Cuestión de temple
Cuestión de temple
Víctor Maldonado
Las cuentas alegres
Ya sabemos que la derecha espera obtener la Presidencia, no tanto porque consiga los votos suficientes en diciembre próximo, sino porque espera que sus contendores tengan una votación tan parecida uno respecto del otro, que la transferencia de votación entre ellos -al nivel que se requeriría- sea casi imposible de lograr.
De este modo, Piñera espera triunfar producto de la confluencia de sucesos: obtener en primera vuelta una buena votación propia; que se produzca una votación pareja de sus adversarios; y que le baste con el regreso al redil de una minoría significativa de los votos de Enríquez-Ominami en segunda vuelta.
Es más, hasta hace poco, la derecha no sólo esperaba que estos acontecimientos terminaran por verificarse en los hechos, sino que estaba convencida de que ya todo indicaba que era el inevitable resultado al que nos encaminábamos. Ahora ha perdido esa confianza.
La oposición se ha estado preparando todo este tiempo para un triunfo fácil y holgado. Debieron sospechar antes que no podía ser cierta tanta maravilla. Prepararse sólo para el mejor escenario es siempre un problema.
El diseño de la campaña de Piñera es de aquellos que se pueden explicar muy bien en un pizarrón, pero que nunca se concretan del modo como sus diseñadores esperan. Simplemente esperan demasiado de una gran concatenación de errores de los adversarios, sumado a una casi nula capacidad de los demás de establecer sus propios cursos de acción.
La derecha va a descubrir que lo que termine ocurriendo en el país no lo va a definir nunca en solitario.
Lo más probable es que la primera vuelta termine en un resultado que aumente el dramatismo del desenlace, porque no habrá quién pueda asegurar cómo es que terminará el proceso. Sin lugar a dudas se requerirá tener los nervios bien templados cuando quede en evidencia que la competencia se hace tan reñida que todo puede suceder.
Yo creo que, a la hora del temple, a la derecha le resultará muy difícil soportar la tensión. Y eso la llevará a cometer más errores.
No es que la Concertación y Frei sean congénitamente mejores. Es que tienen plena conciencia de que están recuperando terreno, y eso predispone el ánimo de manera distinta.
Hijos del rigor
La Concertación basa su opción no en los cálculos sino en el trabajo constante. Sabe que enfrenta una competencia difícil, el mismo Frei dice que ganará “por nariz” (es decir, estrechamente) y sabe que, en forma inédita, se encuentra en segunda posición en la llegada inicial. En estas circunstancias, para la centroizquierda, ganar en forma ajustada es un escenario alentador, que la motiva a realizar su mejor esfuerzo. Sabe que todo lo tendrá que ganar a pulso, que no puede esperar “sorpresas” que le alivien la carga y que, por lo tanto, no ha de tomarse recreos en ningún momento.
Se equivoca quien vea a la Concertación como una coalición en continuo desgaste. Cuando un conglomerado en el poder se apoltrona, pierde capacidad de reacción, y cuando le viene un desafío de primera magnitud, se paraliza. Éste no es el caso.
A lo menos desde la campaña de Ricardo Lagos en adelante, la Concertación ha enfrentado elecciones en las que ha podido ser derrotada. Y siempre ha sabido reaccionar. En la confianza está el peligro, pero la Concertación nunca ha podido confiarse en demasía, porque la posibilidad de perder ha estado siempre presente. Desgaste hay, pero capacidad de reaccionar, también.
Y por si fuera necesario, en los momentos más importantes, la derecha ha sabido prodigar esos maravillosos ejemplos de insensatez política que le permite enterarse, hasta al menos astuto, el por qué es necesario no dejarse derrotar.
Por supuesto, en la oposición el más peligroso personaje del propio sector es el que, al mismo tiempo, sufre de incontinencia verbal, representa los prejuicios más acendrados y tiene tan alto concepto de sí mismo, que le permite combinar el insulto con la tontería y con la altanera naturalidad del clasista redomado.
Ese papel, aglutinador de los que simplemente respetan a los demás, lo representa Carlos Larraín, el presidente de RN. Para este singular personaje, la elección presidencial se definirá entre dos tipos de seres bien diferentes: “El gobierno tiene un núcleo de votantes amaestrados, así como perritos de circo, ellos sacan a sus perritos de circo a la calle y nosotros, en cambio, contamos con atraer ese voto suelto, medio bonachón y desinteresado, que a la hora de irse de vacaciones o quedarse a votar, prefiere irse de vacaciones”.
Aquí tenemos a la derecha en gloria y majestad. Es la voz interna que les dice que las diferencias no son políticas, son genéticas. Es lo que expresaba a fines del siglo XIX Eduardo Matte Pérez: “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio”. Es lo que expresaba bien un latifundista a fines de la década del 30 en el siglo XX, al referirse a sus peones: “A veces me parece que somos hijos de distintas evas”. Es la diferencia entre humanos y humanoides de la dictadura, que ahora se expresa en humanos bonachones y “perroides”, podríamos decir.
Si la Concertación gana esta elección presidencial le deberá mucho a personas como Larraín. En el momento oportuno supieron poner de relieve las diferencias de fondo, mostraron que los nostálgicos de un pasado remoto existen y pueden hacer mucho daño desde el gobierno, e hicieron aparecer las diferencias en la centroizquierda como cuestiones menores y superables. Un gran aporte, sin duda.
Pero el otro factor a considerar es el trasvasije desde el apoyo de MEO a Frei.
Para constituir una nueva mayoría
No creo que sea ningún misterio el curso de acción más probable que quiera adoptar la candidatura de Enríquez-Ominami, en el esperable caso de que sea Frei quien pase a la segunda vuelta. Lo que va a hacer son dos cosas: buscará institucionalizar su apoyo electoral y dejará en libertad de acción a sus adherentes.
Lo anterior no requiere una capacidad particularmente perceptiva hacer de las intenciones de este actor político. No por nada la lista parlamentaria de esta opción se denomina “nueva mayoría para Chile”. Es esta intención refundadora la que dominará los ánimos, aun en el momento de la decepción de no seguir en competencia. Por eso, también, no resulta raro escuchar a Enríquez-Ominami afirmar en estos días que “Piñera y Frei son de derecha”, es decir, que en el fondo son lo mismo, y no hay por qué tener una preferencia por uno de ellos al quedar fuera de la competencia.
Pero esta aparente neutralidad no es del todo neutra. Declarar libertad de acción en segunda vuelta, sin más, es lo mismo que decir que las alternativas en juego dan lo mismo. Todo esto es lo más beneficioso que pueda esperar la derecha que suceda.
Buscar la renovación del sistema político es legítimo. Pero hay que tener una posición desde la cual ubicarse para incidir en las decisiones políticas. Ubicarse en la centroizquierda e incluso tratar de liderarla, no es compatible con dar el pase a Piñera.
Si Frei se impone limpiamente en primera vuelta para enfrentar a la Alianza, hay que reconocerle su mejor derecho para establecer una amplia mayoría nacional. Lo que las urnas no da, la frustración no entrega. Los líderes abandonados son los líderes que no saben definirse bien y a tiempo.
Simplemente hay que poner los intereses del país por delante de los intereses grupales o personales. Para asegurar que este convencimiento se imponga entre los votantes que definirán la segunda vuelta, la Concertación ha de ampliar la distancia que hoy ya tiene de MEO. Puede que esta tendencia aún no quede reflejada en la encuesta CEP que aparecerá la próxima semana, pero el despliegue del oficialismo será tan sistemático como efectivo.
En fin, el resultado final seguirá siendo un enigma hasta contar el último voto en segunda vuelta.
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