viernes, diciembre 31, 2004

Después de mí, el diluvio

Después de mí, ni el diluvio



Hay algo peor que el populismo: lo que sigue después de él. Ya es bastante malo que se haga política pensando en el corto plazo y que todo se oriente en dirección de las cámaras de televisión. Quien no se preocupa de que las cosas perduren, termina por verse alcanzado por las consecuencias de lo que ha sembrado tan a la ligera.

Al populista le encanta imaginarse que está enfrentando constantes maquinaciones para causarle daño. Pero, si se mira con cuidado, su mayor problema lo enfrenta cuando los hechos que él mismo ha engendrado le dan alcance.

Un ejemplo de lo que ocurre tras el paso del festival de la alegría para la televisión, se puede apreciar en el municipio de Santiago. Lavín ya no está, pero su sucesor se encuentra con la abultada cifra de las cuentas de la farándula.

La situación es peor de lo esperado. Ahora tiene que pagar hasta el agua que usa, porque el inmenso privilegio de eximirse del pago fue sacrificado en aras de una gestión que ni con eso pudo brillar. No es cierto aquello de que “después del populismo, el diluvio”: en este caso ni siquiera quedó agua para eso. Con siete mil millones de pesos menos, la vida se ve bastante difícil.

La lección que podemos sacar de esto no es menor.

El primer rostro del populismo -ese que se presenta con la sonrisa perenne en los labios- termina dejando muchas caras largas. Sus herederos (voluntarios o involuntarios) son quienes asumen la responsabilidad del alud de problemas acumulados que su alegre antecesor les tenía como presente griego.

También está aquel rostro del populismo que quiere encantar y el que quiere intimidar y asustar. Aunque diferente en la forma, en el fondo se trata de otra manera segura de llegar a un callejón sin salida. En realidad, es una vía más rápida y eficiente para llegar a la catástrofe. Le gusta atemorizar porque parece capaz de destruir más que de construir. Lo más insólito es que cuando aparece uno de estos energúmenos con entrenamiento avanzado y causa toda suerte de estropicios, los demás insisten en pagarle la cuenta.

¿Por qué actúan así? Porque le aplican las reglas normales de la convivencia basada en la buena fe. Cuando el populista empieza a vociferar, se cree que le ha dado “un ataque de algo” -una enfermedad desconocida, pero episódica- y se busca tranquilizarlo. Existe la convicción de que si se cede todo se arreglará.

En realidad con esto se comete un error grave. Toda concesión es vista por el populista de mirada ceñuda y rostro agrio como una muestra de debilidad, que lo confirma en su matonaje. La próxima vez, entonces, “preparará un numerito” más grande en el convencimiento que conseguirá, por miedo, lo que no le darían por simpático.

¿A qué juega el populista del temor? A primera vista no parece comprensible que a alguien le guste aparecer en las fotos como personaje con un cierto aire entre nazi, sicópata y vampiro. ¿Para qué tanta maldad? Hay que reconocer que esto requiere un enorme esfuerzo. La mayor parte de la gente, si quiere poner cara de alguien verdaderamente malo, solo consigue esbozar algo que recuerda a un niño pillo, que se come los chocolates a escondidas. La mayoría de nosotros sería un fracaso como populista agrio. La razón es sencilla: el juego de este populista no es el de convencer sino el de imponerse.

El populismo no va a ningún lado. Es atraído por el poder y por su ejercicio. Sorprende por su desparpajo, por su falta de maneras y de educación, por su no respeto de los límites. Un dirigente populista siempre dará la impresión poco tranquilizadora de los fanatismos que andan entre el publico cargado de explosivos y con el detonador en la mano. Y lo peor no son los explosivos, sino la semisonrisa de satisfacción con que acompañan todos sus actos. Es como si, entre dientes, repitieran siempre: "voy a apretar el botón... voy a apretarlo... me encantan los botones". En otras palabras, se trata de un enfermo enfermarte.


