viernes, febrero 19, 2010

En un nuevo comienzo

En un nuevo comienzo

Víctor Maldonado


Dos tareas para los partidos

Hemos entrado en un nuevo ciclo político y cada actor –individual o colectivo- tiene que reconcursar ante los ciudadanos para mantenerse vigente. Esta es la principal responsabilidad de la próxima oposición, y de ello depende su futuro.

Cuando se pierde una elección presidencial hay todavía más incentivos para corregir errores, enmendar rumbos y dar claras señales públicas de que se está dispuesto a adaptarse a las nuevas circunstancias, mejorando la calidad de su actuación.

Los partidos tienen dos grandes tareas que cumplir y no ha de bastar que realicen solo una de ellas en buena forma. Por una parte, tienen la obligación de constituir organizaciones políticas reales y efectivas para la nueva etapa; por otra parte, tienen que destacar sus liderazgos aceptados como tales por los ciudadanos, más allá de quienes escojan para la conducción interna.

En efecto, la primera tarea de los partidos es comportarse como colectivos aglutinados por principios y unidos por estratégicas políticas que interpretan básicamente a todos sus adherentes. Esto no es ninguna obviedad. De hecho el no haberlo visto a tiempo como una prioridad por los dirigentes políticos (dedicados a “lo importante”) ha sido decisivo en el continuado y sistemático desgaste de estas organizaciones por un número sorprendente de años.

Nadie pide que se actúe siempre por unanimidad (esto es tan indeseable como la continua anarquía interna), pero es evidente que una suma de intereses individuales, sin más nexo que la necesidad de disponer de un domicilio conocido, no da el ancho para afrontar el papel que se espera cumplan las tiendas políticas.

Construir organizaciones partidarias con orientaciones valóricas centrales, que ofrezcan definiciones políticas consistentes, que cuenten con una institucionalidad democrática integradora y que prestigie el ejercicio de la militancia como aporte al servicio público, son desafíos titánicos. De hecho, es navegar contra la corriente en un sistema que ha terminado por favorecer la falta de disciplina colectiva y que alienta las aventuras personales pese a quien pese.

El alarmante deterioro de los partidos fue percibido tempranamente por una gran cantidad de analistas, y fue tema de conversación recurrente entre militantes y dirigentes. Si los intentos de renovación han fracasado hasta ahora, no se ha debido a la falta generalizada de perspicacia, sino a las dificultades objetivas y a la ausencia de coordinación entre los protagonistas de la renovación política.

Organización y liderazgo

En efecto, son muchos los que tienen que confluir con sus talentos y esfuerzo incesantes para entregarle al país partidos auténticos, capaces de confluir en coaliciones amplias.

Están los líderes que aglutinan y coordinan a los militantes, más allá de las mayorías y minorías circunstanciales que se conforman. Están los que elaboran estratégicas validas que orientan el rumbo del partido.

Por supuesto, están los dirigentes internos que encabezan el trabajo de frentes y a cargo de comunidades territoriales. Pero también están los organizadores capaces de desarrollar una amplia gama de funciones y sacarlas adelante, superando los más diversos obstáculos. Están los que forman y los que capacitan a los adherentes de la organización, de modo que se asegure una representación pública éticamente validada. Están todos los militantes que entregan el aporte invaluable de su tiempo, su dedicación, sus ideas y su presencia ante la sociedad.

Como se puede ver, los partidos son el centro de una multifacética actividad y pueden llegar a tener un dinamismo insospechado por quienes no están interesados directamente en la actividad política.

Con todo, nada de lo dicho deja de ser parte de un entramado interno de una organización que permite que exista, se renueve y se convierta en un punto de referencia colectiva.

Los partidos han de representar intereses, demandas y perspectivas de sectores significativos de la población. Estos sectores han de verse reflejados e interpretados en sus anhelos, y ello no se consigue en base a puros programas y declaraciones. Se necesita la presencia de líderes que den humanidad y rostro a las demandas ciudadanas que se quieren canalizar.

Por eso es tan importante que las organizaciones partidarias lleguen al convencimiento de que no es lo mismo (y no tienen por qué coincidir) los talentos necesarios para dar conducción interna a un partido, que los necesarios para movilizar a amplios sectores de los ciudadanos, que es lo que aportan los liderazgos con respaldo ciudadano. No se trata de establecer jerarquías sobre la importancia relativa de cada cual, sino de constatar que la diferencia existe y que ambas funciones son indispensables.

Esta distinción tiene una importancia fundamental, y ella consiste en la obligación de la dirigencia interna de proteger y proyectar a sus liderazgos públicos, cualquiera sea las posiciones internas que esas figuras adoptan. La razón es muy sencilla: los líderes carismáticos son un recurso partidario muy importante y, mientras más y mejores sean los rostros de aceptación colectiva que ofrezca un partido, mejor será para todos. Pero lo decisivo es que quienes escogen entre personalidades ampliamente reconocidas – y quienes los proyectan- son los electores, no es nunca una definición interna a la que se llega por un juego de conveniencias o por antipatías internas, sólo validas entre las cuatro paredes partidarias.

