todos podemos apreciar, aún no se ha llegado a ese punto.
Pero así transcurren las crisis. Tienen un ritmo natural que difícilmente se puede alterar. En ellas es posible intervenir en el inicio mismo de la dificultad, pero cuando la información llega antes a la prensa que a los líderes más responsables, entonces hay que prepararse para un camino largo y cuesta arriba.
La UDI tiene un problema, y es que, junto con sus socios, ha dedicado un largo tiempo a alentar la presentación de denuncias, asimilándolas rápidamente a acusaciones con fundamento, y éstas a casos comprobados y con utilización política de por medio.
En este ambiente de sospechas con tan prolongado cultivo, se han presentado las acusaciones que han estallado en la cara del gremialismo. Un amplio trabajo dedicado a fomentar sospechas públicas, a acrecentarlas y a estimularlas se ha vuelto contra sus cultivadores.
Ahora resulta que los alcaldes gremialistas se quejan amargamente porque “en las denuncias vamos a caer todos”. Uno se pregunta, ¿y qué otro efecto amplio se podía esperar si para ello se trabajó tan intensamente y por tanto tiempo? ¿Nadie supo ver que el desprestigio del adversario era, al mismo tiempo, el desprestigio del sistema y de todos sus componentes, sin excepción?
Por eso, puede que en política actuar con prudencia y moderación no consiga un rápido y alto impacto mediático, pero, a la larga, es la única conducta responsable. Al menos, permite avanzar, sin destruir el propio puente por el que se transita.
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