viernes, agosto 29, 2008

Dios nos proteja de los entusiastas

Dios nos proteja de los entusiastas

Víctor Maldonado

Hasta ahora el país no ha sido convocado a escoger entre opciones políticas de fondo. Nos mantenemos en las discusiones de superficie que ni siquiera entretienen pero que desgastan.


¿Podrían pelear para la cámara, por favor?

Los líderes, los partidos, los pactos, las coaliciones están en competencia. Todo se está dando a la vez y en varios planos que se intersectan, pero se diferencian aunque de una manera nada fácil para un observador.

Como es fácil de entender, ocurre que los medios de comunicación están más interesados en la competencia presidencial del año que viene que en los comicios municipales.

Las definiciones locales están más próximas. Pero existen razones básicas para que ellas no atraigan las cámaras en mayor medida. En las elecciones municipales hay muchos candidatos, son demasiadas las competencias a cubrir, las imágenes de los candidatos en terreno tienen poco atractivo y son obvias (¿dónde está la emoción de mostrar el recorrido de un aspirante a alcalde por una feria?), y, además, lo que ocurre en una comuna no necesariamente interesa a los que viven en la comuna del lado, menos a un canal de televisión con cobertura nacional.

O sea, la campaña municipal es poco "televisiva" y no alcanza un grado de dramatismo suficiente, salvo en su recta final y en las comunas llamadas "emblemáticas", aquellas en que su valor simbólico es superior al de su número de votantes.

Pero con los candidatos presidenciales acontece algo diferente. Y es que la televisión necesita de antagonistas y, de momento, hay una ausencia que cubrir. La prensa sigue a la novedad y para eso no les basta Sebastián Piñera.

El candidato de derecha es una incógnita despejada hace mucho. Está solo en las encuestas, es el único en su sector y no tiene contendores que le hagan sombra en la oposición. ¿Pero cuánto se puede repetir algo sin que termine por cansar?

Por lo mismo, lo que la prensa busca es al contrincante, y ese proviene de la Concertación. Por lo mismo ahí está la emoción del momento.

El problema estriba en que el conglomerado de Gobierno no puede despejar la duda presidencial sino después de conocerse los resultados del 26 de octubre. Como esto es sabido por todos, lo que queda es especular, y, ojalá, promover una definición anticipada.

Así que, de hecho, la campaña presidencial está muy presente en la centroizquierda, pero de un modo oblicuo. Desde luego, la tarea principal de los abanderados (aparte de apoyar las candidaturas locales, que son hoy el centro real de la preocupación partidaria, y la base de las aspiraciones de cada cual), tiene que ver con su entorno.

Me gustas cuando callas

Si un líder es alguien capaz de conducir un país, eso ha de poder demostrarlo con aquello que tiene más a la mano. Y, en este caso, el principal desvelo de los abanderados es conseguir que los sacristanes no hablen más que el señor cura. Esto es, créanlo, bastante difícil.

Estamos en la etapa donde los precandidatos tienen que medir necesariamente lo que transmiten, que no pueden ser del todo explícitos y deben calcular muy bien sus dichos para no quedar atrapados en ellos. Esta es la hora de la prudencia.

Pero los entusiastas que rodean a los presidenciables no sienten con igual intensidad ninguna de estas limitaciones y tienden a ser lenguaraces como ellos solos.

Algunos lo son por incontinentes, otros por auténtico fervor, los de más acá porque se las quieren dar de importantes e informados, y los de más allá, porque les encanta autoasignarse el rol de voceros. Pero todos ellos, los buenos, los malos y los peores constituyen un verdadero problema porque, con la intención que sea, ponen la naciente candidatura al servicio de un interés menor.

Así que, de momento, los candidatos suelen tener entre sus colaboradores y los excesos en los que incurren a un peligro mayor que el de su contendor al otro lado de la valla. ¡Ironías de la política!

