viernes, agosto 14, 2009

Ahora es cuando

Ahora es cuando

Víctor Maldonado

El comando de Frei no ha aportado hasta ahora un valor agregado a su candidato. Se han ido sumando nuevas personas a un trabajo cooperativo, pero no consigue una expresión pública poderosa.


Curso de acción definido

Sebastián Piñera y la derecha ya decidieron desde qué posición enfrentar la elección presidencial. Lo que buscarán marcar en estos meses es una imagen de optimismo asociado a su ascenso al poder, combinándolo con un fuerte ataque a la Concertación y a Eduardo Frei.

El ataque a Frei es tanto moral ("yo nunca voy a deslindar responsabilidades") como político (cuestionando su manejo de la crisis asiática). El ataque a la Concertación se concentra en sus resultados ("el estancamiento económico lleva años").

El optimismo ha tratado de encarnarlo en un programa donde destacan tres aspectos: las reformas en educación y salud; la lucha contra la delincuencia; y la mantención y perfeccionamiento de la red de protección social del gobierno. Lo que presenta como propuesta es una combinación entre los temas de interés ciudadano y un intento de validarse como continuador eficiente (aunque no deseado) de la Presidenta Bachelet.

La campaña de Piñera parece ordenada y la combinación que quiere establecer de propuestas y ataques parece tener sentido. En otras palabras, él y sus partidarios están realizando su mejor esfuerzo.

Hay una sintonía entre la estrategia definida por el candidato y la ejecución que realiza el comando. Otra cosa es la calidad y la efectividad del trabajo realizado, en especial de la labor territorial, pero lo que se hace -bien o mal- se realiza con coherencia. Algo similar, aunque con sus peculiaridades propias, se puede decir de Enríquez-Ominami. Del caso de Frei hablaremos enseguida.

Pero adelanto que algo está conspirando contra el logro de los objetivos de las campañas. Y es que esta campaña no parece estar conectándose con las capas profundas del interés nacional. No está llegando a la vida cotidiana.

Da la impresión que el desplazamiento de los candidatos está siendo seguido con más atención que entusiasmo, más responsabilidad que pasión, más distancia que cercanía.

Es como si nadie negara la importancia de lo que se está por decidir, pero al mismo tiempo no hay muchos interesados en prestar excesiva atención. Es posible que el destinatario real de los mensajes del momento sea el bando contrario más que los ciudadanos. De ser así, las decisiones de estos últimos deberán poco a las campañas y mucho a la reflexión propia y familiar. Tal vez sea lo mejor, pero no habla bien de la calidad de la política.

Disueltos en la nimiedad

Esto podría explicar el extraño inmovilismo en las posiciones de las candidaturas. Las más recientes encuestas muestran que Piñera sigue donde mismo, sin avanzar ni retroceder, Frei parece afianzado en el segundo lugar, pero también donde lo teníamos antes, y Enríquez-Ominami ha ido eliminando candidaturas pequeñas, aunque sin alterar su tercera posición.

Pero el inmovilismo general no es un dato neutro. Significa que quien va en punta está lejos de ser triunfador seguro, no causa adhesión creciente ni siquiera resignación. Es de hecho, un candidato alcanzable.

Pero no hay que engañarse. Piñera no dejará piedra sin mover por su objetivo. Por esfuerzo y dedicación no se va a quedar. No se puede esperar que pierda por algún proceso natural o fatalidad histórica. No tiene suficientes merecimientos reconocidos para ganar sin más, pero está lejos de merecer perder.

Al candidato-empresario hay que derrotarlo superando su desempeño en campaña. Ni más ni menos. No hay atajos.

Un inicio tan anticipado (y tan ilegal) del gasto en propaganda muestra que Piñera sabe que tiene que mejorar sus expectativas de triunfo. Para conseguirlo confía en el poder del dinero. Es lo que ha tenido siempre la derecha y, sabemos, no le es suficiente.

Tampoco tiene que esperar que el candidato de la Alianza se vea afectado por una exhibición de sus debilidades y por enrostrarle sus actuaciones pasadas más cuestionables. Hay que recordar que si no se mueve para arriba en las encuestas, tampoco baja de modo significativo.

Quien tenga interés en la actividad política habrá observado que los diferentes actores parecen avanzar sin foco de un tiempo a esta parte. Los acontecimientos parecen disolverse en un sinfín de hechos menores, sin que los unifiquen grandes propósitos.

No da la impresión de que alguien esté guiando los sucesos con mano segura o, a lo menos, que esté logrando que el desarrollo de la coyuntura lo favorezca de modo sistemático.

Se está confiando en que el activismo supla por sí lo que la presencia de un diseño debiera entregar. Los principales actores dan la sensación de que están siendo traídos y llevados por los sucesos, tal como si estuvieran esperando que éstos se despejen por propia iniciativa.

Por supuesto, los períodos de campaña no son pródigos en materia de reconocimiento de los méritos ajenos. No obstante, lo que sí se puede encontrar es un reconocimiento extemporáneo. Piñera ahora reconoce que la Concertación fue una coalición pujante al inicio de la transición, lo hace para agregar de inmediato que hoy no es así. Pero hay que decir que, en cada época, las declaraciones que la derecha hacía sobre el oficialismo siempre han sido calamitosas.

No hay que ser pitoniso para saber que si la Concertación pierde, de inmediato la Alianza sinceraría su opinión sobre sus méritos. Es aquí donde hallamos el mayor problema, porque la Concertación no ha estado usando el tiempo en hablar de sus virtudes (porque nadie más lo hace), sino de sus defectos (que es algo que hacen todos los demás).

El mejor camino

La exhibición pública de diferencias es un problema más importante que el motivo explícito esgrimido. Un programa de gobierno es una guía para la acción, nunca deja de ser consensuado internamente y siempre se hace más que lo que un documento dice. Además se elige y vota por una persona, por la confianza que se le tiene pensando en cómo actuará ante imprevistos, crisis y conflictos (es decir, la mayor parte del tiempo), no sólo en lo formalmente programado.

El comando de Frei no ha aportado hasta ahora un valor agregado a su candidato. Últimamente se han ido sumando nuevas personas a un trabajo cooperativo, pero aún no consigue una expresión pública poderosa. Es indispensable que ocurra sin demoras, porque un candidato que reta al que va en la punta necesita ser el primero en romper la tendencia general al estancamiento.

Una propensión a la polémica de trinchera sin propósito definido y sin enlace directo con la estrategia definida debe evitarse. No se han de convertir las propias palabras en una trampa en la cual quedar cogidos, sin ninguna necesidad.

La definición de tiempos es crucial. Se nota cierto retraso en la presentación de la propuesta central de la candidatura. Se ve porque se deja la posibilidad de que se esté haciendo del debate de los candidatos un tema muy anticipado, cuando lo que importa es que den a conocer las líneas centrales de su programa.

Todo ello se puede hacer y rendir buenos frutos si se actúa de inmediato y sin perder tiempo. Si el comando se coordina bajo una conducción ejecutiva eficiente, los resultados serán asombrosos a poco andar.

Si se ha de preguntar cuándo hay que hacer el mejor esfuerzo para ganar una elección, habría que decir de inmediato que, en el caso de Frei, ahora es cuando.