viernes, junio 30, 2006

De cara al mañana

De cara al mañana


La coalición de Gobierno está pendiente de su desempeño. No del contexto. En este sector no hay un dirigente importante dedicado a buscar explicaciones para excusarse por lo que suceda. Las encuestas no han salido a colación ni por alcance de nombre.

Víctor Maldonado


Se gana jugando

Se pueden decir las cosas de muchos modos, en especial cuando se quiere justificar un fracaso. Así, por ejemplo, el senador RN Alberto Espina explica que la oposición está ganando “10 a 0”, porque Michelle Bachelet había caído diez puntos de apoyo en las encuestas. Ésta es una de esas frases en las que se dice mucho más de lo que se cree. Y no sobre la aludida sino sobre el opinante y su sector.

En primer lugar, el apoyo al Gobierno es algo que le pasa al Gobierno y no nos dice nada sobre la oposición. La política es una competencia de equipos y no se conoce el caso de un conglomerado que obtenga puntos sin presentarse a la cancha. No se gana por rebote.

En segundo lugar, para saber el estado de salud de un paciente hay que hacerle los exámenes a él, porque no se saca nada con hacer el diagnóstico para obtener alguna conclusión válida.

Los gobiernos tienen un grado de popularidad extraordinaria en el momento siguiente a asumir el poder. Luego se ajustan a su apoyo real y, durante todo el período, oscila hacia arriba o hacia abajo, según la contingencia, los méritos, los aciertos ajenos y los errores propios.

En la oposición han creído encontrar una mala noticia para el Gobierno y, a falta de logros propios para alegrarse, están encontrando un consuelo de dudosa calidad.

Pero aún es cuestionable la lectura que están haciendo de los datos disponibles. En efecto, ¿cuál es el grado de apoyo actual de Bachelet y de su administración?

Se puede discutir mucho sobre este particular, dependiendo de quién y cómo lo mida. En lo que todos parecen coincidir es en que el respaldo (luego de la euforia inicial) es superior al porcentaje de votantes que llevó a Bachelet a La Moneda.

Es decir, que el apoyo se ha estabilizado en una mayoría significativa, pero no apabullante. El apoyo a la actual Presidenta está en el rango de lo que ha sido siempre la Concertación. Tal vez un poco más que su promedio histórico.

Los ajustes de la consolidación

Pero la declaración que comentamos no es única en su especie. En realidad, hay un gran interés por saber en qué situación se encuentra el Gobierno al término del período de instalación.

La respuesta es sencilla: el Gobierno parece encontrarse en un período de ajustes finos dentro de una etapa de consolidación. De manera que el resultado final de su esfuerzo está por verse, pero el conjunto de las acciones emprendidas en las últimas semanas confirman una unidad de propósitos que está sirviendo de guía.

Por supuesto, cuando los ajustes son finos, estos de demoran un tiempo en afectar el desempeño y, a su vez, terminan por incidir en el grado de apoyo. Todo esto está “en proceso”.

Por lo mismo, no hay resultados predeterminados. El hecho de que se haya concluido en buena forma la etapa de instalación no significa la mantención automática del apoyo o su desgaste preanunciado. Lo único que se puede decir es que no se está actuando con precipitación.

Pero está claro que la decisión no va por los movimientos dramáticos. Es más, tampoco se está partiendo por un cambio de intérpretes, sino por un ajuste en las partituras.

En los días pasados, se ha visto cómo se ha realizado el chequeo de todos aquellos que se tienen que coordinar entre sí para las tareas salgan adelante: Bachelet con los líderes de la Concertación y los jefes de las bancada parlamentarias; el Comité Político con los presidentes de partido; Bachelet con sus ministros y subsecretarios. En cada instancia se establecen tareas, plazos y compromisos. En este modelo que sigue son instancias más específicas para marcar anuncios y tareas de importancia.

Como se ve, lo que menos se está haciendo es improvisar. En medio de este ajetreo pocos tienen tiempo como para sacar cuentas alegres en vista del mal estado general de la oposición.

Opiniones sobre cómo actuar puede haber muchas. Pero nadie piensa que el modo de evaluarse es comparándose con el estado de salud de la derecha. Ni para bien ni para mal.

Nadie en el conglomerado está por deslindar responsabilidades. Lo único cierto es que lo que suceda depende de Bachelet y la Concertación.

