viernes, febrero 01, 2008

Todos íbamos a ser presidentes del Senado

Todos íbamos a ser presidentes del Senado

La derecha no debería confiar en estas fáciles victorias. Puede ser que llegue el momento en que la foto de los personajes sonrientes llegue a ser motivo de bochorno y arrepentimiento.

Víctor Maldonado


El mando para las minorías

LAS VACACIONES DE verano interrumpirán un acalorado debate, que se retomará en pocas semanas, con una intensidad renovada. Así está sucediendo con la definición de la presidencia y la mesa de las cámaras parlamentarias.

Todos perciben que, esta vez, no se trata de un relevo de rutina, sino de acontecimientos que marcarán la agenda política de aquí al final del período de Michelle Bachelet. De modo que el apasionamiento con que se aborda la polémica se encuentra justificado.

No cabe duda de que el centro del debate está en la definición de la mesa del Senado. En este caso, la pregunta relevante que quedará pendiente para marzo será la siguiente: ¿es deseable que se constituya una mesa del Senado sin respaldo mayoritario efectivo entre los ciudadanos?

Como se sabe, los representantes elegidos han redefinido su posición política sin relación con el cuadro político real y aspiran a conducir a sus pares. ¿Será éste un motivo de prestigio para la institución y sus protagonistas?

Tal vez todo dependa de que las funciones que se lleguen a ocupar no sean distorsionadas por la utilización contingente de los cargos. Si desde la testera del Senado se incentivaran conflictos por completo artificiales, sin necesidad ni correspondencia con la realidad social, estaríamos ante un problema generado por unas consideraciones menores en momentos en que lo que se requería era el máximo de prudencia, sensatez y capacidad de integración. En tiempos de competencia electoral, lo que menos se necesita es que se agreguen conflictos a los que ya se presentan de manera espontánea.

La democracia es un sistema que funciona bien cuando las corrientes políticas se abocan a conseguir amplio respaldo, constituir mayorías y lograr que ellas sean estables en el tiempo.

La prueba mayor para cualquier actor político es la de tener siempre en cuenta los objetivos de interés permanente y de bien común. Lo que se hace para la coyuntura, se agota en la coyuntura.

Cuando los grandes bloques quedan a merced de pequeñas minorías que tienen en la búsqueda de la utilidad un fin en sí mismo, entonces, el efecto que se produce es nefasto. Al principio siempre se encuentran buenas razones para negociar con estas minorías, sobre todo cuando se piensa en poner en dificultades a los adversarios principales. Pero el espejismo sólo se mantiene por períodos cortos. Rápidamente quienes se veían a sí mismos en el papel de hábiles tácticos, capaces de aportar ventajas adicionales a su bando, se dan cuenta de que también ellos pueden convertirse en la víctima siguiente.

El peligro de la irrelevancia

Lo cierto es que la responsabilidad política no se traslada por completo a las minorías que resultan favorecidas con estas maniobras. Los responsables de lo que ocurra siguen siendo quienes los pusieron en una posición privilegiada e inmerecida.

Es posible afirmar que el foco de atención ciudadana en los próximos años tiene como centro natural a lo que suceda en el Gobierno. Los grandes acuerdos ya han sido alcanzados. Al menos así ocurre con aquello que se comprometió en el programa de la actual administración.

Lo que suceda con el Congreso depende de la posibilidad de generar grandes acuerdos, y eso se facilita o se dificulta dependiendo de la capacidad de convergencia de los diferentes intereses que muestren las mesas de ambas cámaras. En política, uno puede darse grandes lujos, excepto el volverse irrelevante.

Al principio, los únicos que parecen ganar son los protagonistas de las polémicas fáciles, de las guerrillas verbales y de los debates sin sustancia. Pero la farándula no es un buen sitio para radicarse, no con el grado de información que muestran los electores, y con su escaso margen de tolerancia frente al autismo político.

