Todos somos bacheletistas
Todos somos bacheletistas
Víctor Maldonado
Es sorprendente la cantidad de personas que interpretan lo que la Presidenta dice y hace. Algunos han llegado a afirmar que estaría “obligada” a apoyar a un determinado candidato, pero que “en su corazón” tiene otro… o no tiene ninguno.
Cuando no se aplica la regla básica
No hay que dejar pasar las acciones más básicas de las candidaturas presidenciales. Son las que más nos enseñan cómo van las campañas. En lo obvio suelen ocultarse los aspectos más relevantes de una competencia de estas características, sólo que por estar a la vista de todos es difícil prestar la atención que merecen.
Lo que no hay que dejar pasar es una aparente anomalía sobre lo que es habitual. Si se sigue cualquier contienda presidencial, en este país o en cualquiera, lo que se ve regularmente es un debate de fondo entre oficialistas versus opositores. Unos representan la continuidad de las políticas, otros buscan convencer que la línea seguida ha sido perjudicial y es necesario cambiar de rumbo.
Lo que se presenta como prueba de buen gobierno en el momento en que se produce la elección son los logros del Ejecutivo. Lo que justifica a los opositores es destacar a cada paso los defectos de la gestión del Presidente en ejercicio. Sin ir más lejos, Obama hablaba mucho más de sacar a Bush y lo que él representaba que sobre McCain (su contendor directo). El actual Mandatario se dedicó a mostrar a Bush como la imagen más evidente de algo agotado y no deseable para la nación.
La única diferencia que se conoce de esa regla general es cuando se tiene conciencia de que el gobierno en ejercicio está bajando en popularidad y aceptación. En ese caso, hasta el candidato oficialista se distancia del Mandatario y trata de mostrar que "ahora sí", con él, se retomará el camino correcto. A nadie se le ocurre, en este caso, poner propaganda con la foto del denostado.
Con el gobierno o contra él, con el Mandatario o contra él, ésa es la definición inicial de la campaña.
Pero todos sabemos que éste no es el caso. Si un visitante hubiera llegado al país esta semana, tendría dificultades para saber quiénes son candidatos de la oposición o, al menos, quién está más distante de la Presidenta. No es para menos. El dato más importante es que todas las candidaturas se presentan como bacheletistas, todas consideran que lo ha hecho muy bien y, por si fuera poco, todos se muestran partidarios de ampliar y continuar las políticas más representativas de su administración.
¿Para qué cambiar?
Como se puede comprender, éste es un escenario que plantea dificultades inéditas a las diferentes candidaturas, pero en especial a la derecha.
La oposición ha de explicarnos cómo es que si la Concertación lo hace tan bien, la Presidenta merece tanto apoyo y lo que hace debe seguir realizándose desde el gobierno, ¿qué es lo que justifica que la derecha llegue al poder?
Esta pregunta no tiene nada de baladí. El tema de fondo ha sido escabullido por Piñera. Pero las razones para sostener su postulación se basan en dos aspectos aludidos de múltiples maneras. Por una parte, trata de convertir a Bachelet en una especie de caso aislado, de persona desvinculada de su entorno, una anomalía que no tiene ni precedente ni heredero natural. Por otra, a lo que ha puesto mayor énfasis es presentar a la Concertación agotada, carente de ideas y dinamismo, atrapada en sus conflictos internos, algo que hay que retirar de la escena por el bien de todos.
En otras palabras, de Bachelet no hay de qué preocuparse, porque es un caso irrepetible, del que se puede hablar bien sin ver en eso un problema. Es casi de hacer una educada venia y reconocer méritos indiscutibles, porque "nobleza obliga".
Y si Bachelet "no será", ocurre -en el trasfondo de lo que dice la Alianza- que la Concertación "ya no es". Mirando en retrospectiva, puede que haya existido un momento en que el conglomerado gobernante tuvo algún tipo de mérito y, quién sabe, hasta le pudo hacer bien al país, pero ya no.
Si uno pudiera describir la estrategia de derecha para no tener que vérselas con un gobierno con respaldo mayoritario y, sobre todo, con una Presidenta querida y reconocida, se pueden emplear pocas palabras: se trata de confrontar a Frei con Bachelet (mostrándolos como diferentes en todo) y confrontar a la Concertación consigo misma (mostrándola como un conglomerado incapaz de conglomerar).
De más estará decir que si la Alianza es capaz de instalar esta interpretación en la mente de los electores se facilitarían enormemente sus posibilidades de llegar a La Moneda. Es de esperar, sin embargo, que los aludidos no guarden silencio y entreguen su propia versión sobre lo que son y lo que hacen.
Bachelet según Bachelet
Es sorprendente la cantidad de personas que interpretan lo que la Presidenta dice y hace. Algunos han llegado a afirmar que estaría "obligada" a apoyar a un determinado candidato, pero que "en su corazón" tiene otro o no tiene ninguno a la espera de una nueva oportunidad para ella. En fin, la timidez y la prudencia no han estado muy presentes en este caso.
Lo cierto es que la Mandataria no necesita que la interpreten o se intenten adivinar sus preferencias, puesto que ha dado una serie de razones de por qué apoya a Frei.
Limitándonos a reproducir sus palabras, ha dicho que respalda al senador DC porque es el candidato único de la Concertación; representa al conglomerado que quiere construir el tipo de sociedad en que se ve representada; lo considera el candidato que antepone los intereses colectivos a los protagonismos personales; lo cree una garantía de continuidad del proyecto que han llevado a cabo los cuatro gobiernos de la Concertación; y si el país necesita cambios, importa sobremanera la dirección en que estos cambios se proyectan. Estima que Frei ya lideró cambios que le hicieron bien a Chile y su experiencia presidencial es muy importante en momentos de crisis.
No hay ninguna ambigüedad en sus declaraciones, las que, por lo demás, ha reiterado con frecuencia. Por si a alguien le quedara una duda, Bachelet sostiene que su opción será la ganadora por tres razones fundamentales: porque la gran mayoría de los chilenos es de centroizquierda, y la Concertación representa a esta opción política; porque no da lo mismo quién gobierne, y el proyecto de país que representa la Concertación le hace bien a Chile; y porque en su gobierno se cumplirán los compromisos adquiridos con los ciudadanos y eso valida la promesa de continuidad y cambio.
Más allá de una afinidad de personalidades o cercanía de caracteres, la Presidenta marca una afinidad política con Frei: logros compartidos, respaldo mutuo, afirmación del mismo proyecto político, opción progresista, necesidad de proyecto, el buen trabajo hecho. De modo que la sintonía existe porque ambos la afirman con fuerza, así que éste no es un tema en el que la derecha vaya a tener éxito.
En cuanto a la Concertación, hay que decir que la derecha suele confundir una amplia expresión política del progresismo confluyente con las actitudes más vistosas de su capa dirigencial.
Un conglomerado es, al mismo tiempo, un conjunto de problemas reales y una amplia capacidad de regeneración. Lo importante es lo que predomina y la capacidad de ordenarse tras objetivos de interés común.
En este momento tan significativo, quien tiene la palabra es la Concertación completa en sus múltiples facetas. Al final, lo que importa es lo que demuestre ser, no lo que los demás opinen de ella. Lo que pase en las próximas semanas será muy relevante para formar la opinión pública. Hay mucha más gente atenta a lo que pase que lo que se observa a primera vista. Esperemos que todos lo comprendan así.
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