Creo que las reacciones son equivocadas: el populista sonriente debiera provocar susto y el populista ceñudo causar risa; ambos, ser objeto de un rechazo mayoritario. Al menos el de quienes de los que conocen lo que vendrá. De los que aprecian la libertad y la responsabilidad y no necesitan dictadores de nuevo cuño; en fin, de los que desconfían de las soluciones sencillas a problemas complejos.

¿Cual es el antídoto contra este tipo de populismo? El mismo que con las pesadillas: prender las luces. Darlo a conocer. Decir lo que está pasando, porque hay momentos en que el silencio no es prudencia sino miedo. Mostrar lo ridículo que resulta estar siempre en una postura tan absolutamente antinatural.

El populismo debe ser tratado como lo que es: una lacra de la democracia. Un tipo de autoritarismo que se quiere infiltrar en las mismas instituciones destinadas a ejercerla. No es necesario dejar que las cosas lleguen al extremo de hacer daño para actuar. Siempre será mejor ahora que después.

El mejor remedio consiste en anticipar sus consecuencias. Al populista no hay que juzgarlo por su sinceridad, por su entusiasmo o por su convicción de estar haciéndolo bien. De todo esto puede salir airoso. Su especialidad es avanzar, pero no se detiene ni regula por sí solo. Llegará hasta donde lo dejen o hasta donde lo paren.

Ningún país, por grande que sea, puede darse el lujo de ceder poder a los populistas. Contener por igual a sonrientes y agrios es un deber patriótico. Dejarles hacer merece más repudio que el populismo mismo.

Hay que hacer de 2005 el año en que los populismos sufrieron una gran derrota en Chile. Esta es una invitación. Como dijo Patricio Aylwin en el reencuentro con nuestra dignidad: “de nosotros depende”.

viernes, diciembre 24, 2004

Las dos campañas de la derecha

Las dos campañas de la derecha



En la próxima elección se enfrentará Lavín con una candidata de la Concertación. La derecha no tiene muchas esperanzas de éxito electoral, y no pretende engañarse a sí misma con posibilidades que están en retirada.

Pero esta no será la única competencia en liza. También estará enfrentándose la forma cómo se organizan los partidos y la manera en que realizan su tarea. En esta segunda competencia, las cosas están mucho menos claras. Por ahora, los partidos de la oposición aún terminan de decidir la modalidad que emplearán para ganar esta competición más subterránea, en la que ni se conforma ni pretende salir derrotada.

Las coordenadas básicas de lo que pretende la derecha apuntan a consolidar la coalición como tal: mejorar sus propuestas, mostrarse como una alternativa de gobierno viable, más allá de Lavín. Gonzalo Cordero, asesor del candidato, llama a esto construir “una alternativa seria, abierta, innovadora y estable”. Es decir, la oposición se ha dado cuenta de que, si ha sido derrotada por la Concertación en todas las elecciones desde 1989, es porque ésta se ha presentado como la mejor alternativa política, sabe superar sus problemas y despierta más confianza. La derecha quiere enfrentar la razón de fondo que la hace perder.

Puede ser que ahora la Concertación esté casi absorbida por los problemas de bajo tonelaje y de alta intensidad. Pero esto no quita que -calladamente- la derecha se esté remodelando, con éxitos parciales y trabajo en conjunto.

Cerrada las puertas en el corto plazo, la derecha puede preparar el mediano plazo. Es lo que está haciendo. Así que se puede esperar que experimente una cierta renovación política. Pero es más dudoso que el centro de ésta se localice en el comando de Lavín y en quienes han puesto el tema en debate. Lo que emergerá con más fuerza provendrá desde el interior de los partidos, donde está y permanecerá el piso real que permite sostener un esfuerzo prolongado.