De más estará decir que el mejor comando de campaña es aquel que deja espacio para que el que brille y se destaque sea el candidato. Cuando en un comando hacen noticia los colaboradores es señal segura de que se presenta un problema. Un candidato ha de hablar sobre lo que le interesa al país, no sobre la opinión acerca de sus colaboradores. Esto por un problema básico: hay que tener el control sobre la propia agenda o se irá al vaivén de los acontecimientos y eso significa perder la iniciativa. Lamentablemente para los presidenciables sus lenguaraces son más intensos que sensatos.

A todo esto, ocupados como están los aspirantes a abanderados en mandarse mensajes unos a otros, descuidan al verdadero adversario. Y éste comete errores que se pierde la oportunidad de evidenciar en forma abierta.

Porque, la verdad, resulta hasta divertido escuchar a Piñera ahora que está adquiriendo más confianza y perdiendo prudencia. Él acusa al Gobierno de "anteponer un interés electoral a lograr una solución para el Transantiago", porque el Ejecutivo quiere evitar que el empresario saque un provecho político de la tramitación de una ley.

Si en verdad lo que importara fuera el transporte público, las gestiones de Piñera serían tan intensas como de bajo perfil. Pero la publicidad dada a cada uno de sus pasos muestra que "no da puntada sin hilo" y que no realiza movimiento sin finalidad electoral manifiesta. Lo que dice equivale decir "acuso al Gobierno de comportarse de la misma forma como yo lo hago". De momento, sus actuaciones no llaman la atención porque al frente no se está suficientemente atento a lo que hace.

Los dichos y los hechos

Hasta ahora el país no ha sido convocado a escoger entre opciones políticas de fondo. Aún nos mantenemos en las discusiones de superficie que ni siquiera entretienen pero que desgastan.

No se están entregando razones para escoger, porque éstas deben ir más allá de las adhesiones personales.

Pero el momento de la verdad ha de llegar, esperamos más temprano que tarde. Cada cual está dependiendo de la capacidad que tenga de respaldar sus palabras con hechos, y, por cierto, que este tipo de comportamiento lo sigan sus colaboradores en un comportamiento reconocible de equipo.

Lo que ocurra en los próximos meses será una proyección potenciada de lo que ahora vemos en pequeña escala.

Estamos hablando de una prueba muy exigente, porque a decir verdad la calidad de la política cotidiana que se practica no permite que la coherencia sea la actitud más fácil de encontrar.

Por eso, las candidaturas exitosas no pueden sino romper con una cierta mediocridad ambiente que parece estar ganando carta de ciudadanía entre nosotros.

Lo que sin duda se encontrarán en problemas son aquellos que insisten en presagiar desgracias. No porque estén demostrando poca capacidad de análisis, sino porque insisten en adoptar el papel de espectadores, cuando lo que se requiere es hacer gala de un compromiso inquebrantable con lo que se hace y lo que se representa.

Lo que buscan hacer estos pesimistas profesionales del momento es hacer una transferencia de costos a un competidor interno. Es decir, se adopta una actitud de poco vuelo y de corto alcance.

Las palabras que se usan para justificar esto suenan bien y no parecen mezquinas, pero (como dijimos) nada reemplaza la coherencia.

Los políticos no son seguidos al detalle por la opinión pública, pero algo de su comportamiento básico logra trascender, y es bien importante que pronto superen el juego de maniobras en el que no pocos se han embarcado.

Otra forma de no dar el ancho es justificar las propias limitaciones en base a que todos los demás cometen los mismos errores. El viejo "mal de muchos". Pero que sea mediocre el que habla, no significa que sea mediocre el que escucha. Y resulta que los ciudadanos son cada vez más capaces de juzgar y discriminar los mensajes políticos que recibe. Por eso es tan necesario cambiar y para mejor.

viernes, agosto 22, 2008

Los que faltan, los que sobran y los que deciden

Los que faltan, los que sobran y los que deciden

Falta un relevo que devuelva el empuje que tanto se ve a nivel intermedio y tan poco a nivel de cúpulas. Hay que tenerlo claro: las que se cansan son las personas, no las alternativas políticas.

Víctor Maldonado


La precondición para vencer

EL TEMA DE LA campaña presidencial concertacionista es la recuperación del estado de ánimo. Antes de correr, hay que pararse y recuperar la confianza en las propias capacidades y en el valor de la alternativa política que se encarna.