Siempre será contrario a la prudencia y a la sensatez otorgar poder desmedido y figuración excesiva a quienes saben, a ciencia cierta, que cuentan con su última oportunidad para salvarse de la extinción electoral en el corto plazo. Quien nada tiene que perder no tiene necesidad de guardar la compostura y asume riesgos innecesarios.

Digamos las cosas como son: el objetivo que ha tenido la oposición para el acuerdo con los disidentes de la Concertación no es otro que poner al oficialismo en una posición incómoda y agudizar sus conflictos internos. La competencia presidencial explica estos movimientos.

Pero la búsqueda de ventajas en este plano puede ser contraproducente. Si a raíz de estos embates la Concertación se aglutina, la derecha se ha hecho el peor de los autogoles.

Más importante para el oficialismo que ser mayoría hoy el Congreso, resulta ser el actuar con coherencia y disciplina en el Legislativo tras objetivos de valor permanente. La consistencia en la conducta tiene gran importancia a la hora de decidir.

La derecha no debería confiar en estas fáciles victorias. Puede ser que llegue el momento en que la foto de los personajes sonrientes, mostrando el acuerdo firmado hace pocos días, llegue a ser motivo de bochorno y arrepentimiento. Pero ya será demasiado tarde. Para entonces lo que quedará es asumir las consecuencias de los propios actos. Al fin y al cabo se llegó a esta situación por el propio gusto de los involucrados. El senador Jovino Novoa ha dicho que “¡esto es sin picarse!”. Habrá que recordarle esta frase en su momento.

En terreno conocido

La Concertación sabe que, cada vez que consigue demasiadas ventajas en su disputa con la Alianza termina paradójicamente perjudicada. Cuando pierde la sensación de peligro, baja las defensas y se confía demasiado, termina perdiendo mucho más que las ventajas que había obtenido originalmente.

Aunque parezca contradictorio, cuando las dificultades crecen, el adversario se ve fuerte y la posibilidad de perder asoma en el horizonte, entonces, el oficialismo ha mostrado siempre una gran capacidad de reacción. Esperemos que esta vez ocurra algo parecido.

Hay que recordar que los partidos de la Concertación han estado privilegiando la idea de competir entre sus precandidatos, en el entendido de que tenían tiempo, oportunidad y espacio para olvidarse un tiempo de la derecha y pensar en sus intereses particulares.

Si la derecha crece, entonces muchos considerarán que lo que importa es tener un candidato competitivo que logre ganar mucho más que saber cuál es en definitiva la militancia de este personaje.

En cualquier caso, está claro que la Concertación perdió la mayoría en el Senado. Lo que no está tan claro es hacia dónde se desplazó el centro de decisión, si a la negociación entre bloques o a la dependencia mutua de un pequeño grupo que es quien dirime.

Lo único seguro es que ha dejado de existir una mayoría estable (en el supuesto de que existía antes) y que, hoy por hoy, todo depende de la negociación caso a caso.

No hay que dar como un hecho establecido que exista una forma estable de conformar acuerdos amplios sin el liderazgo de la Concertación. La suma de intereses de individualidades y grupos no da como para orientar una acción constante con sentido de país.

Cuando nadie está en condiciones de decidir por sí mismo cómo se resuelven los principales temas, por necesidad hay que ponerse de acuerdo con otros. Esto no tiene nada que ver con los gustos, las preferencias o con transacciones espúreas.

Es, simplemente, lo que corresponde implementar. Cada parlamentario puede presentar su desacuerdo y negarse a los resultados de una negociación, pero tiene que tener en cuenta que el costo de hacer predominar el desacuerdo con una transacción inevitable puede ser mayor para su coalición que los beneficios de hacer presente las diferencias de criterio hasta el final.

Por supuesto, siempre hay quienes rechazan los acuerdos porque los interlocutores no le agradan. Pero nadie llega a acuerdos por agrado, sino por necesidad. En caso contrario renuncia a incidir en los acontecimientos y se deja la iniciativa a otros.

Por eso, y a partir de ahora, lo determinante será la capacidad de los actuales conglomerados o grupos de mantener una disciplina básica, que permita definir acuerdos y respetarlos. Eso, al final, será lo que más importe.