viernes, enero 25, 2008

El segundo tiempo de la derecha

El segundo tiempo de la derecha

Parece que tenemos una confrontación entre dos tesis: desalojo y nuevo trato. No es así. Hasta los nombres nos alertan que son productos intermedios e incompletos.

Víctor Maldonado


El desalojo de Allamand

EN EL ACTUAL escenario, la oposición tiene más de un candidato presidencial y más de una estrategia para llegar a La Moneda. Este hecho constituye una gran diferencia con la situación anterior y tiene fuertes repercusiones.

Incluso quienes estiman que las posibilidades de llegar al poder son altas para ese sector, debieran tomar en cuenta un dato básico que hace relativa su sensación de avance: hace no tanto tiempo había solo un candidato y era éste quien dictaba -sin contrapeso ni discusión- cuáles eran las instrucciones a seguir para ganar la elección presidencial.

Y si el abanico de opciones se está abriendo, esto sólo se puede explicar porque se están cometiendo errores que no se han detectado y subsanado a tiempo.

Como siempre, quienes campearon en la primera etapa, son quienes han debido pagar los platos rotos que implican la evaluación crítica que ha merecido el desempeño de la oposición.

Desde luego, los candidatos a asumir las responsabilidades eran Sebastián Piñera (como abanderado) y Andrés Allamand (en su estrenada calidad de ideólogo).

Y, con algo de conocimiento de los personajes, no era difícil prever que todo se resolvería en una equitativa declaración de responsabilidades compartidas. Antes bien, el hilo se iba a cortar por lo más débil y de manera tan unilateral como inconsulta. De más estará decir que, luego de esto, las relaciones entre ambos no son de las mejores pero eso, desde hace años, no es una novedad.

Pero, para el resto de nosotros, el tema no es tanto qué tienen en la cabeza los que asumen determinadas estrategias, sino qué es aquello que los está obligando a cambiarlas.

En la superficie, parece que tenemos una confrontación entre dos tesis: desalojo y nuevo trato. No es así.

Hasta el nombre de estas formulaciones nos alertan sobre el hecho de que son productos intermedios e incompletos.

No se puede dirigir una campaña con un mensaje negativo y agresivo. Desalojar equivale a poner en el centro a quién debe salir, no en aquello que debe entrar.

Además, uno se plantea el desalojo de otro cuando de lo que se trata es de expulsar a alguien que ya no cuenta con recursos propios para su defensa por sus propios medios. Y, de seguro, esa imagen no corresponde a la del Gobierno que vemos todos los días.
Lo de “nuevo trato” no es otra cosa que el reconocimiento público de un error cometido. Nada había obligado a la derecha a sobredimensionar sus críticas, sin mucho contrapeso. En cambio, la faceta de cooperación entre los bloques políticos es tan antigua como la transición, y no tiene nada de nuevo.

Lo cierto es que en la derecha se generó un gran espacio no cubierto, y, sin embargo, valorado por los electores, que fue por donde entró Joaquín Lavín como la vía más apropiada para su resurrección política.

Trabajen pero que no se note

En toda elección, el territorio que hay que conquistar está ubicado en el centro, en el espacio que existe entre los rivales principales y no en los extremos.

Si en la derecha no han actuado en consecuencia es por un error de diagnóstico que los ha hecho extraviarse, marcar el paso y perder el tiempo. En esto no hay a quién echarle la culpa.

En otras palabras, la oposición ha dejado espacio para la recuperación del oficialismo, y éste último ha empezado a aprovechar la oportunidad que se le brinda de tomar y mantener la iniciativa.

Por esto, el Gobierno necesita no sólo tener aciertos sino actuar con constancia y coherencia, sin distracciones ni zonas flojas.

Sigue siendo efectivo que la Concertación requiere conducción política, discurso integrador incorporado en todo lo que hace, gestión eficiente y visible, constante presencia en terreno y una fortalecida capacidad de comunicar mensajes.

La obligación que ha contraído la Concertación al ganar el Ejecutivo comprende a todas las facetas de un buen Gobierno, sin prescindir de ninguna. De otro modo en verdad estaría fallando en su misión fundamental.

La oposición ha mostrado de inmediato sus cartas al respecto. Cada vez que el Gobierno moviliza sus recursos, recibe una réplica graneada de ataques. Nunca se le deja de acusar de intervencionismo y un reiterado mensaje de que no pierda el tiempo, se dedique a lo suyo y no malgaste los recursos públicos.

¿Nos estamos alternando o alterando?

Para la oposición, ha llegado el tiempo de la “alternancia en el poder” y nada debe detener o cruzarse en este propósito. Por eso, la derecha sobrerreacciona en extremo ante iniciativas tan obvias y acotadas como la de hacer circular una publicación de unas pocas páginas al mes. Simplemente sacó de sus casillas a la dirigencia opositora. Si el Gobierno es un fracaso, ¿para qué se preocupan? Si no hay avances, ¿qué importa que se muestre lo que no existe? Si se trata de una muestra de desesperación, ¿para qué desesperarse en la réplica?

Está claro que la capacidad de autorregularse no es la especialidad de la casa. En el fondo, lo que quiere decir todo esto es que no hay plena confianza en las propias fuerzas. Se está a la espera que la Concertación falle, entre en colapso o se desintegre en medio de peleas de diversa especie.

El problema está en que la derecha se está preparando para un escenario optimista, en que las buenas noticias corren de su parte y las desgracias, todas por cuenta de los adversarios.

La disposición de ánimo del otro lado de la cancha es completamente distinta. Se sabe que los mayores obstáculos en el camino, los peores escenarios y las mayores debilidades ya se han presentado. Es más, existe plena conciencia de que el programa comprometido con el país está en plena ejecución y que se puede llegar a la meta con los objetivos alcanzados y las metas cumplidas. Y quien está convencido de esto, actúa de un modo bien distinto de quien está haciendo sus maletas.

Por lo que se observa, lo que hará el oficialismo es gobernar a plenitud hasta el fin del período. Y esto no resulta tan difícil cuando no se trata de alterar las prioridades, sino de cumplirlas.

Con esto no se quiere decir que en las consideraciones políticas avasallan a las orientaciones técnicas perdiendo orden y mesura. Significa que no se pretende perder su sello social característico en medio de una administración anodina.

Significa que no se pierde sentido de la responsabilidad, pasando a una especie de frenesí electoral, sino que se quiere asegurar el cumplimiento de lo prometido durante la campaña presidencial.

El cumplimiento integral de lo que se compromete es todo lo contrario en las puras consideraciones tácticas del momento.

Así que se trata de dar conducción política, de otorgarle sentido a la acción que se emprende, de actuar con eficacia, mantener el contacto directo con los ciudadanos y comunicar en todo momento lo que se está realizando. El Gobierno tiene una ventaja y debe saber aprovecharla: todo lo que necesita hacer está en sus manos para llevarlo a la práctica. Esperemos que actúe en consecuencia.