La coalición de Gobierno está pendiente de su desempeño. No del contexto. En este sector no hay un dirigente importante dedicado a buscar explicaciones para excusarse por lo que suceda. Las encuestas no han salido a colación ni por alcance de nombre. No se usa el estado de la oposición ni como excusa o consuelo. Está claro que el que no tiene el poder, tiene explicaciones. Pero eso no cambia el hecho que aún no muestra méritos para cambiar su posición.

La derecha ante el espejo

¿Y qué piensa la opinión pública de la derecha? Finalmente, se están conociendo los datos que la oposición ha tenido todo este tiempo sobre sí misma y no sobre los vecinos.

Lo que dice la información disponible es que la opinión pública y sus propios adherentes piensan que “no ha dado el ancho”, que no ha cumplido por completo con su papel y que tiene una deuda con sus propios votantes.

Una encuesta “de trinchera” -es decir, no tan precisa como sería deseable, pero útil- conocida hace poco en un matutino, muestra lo que decimos.

Nos encontramos con que menos de un tercio de los encuestados considera bueno o muy bueno el papel cumplido hasta ahora por la oposición. Los juicios llegan a ser lapidarios en el caso de las mujeres.

Peor todavía, si hay algo que se le pide a los opositores es que fiscalicen, y resulta que es justo en este aspecto donde se espera más ampliamente que despierten de un letargo que parece negligencia.

Esto es algo importante para todos, incluso para el oficialismo. De más está decir que una derecha con iniciativa siempre ha sido un gran aglutinador de la Concertación.

Por fin, la oposición tampoco es reconocida como generadora de ideas y sus líderes institucionales no coinciden con los mejor evaluados y más conocidos.

Es de esperar que la derecha saque las lecciones correctas de la opinión desfavorable que despierta en sus adherentes. Por ahora no parece esforzarse en pensar demasiado.

Parece haber concluido que se le pedía acentuar la crítica sin matices, con lo que arriesga pasar de una situación en la que no da el ancho y actúa con displicencia a otra en la que tampoco lo logra pero actúa siempre con el seño fruncido y es igualmente inefectiva. Salir del atolladero no es tan fácil como ponerse a gritar más fuerte.

Por sobre lo anecdótico, hay un aspecto que puede ser cuestionado. Y es la idea que la derecha todo lo tiene que hacer en conjunto.

Por cierto, la oposición va a confluir en una misma opción final en las presidenciales, pero antes debe escoger un liderazgo y definir un estilo. Eso aún no ocurre y no hay ninguna elección a las puertas. Es claro quiénes tratan de mantener en el corral al otro, y quiénes debieran ampliar los grados de libertad con que se mueven.

Si actúan siempre en conjunto, quien se está imponiendo -en la práctica- es la UDI porque está haciendo prevalecer su presencia parlamentaria por sobre los liderazgos más perfilados -por el momento- de sus socios.

Para prevalecer, el interesado se tiene que desmarcar en la derecha y no actuar ante cualquier evento como un coro a dos voces. No importando qué decidan hacer, descubrirán que es mucho más difícil ganar los partidos jugando que viéndolos desde la galería.

viernes, junio 23, 2006

Ni tanto ni tan poco

Ni tanto ni tan poco

Mientras la Concertación equilibra sus sensibilidades y puntos de vista, la derecha parece muy lejos de lograrlo. Mírese a la UDI, parece un partido desajustado al estilo que le dio identidad en su origen.


Víctor Maldonado

Más y no menos política

El tema del Gobierno no es enfrentar un prematuro desgaste, tal como quisieran instalar los medios de comunicación de derecha. Intentos aparte, la definición de la agenda sigue en las mismas manos. Los verdaderos focos de interés del Ejecutivo deben estar en mantener la iniciativa política, consolidar su respaldo político y asegurar la gobernabilidad.

Terminada la fase de instalación, se debe fortalecer la gestión y actuar en sintonía con sus propias prioridades. Como lo que viene es un trabajo de sintonía fina entre autoridades y tareas, el establecimiento preciso y, en rigor, cuál es la calidad de desempeño que se está teniendo son muy importante.

La política permite muchas cosas, menos el autoengaño. Por supuesto, no hay una gestión sin puntos débiles y fuertes. Además, cada quien tiene el pleno derecho de resaltar los elementos que estima conveniente.

Lo que importa es no reemplazar las constataciones objetivas por las preferencias personales o los prejuicios.

Hay que desconfiar de inmediato de quienes marcan en exceso los blancos o los negros absolutos, porque quienes ven a la nación en la antesala del colapso deben reconocer que desean que se produzca el fracaso que pronostican (y, con ello, nos hablan más de sus frustraciones que de otra cosa).

