viernes, diciembre 14, 2007

Los tres escenarios del conflicto político

Los tres escenarios del conflicto político

Lo cierto es que de las crisis políticas no se sale con procedimientos legales, sino con decisiones respaldadas y legitimadas. Lo importante es no quedarse atrapado en el problema inicial ni en las primeras reacciones.

Víctor Maldonado


Como meterse en problemas y no morir en el intento

EL CONFLICTO -cultivado, privilegiado y desorientado- se está instalando como un gran actor en la escena política nacional. Está presente en todas partes y en cada sitio busca ocupar todos los espacios posibles.

Del tratamiento que se haga de este hecho dependerá mucho de lo que termine por ocurrir con el Congreso, los partidos políticos y otras organizaciones importantes.

Aquí hay un gran desafío para la dirigencia. No está claro que todos vayan a sortear bien la prueba. De hecho, algunos muestran tan poco criterio como Alfredo Ovalle que levanta un conflicto innecesario, donde no lo había, y sólo después (y por las reacciones despertadas) parece percibir que ocasionó un cierto malestar por el tono, oportunidad y falta de equilibrio de sus opiniones.

Pero los demás no se encuentran ante situaciones producidas artificialmente, sino que se las tienen que ver con el manejo de situaciones políticas importantes, de las que depende el prestigio de las instituciones a las que pertenecen.

En estas condiciones se encuentra la oposición en el Congreso, en la actitud que tome ante la posibilidad de interpelar al ministro Francisco Vidal; el destino final que tenga la redacción del informe de la comisión del Transantiago en la Cámara de Diputados; y, por cierto, la forma cómo se maneje en conflicto en el PDC.

Algo parece quedar claro en todo esto, y son dos lecciones de gran importancia para los actores involucrados en las distintas expresiones de un mismo fenómeno: primero, que en ningún conflicto hay que dejarse atrapar en el lastimero análisis de cómo es que llegamos a meternos en estos problemas, sino que hay que concentrarse en cómo salir de los de ellos; y, segundo, que mientras no se redefina la situación inicial que se enfrenta y se cambia uno de los datos que se consideraron en algún momento inmodificables, no hay salida posible, porque al principio no se ven caminos viables de salida. Esto lo podemos analizar en los tres casos mencionados.

El pedestal de los contrincantes

En caso del vocero de Gobierno, es para no creerlo. Se supone que la oposición lo está atacando, que quiere hacerle algún tipo de daño o mella y que quiere denunciar el “intervencionismo electoral” (algo que es una constante en su actuación colectiva). Y para lograrlo, no se le ocurre nada mejor que ponerle palco, micrófono, cámara, audiencia y oportunidad a un polemista nato y a un expositor persuasivo, fácil de entender y con entrenamiento de sobra.

Alguien que no quería a los congresistas debe haber sido el que propuso el formato de las interpelaciones. Es preferible pensar eso a la idea de que se prodigaron un autogol de primera magnitud. Pero lo cierto es que interpelación aparece en el papel como algo tremendo, una prueba terrible para el impugnado, quien se vería acosado, de pie, frente a un ataque de horas por parte de sus adversarios.

Eso en el papel. Porque en la práctica, un diputado pregunta y el interrogado contesta con amplia libertad, en sus términos, conduciendo las respuestas con soltura.

En otras palabras, y parodiando la canción, en estas circunstancias, el acusador calienta el agua, el acusado se toma el mate.

En este escenario, la derecha va a descubrir algo que la sorprenderá: se dará cuenta de que el discurso del intervencionismo es de consumo interno, parece algo temible, pero que no se sostiene fuera de la primera línea de argumentación.

Su campaña para inmovilizar al Gobierno se basa en la denuncia y en tender un manto de sospecha ante actuaciones que pudieran tener efecto electoral (todas, casi, si se lo piensa bien). Está amenazando con un perro sin dientes, y eso quedará en evidencia en esta ocasión. ¡Menudo negocio! Si la Concertación le hubiera puesto asesores para perjudicarlos, no lo estarían haciendo mejor.