Quienes hablan desde el comando a los partidos, más que al interior de ellos, están perdiendo posiciones internas. Las reformas estructurales políticas nunca se hacen anunciándolas tanto que logren despertar todos los mecanismos de defensa, aún antes de haber empezado. Por su afán de reformar la derecha rompiendo resistencias, los adictos a las entrevistas conseguirán que los partidos consideren al comando de Lavín un lugar al que hay que integrarse con recelo. Los partidos de la oposición han dejado ya áreas muy importantes -como la negociación parlamentaria- fuera del alcance del candidato y sus colaboradores. Otros aspectos pueden seguir el mismo rumbo si en el comando siguen tan locuaces y -al mismo tiempo- tan débiles.

Si Lavín pierde la próxima elección ya no será más un presidenciable y sus asesores dejarán de tener influencia. Estos acertaron al identificar el tema de mejorar la forma de hacer política como una preocupación central. Pero se equivocan al intentar trasvasijarlo a un debate sobre una orgánica. Con el tiempo en contra, intentan aprender de la Concertación, pero lo hacen de mala forma. Por esto, quienes llevarán a puerto esta idea no son lo que la han puesto en el tapete, si no quienes desde los partidos pueden darle continuidad. Tanto en la UDI como en RN piensan que para estructuras basta la de la campaña presidencial, mientras que la potencia de los partidos -según Novoa- no puede ser reemplazada por “una superestructura de laboratorio”.

El reordenamiento de la derecha es importante, pero no se ve por qué ha de quedar definido en el período de campaña por quienes perderán la elección presidencial. Que se converse tan abiertamente es una señal más de que el horizonte de este plan excede la campaña, aunque no está tan claro que Lavín lo considere así. La renovación de un sector político se hace tras un liderazgo claro (que es lo que empieza a debatirse) y no por las figuras que comienzan a eclipsarse.

En realidad, los impulsores de la iniciativa ya se han excedido y con creces. En la medida que más se explayan en sus explicaciones, con mayor intensidad los partidos declaran que “no es necesario que entre el candidato y nosotros haya intermediarios”, como dice Sergio Diez. Por supuesto, no puede ser muy buena una iniciativa promovida por los mismos promovidos por la iniciativa. Quienes dieron el paso en falso están quedando reducidos al papel de asesores del candidato y desalojados del intento de coordinar un conglomerado que sus tiendas políticas no quieren que exista.

Si alguien se imaginó que su peso específico lo autorizaba a pedir como regalo de Navidad a los partidos de oposición, queda en evidencia que se equivocó. No hay que confundir el primer intento con la iniciativa de fondo. La derecha tiene la oportunidad de mejorar la calidad de sus propuestas, de presentarse como un aspirante serio. Las señales son que -pese al comando más que por su iniciativa- seguirán está línea de un modo permanente.

Por esto, la Concertación debe persistir en superar a la oposición por la calidad de la política que representa. El camino de su derrota y destrucción es caer en el populismo. La Concertación tiene que ser coherente con su trayectoria. A Lavín le fue mal con el populismo. No hay para qué ir a buscarlo a la orilla del camino donde se quedó.

Una cosa es un programa de gobierno y otra una especie de oferta navideña del tipo “si yo gano, cobre el premio en la caja”. Una cosa es competir y otra es hacer como que se compite. Una cosa es hablarle al país y otra en hablar pensando solo en los participantes del próximo evento partidario. Lo primero justifica que exista la política, lo segundo pasa por astucia, pero es mediocridad.

La Concertación no puede confiarse. La derecha está preparándose.

viernes, diciembre 17, 2004

Lavín: cambiar a los demás es más fácil

Lavín: cambiar a los demás es más fácil



La idea de “intervención fina” no está en el vocabulario de la derecha. Cuando se quiere afectar a los partidos se hace de la manera menos elaborada posible, de lo cual ha vuelto a dar una prueba el abanderado de la Alianza.

Está claro que tras una aparente propuesta destinada a constituir de mejor forma un comando de campaña, se está intentando influir en determinar la conducción política de la derecha, más allá de Lavín.

