viernes, mayo 25, 2007

El efecto 21 de mayo

El efecto 21 de mayo

Los municipios han sido una fuente de quejas y reclamos. Ahora tendrán que pasar de pedir a responder. No todos están preparados para esta prueba.

Víctor Maldonado


El punto de inflexión hacia arriba

No hay nada más elocuente en un episodio clave en política que el silencio de una de las partes involucradas. El Mensaje presidencial del 21 de mayo pasado literalmente dejó sin palabras a la derecha.

En un hecho por completo inusual, se pudo apreciar a los parlamentarios de RN y la UDI reuniéndose para decidir qué es lo que decía. Lo cierto es que la oposición, en las primeras horas, no encontró qué decir. Para cuando recuperó el habla, ya la opinión pública había consolidado una evaluación positiva de lo ocurrido.

El resultado es en su integridad positivo para el Gobierno, y en particular para la Presidenta Michelle Bachelet. Establece un hito de madurez en el ejercicio del cargo.

Si se pudieran resumir cuáles eran las expectativas previas a la intervención presidencial, se podía decir que se trataba de una petición general de ejercicio de liderazgo.

Y si la derecha no pudo reaccionar a tiempo, no fue porque fuera presa de la improvisación. Se preparó para otro discurso, uno muy distinto de aquel que se encontró en la práctica.

En realidad, lo que los opositores prediseñaron fue retomar la iniciativa política tras un discurso sin relieve ni sustancia. Con nada de eso se encontró. De allí el silencio.

Como siempre, subestimaron la capacidad de reacción de sus adversarios y creyeron tener la cancha despejada.

Esta combinación, que permitió una cadena de reacciones tan marcadas, fue la identificación de los énfasis de la gestión y de las propuestas que aúnan las distintas iniciativas y programas con una precisa cuenta de los principales logros. Tuvimos orientación junto con realizaciones.

Se puede decir que los anuncios y su contundencia fueron simplemente inapelables. Tanto así que los opositores centraron la crítica en dudar de la adecuada implementación del gasto, que es la reacción más pobre de la que se tenga noticia.

Lo más importante, sin embargo, fue que el Mensaje se convirtió en un punto de referencia obligado, que no tiene parangón alguno con lo que pudieran hacer los opositores. Unos critican y otros aplauden, pero todos se refieren a un hecho central del que no pueden prescindir.

Efecto público, efecto político

Siempre se puede dudar sobre si un discurso de estas características tiene alto impacto en el público en general o si su efecto se circunscribe a la elite política.

En esta ocasión, no cabe duda de que la intervención era esperada con interés. Dejando los tecnicismos, se puede decir que el Mensaje tuvo mayor audiencia que el del año pasado, fue seguido en particular por quienes hacen en favor de la Concertación (mujeres, pobres y adultos), y que, al finalizar, tenía a más personas escuchando o viendo que cuando empezó. En otras palabras, fue todo un éxito.

Y, así como el impacto público fue importante, lo cierto es que el Gobierno hizo un giro en dirección a la Concertación.

El énfasis social que el conglomerado reclamaba fue asumido. Los problemas más urgentes tienen algún tipo de solución. La dirección política de la gestión quedó confirmada.

El debate podrá continuar todo lo que quiera, pero nadie entendería que los partidos oficialistas dejaran de exhibir una mayor cohesión tras un plan de acción ratificado y en plena sintonía con el programa que todos, sin excepción, presentaron al país como compromiso común de Gobierno.

Un giro de estas características es posible porque las perspectivas económicas son buenas, y el momento actual es muestra de una sólida conducción que permite sostener un mayor gasto social.

No se puede esperar que las conductas políticas cambien de la noche a la mañana. A ningún discurso se le puede pedir eso. Lo que sí se le puede pedir es ordenar y orientar la acción, primero del propio Gobierno y en alguna medida de la Concertación.

En este sentido, la Presidenta mostró una gestión muy realizadora, nada disgregado ni disperso, que se ha metido en un gran problema con el Transantiago, pero que puede mostrar una conducta coherente y en fuerte sintonía con las necesidades de la gente.

Esto tiene efectos crecientes y positivos. Así como el pesimismo se irradia en cascada, también la recuperación del estado de ánimo sigue la misma vía.

Lo que cambia tras una definición muy precisa de prioridades, y de un aumento masivo del gasto social, es que modifica el tipo de conversaciones que predomina.
Ahora comienza todo un interesante debate sobre el mejor uso de los recursos asignados. Éstas son las discusiones que se instalan al interior de un progreso manifiesto y reconocido. Se parte de la base de que hay que aprovechar bien las oportunidades que se abren. Por tanto, refuerzan la propuesta central.

Además, lo típico de un período de mayor optimismo es que el Gobierno sale a terreno, apelando al convencimiento de la gente más que a intercambiar opiniones con la oposición. La verdad es que las críticas de la derecha por esta práctica de cuenta directa ante los ciudadanos nunca han podido hacerse convincentes. La salida a regiones de ministros y subsecretarios tuvo una buena acogida, superior a la de veces anteriores, a decir verdad. Y esto confirma el cambio del estado anímico imperante.

La responsabilidad extendida

Si este clima se mantiene, llegará un momento en el que nadie entenderá cómo es que hubo un período en que se tenía la sensación de que se estaba viviendo una crisis. Pero, sobre todo, se transita a una etapa en donde el cuestionamiento pasa a estar centrado en todos aquellos que tienen la responsabilidad de responder por los mayores recursos asignados. Y eso es clave.

Un ejemplo puede ser altamente ilustrativo de lo que quiero decir.