Los que ven a la República al borde de su refundación por un purificador surgimiento de lo ciudadano, identifican anhelos con realidades.

Enfrentamos una etapa de cambios, pero en un país de institucionalidad pesada. Desde la recuperación democrática, lo usual es realizar giros, pero no volteretas históricas.

Chile no es el país de lo inesperado porque, entre nosotros, la atracción por el orden parece congénita. No es por casualidad que los observadores externos se aburran con nosotros. Este es un país donde la mayor movilización estudiantil en décadas se produce dentro de los establecimientos educacionales, que se terminan luego de un discurso presidencial televisado, se procesa en comisiones, se pide disculpas por los apaleos y se cree un escándalo que desaparezcan computadores después de una toma.

En un país así, es muy difícil que se llegue a conocer el caos o el éxtasis colectivo, precisamente porque lo que consideramos un exceso no es ni tan dramático ni tan exuberante como nos gusta verbalizar.

Eso sí, la ventaja de quien está en el poder es que tiene un conocimiento más completo de lo que él (o ella, en este caso) intenta. Así que puede saber mejor que otros qué tanto está logrando y cuántos obstáculos está encontrando en la ruta.

A La Moneda por la ventana

Un dato puede ser de gran utilidad: la acción política democrática suele ser un sistema de vasos comunicantes, en que cuando baja la adhesión al Gobierno, sube el apoyo a la oposición.

De lo que sí estamos seguros es que la derecha no se ha movido para nada de su sitio. Tenemos la certeza de que no ocupa una posición expectante, que no orienta y no destaca.

En las encuestas dadas a conocer recientemente, sorprende que la oposición no exista. Nadie pregunta por ella, nada se sabe sobre la evaluación de sus acciones, no se dice una palabra sobre su mermada presencia en los últimos acontecimientos.

Esto implica que la Concertación no está siendo arrastrada por los opositores hacia ningún lugar, que tiene que concentrarse en hacer bien las tareas que ella misma se ha dado. Esto se expresa en tres formas: en delimitar la agenda anual; en mantener una mejor coordinación con el Congreso y los partidos (considerados de una mejor manera en sus propuestas, prioridades y necesidades); y en el adecuado manejo de conflictos.

Algunos creen describir de buena forma este momento como el fin de la “luna de miel” y el inicio del natural desgaste. Pero esto no parece del todo apropiado. Más preciso sería decir que el desgaste es una mala manera de ver las cosas, porque marca la idea de un movimiento inevitable en una dirección única, lo que es -obviamente- falso.

La mantención de la iniciativa obliga a terminar de dar forma a un estilo de Gobierno donde se equilibre el encauzamiento de la participación social con el procesamiento político de las demandas.

A mayor participación ciudadana debe haber más política, no menos. Se produjo un despertar ciudadano por los temas de interés público, pero las instituciones y los actores políticos no pueden quedar atrás.

La agenda de gestión del Estado no es sinónimo de la agenda política de la Concertación. En su reciente cónclave, el oficialismo parece haber encontrado la hebra que le permite hilvanar sus tres focos: Gobierno, partidos y bancadas. Es de esperar que persista en esta línea.

Se puede postular que la lectura del “decálogo” por parte de la Presidenta Bachelet ante las autoridades de Gobierno no tuvo la connotación negativa de un llamado de atención, tal como fue interpretado más frecuentemente. Ante todo, contiene una orientación para enfrentar proactivamente un cambio de escenario social. Por ello, más allá del momento preciso en el que fue realizado, es posible que contenga unas directrices para el mandato completo.

Pero no es esta la forma en que es posible relacionarse con las directivas partidarias y las bancadas parlamentarias. Al interior del Gobierno se puede instruir, en este caso se debe concordar.

Los Ministros no son de confianza de la oposición

Mientras la Concertación equilibra sus sensibilidades y puntos de vista, la derecha parece muy lejos de lograrlo.

Mírese a la UDI, parece un partido desajustado al estilo que le dio identidad en su origen. Un equipo muy reducido de dirigentes podía tomar antes todas las decisiones.

Ahora acontece que este mismo equipo acotado a más no poder no puede llegar a un acuerdo satisfactorio para todos.

Así, por ejemplo, el senador Juan Antonio Coloma quedó compelido a abandonar sus pretensiones de presidir el partido. Acató, pero no se conformó. Lo dijo después de la decisión final del gremialismo. Simplemente no lo puede evitar.