Todo esto es sumamente extraño. Los adherentes al ex alcalde continúan a la espera de saber qué es lo que cambiará en el comportamiento y en el discurso del propio Lavín, para que resurjan sus posibilidades de llegar a La Moneda. En lugar de esto, lo que se plantea es de una envergadura tal que (de intentarse en serio) significaría un fuerte desgaste de energía para intentar cambiar a quienes le rodean.

Si Lavín pierde la próxima elección, en una fecha para la que falta algo poco menos de un año, ya no será otra vez candidato presidencial. Es decir, el liderazgo en la derecha quedará vacante. Esto es lo más probable que ocurra. Y cada vez más acciones en la oposición tienen que ver con el prepararse para este escenario.

La propuesta apunta a privilegiar en la campaña a Allamand en la relación con RN y a Longueira en la UDI. Ambos aparecen ahora reconciliados y hermanados en la idea de superar los actuales partidos. Para esto se utilizaría una superestructura, alojada en el comando, que posteriormente pueda derivar a un partido más integrador.

Todo esto fue alegremente difundido por los medios de comunicación de la derecha, y mostrado como ejemplo de la capacidad del ex alcalde de reaccionar con certeza en los momentos difíciles. Amplificaron una iniciativa que en menos de veinticuatro horas quedó en evidencia como un grave error.

Más que cuál es el partido que más se vería beneficiado con esta forma de organización, la pregunta más pertinente es sobre las personas que salen favorecidas o perjudicadas y sobre el método empleado.

Lo más torpe del mecanismo es que no hay partidos beneficiados con su implementación. Hay sí dirigentes tocados por un dedo mágico. No hay partido que se vea fortalecido por aceptar, por segunda vez, una intervención externa. Entenderlo no resulta sencillo: hace poco, sacar a Longueira de la dirección de la UDI era bueno; ahora, volver a ponerlo en el lugar privilegiado es todavía mejor. Si esto es difícil de digerir, todavía lo es más que Allamand insista en relacionarse con su propio partido de la mano de Lavín.

Es obvio que esta reorganización excede las necesidades de mejor funcionamiento de un comando. Si un candidato presidencial es muy fuerte y su gobierno es inminente, entonces puede que se justifique una intervención (otra más, porque esta ya parece corresponder más a una costumbre que a una necesidad), en vista del acomodo al poder. Pero no es el caso.

¿Por qué un candidato debilitado se propone tomar medidas cada vez más fuertes? Tal parece que quiere dejar marcado un futuro político de su sector, más allá de su retiro de las pistas. Pero esto no se entiende ni se justifica.

Las definiciones políticas en curso tienen que ver cada vez menos con la carrera presidencial próxima, y cada vez más con la elección parlamentaria y… con la sucesión del liderazgo pos-Lavín.

Es justo entonces preguntarse a quién benefician estos cambios, al parecer tan técnicos, pero -en el fondo- tan políticos. Los partidos se cambian por convencimiento, no por asalto. La propuesta “de Lavín” parece hecha como anillo al dedo para una idea de siempre de Longueira: el Partido Popular o la Alianza Popular: una criatura a gusto de su padre, pero un medio ambiente bastante hostil para líderes como Piñera y Espina.

¿Es esto lo que cabía esperar del candidato opositor? No. Los pasos lógicos de un candidato triunfador serían cambiar su propio comportamiento; volcarse a las propuestas programáticas; moverse por el país mostrando cómo aplicaría las soluciones que encarna; esperar la recuperación en las encuestas y solo después meterse a intervenir partidos. Si se salta la secuencia obvia y se mete a destiempo donde no lo llaman, es porque su posición está empeorando. Es una confesión pública de debilidad.

Lavín afirma que vuelve a competir de chico a grande y que -como la vez pasada- terminará por dar una sorpresa al final. Pero lo que olvida decir es que él mismo no tiene idea cómo esto volverá a acontecer. No es que esté en un “momento” malo: está en un ciclo a la baja que no se detiene. Desde que se perfilaron Bachelet y Alvear, Lavín no ha dejado de descender en las preferencias y aumentar el grado de rechazo que despierta.