Los municipios están muy interesados en decidir por sí mismos en qué gastarán los mayores recursos que les empiezan a llegar desde ahora. La verdad es que poco se puede discutir en contrario siendo, como son, entidades autónomas y responsables de sus actos.

Por cierto, siempre pueden pedir más, y, de hecho, les llegarán muchos más recursos el próximo año. Pero, al mismo tiempo, es de interés general que la buena gestión sea medida, evaluada y conocida con transparencia. Por lo que de manera inevitable deberán introducir mejoras que han sido postergadas antes por pasar de urgencia en urgencia. Ya no será tan angustiosamente así, y es muy conveniente que se adapten a esa idea.

Si un alcalde como Pablo Zalaquett, de La Florida, dice que la “plata no sirve de nada” si hay limitaciones de otro tipo, está cometiendo una gran imprecisión, o muestra limitaciones en su capacidad de gestión, que ya no se explican por causas externas.

Pero se puede adoptar otra actitud: el alcalde Claudio Arriagada, de La Granja y presidente de la Asociación de Municipalidades, ha aceptado el desafío de recibir más fondos e “invertirlos bien para hacer buena gestión”.

Hasta ahora, el Gobierno ha concentrado todas las miradas y las evaluaciones. No se ve por qué esto deba seguir siendo así. Si todos gestionan, todos responden. Y ahora eso será evidente y visible.
De momento, los municipios han sido una fuente de quejas y reclamos. Ahora tendrán que pasar de pedir a responder. No todos están preparados para esta prueba.

En realidad, ya no bastará con evaluar la existencia de problemas en las comunas. Se empezará a evaluar a los alcaldes. Deben mostrar resultados y no quedarse en las explicaciones o las excusas.

Sería bueno pensar en cambiar a aquellos sin suficiente imaginación para emplear los 100 millones de dólares adicionales en algo útil para todos ellos. Y habrá que hacerlo notar.

viernes, mayo 18, 2007

Los partidos antes del 21 de mayo

Los partidos antes del 21 de mayo

Mientras más se mira el escenario, más se convence uno de que el destino de cada conglomerado no está determinado por lo que el otro haga o de cuanto lo ataque.

Víctor Maldonado


Partidos y candidatos presidenciales

Los partidos han de lograr una plena sintonía con sus candidatos presidenciales. Lo que no le puede pasar a una organización es quitarle posibilidades a su figura más posicionada mediante la obstrucción interna.

Dando su mejor esfuerzo y jugándose a fondo sus posibilidades, lo que viene después es someterse a la decisión del electorado. Sobre la base de asegurarse una competencia justa, le toca al pueblo.

Todo lo demás son juegos de notables, cálculos de especialistas o propuestas de negociadores fuera de su ámbito de acción. Los razonamientos del tipo “ya te tocó a ti, ahora me toca a mí”, está bien entre estudiantes de educación básica, pero no debieran presentarse en la madurez. No se le puede pedir a una negociación lo que no está en su naturaleza otorgar.

Para la Presidencia no corren las listas de espera. Lo que vale son las posibilidades de ganar. Si un candidato se dispara en el apoyo popular, no habrá acuerdo cupular que favorezca a otro postulante -visiblemente rezagado- por consideraciones entendibles pero nada aplicadas ante la opinión pública.

Si se concretara igual en acuerdos de estas características y se descarte al candidato obvio, el electorado no dejará de castigar este intento de escamoteo manifiesto de su derecho básico de elegir entre las mejores alternativas disponibles.

Tampoco es cierto que contar con un candidato probado, de méritos reconocidos, nos ahorre los debates. No existen los predestinados ni basta un leve movimiento de cabeza, en señal de asentimiento, para que todos los demás dejen abierto un reverencial espacio.

Nada de lo que ocurra con minorías políticas, por importantes que sean, resulta ser lo decisivo.

Los ciudadanos son los que resuelven, y ellos están cambiando, reevalúan el pasado y el presente de un modo dinámico, se abren a nuevas necesidades, y pueden llegar a mirar más lo que puede llegar a ser que lo que fue. Todo esto sin afectar un ápice los reconocidos méritos de cada cual.

La especialidad de la derecha

Las ventajas del momento no señalan ninguna fatalidad para el punto de llegada. Desde hace mucho estamos en una etapa de competencia estrecha, en la que se puede ganar y perder dependiendo de los mayores aciertos y de los menores errores.

Por eso es tan necesario realizar un diagnóstico fino. Lo que se puede apreciar por las encuestas es que Piñera es el personaje mejor evaluado en este momento. Es un hecho. Como le gusta decir a quienes aman las especulaciones: “si la elección fuera hoy...”.

Puede ser, nunca lo sabremos. Pero lo fundamental es que no decide nada. Situaciones como ésta ya se han presentado antes y los resultados son de conocimiento público.

Tal como se han producido las cosas hasta ahora, la derecha se ha especializado en poder ganar antes de la elección y también en hacerlo después de ella; mientras que la Concertación se ha especializado en ganar durante la elección. Mirada en retrospectiva no parece tan deplorable esta distribución de las oportunidades.

No es lícito para un partido desistir de posicionar a su mejor opción, porque su deber es presentar a la persona con más méritos para la ocasión. Lo que ocurra al final, en un escenario pletórico de cambios en curso, nadie es capaz de predecirlo.

Mientras más se mira el escenario político, más se convence uno de que el destino de cada conglomerado no está determinado por lo que el otro haga o de cuanto lo ataque. Lo fundamental es lo que cada cual consigue en base a su esfuerzo, con el mínimo de resistencias internas posibles y con el máximo de coherencia en las acciones.