Si no hay ya un equipo monolítico y si el leninismo ya concluyó su corta visita a la derecha, acontece que la UDI ha empezado a ser algo distinto de lo que hemos conocido hasta ahora.

Poco importa que los gremialistas lo reconozcan o acepten. El molde original está fracturado y la trizadura se va ampliando día con día.

En RN pasa algo verdaderamente extraño. Todos parecen entender que con el cambio del binominal se abren grandes oportunidades para el partido. Todos menos su presidente, que parece entender más a la UDI que a su colectividad. En cualquier caso, no hay capacidad de avanzar cuando el cabeza de serie no identifica claramente los intereses básicos de su propia tienda política.

Aún no existe una explicación suficientemente buena por la larga ausencia opositora del escenario público. Ahora está tratando de ponerse al día, pero una cosa es cumplir las funciones que en cualquier democracia juegan quienes no están en el Gobierno y otra cosa es desubicarse.

Uno no sabe si enternecerse o exasperarse ante la demanda opositora de cambio de gabinete. Se entiende el juego. Sólo que hay que mantener un cierto sentido del decoro.

La derecha debiera recordar que, para poner y sacar ministros, se tiene que haber ganado una elección presidencial primero que nada. No es su caso y no debiera esforzarse en hacerlo patente a cada rato.

viernes, junio 16, 2006

En el término de una etapa

En el término de una etapa

Fiel a su estilo, Bachelet nunca deja de adelantar lo que va a hacer. Además, da la impresión de estimar que ha tomado el camino correcto. El liderazgo ejercido es fuerte de certezas. Tras superar con éxito sus primeras pruebas importantes, es evidente que la Mandataria no estima que su Gobierno se haya equivocado de rumbo.

Víctor Maldonado


Poniendo los temas

Hay ocasiones en que lo que importa no es la opinión que muchos dan sobre lo que acontece, sino qué es lo que se está discutiendo. Quien pone los temas ya ha conseguido gran parte de sus objetivos, porque concentra la atención general en el foco que pone, y porque todos parten de los términos en que plantea las cuestiones fundamentales.

Se han dado toda clase de opiniones sobre la intervención de la Presidenta Bachelet en su reunión con la primera línea de Gobierno.

Por supuesto, una intervención fuerte y pública no puede ser del agrado de todos, aun cuando a juzgar por una reciente encuesta, los “ciudadanos de a pie” lo han evaluado en forma positiva. Aun así, cualquier actuación en política es esencialmente debatible y esta no es la excepción. Lo único indudable es el impacto que tuvo dentro y fuera de la Concertación.

Hacía tiempo que no se vertía tanta tinta comentando un hecho político distinto a una elección o a una movilización masiva.

Las interpretaciones sobre el significado de este hecho se han sucedido. Pero quienes buscan entender lo acontecido como un hecho aislado tienen que errar casi por necesidad.

Fiel a su estilo, Bachelet nunca deja de adelantar lo que va a hacer. Además, da la impresión de estimar que ha tomado el camino correcto.

El liderazgo ejercido es fuerte de certezas. Tras superar con éxito sus primeras pruebas importantes, es evidente que la Mandataria no estima que su Gobierno se haya equivocado de rumbo. “Ordenar la casa” –en una frase que se le atribuye- equivale a realizar ajustes, no a mudarse de inmueble.

Lo que se observa en este y otros hechos es el evidente fin de la etapa de instalación del nuevo Gobierno. En pocos días se entrega la carta de navegación para los cuatro años; se cierra un importante conflicto social; tiene que dar cuenta de su plan de acción inmediata; se realiza un cónclave de partidos, parlamentarios y autoridades ministeriales del conglomerado de gobierno; y, se tiene al frente a una derecha reordenada.

De manera que lo que se hace presente es que se mantiene el control de la agenda política, y que lo que se requiere ahora es la nueva alineación con los partidos y bancadas de la Concertación. Pero no exclusivamente eso, como se puede apreciar con sólo mirar un poco a la oposición.

En busca del tiempo perdido

La derecha parece empeñada en recuperar el tiempo perdido, luego de su derrota electoral. En realidad, puede ser visto como todo un logro el que un sector político importante consiga casi desaparecer de la escena política por meses.

Es innegable que ha tenido oportunidades abiertas para criticar, para proponer alternativas o simplemente para hacer de contrapunto a las iniciativas del Ejecutivo. Si no lo ha hecho es porque no pasa por su mejor momento y porque ha estado volcada a la definición de sus liderazgos partidarios.