Para subir hay que tener espacio al frente. La vez anterior Lavín creció porque podía pasar de poco conocido a muy conocido; de no tener discurso a repetir cuñas que pasaban por ideas; de presentarse como un alcalde realizador a un posible Presidente realizador. Ahora todos lo conocen, pocos lo escuchan y viene de ser un alcalde que defraudó. ¿Cómo espera crecer?

Estas son malas noticias para todos. Si la derecha no se recupera, la falta de contrapeso deja demasiadas puertas a la Concertación para que cometa errores por exceso de confianza. Mejor para unos y otros que la oposición se aplique y se recupere… un poco, claro.

viernes, diciembre 10, 2004

Chicha con limonada

Chicha con limonada



Cada vez que se inicia una competencia política, lo mejor es pensar que se trata de un nuevo comienzo. Como si se limpiara una gran pizarra en la que estaban anotados los nombres de ganadores y perdedores. El que crea en los resultados establecidos con antelación comete una equivocación fatal.

Los méritos existen y otorgan ventajas. Así, por ejemplo, la derecha acumuló más errores que aciertos hasta la reciente elección municipal, mientras que la Concertación se aplicó más y mejor a la tarea, y marcó la diferencia en los resultados.

Pero ya pasó. Los méritos del pasado rindieron sus frutos. Muestran caminos errados que evitar y formas de comportarse que acercan al éxito. Pero nada más. El mismo conglomerado que triunfo por disciplina, tesón y oportunidad en las acciones, puede llegar a cometer los mismos pecados que tan bien supo ver en su oportunidad en el adversario.

Por sobre las etiquetas más usuales de oposición y gobierno, hay formas de entender la política que se enfrentan en esta oportunidad, tal como han venido haciéndolo antes. Nos encontramos en un escenario donde las diferencias ideológicas parecen pesar mucho menos, y donde importa mucho saber cuánto se está en disposición de respaldar, en la práctica, lo que se dice durante la campaña.

En el pasado, lo más usual era que se enfrentaran aquellos que defendían homogéneamente posiciones conservadoras contra los que, también en forma homogénea, representaban posturas progresistas. Pero, al parecer ya son menos quienes parecen aspirar a una cierta coherencia de planteamientos.

Afortunadamente, en Chile siempre han existido los políticos que buscan ser electos por la propuesta de país que representan. Por ello, se preocupan especialmente por definir ante todos las opciones que asumen en los temas de interés central para el país. Optan y obligan a optar; por eso son valiosos: nos hacen tomar conciencia de que tenemos que escoger entre alternativas y que aceptar sacrificios.

Empleando la frase de Lagos, para cada cual llega a ser meridianamente claro que “no da lo mismo” por quién se está votando. En cambio, hay quienes siguen como norma la tan reveladora sentencia de Nicanor Parra: “la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas”.

Para estos, la fórmula perfecta es la que combina algún tipo de moral conservadora o de derecha con una fuerte apelación en defensa de los desposeídos del sistema. La idea es darle en el gusto a todos por algo, aun cuando, en conjunto, lo que se propone no tiene coherencia, o dista de resultar viable. Los modernos Hamelin tocan dos flautas al mismo tiempo, “segmentando el mercado” de los ratones que quieren encantar.

La forma de enfrentar al populismo, que es conservador y que señaliza a la izquierda -al mismo tiempo-, es llevarlo al terreno de la consecuencia de sus acciones. Hacerlo responder, incluso antes que empiece la elección.

El populista sabe que no tiene pretensiones de llevar a cabo lo que predica. Dice lo que tiene que decir para ganar, pero una vez que gana otro gallo es el que canta. Quien así actúa lo hace porque sabe que, quienes efectivamente resultan beneficiados con su ascenso al poder, le dan cierta licencia para que diga lo que quiera sin ser abiertamente criticado.