Hay que recordar que las organizaciones políticas no tienen un prestigio demasiado elevado ni se pueden apreciar entre ellas grandes diferencias de valoración positiva por parte de la ciudadanía. Una conducta ordenada, sensata y vinculada con las necesidades más sentidas de la población, pueden obrar maravillas en tiempo muy breve.

Los partidos saben perfectamente estas cosas. Pero no siempre consiguen comportarse como es debido. Y lo más común es que consideren que tienen todo el tiempo del mundo para iniciar un retardado proceso de enmienda de su conducta.

El problema está en que no se encuentran solos en el escenario. Como la situación se ve muy revuelta, no faltan quienes han percibido que están ante la posibilidad de capitalizar el descontento y emerger con singular fuerza desde posiciones no alineadas.

Alternativas como ésta no tienen nada que perder con aspirar muy alto. Más si saben que no disponen de mucho espacio ni tiempo para moverse. Han de llamar la atención, hacerse notar, mostrar algo de fuerza y entusiasmo antes de que pase lo peor.

Y lo peor que puede ocurrir es pasar al olvido sin pena ni gloria, cosa que no tendría nada de raro. Porque, dígase lo que se diga, denostar a los partidos es más fácil que organizar y darle continuidad a uno. Por eso se apuran.

Los primeros signos

En cualquier caso, se trata de apuestas democráticas lícitas y hasta necesarias. Cada cual está sujeto a la misma regla del mínimo error y del máximo acierto para progresar.

Sólo que hay que decir que no es sensato que las minorías se organicen más que las mayorías para decidir e influir.

Está bastante claro que estos pequeños grupos lo están haciendo para convertirse en factores decisivos al momento de las más importantes decisiones políticas. Se han presentado como una oferta abierta porque saben que hay espacio para crecer.

Jugar con posicionarse en una actitud autodefinida como “entre” los grandes conglomerados de derecha y centro izquierda, se ha vuelto una línea de conducta identificable.

A todos les encuentran algo de razón y a todos los encuentran criticables. Una posición bastante cómoda, pero con una credibilidad que no puede mantenerse por tiempo prolongado sin demostrar logros.

Pero ya se nota el principio de una reacción. La junta nacional de la DC puso las cosas en el punto de partida. Algunos de los elementos del voto político, aprobado por unanimidad, muestran las necesidades políticas del momento.

En el documento se encuentran dos reafirmaciones: de apoyo al Gobierno de Michelle Bachelet y del compromiso con la Concertación.

Se presentan también tres tareas políticas: la necesidad de tener “más y mejor Concertación”, es decir de renovar la coalición gobernante; el requerimiento de potenciar el rol de los partidos (algo dedicado a criticar las visiones tecnocráticas); y fortalecer el compromiso social del Gobierno (llamado a un uso responsable “de los excedentes extraordinarios con que cuenta Chile”).

A nivel de medidas de Gobierno, se propone el cambio al modelo de transporte de pasajeros, la redefinición de la política de fortalecimiento de las pymes, y el apoyo a la demanda municipal de financiar el déficit de la educación de este sector.

Se termina analizando la conducta beligerante de la derecha y se afirma la aspiración partidaria a encabezar a la Concertación en la próxima campaña presidencial.

En el caso del PDC, lo que estamos viendo es la excepción, por parte de todos los sectores, de la necesidad mutua (o si se quiere, de la imposibilidad práctica de prescindir de algún sector). Sobre esta base, el partido está recuperando el comportamiento de equipo, con metas comunes, prioridades especificadas, tareas que cumplir y liderazgos que proyectar.

Si lo que está surgiendo como respuesta en los partidos tiene su réplica a nivel de Concertación, se puede pensar en la recuperación de la iniciativa política. No se dispone de tanto tiempo como algunos gustan de creer.

lunes, mayo 14, 2007

La Junta Nacional del PDC

La Junta Nacional del PDC

Víctor Maldonado R.


El momento de la reacción

Cuando se cuente la historia de este período –en el que se decide tanto y tan pocos parecen notarlo-, el desarrollo de la Junta Nacional del PDC ocupará un lugar destacado.

Desde hace un tiempo, en el conglomerado oficialista todas las tendencias a la dispersión parecían ir en aumento. A cuantos se les había ocurrido darse un gusto, habían aprovechado la oportunidad para permitirse licencias en grande.

En un ambiente de general jolgorio, ya los ordenados y prudentes se habían empezado a preguntar si no serían ellos los equivocados. La atención general parecía estar siendo acaparada por los que llevaban el pandero del desorden. Y, por supuesto, no han sido pocos.

La tradicional moderación chilena parecía haber tomado vacaciones. Pero ningún país cambia de carácter con tanta facilidad.

Cuando algunos dejan de cumplir con sus obligaciones, hacen mucho ruido, chapoteando en la superficie y agitando las aguas. Pero, tarde o temprano, terminan por producir cansancio y hastío. La pregunta esperable era cuanto tiempo iba a esperar una sana reacción. Y es posible que esa reacción haya empezado a producirse.

Un malestar denso y duro comienza a acumularse por parte de la mayoría. Empieza a aflorar una demanda creciente por el ejercicio de la autoridad democráticamente electa.

Los que desean preservar la responsabilidad en política llegan naturalmente a concordancias, y, al final, suman sus esfuerzos. Es de desear que la reacción sea lo suficientemente fuerte y sostenida como para contrarrestar la anterior disgregación.

