Subiendo, bajando
Subiendo, bajando
Es muy significativo que la coordinación política de la derecha se esté logrando por la acción de una parte de los medios de comunicación escritos. Lo que no han conseguido las directivas de los partidos, lo está logrando directores de orquesta desde las sombras. Pero esto no puede ser una buena práctica.
Víctor Maldonado
Bajo el signo de la pequeñez
Nada mejor que un momento difícil para que cada cual se muestre como es y no como quisiera ser visto. La resurrección política de Lavín ha puesto a prueba el temple y el comportamiento de los demás. Vale la pena dar una mirada sobre lo que está pasando en la derecha y en la Concertación al respecto.
Hay que partir diciendo que la actuación de Piñera y sus declaraciones ante el buen momento del ex alcalde de Santiago han sido decepcionantes.
Da la impresión de que, simplemente, no lo puede soportar. Se descompone, amenaza, trata de mantener la calma y hasta el menos perspicaz se da cuenta de que no lo logra. Deja la idea de que se sabe manejar cuando las cosas van como quiere o cuando hay que aprovechar oportunidades, pero lo saca de quicio el que lo contradigan o le salgan al camino. Piñera muestra su peor faceta y deja en evidencia que no la controla. Parece increíble en alguien con fama de ganador, pero lo que trasmite es envidia, algo -habría que agregar- muy poco presidenciable.
En la derecha, pudimos ver cómo se pasa de la discusión de ideas al tema de los protagonismos. Esto último sin subterfugios, sin adornos y sin pudor.
En todo caso, la idea de excluir a Lavín, después de lo acontecido, lo vuelve a poner en el centro de la escena. Porque es inevitable preguntarse qué es lo que temen tanto que causa tamaño intento de exclusión.
Lo cierto es que no todos quieren construir. Quienes buscan excusas para no establecer puentes de cooperación se pueden identificar de inmediato.
Son los que dan la batalla por perdida y las responsabilidades ya asignadas (“si el Gobierno no cambia de actitud, los delincuentes seguirán dominando las calles”); son los que piensan que si no se hace lo que lo que ellos piensan, entonces no hay ningún ánimo de dialogar; los que descalifican a priori lo que se hace, atribuyéndolo a una congénita falta de criterio o de capacidad para actuar (“no les vamos a dar los votos para seguir con la misma mano blanda”).
En el Gobierno nadie está pidiendo que le hagan su trabajo. Tampoco se está tratando de hacerse la vida más fácil. Construir con los opositores nunca ha sido tarea sencilla, pero es lo que corresponde hacer en algunos casos.
La derecha tampoco ha estado en su momento más brillante. Había olvidado el camino de la convergencia y la cooperación, y se resistió todo lo que pudo a transitar por una vía que tenía una aprobación ciudadana amplísima.
Lo que el gobierno debe evitar
La desconfianza ha estado a flor de piel todo el tiempo. La búsqueda de objetivos propios ha sido reemplazada por la búsqueda de intenciones (de malas intenciones, por supuesto) que tienen los demás para llamarlos a la cooperación. Así que, si se le convocaba a superar sus intereses particulares, no podía ser para otra cosa que para que el Gobierno pudiera diluir sus responsabilidades ante la opinión pública.
No se está intentando compartir la responsabilidad, la que por lo demás es algo indelegable. De lo que se trata es de enfrentar los problemas nacionales, llamando a la activa participación de todos.
Pero la realidad se impone por sobre el tono de las declaraciones iniciales. En el caso del tratamiento del tema de la seguridad pública, lo que ha pasado es que los contactos iniciales se institucionalizan, se fijan plazos y objetivos y se da en conexión con el Congreso. Es posible que en otros temas de primera importancia se siga la misma senda.
En el nuevo escenario, la oposición cambiará de comportamiento, pero no de objetivo. La derecha ha intentando por largo tiempo controlar la agenda pública, pensando en que el Gobierno pudiera llegar a perder la iniciativa. Aunque este intento se ha visto frustrado en las últimas semanas, es ya significativo en sí mismo que se produzca. Por eso es importante que en el tiempo que sigue el oficialismo evite los errores evitables.
Lo primero de lo que hay que precaverse es no hacerse parte de la estrategia opositora. Para que a la derecha le funcione su procedimiento de trabajo requiere que, cada vez que se le ocurra poner en cartelera un tema, desde el oficialismo haya quien enganche con un debate funcional a los intereses ajenos.
Esto es un yerro obvio, puesto que el Gobierno tiene su propia agenda y salirse de ella es lo mismo que desorientarse.
El segundo error en que se puede incurrir es destacar aspectos menores de la agenda por sobre los prioritarios, porque de ese modo ya no hay manera de saber qué es lo principal y qué es lo accesorio.
Lo tercero es dejarse llevar por la inspiración del momento, destacando asuntos al voleo, sin ninguna planificación y sin responder a criterios concordados. Cuando se hace eso se logra el desconcierto de propios y extraños.
Todo esto resulta importante, porque el frente puede encontrar una respuesta rápida y cohesionada, aunque no por méritos de las directivas partidarias ni del candidato. Es muy significativo que la coordinación política de la derecha se esté logrando por la acción de una parte de los medios de comunicación escritos. Lo que no han conseguido las directivas de los partidos, lo está logrando directores de orquesta desde las sombras.
Pero esto no puede ser una buena práctica, porque al final parte importante de la supuesta dirigencia de la oposición no tiene la menor idea de para dónde va, quién decide y con qué intereses lo hace. Una situación así debiera darle miedo a cualquier demócrata.
¿Quién está poniendo la música?
Sea cual fuere el paso que se dé, todas las figuras de Gobierno deben actuar coordinados y en el mismo sentido. Y sobre todo, hay que escoger qué batallas se dan, cómo y cuándo.
El tema del “femicidio político” sirve para ilustrar lo que queremos decir: es uno de esos debates del que todos empiezan a hablar y nadie sabe mucho por qué. Simplemente fue puesto en cartelera y varios lo siguieron porque parecía que es lo que correspondía hacer.
Pero hay que desconfiar de los tópicos que no están vinculados a nada en particular y califican la actuación de la Presidenta desde una condición que no puede cambiar (ser mujer) y a la que se hace girar toda su actuación y la conducta prejuiciada de los demás.
El lenguaje del Gobierno debe ser siempre el de la acción. Y no cualquier acción, sino de aquella que puede modificar las condiciones actuales en favor de las personas. No hay que empezar a cantar sólo porque a alguien se le ocurre poner una música. En este caso y tal como partió el debate promovido por otros, si el Gobierno se detiene a calificar una situación como negativa y no se dice nada más, eso permite tres interpretaciones posibles: que una estrategia dañina está dando resultados; que no se pueden remediar y/o que se está uno victimizando.
Cualquiera de las tres interpretaciones es mala para el Gobierno en general y para la Presidenta en particular. No es un debate del que se pasa a la acción, sino uno que llama a adoptar un estado de ánimo pesimista y desmovilizador. De allí la importancia de tomar el problema que evoca de una manera muy diferente.
Al Gobierno le ha ido bien centrando la atención sobre su programa, sus iniciativas y sus prioridades. Ahora tiene que ser perseverante para consolidar posiciones, aunque siempre desde las sombras se le sugiera cambiar de camino.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home