Un populista es aquel que “descubre” temas, de los cuales empieza a hablar como si la vida le fuera en ello. Así sucede con la “equidad”, la “justicia social”, las “desigualdades sociales”. Antes ni siquiera eran mencionadas. ¿Por qué una conversión tan súbita? Porque es la melodía que toca interpretar. Es lo que se quiere escuchar y es, por lo mismo, lo que se interpreta, “a pedido del honorable público”.

El límite al populismo se le pone al pedir que desde ya dé muestras de estar hablando en serio. Eso se logra en el Parlamento, con el apoyo a las iniciativas legales que van en beneficio de los menos privilegiados. Más temprano que tarde salta la contradicción. Porque el populismo no es coherente; no busca optar entre alternativas: las suma todas. Es algo peor que la indefinición, no es algo desabrido “ni chicha ni limonada.” Es la indigestión misma, algo así como chicha con limonada.

Desde ya se puede observar qué es lo que se necesita para que se le vayan reduciendo los espacios a los demagogos con aparente respaldo. Se requiere al frente un actor político importante que esté planteando, de verdad, fórmulas en beneficio de la mayoría de la población y que esté dispuesta a dar la cara por sus convicciones.

El populismo no es la medida de un país. Lo que verdaderamente nos dice cuál es el estado de una democracia, es observar qué hacen con la amenaza populista los que tienen la responsabilidad de darle gobernabilidad al sistema, y lograr que sea más equitativo y solidario. De modo que no se está indefenso ante las promesas fáciles.

En una democracia se debe encontrar la manera de contener a quienes no les ponen barreras a sus ambiciones personales. Pero todavía más importante es saber tratar a los Mesías que, en verdad, están convencidos que han sido escogidos para enmendar el mundo de sus errores, y de que ellos mismos tienen la fórmula para solucionar todos los problemas. Hasta ahora el país se ha librado de esta lacra.

El populismo puede engatusar a muchos, pero no logra convencer a la mayoría. Solo llega a ser visto como una alternativa en momentos de desesperación colectiva o de renuncia de los deberes elementares de los demócratas. Antes no.

Quien intente desbordar al populismo por la izquierda, está yendo más allá de sus posibilidades. Su antídoto está en ofrecer el mejor gobierno posible, en más exigente, pero el de mayores realizaciones efectivas. Si la Concertación sigue representando eso, sin duda continuará al poder.

viernes, diciembre 03, 2004

Las damas primero

Las damas primero


La Concertación entra en un período de competencia. Esto implica confrontar méritos e ideas y tratar de convencer a indecisos. Hay formas apropiadas y otras inapropiadas para enfrentar este tiempo. Algunas prestigian a la política y otras no. La forma apropiada consiste en despejar las dudas existentes respecto de las alternativas reales en juego.

Se trata de mostrar la sensatez básica de sintonizar con las ya marcadas preferencias ciudadanas (los electores tienen la extraña costumbre de rebelarse cuando le pasan gato por liebre). No se puede perder de vista que se trata, ante todo, de una etapa preparatoria para la competencia con los verdaderos adversarios, mientras que ahora lo que toca es dirimir entre aliados. Ya sabemos quienes son del gusto de los electores, ahora se trata de saber quién –entre las candidatas- puede cumplir mejor la función presidencial, aquí y ahora.

Este ejercicio requiere urgencia, porque se va a competir con la derecha y se tiene la obligación de gobernar bien. Antes de la elección presidencial, la Concertación tiene que ponderar todo de cara a los ciudadanos: carisma y experiencia; estilos y habilidades; énfasis programáticos y capacidades de conducción.

Un paso que no pueda saltarse. Cualquiera sea el mecanismo que se emplee para la definición, lo fundamental es que sea transparente, que motive el interés ciudadano, que se concentre en los méritos presidenciales, y que, al final, cada uno de los involucrados quede con menos dudas y con más entusiasmo que el que tenía al iniciarse el proceso.