Por supuesto, hay dos lugares donde se puede dar inicio a revertir la tendencia: el gobierno y los partidos. En el caso de la Concertación es clave lo que suceda con el PDC, el partido individualmente más grande, pero que no cuenta a la presidenta de la república entre sus filas.

La cercanía entre Michelle Bachelet y Soledad Alvear ha tenido altibajos pero, para nadie es un misterio que un tipo de relaciones de cooperación mutua se ha llegado a establecer (a restablecer más bien) entre ambas, y es lo que ha quedado evidenciado en el principal evento político DC.

Lo que se está produciendo es una reorientación indispensable a favor de una mejor convivencia democrática. No tiene nada que ver con limitaciones al debate o con un enjuiciamiento a las opiniones adversas. Tiene que ver simplemente con la recuperación del orden y la compostura, y también con temperar un exceso de vanidad personal.

No cabe otra cosa que reaccionar cuando un parlamentario se ha vuelto tan susceptible, que puede abandonar un acto oficio porque no ha sido mencionado su nombre, y al mismo tiempo, puede darse permiso para votar en contra de una iniciativa emblemática del gobierno que apoya. Algo en el orden de las prioridades de bien común no está funcionando como es debido.

Por dónde se decanta la DC

Eso de que las reglas políticas y de mera urbanidad siguen vigentes cuando se refieren a mí, pero que yo las puedo suspender cuando se refieren a los demás, termina siendo un descriterio.

Se puede tener toda la paciencia que se quiera y que se necesita, pero, al final, la capacidad de resolver y decidir por mayoría no se mantiene vigente a menos que los acuerdos sean respetados.

En la Concertación se han mantenido por largo tiempo los mismos rostros. Pero no todos siguen comportando igual. No todo el que fue tiene que seguir siendo un dirigente responsable. Y lo que más importa en político no son los recuerdos sino las acciones del día de hoy.

Tal vez por eso es cada vez más evidente las necesidades del reemplazo en una parte de los puestos de dirección y de representación.

Desde el inicio de la Junta Nacional, Soledad Alvear marcó la línea, respaldado por una sólida mayoría interna. Sus puntos fueron tres: énfasis en la disciplina partidaria; rechazo a los acercamientos a la derecha y énfasis programático en lo social.

La presidenta del PDC actuó siempre con plena conciencia de contar con una amplia mayoría de los asistentes, lo que se verificó al término del evento con una amplia representación en los consejeros nacionales que se eligieron en esta oportunidad.

Por su parte, Michelle Bachelet fue a respaldar a Soledad Alvear y no dejó ninguna duda al respecto. Ratificó su punto de vista sobre las relaciones con la derecha, alabó su lealtad y abrió la puerta a acoger críticas. Pero sobre todo señaló que este era un momento para jugarse por entero y no para las dudas.

Adolfo Zaldívar ratificó su mensaje de rectificación del modelo, atacó a la tecnocracia de gobierno, y previno sobre los malos efectos que tendría un disciplinamiento explícito, aplicado a su sector, por parte de la mayoría.

La posición asumida por Eduardo Frei, mostró claramente hacia dónde se decantará la Democracia Cristiana. Su crítica fue dura y directa pero, precisamente por ser una postura política que no se enreda en alusiones personales, permite identificar puntos críticos y construir acuerdos.

Frei apuntó a tres aspectos: la incapacidad del Ejecutivo de gobernar la Concertación; la necesidad de jerarquizar los temas prioritarios a abordar; y la contradicción que representa empozar fondos -que se necesitan hoy- a la espera del próximo gobierno, que será derecha si no hay una reacción a tiempo. Hacia dentro, aboga por la unidad partidaria.

Como se puede ver, cada uno de sus puntos puede ser motivo de debates y de matices. Pero, lo central es que ordena un debate constructivo, necesario y de fondo.

En síntesis, lo que aglutina a la Falange es asegurar la gobernabilidad en el país y en la Concertación, espacio desde el cual ve posible proyectar mejor su presencia, sus líderes y sus propuestas. Mientras antes se vean despejadas las dudas, tanto mejor y se habrá conseguido lo más importante.

El punto clave es si está claro qué es lo que se debe hacer y para despejar dudas estará el mensaje presidencial del 21 de mayo. En otras palabras, todo queda preparado para lo que diga Bachelet en una semana más.

Otro punto de partida

La Democracia Cristiana sale con una directiva fortalecida por la elección de consejeros, con una posición política unitaria que defender, y, sobre todo, con la reanudación del juego político inteligente, duro y complejo, pero con sentido de equipo. Los grupos internos aceptaron competir en una cancha común. Como cada cual es hábil, se reacomodaron en las posiciones que les resultan más beneficiosas, y no hay duda que nadie ha renunciado al liderazgo y a la búsqueda del predominio.

Todo esto es lo mejor que le podía pasar a la Democracia Cristiana, y es una buena noticia para sus socios.

En efecto, los partidos que están en crisis son aquellos que, sabiendo perfectamente qué es lo que los beneficia y los perjudica, no pueden evitar que las conductas disociadoras los consuman. Simplemente, no pueden seguir el camino de la sensatez.

En la DC, lo que ha cambiado no es que hayan desaparecido las fracciones, que las personas sean ahora más buenas de lo que eran ayer, o que alguien descubriera una fórmula infalible para resolver los problemas del país.

Lo que ha pasado es que se recuperó la práctica de la política de calidad.

En esta Junta, se vio en ejercicio cómo es que la Falange se aglutina en torno a tres liderazgos: Alvear, Frei y Zaldívar. Ninguno deslució y cada cual se aplicó al máximo para perfilarse y convencer. Cada uno en lo suyo, supo sacar el mejor provecho a lo que tenía.