Lo que cuenta es la recuperación de las ganas de ganar ante una derecha que muestra el mismo deseo de siempre de ocupar La Moneda, pero a la cual no se le sale a hacer frente como ha sido siempre, y como tiene que ser.

Todos los candidatos presidenciales entienden que ésta es la clave y quieren demostrar que son ellos los que hacen la diferencia. Hay también circunstancias privilegiadas para este tipo de apariciones y la participación en la campaña municipal resulta pródiga en momentos adecuados para entrar en escena. No es que antes hubieran estado ausentes, es que ahora lo que se hace cuenta de un modo especial.

Sin ninguna inocencia, los medios siguen y promueven a la vez este tipo de despliegue. No es un resultado inocente, porque un clima de mayor expectación crea noticia y la noticia vende periódicos y aumenta el seguimiento de los noticiarios y los programas de televisión. Como sea, los propósitos de unos y otros son distintos, pero a la postre resultan convergentes.

El cuadro de actores de primera línea está por completarse. La aparición de Ricardo Lagos con entrevistas de fondo el fin de semana pasado tienen por misión el posicionarlo en un puesto privilegiado entre quienes pueden dar respuesta a un anhelo de recuperación de la seguridad en las propios méritos, que ha caracterizado a la Concertación desde su origen.

En realidad, esta característica la ha acompañado casi siempre, porque hay un tipo de crítica que llega a fondo en el alma de la centro izquierda, consiguiendo un claro titubeo público. En el pasado, ese punto débil se encontró en las denuncias sobre corrupción. Es posible que, en la actualidad, el punto débil se refiera a la seguridad de haber hecho un buen trabajo.

Este estado de ánimo es el que predomina desde la implementación del Transantiago. En ninguna parte quedó más claro lo que era, lo que significaba y lo que iba a constar que entre las filas del oficialismo.

Desde allí todos los errores que se cometen se encasillan en el tema de “lo mal hecho”, tal como si fuera una característica de la apuesta política que se representa, más que errores específicos del tamaño que sean.

Pero, sin quitar un ápice de lo que implican las cuentas al debe de la Concertación, hace falta recuperar el equilibrio en la mirada.

Cuentas con el pasado, preparación del futuro

Algunos pueden creer que lo determinante es la responsabilidad que se tenga en la implementación de proyectos importantes que hoy resultan cuestionados.

No es así. En la suma y resta de cada Gobierno de la Concertación es más la cuenta positiva. El juicio ciudadano puede ser enfrentado. Puede ser duro, pero no será decisivo.

Lo que definirá la situación no se relaciona con el cómo se saldará una deuda con el pasado, sino con el cómo se resolverán los nudos del futuro. Tampoco el asunto se limita a un problema de proyectos concretos a implementar, sino con la capacidad renovada de llevarlos a la práctica. Eso nos lleva al tema del mejoramiento de la política que se practica, del orden interno y la renovación de los liderazgos.

Si hay algo en qué mejorar desde ya para competir, de verdad, en las presidenciales del año que viene es recuperar la calidad de la política que se hace. La buena política trabaja para ampliar los acuerdos de un conglomerado más que cultivar las diferencias. No se está logrando: quiere decir que algo está fallando en los partidos, y otro tanto en el Gobierno, siempre el centro aglutinador, en última instancia.

Lo ha dicho la presidenta del PDC, Soledad Alvear, al encarar el momento actual diciendo que “si en 1988 nos hubiéramos permitido las licencias de hoy, nunca hubiéramos derrotado a Pinochet”. Lo mismo han dicho Lagos e Insulza, cada uno con sus palabras.

De modo que se trata de un diagnóstico compartido y bien autocrítico. Ello obliga a presentaciones, discursos y acciones igualmente drásticos a la hora de implementar soluciones. Alguien tiene que poner en discusión las medidas rectificatorias, partiendo por las más urgentes, para volver a trabajar en un sentido convergente. A decir verdad, esto todavía no ocurre. Razón de más para que la expectación aumente. Pero quiero llamar la atención que, como sea, la respuesta provendrá de la vinculación que se tenga con los partidos.