Pero, ahora, que ha logrado despejar su agenda interna, los partidos se están afanando por ponerse al día. Adicionalmente, se está dando una competencia entre RN y la UDI por adelantarse a marcar el perfil de la oposición con su propio estilo.

De la noche a la mañana el presidente de la UDI ha sorprendido con una frase altisonante: “¡Se hace lo que nosotros planteamos o que el Gobierno asuma las consecuencias!”. Una manera de decir las cosas que no le son características y que no vienen a cuento.

No se trata del comportamiento de una persona. Las críticas se multiplicaron sobre todos los temas y con los más variados alcances, algunos de una profundidad más que discutible. La derecha parece disparar a la bandada, a lo que se mueva, sin gran priorización ni selección de objetivos, con una cierta ansiedad en lo que toca.

El despertar opositor se ha producido. Es más, es probable que el desorden inicial que estamos presenciando termine por acotarse.

No está claro que abandone por completo el predominio unilateral del predominio de la confrontación de trinchera. Sin embargo, respecto de sus propios análisis internos, se puede decir que la derecha no puede contentarse con un desempeño tan básico.

Si sigue así, al final lo que se debate es si el gobierno está cumpliendo o no con lo que ha prometido. Es decir, la oposición ayuda, por pura falta de imaginación a que todo gire en torno a lo que hace o deja de hacer el Gobierno de Bachelet.

El Ejecutivo dice cuales son sus prioridades para el país para el período y la oposición se queda mirando. Los secundarios tienen la mayor movilización en décadas y la derecha no dice esta boca es mía. Termina su plan de los primeros cien días, y al frente lo que tenemos es una discusión de porcentajes de realización, pero nada que cuestione -de verdad- lo que se está haciendo. La Concertación tiene un encuentro estratégico y la derecha se lo lleva en coordinaciones tácticas. En otras palabras, así no puede seguir y lo sabe.

Los focos son tres

Supongamos que la derecha comienza a cumplir con su papel de forma integral y seria. ¿Qué tendría que hacer el conglomerado oficialista en la etapa que se abre?

Probablemente lo que toca es hacer política atendiendo a sus tres focos de dirección y decisión. La Concertación tiene el Gobierno, es mayoría en el Parlamento, está representada en direcciones partidarias. Cada foco tiene sus especificidades, ámbito de acción propia y deberes que cumplir. Pero las tres son indispensables.

Como el Gobierno ejerce el mando de la nación, es lógico que reclame del resto apoyo y disciplina. Pero no puede pedir de los parlamentarios oficialistas y de los partidos que le dan sustento político es que el reclamo de atención sea en una sola dirección.

También las bancadas y los partidos tienen su propio papel que cumplir, y no lo pueden hacer en forma debida sin interlocución con el Gobierno. Se trata de una relación más fina que la que se obtiene por un puro juego de intereses de presiones. Se necesita colaboración, dedicación de tiempo y atención mutuas.

En buena hora se ha puesto de moda el diálogo y la participación social o ciudadana. Pero a mayor diálogo social, mayor necesidad de resolución política entre un número más amplio y rico de opciones y propuestas en circulación abierta.

En otras palabras, mientras más aumenta la participación de los ciudadanos, también obliga a un debate político de mayor calidad a la que estamos acostumbrados.

Las decisiones políticas se toman en instancias políticas y requieren el respaldo reflexionado y convencido de los representantes populares y de los dirigentes partidarios. Lo lógico es que los partidos y los parlamentarios de la Concertación sean interlocutores privilegiados a considerar previamente a las resoluciones presidenciales.

Con esto en nada se afectan las atribuciones y prerrogativas de cada cual, pero crea un clima de colaboración y mutuo respeto que es indispensable para mantener una coalición fuerte.

Siempre es bueno aprovechar las oportunidades que se tiene para ponerse al día y adaptarse al despertar ciudadano que se ayudó a forjar.

jueves, junio 08, 2006

La derecha y su idea de no solucionar los problemas

La derecha y su idea de no solucionar los problemas

El conflicto con los estudiantes secundarios aún no tiene desenlace, pero está resuelto. Y si la derecha estuviera en el poder, ¿cómo actuaría ahora? Por lo que muestra, nada bueno hubiera podido esperarse.

Víctor Maldonado


En RN se privilegia el partido

La nueva directiva de RN no tendrá una relación sencilla con su candidato presidencial. Claramente, la apuesta es partidaria: no se jugará todo por una sola carta.

La esperanza no se ha puesto en un liderazgo pivote, que arrastre al resto tras de su estela triunfal. Simplemente, se está actuando como si hubiera alguien con ventaja inicial, nada más.