Alvear habló desde la presidencia, marcando el rumbo. Frei atrajo la atención con su análisis y propuesta. Zaldívar defendió posiciones y evitó el aislamiento.

Nada que objetar. Se trata de movimientos expertos, de alta precisión y que no dejaron espacio a las improvisaciones.

Pero si se me pregunta quién ganó más, sin duda afirmaría que Soledad Alvear. Por cierto Frei fue quien más brilló y asoma un respaldo “colorín” para su postulación presidencial dentro de la DC.

Sin embargo, creo que hay un aspecto que desequilibra la balanza. Y es que, sin el paciente trabajo de reconstrucción partidaria, y sin la sólida mayoría que la Mesa Directiva fue construyendo con silenciosa dedicación, la Junta Nacional no habría convergido hacia la unidad.

En otras palabras, todos se ordenaron porque había una mayoría clara y enfrentarla tenía costos muy altos.

Alvear tiene la conducción partidaria, tiene la mayoría y encabeza un acuerdo unánime que la respalda. Desordenados seguirá habiendo, pero ya se sabe cuánto pesan, y eso los saca del centro de la escena.

Como sea, esta Junta puede marcar el inicio de una cierta recuperación del PDC. Y eso le da una oportunidad a la Concertación de volver a ordenarse. Todo depende de la capacidad de darle continuidad y proyección a este importante logro político.

viernes, mayo 11, 2007

Las tres tareas de la Concertación

Las tres tareas de la Concertación

Si es efectivo que la Concertación gana en disciplina cuando ve a la derecha en alza, es bien posible que el inicio del proceso electoral no sea una completa mala noticia para el oficialismo.

Víctor Maldonado


El anti-mosquetero

LA CONCERTACIÓN PUEDE y debe trabajar como equipo. Con ello superaría su momento más bajo, recuperando confianza y presencia. Para que eso ocurra han de cumplirse ciertas cosas de primera importancia, entre ellas que las mayorías partidarias actúen como tales, que la crítica interna ocupe canales constructivos para expresarse y que se enfrente con la derecha como primera prioridad.

Existe la impresión de que quedan momentos duros que afrontar y pérdidas que asumir, pero que se va en camino de emprender estas tres tareas relevantes.

En relación con el ejercicio de la mayoría partidaria, es posible que se haya llegado a un punto de saturación.

Los grandes conglomerados no se mantienen por el puro juego de intereses y la búsqueda de predominios personales. No logran permanecer si la guía del que busca imponerse es la conveniencia y no la consistencia en las acciones.

Cuando un conglomerado deja de representar una cierta guía de conducta reconocible ante los grandes temas, entonces, más allá de lo formal, deja de existir.

Por eso importa mucho transparentar el significado profundo de lo que cada cual está haciendo al asumir conductas políticas. Sólo así se puede pedir que se asuman responsabilidades y se sancionen comportamientos que dejen de considerarse como aceptables.

No hay que permitir que la conducta, tal como se la practica en lo cotidiano, a vista y paciencia de todos, se vuelva mediocre. Ni tampoco hay que dejar que dicten la línea en la Concertación precisamente los que menos se preocupan de que ella pueda seguir existiendo.

No hay que extrañarse por quienes surgen en estas contradicciones evidentes. Suelen ser los mismos que cuando son mayoría en un partido, exigen del resto la más absoluta sujeción a sus resoluciones. Pero si son minoría, no tienen empacho en informar que tomarán decisiones con independencia y en conciencia.

¿Qué ha cambiado? ¿Ha variado la necesidad de mantener la disciplina partidaria? ¿Ahora importa menos que se tomen decisiones válidas para todos, usando principios y procedimientos democráticos?

Claro que no. Lo que explica que el autoritario de ayer sea el indisciplinado de hoy no es nada que haya pasado con los principios o las necesidades partidarias.

Lo único que ha cambiado es que este tipo de personajes tienen menos poder y aumentarlo es lo que los guía antes que cualquier otra consideración, incluidas, por cierto, las referencias al bien común.

Un lema reformulado parecen tener esta inusual versión de los mosqueteros: “Todos para uno, y uno para sí mismo”.

La disciplina partidaria no es opcional, sino un prerrequisito exigible para integrar una organización que se comporta como tal.

La puerta abierta

En segundo lugar, hay que afirmar -sin remilgos- que la crítica interna es parte del proceso de toma de decisiones. Pero a condición de que se corresponda con procedimientos efectivamente internos, destinados a construir acuerdos.

Aquel que explicita su posición con argumentos abre la puerta a los acuerdos. Más si lo que da a la publicidad es una presentación amplia de los puntos en debate. Es precisamente lo que ha ocurrido, por ejemplo, con quienes han firmado el documento “La disyuntiva”.

Puede que el documento conocido sea preliminar. Pero, como supera con mucho a un borrador, da una idea bastante aproximada de los principales planteamientos que se entregarán a la Concertación luego del mensaje presidencial del 21 de mayo.

Lo que hay que ubicar, desde ahora, son los auténticos puntos de disenso. Porque hay aspectos que se presentan como crítica y que, más bien, pueden llegar a concitar amplia coincidencia.

Así también puede ocurrir con el predominio unilateral de la tecnocracia, que no es otra cosa que una defensa del papel de la política en la conducción del Estado.

Es probable que una mayoría significativa considere que la calificación técnica permite entregar respuestas solventes al identificar los mejores caminos para lograr objetivos políticos. Pero que no califica ni habilita sola para escoger los objetivos en sí mismos.

