viernes, octubre 02, 2009

En la normalidad está el peligro

En la normalidad está el peligro

Víctor Maldonado

En pocos días se recordará el 5 de octubre, el triunfo de la razón sobre la opresión. Tal vez ese día, los líderes de la Concertación puedan recordarnos qué es lo que está en juego hoy en la presidencial.


Estancada en el cien por ciento

Cada vez que ha habido que enfrentar dificultades y crisis, al gobierno le ha ido bien. Ahora deberá enfrentar un nuevo desafío, insólito y diferente a la vez: que le siga yendo bien ahora que las cosas mejoran.

A primera vista, esta frase no parece sensata, porque si ante problemas importantes se ha tenido un buen desempeño, pareciera obvio que nos irá todavía mejor ante la ausencia de las dificultades más acuciantes. Pero la realidad dista mucho de comportarse tal como dictan las apariencias.

Hay que aprender que el curso más esperado de los hechos no sea el que termina siendo el decurso de este gobierno. Hay que acostumbrarse a esperar lo inesperado. No por nada ésta será recordada como una administración completamente “anómala” en nuestra historia.

Pensemos nada más en nuestra conducta cotidiana. Al gobierno de Bachelet le queda poco tiempo y todos actúan como si fuera a seguir para siempre, tanta es su influencia. En vez de salir del centro de la escena, se mantiene firme, concentrando la atención. El alza de la popularidad ya no causa asombro. Hasta la oposición sabe que si se le ocurre atacar a la Presidenta, sus posibilidades de triunfo electoral se esfumarían de inmediato.

Pero acostumbrarse a algo no debiera quitarnos la capacidad de asombro. La situación no es “lo que debiera ser”. Casi se considera como un axioma que los gobiernos se desgastan, que si bien parten con muchas esperanzas, terminan con muchas realidades prosaicas y desilusionantes. Muchos pueden testimoniar cómo transcurren por lo regular los últimos días de un gobierno. De seguro no suelen figurar entre las escenas más estimulantes que podamos recordar.

A la Mandataria parecieran estar echándola de menos antes que se vaya. La Presidenta acaba de recibir como regalo de cumpleaños de unos periodistas el titular de un diario ficticio en que aparece el siguiente párrafo, acompañado de una fotografía con un desanimado rostro de la Mandataria: “Presidenta estancada en el cien por ciento de aprobación”.

Cuando se cuente esta anécdota a futuros gobernantes, sin duda arrancarán sonrisas incrédulas o el suspiro del que compara su dura realidad con los tiempos en que la felicidad política se podía tocar con la mano.

Unidad y fragmentación

El inicio de la recuperación económica reordena las prioridades de la agenda ciudadana y gubernamental: no es lo mismo que las cifras económicas mejoren a que la calidad de la vida de las personas se recupere. Pero lo más probable es que las demandas sociales se repongan con mayor velocidad que lo que consigue la reactivación efectiva.

El espacio entre demandas y expectativas se habrá ensanchado. La agenda de preocupaciones ciudadanas se retomará allí donde se dejó antes de la aparición de la crisis. Llegarán con más ímpetu si se quiere, puesto que luego del letargo obligado se intentará recuperar el tiempo perdido.

No hay que pasar por alto que la seguridad ciudadana está volviendo a ocupar el lugar de privilegio en las preocupaciones, desplazando incluso al tema del empleo. Esto empieza a oler a normalidad, y nada debiera alertar más a un gobierno extraordinariamente eficiente en crisis que el retorno a la rutina y lo cotidiano sin épica ni sentido de urgencia.

Lo que tiende a ocurrir en “estado de normalidad” es que las tareas tienden a concentrarse en el cumplimiento de las metas sectoriales definidas con anterioridad. También los conflictos se particularizan. Así, a quienes están en el mundo de la salud les importa el presupuesto del sector, buscar aliados para mejorar posiciones y presionar todo lo que puedan para que ello ocurra. En otros ámbitos igual.

Si se recuerda que estamos en campaña parlamentaria (además de presidencial), se notará idéntica tendencia a la fragmentación. La competencia es territorial y acotada. Los intereses se individualizan. Es el reino del metro cuadrado. Se podrán ver conflictos dentro del mismo partido, entre candidatos del mismo pacto, una cierta tendencia a la relajación de lo permitido, una enorme capacidad de polarizarse a partir de hechos de importancia bastante menor.

Los comandos presidenciales tendrán serias dificultades para mantener unidas huestes en competencia interna y con prioridad distrital o de circunscripción.

En la normalidad está el peligro. Prioridades ciudadanas retomadas, demandas sociales en alza, conflictividad social que no mide el efecto acumulado, partidos y coaliciones en competencia fragmentada. En un cuadro de estas características es fundamental el curso de acción que tome el gobierno.

Mantener las prioridades

Cuando la tendencia comienza a ser la dispersión, es el Ejecutivo el que debe poner en la agenda la mantención de los grandes objetivos. No es otra cosa lo que se ha dicho al momento de presentar el Presupuesto 2010; es decir, que tras todos los números hay un esfuerzo coordinado de sostener la reactivación y expandir la protección social.

Las tareas se implementan por sectores, pero los resultados importantes se consiguen por la acción colectiva, sabiendo que se está trajinado como equipo, para dejar al país en las mejores condiciones en todas las áreas.

No hay manera de que los ciudadanos mantengan a la vista el interés general sin que el Estado insista a diario en ponerlo en el tapete de la discusión y del debate. Si bien se ve lo que ha hecho el gobierno todo este tiempo -y magistralmente en la crisis-, es unir lo disperso, convocar a un esfuerzo nacional, despertar un espíritu de cuerpo, activar un interés compartido superior a las ambiciones personales o grupales y dar razones para esperar lo que no se tiene ahora.

Es posible que con la crisis todos pagáramos costos. Pero también que nadie se sentía abandonado desde el mismo momento en que el Estado tendía la mano a jubilados, dueñas de casa, desempleados, jóvenes en busca de trabajo o que quieren permanecer estudiando, empresas que requerían respaldo, etcétera. Nunca más presente, nunca de manera más oportuna.

Ahora hay que hacer lo mismo. Preservar el más valioso y más invisible de nuestros tesoros: la gobernabilidad progresista del sistema. Es decir, disponer de un orden social que se sostiene no en la imposición de los poderosos, sino en el apoyo preferente al vulnerable.

Mantener la agenda de temas relevantes es también importante para la campaña. Se observará que el cambio de escenario ha impactado en el debate presidencial, el que tiende a salir de las materias de fondo. De la relación entre política y negocios hemos transitado a la calidad y sentido de un informe sobre transparencia. De las reformas laborales a las intenciones de quienes ponen el tema. Del perfilamiento de las candidaturas a los preanuncios de apoyos en segunda vuelta. En fin, de la calificación de situaciones a la descalificación de personas. No les ocurre a todos ni ocurre siempre, pero esta mala tendencia está presente entre nosotros.

La pérdida de nivel de debate beneficia a los que tienen menos que decir y más que vociferar. Por eso importa lo que haga el gobierno. Hay momentos privilegiados en que se puede dar un corte al debate de trinchera y retomar la agenda grande. En pocos días se recordará el 5 de octubre, el triunfo de la razón sobre la opresión. Tal vez ese día los líderes de la Concertación puedan recordarnos qué es lo que está en juego hoy en la presidencial. Estoy convencido de que no perderán la oportunidad de hacerlo.