La derecha no está bien dirigida. Pero si quisiera salir del embrollo en el que se ha metido, debería darse cuenta de que no puede atacar a un ministro sin darle tiempo para que haya podido hacer algo antes de poder atacarlo.

Deberían partir por explicitar los criterios del buen desempeño ministerial que esperan encontrar, y después evaluar, sin reemplazar el procedimiento obvio por un intempestivo golpe, torpe y mal dado.

El Transantiago y su comisión

La fiscalización no es sinónimo de destrucción, aunque puede ser muy drástica en sus juicios. El diputado Patricio Hales expresó que la idea no era tener un informe suave, sino que “lo proporcionado y equilibrado es tener uno… tan duro como el desastre y la gravedad de los hechos sociales que se provocaron”. Y, sin duda, se cumplió este propósito.

Del informe de la Comisión del Transantiago de la Cámara, no son pocos los que aparecen con responsabilidad en la implementación del plan de transporte capitalino.

Ya no importa, para efectos prácticos, si la validez técnica de lo que se afirma sea acertada, impecable o discutible. Se ha emitido un juicio político, sobre un tema altamente debatido, y se ha llegado al final de un largo trabajo.

La Comisión, conformada con mayoría concertacionista, ha afirmado que hubo un error de diseño; que los encargados de más capacidad de decisión en dos gobiernos no previeron las deficiencias a tiempo; que se actuó con demasiada premura al momento de definir y también de implementar el cambio del sistema de transporte; el cálculo sobre los efectos sociales quedó muy por debajo de lo necesario; que los técnicos a cargo se limitaron -incluso dentro en su propio ámbito de decisión- sin advertir de los riesgos, etcétera.

Las menciones de la responsabilidad del sector privado son importantes, pero, probablemente, pasarán a un muy humilde segundo plano en los destacados de la prensa. Se menciona que ha habido incumplimientos por parte de los operarios de buses, que la empresa Sonda mostró su falta de experiencia en la materia que tuvo a su cargo, entre los más significativos juicios emitidos.

En relación a este tema, el punto es saber hasta cuándo se puede seguir concentrados en la evaluación del origen y primera etapa de la implementación de una iniciativa importante.

Por cierto que lo que se necesita es abrir el debate sobre cómo consolidar los avances reconocidos, ya conseguidos por el ministro René Cortázar. Ya no se trata de opinar repitiendo lo que ya se ha dicho en suficientes oportunidades. Es mejor concentrarse en que las soluciones sean más profundas, oportunas y necesarias. La mirada debe estar puesta en introducir las mejoras y no en lamentar el pasado.

Conflicto DC

El conflicto en la Democracia Cristiana se ve completamente diferente si se realiza como una lucha de facciones, o si se lo considera una diferencia entre la institucionalidad partidaria y un personaje relevante del partido que ha entrado en una conducta con la disciplina interna.

Pero el mismo hecho de que se esté interpretando de manera tan diferente lo que está aconteciendo, muestra que se empieza a asimilar la nueva situación y que ello consumirá una parte importante del tiempo partidario.

Lo cierto es que de las crisis políticas no se sale con procedimientos legales, sino con decisiones mayoritariamente respaldadas y legitimadas. Lo importante es no quedarse atrapado en el problema inicial ni en las primeras reacciones. Cuando se pierde tiempo, es el partido completo el que pierde en presencia, en conexión ciudadana y en la capacidad de adelantarse a los demás.

Se diagnostica, por parte de algunos, una sensación que confunde por parte de la militancia de base, y una preocupación creciente por el futuro del partido en la campaña municipal.

En realidad habría que decir que los partidos no debieran estar “preocupados”, sino intensamente “ocupados” en trabajar para dilucidar las incógnitas del porvenir. La DC, como todo partido, debe centrarse en los temas que le preocupan a sus adherentes en el más amplio sentido de la palabra, no en el más restringido. Muchos están mirando, y su paciencia no es infinita.

Hay maneras de meterse en problemas y no morir intentando salir de ellos.