Las decisiones políticas son irreemplazables y deben quedar en manos de quienes fueron electos para la dirección del Estado. Nadie parece haber expresado ninguna duda al respecto.

De modo que adaptar este punto de vista está lejos de presentar un callejón sin salida para el diálogo. Al contrario es precisamente la salida. En la Concertación, fortalecer el rol político de conducción gubernamental es respaldar a la Presidenta.

En realidad, lo que se pide no es un cambio ministerial, sino una redefinición de las prioridades presidenciales. Visto así, el debate se enriquece y se deja de centrar en las características de personalidad de tal o cual actor. Pero también requiere acotarse en la crítica. Los maximalismos quedan fuera de lugar en este marco y las decisiones últimas son precisamente -y como se pide- presidenciales.

Nadie se adelanta en períodos cortos

El tercer punto es igual de importante. El hecho de que se hayan iniciado los preparativos de la competencia presidencial no es un dato menor.

Antes que todo, porque no está claro que la competencia por La Moneda se está “adelantando”. Hemos establecido un período de cuatro años sin reelección, lo que ajusta los comportamientos de todos a las nuevas condiciones.

Cuando se llega a tener mandatos breves, el incentivo es para partir lo antes posible. Incluso quienes saben que no tienen posibilidades de ser electos en esta ocasión, pueden plantearse con sensatez y quedar en situación expectante para la ocasión subsiguiente.

En realidad, lo curioso no es que existan candidatos tomando posiciones, sino el que la mayor parte de los que observan el acontecer político hayan dado por sentado que todo esto debiera estar ocurriendo el próximo año.

En otras palabras, salvo para el período inmediatamente posterior a una elección, las reglas del juego vigentes impulsan a la competencia sin tregua porque, en la práctica, nunca resulta demasiado pronto para dar la señal de partida.

En todo caso, en la derecha Sebastián Piñera ya está actuando en su rol de candidato y Pablo Longueira se cree en la obligación de renunciar a su opción.

Con esto el debate político gana en intensidad y crudeza. Con toda razón los partidos oficialistas han acusado a la derecha de adoptar una actitud de “permanente obstrucción” y, en verdad, se trata de una postura poco imaginativa, que no puede ser sostenida sin variaciones durante un tiempo prolongado, en especial porque atenta contra los mismos objetivos que quiere alcanzar la oposición.

Pero, tal vez, no todo sean puras dificultades. Si es efectivo que la Concertación gana en disciplina cuando ve a la derecha en alza, es bien posible que el inicio del proceso electoral no sea una completa mala noticia para el oficialismo. Puede ser tomada como una invitación a recuperar la disciplina.

En resumen, no parece que ninguno de los problemas de la Concertación vaya a desaparecer por arte de magia en el futuro. Pero parece que nos encontramos en el inicio de una reacción sana. Las direcciones de los partidos quieren conducir y tienen amplias mayorías que los apoyan; los que quieren enmendar errores y corregir conductas buscan argumentar y convencer; la derecha está haciendo recordar que existe y que quiere “desalojar” al oficialismo.

Tal parece que la Concertación está de vuelta.

lunes, mayo 07, 2007

El gigante egoísta

El gigante egoísta

El candidato solitario

Pablo Longueira ha renunciado a su candidatura presidencial. Y esto tiene un significado más profundo que el explicito reconocimiento de la inviabilidad de su opción presidencial. Describe muy bien lo que está ocurriendo con la UDI, y el progresivo deterioro de sus características distintivas.

Lo que ha quedado en evidencia en el pasado consejo directivo ampliado de la UDI es que este partido tiene fracturas internas que lo alejan definitivamente de la imagen de un partido “leninista” de derecha que una vez tuvo. Fue esta impronta la que hizo que este movimiento despertara grandes odios y amores, pero que le permitía considerarse así mismo como un caso aparte.

Ahora resulta que un candidato presidencial del partido les dice, a la dirigencia nacional reunida, que tiene que abandonar una carrera porque no ha recibido el apoyo que esperaba de todos ellos. Es decir, que lo que antes hubiera sido una misión colectiva, termino presentándose como una aventura personal, sin respaldo y sin destino.

Lo peor es que, tras el anuncio de la bajada de Longueira, el presidente del gremialismo trasmite un par de mensajes muy centrales: el primero es insólito: “sabemos que podremos contar con Pablo cuando el partido lo requiera” (¿qué estaba haciendo entonces hasta ahora?); y, el segundo, que el partido llevará candidato presidencial hasta la primera vuelta “a todo evento”.

Esto es muestra de una importante confusión o de un momento muy deprimente para una organización partidaria. En todo caso, la situación de la UDI no se condice con su condición de partido más votado.

Todo porque la palabra que no se menciona pero que está implícita en conjunto de las intervenciones del gremialismo es una sola: negociación.

Tener un candidato a como de lugar no significa que este candidato en verdad aspire a ganar la presidencial. Es solo que es incomprensible, el no tener figuras posicionadas para poder aspirar a encabezar a la oposición, justo en un momento en que se recupera la confianza en un futuro triunfo.

No sólo no tienen esas figuras, sino que el nivel de rechazo que alcanza su liderazgo más perfilado llegó a ser superior a su apoyo.

En realidad, lo que se está procurando es tener una personalidad aglutinante que impida una perjudicial entrega por anticipado de apoyo a Piñera. Pero cuando la mística inicial es reemplazada por el cálculo se nota. Sobre todo en el orden de las preocupaciones partidarias.