La apuesta real es potenciar un conjunto de liderazgos que den cuenta de la heterogeneidad interna, lo que significa que la decisión es potenciar la organización partidaria y el método de selección del liderazgo es la obtención de apoyo popular.

En otras palabras, abrir el abanico de posibilidades y el de alternativas a ofrecer.

Esto se justifica porque el principal interés es proteger a Sebastián Piñera de los ataques de la Concertación, aunque puede verse que tales ataques han brillado por su ausencia el último tiempo. Sospechosamente, lo están cuidando mucho más de lo que el propio interesado pudiera desear.

Es obvio que poner el acento en la recuperación partidaria es una necesidad urgente, no para contraponerse al Gobierno, sino para mantener el decoro.

Más si anuncia que no dejará pasar una en fiscalización, si acusa al resto de negligencia en el cumplimiento de deberes; entonces, hay papelones que no se puede permitir.

No hay nada más fácil para la oposición que interpelar a un ministro en el Congreso. El costo es inexistente y la publicidad, gratuita.

Le basta con estar en la sala. Sólo se requiere un mínimo de disciplina. Casi se podría decir que es un asunto de mínima educación… lo que no deja de ser irónico.

Pero a la derecha le están fallando cosas básicas. Tuvo que intentar dos veces lograr el mínimo, algo así como convocarse a sí misma. A esas alturas, lo que estaba en el banquillo no era el ministro, sino sus impugnadores.

UDI: la casa quedó grande

También la UDI parece abrirse a más de una opción presidencial. La forma anterior de comportarse, monolítica y desde un centro, es del pasado.

Hernán Larraín es una carta presidencial y está a cargo del partido. Pablo Longueira es otra lejos de ser descartada.

No hablamos de una sola alternativa. Y tampoco tiene por qué circunscribirse a estas dos.

Puede ser que la UDI haya evitado la competencia interna por su directiva, pero seguro no la evitará por la candidatura presidencial.

En RN y la UDI no hay conformidad con los liderazgos “predestinados” antes de una auténtica decisión partidaria luego de abrir las alternativas a la ciudadanía.

Pero aquí parece fallar algo previo a cómo operan las aspiraciones y las ambiciones.

En el gremialismo, el futuro secretario general, Darío Paya, criticó con fuerza al Gobierno por el manejo de la movilización estudiantil. Pero él mismo, al referirse a su partido, dijo que necesita dedicarse a “integrar a miles de dirigentes”, porque “es un desperdicio que muchos de ellos estén muchas veces muy solos y con comunicación insuficiente con nosotros”. Termina diciendo que a la UDI “la estructura del partido le quedó chica”.

Cuando no se ha estado en condiciones de integrar a los dirigentes de manera efectiva, no es que el partido haya quedado chico, al revés, le está quedando grande a su dirigencia para atender las necesidades internas.

Al parecer, el partido ha estado cambiando y la dirigencia ha pasado mucho tiempo sin variación. En casos así la aparición de desadaptaciones mutuas es una crónica anunciada.

Dicho en directo, quien haya seguido el debate del gremialismo habrá llegado a la conclusión que es muy extendida la opinión de que las cosas no están funcionando como debieran. La versión oficial niega la existencia de dificultades graves. Sólo que se anuncia a los cuatro vientos que el partido requiere “únicamente” dos cambios: su apertura y reforma. ¡Como si llegar a este convencimiento no fuera lo más fuerte que le puede ocurrir a un partido!

Estamos frente a una paradoja: los mismos que todavía no forman un conglomerado que merezca tal nombre, que no han podido recomponer a cabalidad su partido tras una derrota, son los que pueden dar lecciones de cómo se debe gobernar. De más está decir que un país es mucho más complejo de sobrellevar que una organización partidaria. La idea de que el que no puede lo menos, no puede lo más, es algo que no permea a la dirigencia opositora.

No podrían ni con la mitad de los problemas nuevos

Mirado con frialdad, se puede evidenciar -por lo que dice y hace la derecha- que el sector no está en condiciones de gobernar un país en cambio y que se apronta a experimentarlos en mayor amplitud. Como dijo hace poco la Presidenta Bachelet: “Estamos asistiendo a hechos inéditos. Vamos a ver muchas cosas que van a ocurrir por primera vez”.

En un ambiente así de dinámico no se puede ejercer el poder con tantas tareas pendientes como tiene la derecha. Menos con el “provincialismo” -en el peor de los sentidos- que le brota por los poros a la primera oportunidad, como cuando sus presidentes pidieron que la Mandataria no viajara a EEUU en visita de Estado porque había un movimiento secundario en proceso.

