viernes, septiembre 11, 2009

El inicio de la polarización

El inicio de la polarización

Víctor Maldonado

Un caso bochornoso, como censurar un diario en el momento mismo de una proclamación presidencial, dice más que mil palabras. Lo que dice la derecha a gritos es que no ha dejado de ser autoritaria, sino que no ha tenido oportunidad de desplegar su autoritarismo desde el poder.


La competencia no es con el vecino

LO QUE CARACTERIZA a una campaña son las apuestas fundamentales que encara: en qué planteamientos concentra su mensaje principal y a qué adversario escoge como antagonista directo. En torno a las propuestas no basta seguir las encuestas y asumir un discurso que repita las prioridades que se detectan como preocupaciones ciudadanas. Escoger el adversario implica optar con quién se ha de buscar la confrontación, porque eso -a la inversa- implica a quiénes se va a escoger atraer en la segunda vuelta electoral. La derecha y sus medios de comunicación le hacen a Frei la constante sugerencia de que se concentre en la obtención de los votos de Marco Enríquez-Ominami. Si tanto lo repiten será por algo que no se identifica con el altruismo.

¿Por qué no poner el acento en la contienda dentro de la centroizquierda? Porque se deja escapar a la derecha de la necesidad de justificar su opción más allá de las posibilidades de ganar. No hay que perder de vista que estamos en una disputa por ganar. Los roces y tensiones son inevitables. Pero los que han de converger por necesidad tienen que saber desde el inicio que sus roces son accidentes en la ruta, no la meta del camino. Esas son las reglas del juego. Lo que une a las otras candidaturas de centroizquierda es el rechazo de un país dirigido por la derecha y sus valores. La frontera es política y cultural. De modo que concentrándose en antagonizar con la derecha, se obtienen dos resultados principales: quedan claras las principales opciones electorales en cuanto al tipo de país que se quiere y, segundo, se van tendiendo los puentes que permiten trasvasar apoyo en una segunda vuelta que ya todos parecen ver como inevitable.

No es necesario ni anticiparse en la etapa de competencia abierta a negociaciones que no tienen sentido ni tampoco presuponer cómo evolucionará el apoyo a uno u otro. Nada de esto son puntos de contacto cuando cada cual está desplegándose, tratando de ampliar su base de apoyo propia. No es la argumentación la que consigue el acercamiento, porque nadie está en condiciones de ser convencido por el discurso ajeno. Pero quien no cede a la argumentación se inclina ante los resultados. Simplemente, llegará el momento en que alguno de los competidores demostrará su capacidad de convencer a más ciudadanos que está en mejores condiciones de construir el tipo de sociedad que postula.

Razones para escoger

Las campañas presidenciales tienen la característica de que consiguen que los electores cambien o revalúen las razones para escoger candidato. Al principio, priman gustos personales y las características de los abanderados. Lo que importa es quién atrae más dada su personalidad. Pero a medida que la elección se acerca, empieza a adquirir más realce el efecto que tendrá en el país y en la vida cotidiana de las personas la decisión que se tome. Empieza a importar más qué se propone, quiénes apoyan al abanderado y con quiénes gobernará.

Siempre habrá un grupo que estima que lo que a ellos les suceda no tiene nada que ver con lo que acontece en el mundo político. Su vida será mejor o mejor según lo que hagan o dejen de hacer por sí solas. Punto. Pero este punto de vista es más difícil de sostener cuando se ha experimentado una crisis importante como la que aún atravesamos en la economía mundial. En este caso, cada cual tiene evidencia directa de lo que hace el gobierno y las decisiones que se toman a favor de las personas en dificultades.

En lo cotidiano, no son muchos los atraídos por la política contingente. Pero en crisis la mayoría se da cuenta de que no puede quedar al margen. Mas hoy, cuando hay una fuerte sensibilidad ciudadana respecto a que cada voto cuenta, en particular cuando las diferencias se reducen y las competencias se resuelven por poco. Cuando se trata de concejales, alcaldes, y ahora diputados y senadores, importa mucho lo local, la relación más bien directa, el conocimiento de años. Como las disciplinas partidarias no están en su momento más esplendoroso, puede que los votos de las grandes coaliciones oscilen dependiendo de las realidades provinciales.

Algo diferente ocurre en la definición presidencial. En ríos tan revueltos, lo que el elector distingue son las grandes tendencias más que las fronteras partidarias. Existen los que apoyan a Bachelet y los que no lo hacen; los que se definen como de centroizquierda, y los que son opositores; existen los que “siempre han sido de este lado” y los que no lo son. De todos los factores en una elección, lo que más pesa no es la opinión sobre el candidato que más gusta, sino aquél que más se rechaza. No son tantos los afortunados que logran votar por un aspirante que les llena el gusto. Pero no son pocos los que tienen muy claro cuál es el candidato que les resulta más insoportable. Se termina votando en contra de lo peor que nos puede pasar antes que por lo mejor que nos podría ocurrir.

Siendo así, una elección presidencial se empieza a despejar en la misma medida que se empieza a producir una polarización entre dos alternativas “reales”. Cuando se llega al convencimiento de que la Presidencia se juega entre dos aspirantes y sólo entre ellos. Y definitivamente es esto lo que ha comenzado a pasar.

Vocación por el conflicto

Lo que ocurre no es sólo que las dos candidaturas mejor posicionadas empiezan a despegarse del resto. Tampoco que luego de la inscripción de candidatos a parlamentarios, los bloques de mayor envergadura hacen pesar su ventaja comparativa. También ocurre que la campaña de la derecha está produciendo, más como resultado que por premeditación, un acrecentamiento de la polarización. Pero esto no ocurre por una fatalidad, pasa por un ingrediente de progresiva agresividad aportado por la línea política más dura en la oposición.

Así, por ejemplo, Allamand ha dicho que “todos los funcionarios de la Concertación a contar de marzo van a tener que salir a buscar trabajo a la calle y van a tener que abandonar sus cargos”. Evelyn Matthei comentó que el programa de Frei es de una “pobreza franciscana, estúpido, ridículo”, entre varios otros calificativos. En otras palabras, se está polarizando por opción y preferencia.

Cuando se escriba la historia de esta campaña, se tendrá que consignar que, antes siquiera que empezara el despliegue territorial, e incluso de que los ánimos se caldearan naturalmente en las competencias parlamentarias más estrechas, desde la Alianza se estaba tocando a rebato para que se produjera la tan conocida agrupación entre “ellos” y “nosotros”. Se ha adoptado una mala senda. No se puede hacer un llamado amplio a todos los sectores y adoptar una actitud dura y sectaria.

Lo que algunos parecen querer recordarnos es que la derecha, tras tanto tiempo en la oposición, no parece dispuesta a perder la mentalidad del que se concibe a sí misma como una minoría, todo lo significativa que se quiera, pero minoría al fin. Un caso bochornoso, como censurar un diario en el momento mismo de una proclamación presidencial, dice más que mil palabras. Lo que dice la derecha a gritos es que no ha dejado de ser autoritaria, sino que no ha tenido oportunidad de desplegar su autoritarismo desde el poder.

En anteriores ocasiones, la conducción de la oposición se ha demostrado menos perfilada que sus posibilidades electorales. Ahora repiten un camino con destino conocido.