El mayor error sería entrar en una competencia presidencial falsa, en que uno de los contendores no busca la nominación si no mejorar posiciones para negociar. Es falsa una competencia en la que no se presenta la mejor carta disponible por razones aptas para iniciados y para nadie más. Un partido que actuara así no dejaría de ser penalizado por sus propios adherentes. En democracia, la confianza en la sensatez de los ciudadanos y actuar en consecuencia resulta irreemplazable. ¡No se puede convocar a una cruzada a Tierra Santa para terminar haciendo negocios en Constantinopla!

Por eso hay que evitar autoengañarse y conversar tanto con los amigos. Alguien pudiera creer que lo elegirán, porque tiene un discurso tan atractivo que a los demás no les quedará otra que irse para la casa una vez que lo escuchen. La interrogante es obvia: ¿por qué ha esperado tanto tiempo para revelar la buena nueva? La verdad es que en esta ocasión no hay mucho espacio para las sorpresas programáticas... El invento del agua tibia ya es patrimonio de la humanidad.

La primera preocupación de los candidatos es asegurar que serán capaces de mantener lo básico del rumbo establecido, porque después de un liderazgo tan marcado como el de Lagos, la continuidad en lo básico es en sí mismo un desafío.

Está en juego la capacidad de enfrentar nuevas metas como alianza política y como nación. Prueba de esto es la extraordinaria respuesta al discurso del ministro Nicolás Eyzaguirre en Enade. Sabemos lo que hay que hacer, lo que se discute es quién está en mejores condiciones para llevarlos a cabo. Como país, hemos llegado a las diferencias finas.

Cuando alguien de la derecha asegura que no conoce el pensamiento de alguna candidata de la Concertación, lo que en el fondo dice es que no sabe si es que piensa “correctamente”, es decir, parecido a la derecha misma. Un mundo en que los empresarios aprueban un candidato y la ciudadanía los ratifica, no es un modo de organizar las cosas que guste a la Concertación.

Los candidatos exitosos son los que consiguen aglutinar primero a su propia base de apoyo. Su objetivo es representar a la mayoría, porque sin interpretar los anhelos de los grupos menos privilegiados del país, se puede conseguir suficientes halagos pero nunca los votos para ganar.

Algo resulta preocupante a todo esto. En la derecha están demasiado callados y en la Concertación se habla mucho. Ninguno es un buen síntoma.

No es planificado el silencio de la derecha. Quedó así porque resultó muy golpeada en la última elección y requiere de tiempo para recuperarse. Además, los acontecimientos la sobrepasan una y otra vez. Esto sin hablar de la temporada en la que se realizó la APEC, donde parecía que a Chile venían líderes de todas partes y la derecha se había ido a cualquier parte. Nadie supo de ella.

Las reacciones respecto del informe sobre la tortura es una buena muestra de ello. Las declaraciones de Lavín no marcaron ningún hito, fueron pasadas casi por alto, y, cuando llegaron a provocar alguna reacción, esta fue negativa y provino de la propia oposición.

La derecha está en un período de sinceramiento y reacomodo en serio. El candidato ni convence ni aglutina y nadie tiene ánimos para sonrisas de circunstancias frente a las cámaras.

En estos días se repite una constante: la Concertación, y en particular Lagos, le hablan más y mejor al país, sobre temas trascendentes y con una altura de miras.

Si la oposición se queda pegada en su frustración, terminará por afectar hasta a sus adversarios, porque cada vez que esto ocurren se sienten con licencia para dedicarse a sus diferencias internas. No parece que ello vaya a ocurrir ahora.

La reacción opositora está siendo seria, no está buscando excusas y no tiene la menor intención de darse por perdida o de ceder espacios parlamentarios. En la Concertación el problema es inverso. La incontinencia verbal amenaza con causar estragos. Algunos parecen querer apoyar tanto a su candidata dan la impresión de estar más interesados en demostrar primero su propia influencia. Otros se ofrecen como alternativa cuando nadie parece estar solicitándoselos.

En ambos casos, la iniciativa es de las candidatas, y se espera que tengan la habilidad para emplear el poder que la ciudadanía quiere que ejerzan. Las damas primero.