La apuesta en falso de un jugador
La apuesta en falso de un jugador
Es una apuesta. Una apuesta del todo o nada, tal como le gustan a nuestro personaje. De momento, no es posible anticipar el destino final de esta aventura.
Víctor Maldonado
La auto-imagen sobredimensionada
COMO POLÍTICO, Adolfo Zaldívar tiene tres características que hay que reconocerle de partida: se expresa en un lenguaje directo, nunca retrocede y siempre apuesta fuerte.
En la entrevista de El Mercurio del 25 de noviembre, declaró que: “La Alianza, al igual que la Concertación, ha devenido en una coalición desgastada. Ambas perdieron su sintonía ciudadana, superadas por la realidad actual de Chile. El país demanda algo distinto. El espíritu épico original de Concertación se desgastó por el uso abusivo y corruptor del poder de unos pocos”. Zaldívar agrega: “En todo caso, confío en una nueva correlación en las fuerzas políticas y que la ciudadanía tenga opciones y alternativas distintas a las actuales”.
A uno pueden parecerle como quiera estas declaraciones, pero debe saber que responden a las características que hemos señalado: directas, sin vuelta atrás y agresivas.
Dice que las coaliciones están obsoletas e inadaptadas, que la ciudadanía demanda algo distinto y que hay que ofrecerle nuevas opciones. Son las declaraciones de alguien que se ubica fuera de su partido y su coalición. Son el modo de expresarse del que piensa que ya no tiene nada que perder y que, como buen jugador que es, sabe que puede apostar fuerte, ya sin límites.
Y cuando se dice “sin límites” quiere decir exactamente eso: porque luego de este paso decisivo vino un vendaval de afirmaciones rotundas sobre sus adversarios políticos en la DC, entre las cuales sólo basta con retener su acusación a la directiva de “estar coludida con la corrupción”. No hay que ser un adivino para aventurar que la ausencia de contención verbal hará que el senador nos regale con nuevas y más originales muestras de su estilo confrontacional en los días que siguen.
Siempre que se llega a una situación como ésta, el personaje que entra pateando la mesa no lo hace por descriterio. Tiene un objetivo que conseguir. Pero, desde ya, se puede adelantar que, cualquiera éste sea, no está teniendo el comportamiento adecuado para lograrlo. Es más, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que ha cometido un error de esos que hacen historia (o más bien que las terminan).
Perder militancia y coherencia
Lo primero que se pierde cuando lo que empieza a predominar en un actor es su estilo más que el contenido de lo que dice es la coherencia. Lo que empieza a decir ya no se sostiene en una conducta y en una argumentación coherente. Cuando se pierde la consistencia entre el pensamiento y la acción, se empieza a asimilar un costo mucho mayor del que se puede apreciar en un primer momento.
Hay que partir diciendo que no es en los momentos de crisis cuando se descubren las diferencias éticas que nos pueden separar de los socios de toda una vida. Si esas consideraciones son tan importantes y poderosas, no las deja esperando para cuando asoman nuevos conflictos en una coyuntura específica.
Las razones éticas no se descubren a última hora de la tarde; se descubren por la mañana temprano o son una excusa.
Cuando se hace uso de esta argumentación, no son las razones públicamente esgrimidas lo que importa. Lo que resulta decisivo es la voluntad política de apostar fuerte lo que se hace presente.
Por eso, el orden en que se presentan los argumentos es muy importante y no debe ser nunca olvidado, porque tiene que ver con la sinceridad con que se actúa. No se puede -sin más- acusar a la directiva de un partido, después que estalla una crisis por diferencias políticas, de que está “coludida con la corrupción”, como si tal cosa.
Este conejo es demasiado grande para cualquier sombrero. Es como iniciar una discusión sobre quién paga una cuenta y a la mitad acusar al otro de asesinato. No tiene lógica. Lo principal ordena lo secundario y, por tanto, no se descubren las incompatibilidades éticas justo cuando se está en medio de una crisis estrictamente política.