Que florezcan mil flores

Los líderes públicos trascienden las fronteras partidarias y permiten una vinculación con los ciudadanos que no se puede corregir por otras vías.
Un partido es más fuerte mientras mayor sea la cantidad de conductores legitimados con los que cuenta. Pero la promoción de figuras significativas es el resultado de un trabajo colectivo que no todas las organizaciones partidarias han sabido emprender con éxito.

En efecto, no es infrecuente encontrar partidos que, en la práctica, apuestan a un solo liderazgo central, el cual –una vez instalado- se cuida muy bien de impedir que emerjan otros prospectos de líderes.

De manera que lo que se ve en estos casos es que, cuando aparecen personalidades que despierten intereses, de inmediato comienzan a ser objeto de criticar desde sus propias filas (mucho más que desde fuera), o son objeto de una sistemática cancelación de sus posibilidades de promoción interna.

Con este comportamiento la cúpula partidaria se asegura de mantener el control, pero a costa de empequeñecer el partido. Lo que se consigue es la incesante lucha por un mismo espacio de poder, en vez de aprender a cooperar para que el espacio de influencia partidaria se multiplique y amplíe.

Por supuesto, esta forma de proceder es insensata. Aplica reglas sacadas de contexto a propósitos inadecuados. Los líderes públicos son seleccionados y promovidos mediante procedimientos públicos y abiertos. Los líderes internos son escogidos mediante procedimientos internos y restringidos.

Así es como debe ocurrir. Pero lo que no se puede hacer es escoger líderes públicos mediante procedimientos internos. Simplemente no aplica.

En estos momentos el gobierno entrante está definiendo sus principales funcionarios. Lo que estos funcionarios son y lo que representan definen lo que se puede esperar de la nueva administración. A decir verdad, nunca antes se había podido predecir con tanta antelación el sello de un mandatario que en esta ocasión.

Pues bien, antes de seguir contemplando la cascada de nominación en descenso, la Concertación a de poner manos a la obra en su propio ámbito. También la centroizquierda está definiendo en estos meses su primera línea. No puede equivocarse en su elección. Ya antes perdió tiempo precioso dejando para después lo más importante y permanente. Ahora es el momento de renovarse y de mostrar, con rostros creíbles, su firme voluntad de recuperar el favor popular.

viernes, febrero 05, 2010

En busca del tiempo perdido

En busca del tiempo perdido


Víctor Maldonado


Muchas transiciones

Los medios de comunicación tienen una manera de decir que no hay novedades políticas: giran en torno a las especulaciones sobre la composición del nuevo gabinete. El ejercicio ha durado tanto tiempo, que lo único que se comprueba es que hay que esperar a que se conozcan las nominaciones para saber a qué atenerse.

Y hablando de las “noticias” que se consumen a si mismas, está la invitación en el aire a una nueva “democracia de los acuerdos”. A poco andar, los comentaristas a favor y en contra notaron que de nuevo se estaban moviendo en círculos sin avanzar un milímetro.

La verdad es que no hay gobierno que deje de desear conseguir amplio apoyo a sus iniciativas. Pero la política no es el reino de los deseos sino el del trabajo práctico por alcanzar objetivos importantes para una comunidad. Siendo así, los acuerdos son el resultado de un intenso diálogo y de negociaciones bien hechas.

El movimiento se prueba andando y la voluntad de concordar iniciativas de importancia nacional se prueba con gestos. Por lo demás, la política es una actividad realizada por personas de carne y hueso, y éstas aún no han sido nominadas, resulta que el ejercicio teórico de anticipar lo que viene carece de mucho sentido.

Lo que sí se puede anticipar es que la implementación directa de acciones será desigual y matizada según sectores y reparticiones.

En realidad, tal parece que hay de todo en la viña del Señor. Lo que se verá en su primer momento es aquello que había venido acumulándose en el seno de la derecha por largo tiempo, tanto para bien como para mal.

Por el lado de lo mejor, tras tanto tiempo fuera del Ejecutivo hay una parte de los personeros de derecha que quiere probar que tienen un proyecto propio que aportar al país. Por lo tanto, esperan concentrarse en la construcción de una alternativa sólida y viable. Por este lado, pues, podemos esperar un período de ajuste a las nuevas funciones, de inevitables errores iniciales, pero básicamente de una apuesta a la continuidad y al perfeccionamiento.

Pero esto no es lo único que guarda la derecha en su interior. También existen los nostálgicos de Pinochet, los que se han llegado a convencer que la Concertación no es que gobierne distinto sino que gobierna mal y para el mal, buscando intereses mezquinos o subalternos. Estos vendrán “en busca del tiempo perdido”, y están ansiando enderezar cuanto la centroizquierda haya estado “pervirtiendo”.

