En un nuevo comienzo
En un nuevo comienzo
Víctor Maldonado
Dos tareas para los partidos
Hemos entrado en un nuevo ciclo político y cada actor –individual o colectivo- tiene que reconcursar ante los ciudadanos para mantenerse vigente. Esta es la principal responsabilidad de la próxima oposición, y de ello depende su futuro.
Cuando se pierde una elección presidencial hay todavía más incentivos para corregir errores, enmendar rumbos y dar claras señales públicas de que se está dispuesto a adaptarse a las nuevas circunstancias, mejorando la calidad de su actuación.
Los partidos tienen dos grandes tareas que cumplir y no ha de bastar que realicen solo una de ellas en buena forma. Por una parte, tienen la obligación de constituir organizaciones políticas reales y efectivas para la nueva etapa; por otra parte, tienen que destacar sus liderazgos aceptados como tales por los ciudadanos, más allá de quienes escojan para la conducción interna.
En efecto, la primera tarea de los partidos es comportarse como colectivos aglutinados por principios y unidos por estratégicas políticas que interpretan básicamente a todos sus adherentes. Esto no es ninguna obviedad. De hecho el no haberlo visto a tiempo como una prioridad por los dirigentes políticos (dedicados a “lo importante”) ha sido decisivo en el continuado y sistemático desgaste de estas organizaciones por un número sorprendente de años.
Nadie pide que se actúe siempre por unanimidad (esto es tan indeseable como la continua anarquía interna), pero es evidente que una suma de intereses individuales, sin más nexo que la necesidad de disponer de un domicilio conocido, no da el ancho para afrontar el papel que se espera cumplan las tiendas políticas.
Construir organizaciones partidarias con orientaciones valóricas centrales, que ofrezcan definiciones políticas consistentes, que cuenten con una institucionalidad democrática integradora y que prestigie el ejercicio de la militancia como aporte al servicio público, son desafíos titánicos. De hecho, es navegar contra la corriente en un sistema que ha terminado por favorecer la falta de disciplina colectiva y que alienta las aventuras personales pese a quien pese.
El alarmante deterioro de los partidos fue percibido tempranamente por una gran cantidad de analistas, y fue tema de conversación recurrente entre militantes y dirigentes. Si los intentos de renovación han fracasado hasta ahora, no se ha debido a la falta generalizada de perspicacia, sino a las dificultades objetivas y a la ausencia de coordinación entre los protagonistas de la renovación política.
Organización y liderazgo
En efecto, son muchos los que tienen que confluir con sus talentos y esfuerzo incesantes para entregarle al país partidos auténticos, capaces de confluir en coaliciones amplias.
Están los líderes que aglutinan y coordinan a los militantes, más allá de las mayorías y minorías circunstanciales que se conforman. Están los que elaboran estratégicas validas que orientan el rumbo del partido.
Por supuesto, están los dirigentes internos que encabezan el trabajo de frentes y a cargo de comunidades territoriales. Pero también están los organizadores capaces de desarrollar una amplia gama de funciones y sacarlas adelante, superando los más diversos obstáculos. Están los que forman y los que capacitan a los adherentes de la organización, de modo que se asegure una representación pública éticamente validada. Están todos los militantes que entregan el aporte invaluable de su tiempo, su dedicación, sus ideas y su presencia ante la sociedad.
Como se puede ver, los partidos son el centro de una multifacética actividad y pueden llegar a tener un dinamismo insospechado por quienes no están interesados directamente en la actividad política.
Con todo, nada de lo dicho deja de ser parte de un entramado interno de una organización que permite que exista, se renueve y se convierta en un punto de referencia colectiva.
Los partidos han de representar intereses, demandas y perspectivas de sectores significativos de la población. Estos sectores han de verse reflejados e interpretados en sus anhelos, y ello no se consigue en base a puros programas y declaraciones. Se necesita la presencia de líderes que den humanidad y rostro a las demandas ciudadanas que se quieren canalizar.
Por eso es tan importante que las organizaciones partidarias lleguen al convencimiento de que no es lo mismo (y no tienen por qué coincidir) los talentos necesarios para dar conducción interna a un partido, que los necesarios para movilizar a amplios sectores de los ciudadanos, que es lo que aportan los liderazgos con respaldo ciudadano. No se trata de establecer jerarquías sobre la importancia relativa de cada cual, sino de constatar que la diferencia existe y que ambas funciones son indispensables.
Esta distinción tiene una importancia fundamental, y ella consiste en la obligación de la dirigencia interna de proteger y proyectar a sus liderazgos públicos, cualquiera sea las posiciones internas que esas figuras adoptan. La razón es muy sencilla: los líderes carismáticos son un recurso partidario muy importante y, mientras más y mejores sean los rostros de aceptación colectiva que ofrezca un partido, mejor será para todos. Pero lo decisivo es que quienes escogen entre personalidades ampliamente reconocidas – y quienes los proyectan- son los electores, no es nunca una definición interna a la que se llega por un juego de conveniencias o por antipatías internas, sólo validas entre las cuatro paredes partidarias.
Que florezcan mil flores
Los líderes públicos trascienden las fronteras partidarias y permiten una vinculación con los ciudadanos que no se puede corregir por otras vías.
Un partido es más fuerte mientras mayor sea la cantidad de conductores legitimados con los que cuenta. Pero la promoción de figuras significativas es el resultado de un trabajo colectivo que no todas las organizaciones partidarias han sabido emprender con éxito.
En efecto, no es infrecuente encontrar partidos que, en la práctica, apuestan a un solo liderazgo central, el cual –una vez instalado- se cuida muy bien de impedir que emerjan otros prospectos de líderes.
De manera que lo que se ve en estos casos es que, cuando aparecen personalidades que despierten intereses, de inmediato comienzan a ser objeto de criticar desde sus propias filas (mucho más que desde fuera), o son objeto de una sistemática cancelación de sus posibilidades de promoción interna.
Con este comportamiento la cúpula partidaria se asegura de mantener el control, pero a costa de empequeñecer el partido. Lo que se consigue es la incesante lucha por un mismo espacio de poder, en vez de aprender a cooperar para que el espacio de influencia partidaria se multiplique y amplíe.
Por supuesto, esta forma de proceder es insensata. Aplica reglas sacadas de contexto a propósitos inadecuados. Los líderes públicos son seleccionados y promovidos mediante procedimientos públicos y abiertos. Los líderes internos son escogidos mediante procedimientos internos y restringidos.
Así es como debe ocurrir. Pero lo que no se puede hacer es escoger líderes públicos mediante procedimientos internos. Simplemente no aplica.
En estos momentos el gobierno entrante está definiendo sus principales funcionarios. Lo que estos funcionarios son y lo que representan definen lo que se puede esperar de la nueva administración. A decir verdad, nunca antes se había podido predecir con tanta antelación el sello de un mandatario que en esta ocasión.
Pues bien, antes de seguir contemplando la cascada de nominación en descenso, la Concertación a de poner manos a la obra en su propio ámbito. También la centroizquierda está definiendo en estos meses su primera línea. No puede equivocarse en su elección. Ya antes perdió tiempo precioso dejando para después lo más importante y permanente. Ahora es el momento de renovarse y de mostrar, con rostros creíbles, su firme voluntad de recuperar el favor popular.
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