Hay una diferencia de envergadura política entre la Concertación y la derecha. La ha habido desde la recuperación de la democracia: en pleno Gobierno de Patricio Aylwin, éste realizaba una visita oficial por Europa cuando Pinochet movilizó militares en actitudes agresivas.

Pero Aylwin no era un personaje de opereta ni representaba un país de utilería. Actuó como lo que era, el Presidente de Chile y un estadista. Mantuvo la gira y la bravuconada del general quedó en eso.

La pérdida de las perspectivas de los dirigentes de derecha es indignante. Los que se asustaron cuando Lagos votó contra la guerra de Irak, hoy recomiendan actuar como timoratos. ¡Y después dicen que hay que tener la mano firme!

Éste es un país serio, que puede cumplir sus compromisos. Las instrucciones de la Presidenta son claras y precisas. Cada ministro sabe lo que tiene que hacer. El conflicto con los estudiantes secundarios aún no tiene desenlace, pero está resuelto. ¿Y si la derecha estuviera en el poder, cómo actuaría ahora? Por lo que muestra, nada bueno hubiera podido esperarse.

En cambio, con la Concertación se pueden tener certezas. Primero, que se encuentran soluciones a las demandas porque entre un Gobierno ciudadano y un movimiento por una mejor educación hay compatibilidad básica. Segundo, hay que terminar el conflicto, pero salvando la organización estudiantil porque es un capital del país. Existe el arte de empezar bien un movimiento y existe otro de saber terminarlo igual de bien. Llevar un movimiento a la extenuación es la peor opción disponible. Tal vez sea conveniente ayudar a recordarlo.

viernes, junio 02, 2006

Cuando hay que distinguir las voces de los ecos

Cuando hay que distinguir las voces de los ecos

Ahora se requiere algo más. Nuevamente entran en juego los liderazgos. Hay un punto en que escalar un conflicto ya no aporta. Es de esperar que los líderes del momento ayuden a los más nuevos a terminar bien lo que ha partido bien.

Víctor Maldonado


Todos en sus puestos

El círculo de la definición de los liderazgos políticos se ha cerrado al terminar de elegirse las directivas del PPD, RN y la UDI (con sus particularidades de estilo). Antes, ya se habían dirimido las conducciones en la DC y el PS. Es decir, todos están en sus puestos.

Se abre un escenario político caracterizado -en la Concertación- por la asunción de liderazgos fuertes, de alta credibilidad ciudadana, claro compromiso de respaldo al Gobierno y mandato de sus bases para el perfilamiento público de sus respectivos partidos.

En el caso de la derecha, la etapa de perplejidad también llega a su fin. Aquí, el desafío es más básico y, por lo mismo, más fácil de conseguir: se trata de recuperar el habla y de reaparecer como un actor visible ante la opinión pública.

En esta etapa, donde los ciudadanos parecen querer ocupar un papel central en la escena, le corresponde un puesto relevante a los líderes más que a las organizaciones. Son las figuras más destacadas las que hacen atrayente a los partidos mucho más que los partidos los que levantan figuras, dado su peso específico.

Por eso es tan relevante que se esté produciendo una especie de reconcurso de figuras relevantes. En las primeras fotografías de apoyo popular o de juicio sobre figuras “con más futuro”, tal como se preguntó en la última encuesta Cerc, es la Concertación la que sale ganando, con las menciones a Soledad Alvear, al ex Presidente Ricardo Lagos y a Ricardo Lagos Weber.

Por cierto, la figura más mencionada es Sebastián Piñera, más por inercia que por presencia. Dato revelador: a igual período del Gobierno anterior, el candidato presidencial de la derecha era, lejos, la principal figura proyectada en el país, luego del Presidente electo. Nada de eso ocurre ahora.

Así, la posición oficialista es comparativamente mejor. Los nuevos pero experimentados conductores de partido han ido marcando su contundente presencia desde el día en que asumieron. Por su parte, la Presidenta Bachelet y sus primeras actuaciones han encontrado un sólido respaldo.

La tarea de las principales figuras tiene ahora ribetes inéditos. Si algo ha quedado claro es que este no es el tiempo para administrar lo conocido, sino de dar dirección ante situaciones nuevas.

El populismo no dirige ni orienta

Los tiempos de acuerdos entre notables, conseguidos a puertas cerradas, ante la pasividad del conjunto de los implicados, parece ser una situación característica de un pasado remoto.