Lo que está pasando no está siguiendo para nada un curso inevitable. Hay que tomar en cuenta que, en paralelo, el senador Carlos Cantero ha decidido separarse de RN sin mayores dramas. Simplemente llegó a la conclusión de que estaba descontento de la gestión de la directiva, no le gustaba el presidente del partido, el tipo de convivencia que existía en la colectividad, y tampoco el candidato presidencial que es respaldado. Lo pensó, se decidió y se fue. Es decir, no quiere estar en RN, pero no dice que esté dirigida por unos perversos ni dice que la Alianza es un desastre. Simplemente se va.
Lo que vemos en el caso del líder colorín es una cosa completamente distinta. No es un simple distanciamiento, sino un intento de dar curso a una conflagración dura. Es el intento de imponer un estilo por sobre el fondo del debate. ¿Por qué y para qué? Sinceramente, no hallo que nos encontremos ante un misterio. Todo lo contrario.
¿Seré yo el que ha de venir?
La naturaleza de la apuesta del senador Zaldívar ha sido explicitada a más no poder. Como ya dije, a este personaje no se le puede acusar de usar un lenguaje difícil o cifrado, porque siempre explicita sus intenciones. Lo cual, desde luego, se agradece.
Se parte del diagnóstico de un país cansado de sus dos grandes coaliciones políticas y de un líder que se siente llamado a interpretar a la ciudadanía ante un descontento manifiesto con unos y otros.
Por eso no es efectiva la crítica fácil que se le hace a Zaldívar de querer “irse a la derecha”. El cambio de camiseta inmediata sería su autodestrucción rápida y segura, y lo sabe. No estamos frente a alguien que esté buscando trabajar para otros.
En vez de eso, lo que se busca es constituirse en un factor decisivo, tanto para la centroizquierda como para la centroderecha. En cualquiera de las alternativas que surgen en la próxima elección presidencial un pequeño grupo con puntos suficientes para dirimir la contienda quiere por esta vía resultar determinante. Eso ha sido explicitado, no es una elucubración, se puede leer en sus declaraciones una y otra vez y siempre se encontrará esta misma idea.
En seguida, y aquí está el factor clave, sus entusiastas seguidores creen que el senador será el líder que encarnará el descontento ciudadano. Y eso hará tal diferencia que, a partir de allí, la política chilena comenzará a girar en torno a su persona.
Es una apuesta. Una apuesta del todo o nada, tal como le gustan a nuestro personaje.
De momento, no es posible anticipar el destino final de esta aventura. Pero me atrevo a adelantar tres apreciaciones que pueden ayudar a entender lo que sucederá.
Primero, es posible que el diagnóstico del que se parte sea certero, pero es igualmente posible que el personaje que se ofrece como solución a los problemas no sea el correcto. Si Adolfo Zaldívar no estuviera tan obsesionado con la importancia de su propio liderazgo, tal vez daría tiempo y maña para conseguir lo que quiere. Pero no es su estilo, y si preparara cada paso con método no sería él.
Sus grandes éxitos los ha debido a su arrojo personal y al sentido de oportunidad que caracterizan a los políticos de vocación. Pero para lo que viene estas cualidades no bastan.
Segundo, hasta ahora Zaldívar ha sido un político de la Democracia Cristiana. Ahora veremos cómo opera a la intemperie. Tal vez descubra que la DC es más fuerte de lo que parece sin su persona y que tal vez él no sea el depositario de la verdad ni la reencarnación de la voluntad popular.
Tercero, para conquistar a la opinión pública hay que hablarle a la opinión pública y hablar de los temas que quiere escuchar. Haberse metido en una disputa, típica de elite, hablando de rencillas políticas, en tono agresivo, es lo menos que se parece a lo anterior. En otras palabras, Zaldívar conoce el camino, pero no sabe seguirlo.
Tal parece que el jugador finalmente ha hecho una apuesta en falso.
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