Lenin se fue a su casa

Es difícil no darse cuenta que situaciones como la que esta viviendo el gremialismo se producen únicamente después de un largo período en que cada cual ha estado trabajando en lo suyo, pero sin una auténtica coordinación de esfuerzos. Y si explota del modo más visible que se pueda pensar, significa que los canales internos para remediar las situaciones a tiempo, no están en funcionamiento y no lo han estado desde hace mucho.

Lo que está mostrando Longueira es un reclamo por el abandono al que se vio sometido por un período prolongado.

Claro que para que la historia se escriba correctamente, hay que preguntarse si este es el caso de un dirigente que salió a dar la cara por instrucción partidaria o, más bien, es el caso de un líder interno acostumbrado a tomar por sí solo las definiciones fundamentales y que no duda que terminará arrastrando a los demás, tras sus pasos.

En cualquiera de las dos alternativas, es el partido el que queda en mala posición.

En cualquiera de ambos casos, la UDI queda sin estrategia única y en ambas alternativas convierte un debate interno en un festín medial.

Lo incongruente es que el mismo Longueira siga justificando la necesidad de presentar un candidato presidencial que muestre la peculiaridad popular de la UDI, que es algo que precisamente se está empezando a desperfilar y que su misma renuncia evidencia.

Las faltas a la disciplina partidaria, o a lo menos a las formas de buena convivencia, parecieran ir en aumento en el gremialismo. Y esa es una mala señal no para el futuro inmediato sino al mediano plazo.

En efecto, en un primer momento, la fragmentación partidaria aumenta la capacidad de enfrentar situaciones acotadas bajo direcciones locales que no requieren instrucciones para actuar.

Pero, al final, resulta letal el mantener este expediente porque las grandes causas no pueden sobrevivir en espacios demasiado pequeños y parcelados.

Con el tiempo, lo que era una unidad de propósitos termina siendo una sociedad de intereses limitados, con todo los motivos para mantenerse unidos, relegados al pasado y con todo el presente para dividirse.

Queda flotando una duda sobre la capacidad de la directiva de la UDI de ordenar a su partido en el escenario complejo que se abre. Todos saben que con una directiva más integradora un candidato presidencial no necesita presentar la renuncia.

Pero, si resulta suficientemente hábil, Hernán Larraín debiera aprovechar la oportunidad de volcar a su partido tras conseguir mejores resultados en las elecciones municipales.

Es lo que debiera ocurrir. Pero un cierto descontento íntimo anda rondando en la UDI y esto incluye, hay que empezar a presentarlo así, a sus distintas fracciones.

Lo de Longueira es un síntoma, no la enfermedad. Y lo que se ve es que seguirá avanzando con nuevas manifestaciones.

En política, las decisiones definitivas se dan en muy contados casos. El “nunca jamás” no se emplea… ¡nunca! y siempre se puede reconsiderar una resolución, “porque las condiciones han cambiado”.

Poco importa si Longueira retoma, en definitiva, su campaña presidencial o si no lo hace. El presenta la opción dura por un partido, y ahora ha perdido la plena identificación con su organización. El mesianismo no es tan sutil para entender de sutilezas y recuperarse sin más.

Para marcar la política chilena con las notas distintivas de un partido, primero hay que haberse preocupado de mantener esas notas distintivas vigentes y eso no es lo que ha ocurrido.

En la reunión más importante la UDI hubo de todo: anuncios, debates, análisis, posicionamientos personales y declaraciones cuidadas. Lo que no hubo fue amistad. Y eso, en política, es como quedar sin alma.

La UDI es un gigante egoísta. Cada vez menos gigante, cada vez más egoísta.

viernes, mayo 04, 2007

Los puntos débiles de la Concertación y de la Alianza

Los puntos débiles de la Concertación y de la Alianza

Quien puede alterar el cuadro es la Concertación. Requeriría dos elementos: dar un nuevo impulso, haciendo del 21 de mayo un nuevo punto de partida, y enfrentar a la oposición con sus contradicciones.

Víctor Maldonado


Cuando se tiene más poder del que se usa

A la Concertación no le acomodan los períodos en los que acumula ventajas importantes ante la derecha. Pudiera haberse pensado que si ya lo había hecho bien ante las dificultades y los desafíos operando en desventaja, podía hacerlo mejor si la situación empezaba a ser más desahogada. Pero, la verdad, no ocurrió así.

Para convencerse, basta con ver lo que ha ocurrido en el Senado. Cuando la Concertación era minoría, la disciplina del conglomerado fue mucho más notoria y estable. La conciencia de que cada cual sabía que dependía de los demás y que cada voto contaba, era muy grande. En cambio, hoy cuando quienes fueron electos bajo el rótulo de oficialista son mayoría, la disciplina es bastante más relajada y el sentido colectivo se ha debilitado.

Se está adquiriendo la enfermedad típica de la elite, el individualismo. Una dolencia que ataca muy fuerte pero puede encontrar remedio a plazo fijo. En efecto, es un lujo que se pueden dar quienes se consideran autosuficientes. Pero difícilmente se lo puedan dar al acercarse las elecciones, cuando se requiere más apoyo que el de un número reducido de partidarios, por más enfervorizados se muestren.

Lo más típico de la Concertación, en sus momentos bajos, es que se niega a tomar en cuenta la existencia de la derecha. Es como si se interesara tanto en sus cuitas internas que no quisiera ver el efecto inevitable que tiene sacar del corral sus diferencias. Se actúa de la misma forma del que cree diferir el pago de deudas, empleando la tarjeta de crédito, pero la situación a la que finalmente llegan es idéntica.