Los liderazgos están en revalidación continua y los que se quedan en las recetas aprendidas comenzarán a perder posiciones.

No hay manera de mantener un rumbo identificable si sólo se responde a los estímulos de la coyuntura.

Contamos con muchas figuras, pero con unos pocos líderes. Las apariencias engañan. No todo lo que comunica es oro. Estar a la altura de los acontecimientos en tiempos de cambio es bien difícil.

¿Cuál es la diferencia? Muy sencillo, la misma que existe entre seguir desde atrás los acontecimientos del día o poner los temas de la agenda pública que se está discutiendo.

No es ésta una buena época para los populistas. Ellos se orientan por aquello que saben despierta una mayor aceptación en la opinión pública del momento, sin una auténtica línea política definida.

Cuando el escenario político cambia con mucha rapidez, por un tiempo pueden seguir el favor del viento. Pero, tarde o temprano, se contradicen y no pueden mantener la credibilidad.

Los populistas se notan desde lejos. Están siempre donde esté la noticia, hablan mucho, pero sus declaraciones pueden ser perfectamente pasadas por alto.
Dicen lo obvio, lo dicen fuerte y el aporte es nulo. Llenan espacio, pero no agregan un valor que entregue un aporte. Son ecos de la exaltación de turno.

En cambio, los líderes (¡siempre tan pocos!) hablan menos, pero luego de que lo hacen parece que la situación la vemos menos confusa, tenemos la sensación de mirar más lejos y de mantener el equilibro en los juicios. Suman tranquilidad a la capacidad de decidir.

Dejarse interpelar, no conducir

El truco del liderazgo consiste en no dejarse arrastrar por las apariencias de los acontecimientos ni por las mareas de opinión oscilante.

El movimiento secundario es pródigo en lecciones. Lo ha sido desde la partida y lo será en su término. Lo más notable de lo que está aconteciendo es que es un movimiento contra el que no quedó nadie al frente, y ese es el dato clave.

En efecto, a los secundarios los apoyan padres, profesores, gremios, medios de comunicación, los partidos, el Gobierno y los que falten por mencionar. Se ha vuelto un rito nacional terminar cada intervención al respecto con una especie de mantra: “Los estudiantes nos han dado una lección”. Se termina una sesión con ellos y la “contraparte” señala sentirse orgullosos de estos hijos de la democracia y de la reforma educacional.

Precisamente, una de las dificultades para terminar con el episodio (en lo que tiene de episodio) es que no va contra nadie identificable de buenas a primeras.

Se trata del movimiento más popular y más respaldado de nuestra historia reciente. Así de simple.

Pero donde algunos ven sólo estudiantes, otros deberíamos ver sobre todo familias. Porque esta es una protesta familiar, y sobre eso se ha hecho poco hincapié.

Entre los elogios recibidos por el movimiento está el buen uso de la tecnología. Pero no está ahí lo fundamental. Los jóvenes usan chat y celular para todo, y eso no explica lo fundamental de lo que ocurre.

Las movilizaciones no tenían ni adeptos suficientes ni repercusión amplia mientras se quedaron en la calle, se confundían con los encapuchados y otros “que venían pasando”, mientras se diluían en un conjunto difuso y variable de demandas. Pero bastó que la protesta fuera pacífica y se estableciera dentro de los colegios para que todo cambiara.

Cuando los padres y madres vieron a sus hijos en lugares seguros, pidiendo mejor educación y mostrándose solidarios entre sí, entonces los apoyaron. Así los demás. Después de todo, no son pocos los que piensan que no haber tenido una epopeya en la juventud y, aún más, en secundaria, es como dejar trunca la plena formación de una persona.

En ese sentido la extensión del movimiento ha sido un éxito. Las manifestaciones han dado ya todo lo que pueden dar de sí, que es lo mismo que indica el término: ponen de manifiesto, llaman la atención, alertan sobre un asunto nacional de importancia.

Ahora se requiere algo más. Nuevamente entran en juego los liderazgos. Hay un punto en que escalar un conflicto ya no aporta nada. Hay un momento en que hay que dialogar, negociar y obtener logros para que a la euforia no siga la frustración.

Tengo el convencimiento de que este capítulo se soluciona no por cantidad de manifestantes y manifestaciones sino por la capacidad de llegar a acuerdo. En eso consiste la capacidad de conducción y es de esperar que los líderes políticos del momento ayuden a los más nuevos a terminar bien lo que ha partido bien.