Mayoría ciudadana, mayoría en las urnas
Mayoría ciudadana, mayoría en las urnas
Víctor Maldonado
Lo que se sabe, desde ya, es que no bastará la apelación al carisma de los contendores para dirimir la disputa. Si así fuera, eso ya se hubiera expresado en la primera vuelta. Más bien, lo que quedará patente es que en la primera oportunidad habremos votado por el candidato que más nos gusta y, en la segunda oportunidad, tendremos que optar por el tipo de país que más nos gusta.
La competencia continuará abierta
La primera vuelta de estas elecciones terminará sin un ganador obvio. Lo que se podrá decir la noche del próximo domingo es que hay dos candidatos en competencia, voto a voto, hasta el recuento final.
Los resultados no dejarán despejada la incógnita principal, sino que entregará tareas políticas y electorales perentorias para dos competidores reales: Piñera apostará todo a dar la imagen de triunfo asegurado, para hacer de esta imagen una realidad de la mano de los que apuestan a ganador; Frei se jugará por atraer el voto progresista, en todas sus facetas, con una campaña de brazos abiertos a las ideas, acentos y rostros de las candidaturas fuera de competencia.
No será verdad que aquel que esté primero en las preferencias iniciales esté más cerca del triunfo. Esta competencia se define por el que consigue la mitad más uno de las preferencias. Si el que tiene un porcentaje mayor de votos (al inicio) tiene poco más a que echar mano en el repechaje y, por el contrario, su contendor resulta ser una opción aceptable para los que tienen que decidir, entonces será este último el que se imponga.
En otras palabras, si los candidatos están en el porcentaje de adhesiones que les conocemos, Piñera ganará si y sólo si, en segunda vuelta, una fracción importante de los votantes de Enríquez-Ominami y Arrate se van para la casa; y ganará Frei si ellos deciden volver a las urnas y optan por marcar preferencia en vez de anular su voto.
Dicho de otra forma, Piñera gana si convence al país de que la opción real está entre cambio y continuidad y ya optó por el cambio, dado que su contendor está separado de él en primera vuelta. Por el contrario, Frei gana si convence a los votantes de que el 13 de diciembre quedó demostrado que la derecha es minoría en Chile y que la convergencia de los progresistas (es decir, de la mayoría) los volverá a vencer una vez más.
Como se puede ver, ambas maneras de presentar un mismo resultado tienen sustento. Así también, terminar por imponerse en poco más de un mes tiene importantes dificultades para ambos postulantes.
Lo que se sabe, desde ya, es que no bastará la apelación al carisma de los contendores para dirimir la disputa. Si así fuera, eso ya se hubiera expresado en la primera vuelta. Más bien, lo que quedará patente es que en la primera oportunidad habremos votado por el candidato que más nos gusta y, en la segunda oportunidad, tendremos que optar por el tipo de país que más nos gusta. Por eso no es poco lo que está en juego.
Lidiando con el descontento
Estando así las cosas, Piñera insistirá en su apuesta inicial y será Frei quien tenga que hacer un giro para atraer a las urnas a una mayoría progresista. Esto implica una apertura generosa, el reconocimiento de insuficiencias y la asimilación del descontento que ha tenido expresión política en esta oportunidad.
Los adherentes a Enríquez-Ominami tendrán que superar una cierta frustración antes de optar. Romper los grandes bloques y ganar pareció posible en un tramo de la competencia y eso no se olvida de buenas a primeras.
Las limitaciones e insuficiencias no resultaron ser un patrimonio exclusivo de los demás. La habilidad para dar cauce al descontento no es sinónimo de la habilidad para poder estabilizar el apoyo y darle proyección en el tiempo.
En realidad, lo que hemos visto en las últimas semanas es el peso que tiene la consistencia política, la experiencia acumulada y la presencia territorial de un fuerte contingente de voluntarios.