En general, quienes gatillan estas situaciones suelen identificarse con personalidades que -aquí y ahora- no ganarían con sus ideas en una competencia en su organización política. Nadie crea un “referente” cuando puede ganar en su partido. Es más, son personas que no usan los canales disponibles para procesar diferencias. Y esto es algo sobre lo que no se hace suficiente hincapié.

Supongamos que alguien cree que una política de Gobierno tiene efectos negativos o un proyecto de ley está fuera del acuerdo programático o que se están postergando compromisos vitales. Cualquiera de estos juicios pueden ser defendido o más de alguien, de buena fe, puede abrigar legítimas dudas sobre las tareas más importantes y querer un debate a fondo.

Todos los caminos formales están disponibles para procesar la crítica, fortaleciendo de paso a la coalición. Son múltiples: pedir el pronunciamiento de las instancias de su partido, movilizar a la bancada (si se es parlamentario), o convocar -junto con otros- a un evento representativo sobre lo que le preocupa. Incluso puede pedir un encuentro amplio de la Concertación para fijar posiciones. Puede combinar algunas o todas estas iniciativas.

Pero cuando alguien avisa sobre su disenso por la prensa no actúa de un modo esperable, sino que produce un hecho más amplio que un debate acotado y toma por sorpresa a los naturales destinatarios de la propuesta. El procedimiento no es el de quien busca superar escollos, sino el de quien quiere hacerse notar.

Entre la euforia y la depresión

El tema de la Concertación está en el aglutinamiento, mientras que el de la derecha es el autocontrol.

La conducta opositora ha sido con frecuencia bipolar desde la recuperación de la democracia. Sólo en ocasiones pasa por períodos moderados en que, en el ámbito colectivo, se emplea el juicio ponderado.

La mayor parte del tiempo está sumida en emociones fuertes. Una derrota echa de inmediato por tierra el ánimo del “sector” (como suele referirse a sí misma y casi con pudor, la derecha). Entonces casi desaparece. Sus voceros logran algo casi imposible: siguen hablando pero se nota que están como a mil kilómetros de distancia. Nada de lo que dicen queda en la mente. Deprimida, es un conglomerado de vacaciones.

Lo que en esos períodos dice de sí misma es tan lacerante, los juicios adversos son tan rotundos, que los demás se sienten cohibidos de decir o aportar cualquier cosa, a riesgo de parecer optimistas empedernidos o ilusos.

Pero cuando pasa por un buen momento, cuando un adversario encuentra dificultades o ella misma tiene un acierto, entonces pasa al otro extremo.

De inmediato parece ponerse eufórica, ya se siente triunfadora y da a su adversario por perdido. Lo que tiene es un huevo, pero ya piensa en hacer cazuela con la gallina.

Tras tantos años de frustraciones, pasa sin esfuerzo a mostrarse arrogante y empieza a hablar sobre sus grandes aciertos, al tiempo que todos corren a ocupar un puesto en el que puedan hacerse visibles, dado lo inminente de su llegada al poder...

Si los estados de ánimo bastaran para producir efectos políticos, ya la Concertación habría desaparecido de la faz de esta tierra.

El problema estriba en que no se gana ni se pierde por el estado de ánimo sino por la persistencia en hacer bien las cosas o por la capacidad de no repetir errores.

En ese sentido todo está por verse y por decidirse. Para un análisis realista de la situación chilena, hay que partir de lo fundamental y decirlo sin adornos.

No sólo es cierto que la derecha puede ganar la próxima elección presidencial, es más cierto aún que ha podido ganar las dos últimas. Algo más que se puede afirmar: la oportunidad en que ha estado más cerca fue en la competencia entre Lavín y Lagos.

El diagnóstico de la pera madura

La Alianza es un conglomerado fuerte, por cierto menos que la Concertación, pero lo suficientemente importante como para plantearse la posibilidad de constituirse en mayoría.

Lo que ha fallado no son sus posibilidades electorales, sino su capacidad política de resolver acertadamente en los momentos decisivos.

En política, se suelen cometer errores cuando se combina el diagnóstico con los anhelos. Le ha pasado antes y le está pasando ahora.

La derecha está “diagnosticando” al Gobierno como terminando. No cronológicamente, sino en su capacidad de tomar iniciativas políticas relevantes. A lo más, se cree que puede darle continuidad a lo iniciado o superar parcialmente los errores cometidos.

En complemento perfecto, se ven en la coalición de Gobierno evidentes signos de deterioro. Cometen el error de considerar esos defectos como si fueran la Concertación misma y por eso comienzan a mirarla por sobre el hombro. Ven los errores del Gobierno y los proyectan sin variaciones en el tiempo, pero le niegan la posibilidad de aprender de las caídas y recomponerse. Han hecho una certeza de una creencia.

De manera que en este escenario parece bastante obvio que quien puede alterar el cuadro político es la Concertación.

Para ello requeriría dos elementos: dar un nuevo impulso a la gestión, haciendo del 21 de mayo un nuevo punto de partida, y enfrentar a la oposición al hacer presente sus contradicciones.

La derecha está dando fin a su “política de los acuerdos”, razón de más para pedirle que cumpla sus promesas de campaña. Hay que recordar que ella conserva el mismo candidato y lo menos que se puede esperar es que mantenga los mismos compromisos. Y, por cierto, los compromisos que asumió su candidato fueron muchos. Habría que ir recordándolos.

De manera que la Concertación recupera consistencia y cohesión, aun a riesgo de aceptar pérdidas, y la derecha debe prepararse para merecer lo que espera que le caiga a las manos como pera madura. El primero que lo logre habrá logrado algo decisivo.