viernes, octubre 16, 2009

Cuando los votos no bastan para definir

Cuando los votos no bastan para definir

Víctor Maldonado

En el mareo colectivo, la Alianza puede ir avanzando con suma lentitud, pero avanzando al fin. Y eso puede llevarla al triunfo. Pero para que gane, se necesita que exista una falla política generalizada y profunda, simultáneamente en la Concertación, el Juntos Podemos y los seguidores de Enríquez-Ominami. Se requeriría que no hubiera quien se mostrara a la altura del desafío político.


Todos en las mismas posiciones

Ya a estas alturas debemos saber que esta elección no se ganará sólo con votos. La victoria también tendrá que ser obra de la capacidad política de concitar convergencias y superar divisiones o diferencias.

Esto porque las encuestas ya están dando un cierto orden en las preferencias, que no se está alterando demasiado en cada nueva medición que se conoce. Las posiciones de los aspirantes a la Presidencia no se están alterando. Se mueven un poco hacia arriba o hacia abajo, pero no de manera determinante. Lo que se está conformando es un escenario electoral que no tendrá modificaciones dramáticas.

Por supuesto, en un análisis hay que dejar espacio para lo inesperado. Sin embargo, lo único que podría alterar un elemento básico del cuadro actual es que alguno de los competidores cometa un error demasiado grueso o entre en un proceso interno de conflictos no regulados.

Pero si no pasa algo parecido (y no tendría por qué suceder), las cosas seguirán como las hemos visto evolucionar hasta ahora.

Lo que importa saber es si la intensidad de la competencia se llevará todo por delante -definiendo el estado de ánimo de los participantes- o si, al contrario, los líderes más capacitados podrán darle cierta orientación política a sus propias actuaciones.

El panorama entonces ha permanecido durante semanas en la misma posición básica. Pero que cada candidato parezca mantenerse donde mismo, no es algo neutral. Cuando nadie se desmarca significa que las estrategias emprendidas no han dado plenos resultados para nadie.

Y cuando eso ocurre, lo que se pone a prueba antes que todo es la capacidad de sostener el esfuerzo electoral en medio de presiones, incertidumbres, dudas y todo tipo de opiniones de quienes creen saber cómo mejorar posiciones.

Lo que no parece tener sentido -y lo más seguro es que llegue a ser contraproducente- es apostar a un aumento de la conflictividad en la campaña, en especial si esto ocurre entre todos y contra todos.

Hay que decir, de inmediato, que si el escenario político se fragmenta en una multitud de pequeñas disputas mediáticas, donde nada sustancial se pone en juego y sólo se actúa para las cámaras, entonces la única beneficiada en esta confusión bullanguera será la derecha.

En el mareo colectivo, la Alianza puede ir avanzando con suma lentitud, pero avanzando al fin. Y eso puede llevarla al triunfo. Pero para que gane, se necesita que exista una falla política generalizada y profunda, simultáneamente en la Concertación, el Juntos Podemos y los seguidores de Enríquez-Ominami. Se requeriría que no hubiera quien se mostrara a la altura del desafío político.

Todo empieza antes

Mientras sea posible pensar que las candidaturas diferentes a la derecha puedan crecer a costa unas de otras, se verá que parte importante de la polémica se establece entre ellas. A ratos, esto llega a aparecer como el esfuerzo principal de algunas de ellas, con lo cual la vida se le hace bastante más fácil a Piñera.

No obstante, las dudas o las esperanzas excesivas terminarán para cada uno de los actores mencionados con la próxima encuesta CEP. Ello no ocurrirá porque este instrumento nos traiga una información en particular novedosa, sino porque ya no habrá nada más que esperar.

En el fondo, cuando ningún factor conocido cambia de forma sustantiva, no hay que esperar a la votación para saber con qué nos vamos a encontrar en las urnas. Por eso, para muchos efectos una buena encuesta hace las veces de una primera vuelta simulada.

Con lo que nos encontraremos es con que a Piñera le cuesta un mundo aumentar su ventaja respecto de sus competidores tomados por separado, pero al mismo tiempo, nadie puede ganar por sí solo la elección presidencial. Al menos todo se hace muy cuesta arriba para el momento de la definición final si la única relación con los otros competidores ha sido el conflicto.

Lo que espera la Alianza es llegar bien posicionada en primera vuelta, aguardando no encontrarse con un adversario mayoritario al frente, sino con la disolución de la competencia. Trabaja para que algunos de los que tiene al frente pasen a su lado, otros se vayan para la casa y otros prefieran anular antes que votar por un candidato que es políticamente más cercano, pero con el que no hayan hecho otra cosa que pelearse durante semanas.

La Alianza quiere ganar por no presentación, desidia o rencor mutuo entre los demás; nunca ha podido derrotar la confluencia, por eso su campaña consiste en dividir.

El desafío político inédito de esta elección significa jugar por anticipado pensando en quienes necesitan aunar voluntades para definir en segunda vuelta a su favor la competencia.

De la campaña saldremos distintos

Nadie que apueste a la soberbia puede ganar esta elección. No hay razón para la autosuficiencia, porque no hay quien dependa exclusivamente de sí mismo.

Y en eso consiste el arte que se necesita practicar desde ya. Las candidaturas van a seguir compitiendo con la esperanza de acumular ventajas importantes. Pero apostar a la pura competencia es un error. Esto, porque en ningún caso el tercer competidor dejará de tener un caudal de votos significativo. La competencia no va a eliminar al otro como actor significativo.

Para las candidaturas que se ubican entre la centroizquierda y la izquierda, lo único que tiene sentido es competir para perfilar sus temas, sus prioridades y sus opciones políticas, pero al mismo tiempo, establecer desde ya qué es aquello que no acepta como opción querida para Chile.

Es el rechazo a la opción de derecha lo que constituye un punto fundamental de confluencia de actores que hoy representan la heterogeneidad de las opciones pluralistas para nuestro país.

La derecha siempre ha estado en la delantera, y el que quería entregarse en sus brazos ya tuvo todas las oportunidades para hacerlo. Si no pasó antes, no se ven razones para que ocurra ahora. Pero lo cierto es que para una gran mayoría de los chilenos la idea de concentrar todo el poder político, económico y mediático en las mismas manos no es sinónimo de un mejor país, ni de uno más equitativo, participativo y solidario.

Por supuesto que se pueden cometer errores importantes. Cuesta poco hacer declaraciones poco felices. Pero todo esto es parte de la vida política. Lo que hay que decir es qué van a incentivar las figuras políticas señeras de la centroizquierda.

La mayor responsabilidad es de la Concertación, porque hay que recuperar la capacidad de confluir. Lo que diferencia a este conglomerado de la derecha es que ha sabido convertir las tragedias vividas y los errores cometidos en lecciones aprendidas de la historia. Se gobierna construyendo mayoría, se progresa concitando acuerdos nacionales, se interpreta mucho acogiendo las demandas y los anhelos del presente, se hacen reformas sustantivas por la profundización de reformas graduales. Hay que hacer pesar esta diferencia respecto de cualquier otro conglomerado constituido o por constituir.

¿Cómo se va a ganar ahora? Hablándole a la mayoría que tenemos que representar, reconociendo las críticas fundadas y los malestares del momento, proponiendo cambios ambiciosos para un mayor progreso y equidad. Una difícil tarea, pero no será la primera vez que se emprenda una empresa de grandes dimensiones. De esta campaña todos saldremos o mejores o peores, pero nunca iguales a como entramos en ella.