No sólo la Presidencia resulta un terreno inapropiado para la improvisación, tampoco lo es el tramo final de una campaña presidencial. No todo puede ser sobrevuelo comunicacional, tarde o temprano hay que llegar a terreno para instalarse en él. Si no se consigue, entonces lo que sucede es que se pierde terreno conquistado en medio del entusiasmo.
Algo de esto es lo que le está pasando a la candidatura de Enríquez-Ominami, quien ha desarrollado una campaña de indudables méritos, pero también de notorias carencias. Que sostenga una alta votación es producto de los aciertos propios, pero también de los errores de sus contendores. Sin embargo, la carencia de estructura está pasando la cuenta a un candidato que se tiene que sobre-demandar para cubrir la ausencia de institucionalidad de apoyo.
Sólo el cansancio acumulado puede explicar la reacción del diputado ante las declaraciones de Frei sobre el próximo esclarecimiento de la muerte de Frei Montalva: “A mi padre lo acribillaron y yo jamás he utilizado su figura para conquistar adhesiones”. En una campaña pasan muchas cosas y se dicen muchas más, pero lo que definitivamente no puede ocurrir es que empecemos un concurso para saber quién ha sufrido más y cuál es la muerte más atroz cometida en el pasado.
En política, el orden de los factores sí altera el producto. La creación de un referente en esta etapa de la carrera -como la a medias anunciada “Nueva Mayoría El Copihue”- es terminar en lo que debiera haber sido el principio. Como sea, lo que ocurra en el futuro con esta posible organización política va a depender de sus adherentes y de nadie más. Habrá que encontrar puntos de confluencia que rebasen la coyuntura y no reducir lo principal a un estado de ánimo colectivo ni a un líder.
En realidad, la prueba de fuego para MEO es la de mantener cierta disciplina en sus filas en una segunda vuelta en la que él no participará como protagonista. Pasar esta prueba es bien difícil si se toma en consideración un dato básico: la heterogeneidad del apoyo actúa positivamente en campaña pero se torna un factor negativo al momento de negociar o de maniobrar.
Mi segunda mejor opción
La recolección de apoyos de derecha, de izquierda, de no matriculados y de personas aún por clasificar o imposibles de clasificar, sólo resiste el éxito para poder mantenerse. Pero si debe escoger una “segunda mejor opción disponible”, entonces salta por los aires una unidad que no es tal, porque las confluencias de coyuntura nunca se han caracterizado por tener sólidos ensambles.
Cuando cada cual llega por las más diversas razones, cada cual se va por los más diversos motivos. Algunos, los más entusiastas y menos informados, los que esperaban la caída de los muros de Jericó al primer trompetazo, se sorprenderán de las dificultades y volverán a su apatía inicial. Otros son de derecha y, propiamente, no es que vuelvan, sino que nunca han salido de allí. Los de más allá son y se sienten de centroizquierda, son críticos de la Concertación, pero no se les pasará por la mente dejarle el poder a la Alianza.
En todo caso está quedando claro que construir es mucho más difícil que criticar y que establecer un nuevo referente puede hacerse de muchas maneras distintas. Concordar la forma concreta que adopte el movimiento requiere un gran esfuerzo. En realidad, este paso no se desarrolla sin pérdidas ni rupturas.
No es difícil mostrar descontento con la Concertación, pero para producir su reemplazo no basta sólo con tener el propósito.
En política, algunos pueden pasar todo el tiempo entusiasmados con un liderazgo y, durante una campaña, la imagen puede reemplazar a los contenidos. Pero llegará un momento en que hay que pronunciarse y escoger entre alternativas. Porque los líderes que perduran se prueban en el decidir y en el optar.
Es con esta realidad con la que tendrá que lidiar Frei y su reconformado comando. Probablemente lo más importante no sea apelar a los que encabezaron el descontento, sino a los descontentos mismos. Por eso no será la arrogancia ni la autosuficiencia lo que permitirá ganar. Habrá que apelar a lo que nos une y a una opción compartida de país. Sólo de esta forma la mayoría ciudadana progresista se convertirá en mayoría en las urnas.
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