La derecha no está acostumbrada a tener mandos centralizados y, por eso, no habrá una sola línea de conducta. Lo que cabe esperar es que en cada repartición pública se viva una transición distinta. Dependerá de cuál mentalidad predomine en cada caso concreto. Pero, sin lugar a dudas, se dará el abanico completo de respuestas posibles.

La segunda mirada al “cuoteo”

Lo que la Alianza comprenderá de entrada es que resulta mucho más fácil criticar al gobierno que hacer gobierno.

El caso paradigmático se dará en relación al denunciado “cuoteo” político. Cualquiera podrá recordar que, respecto de la repartición de cargos por partidos, se dijo las peores cosas… que ahora se tendrán que practicar.

Si no fuera por la incoherencia explícita, pudiera ser hasta divertido ver el acomodo que ya se está produciendo a nivel de los discursos. Así el senador Longueira ya ha declarado que en el gobierno de Piñera no habrá “cuoteo” sino que habrá “equilibrios”, lo que no suena lo mismo pero es igual.

Al final se consagra la maniquea costumbre de considerar que, cuando algo lo realiza el adversario no puede ser por otra cosa que por una motivación reprochable; y, cuando lo realiza el propio bando, el mismo comportamiento se puede justificar por la más noble de las causas.

Debido a lo anterior, una de las acciones inaugurales de la recién estrenada oposición será la de pedir consistencia entre lo que se dijo y lo que se hará.

Sin embargo, hay que decir que en un régimen como el nuestro, el que pone el tono es el Presidente. Su estilo de gobierno marcará el rumbo, tanto en cuanto al abanico de posibilidades que se abre, como al de las oportunidades que se cierran.

Piñera sabe que en el Estado se requiere delegar capacidad de decisión a los ministros. El mismo ha declarado que los jefes de cartera ejercerán sus funciones a plenitud. Pero más de una señal nos indica que ni sus colaboradores más cercanos saben si logrará contener su impulso característico de tener el control directo. Si no se contiene, lo que puede conseguir es una parálisis del proceso de decisión interna porque las más diversas materias quedarán supeditadas a su venia y, por mucho que se quiera instalar la imagen de un gestor incansable y multifacético, la verdad es que si no se delegan responsabilidades, una administración como la del Estado puede quedar estrangulada en su cúspide.

De momento, este parece ser el período en que todos los sueños individuales parecen posibles en la derecha.

En forma inédita se está dando el caso de personas que se acercan a las reparticiones públicas, particularmente en regiones, afirmando –sin más- que ellos serán de seguro las próximas autoridades nominadas. Así que pasan a ver sus nuevas dependencias y a pedir información. Ha habido ocasiones en las que se le ha debido informar al más entusiasta que ya había aparecido otro, diciendo lo mismo respecto del mismo puesto.

Puede que se trate de un exceso de iniciativa personal, pero no deja de ser sintomático. No todos tienen por qué saber cómo funcionan las instituciones republicanas y que la transferencia de poder sigue un cierto protocolo bien distinto a un “llegar y llevar”.

Pero la ignorancia no excusa la necesidad de mantener un cierto decoro cívico muy cercano a los buenos modales.

En fin, esperamos que estos sean episodios inconexos sin mayor importancia. Habrá que esperar a que lleguen las señales fuertes.

La creación de un fantasma

Lo que no debe hacer el nuevo gobierno es partir peleando con fantasmas. La reacción de Piñera ante la última encuesta que deja a Bachelet como la Presidenta más querida y popular de nuestra historia, francamente, deja mucho que desear.

En efecto, ha señalado de modo lateral, que se puede gobernar para ser popular o se puede enfrentar los problemas lo que tiene costos que hay que saber asumir.

En realidad la crítica no apunta a ningún blanco preciso, puesto que Bachelet no es bien evaluada como persona simpática a título personal, sino como Presidenta. Los chilenos y las chilenas no sólo sienten afecto por la Presidenta, sino que la respetan, consideran que supo enfrentar exitosamente la crisis y que tiene liderazgo. Bastante más que lo que se consigue con una campaña de marketing o con un buen uso de los medios de comunicación (los que, por lo demás, están prácticamente en su totalidad en manos de simpatizantes de derecha).

Lo que no se dice pero que se trasunta, es que el nuevo mandatario no puede ni podrá alcanzar un nivel de popularidad tan inusual como el que tiene la actual mandataria. Eso no tiene nada de raro porque esto es algo excepcional dentro y fuera de nuestras fronteras.

La costumbre de compararse con otros no es buena consejera y es una peor guía de nuestra conducta. Porque si predomina, lo que veremos a poco andar de la nueva administración es una campaña de desgaste de Bachelet. Si esto aconteciera, desde todos los lados del gobierno entrante comenzarían a encontrar todo malo y mucho de irregular y los dardos apuntarían a la anterior mandataria. Esperemos no ver nada de esto, porque los que invocan fantasmas terminan prendidos de ellos y los vuelven más presente que nunca.