La recreación de la unidad de la Concertación implica el reforzamiento de su disciplina. En otras palabras, ¿quién ordena a los díscolos?

La respuesta tiene cierto desglose. Primero, no es posible ordenarlos a todos, porque un margen de disidencia interna es algo natural. La extrema unidad que caracterizó la salida de la dictadura sólo se consigue en períodos cortos y de excepción. Lo que es posible conseguir siempre son mayorías partidarias afiatadas y con dirección política clara.

Se trata de conformar un respaldo suficiente de líderes reconocidos para establecer mayorías estables que hagan la diferencia entre un compartimiento reconocible de partido y una horda de individualidades. Se trata de recuperar la gobernabilidad interna para seguir siendo garantía de buen gobierno. Esto es una tarea de primera importancia y, de nuevo, quiero llamar la atención en que las respuestas rectificadoras provendrán de los partidos y los parlamentarios. No pueden provenir de fuera, porque no serán aceptadas como válidas.

Los que se cansan son las personas, no las alternativas políticas

Tal parece que el camino para conseguir la unidad básica se realiza al interior de los partidos. No se la puede dar un líder presidencial, a menos que éste tenga un partido que le haga caso. Si no es así, lo que hace es aportar una buena prédica, pero no una buena práctica.

Lo otro sería un orden suprapartidario. Es decir, que todos hagan confianza en un abanderado único, que pusiera como condición para presentarse el que se eligieran personas que representen a la Concertación en su estilo unitario.

Pero esto sería lo mismo que poner la carreta delante de los bueyes. Lo que ocurre es que el orden es exactamente el inverso.

Esto puede explicar un par de cosas que sucederá en el futuro con los posibles postulantes de hoy.

Lo que sí creo que no tienen suficiente espacio y no ayudan son las actuaciones de esa clase de dirigente que se dedica a cultivar el descontento interno, como base de una campaña. Los que ya lo han intentado han terminado fuera, por lo cual este es un camino conocido de colisión segura, del que ya están todos prevenidos.

Para algunos podrá ser una sorpresa, pero a la hora de resolver liderazgos, contar con el apoyo orgánico de un partido hace la diferencia entre lograrlo y no lograrlo.

No falta el que piensa que el apoyo ciudadano será el que termine por imponer un candidato a la Concertación. Se trataría más de un reconocimiento que de una designación. Pero no será así. Nadie tendrá tanto apoyo mientras la diáspora se mantenga. No hay piso suficiente para que alguien se yerga naturalmente sobre los demás.

Si no hay más alternativa que ponerse de acuerdo y ordenar a los partidos desde dentro, ¿qué falta para que ocurra? En realidad, el problema no es lo que falta, sino lo que sobra.

Un cierto cansancio se ha hecho presente. Por eso, lo que falta es un relevo que devuelva el empuje que tanto se ve a nivel intermedio y tan poco se expresa a nivel de las cúpulas políticas.

Porque hay que tenerlo claro: las que se cansan son las personas, no las alternativas políticas. A veces no nos damos cuenta de qué pasa, porque seguimos viendo los mismos rostros y, sin embargo, ya no se actúa como antes.

Es lo evidente lo que no vemos: es precisamente que han sido los mismos los que se han mantenido más allá de la vigencia de su aporte. Por eso quien encabece la Concertación ha de ir de la mano de quienes comparten una característica: cuando piensan en el futuro sienten optimismo y ganas de luchar. Éstos faltan en la primera línea y los otros sobran.

viernes, agosto 15, 2008

Cuando la Presidencia se ve pero no se toca

Cuando la Presidencia se ve pero no se toca

Víctor Maldonado

La complejidad del análisis de los resultados municipales que nos esperan será tal que requerirá más de una brújula para otorgarle algún sentido. Será una oportunidad para los liderazgos integradores.


Todavía no se sabe


¿Qué es lo que dicen las encuestas cuando se pregunta por los candidatos presidenciales? Lo que dicen (si se tiene algo de experiencia en leerlas) es que no se puede saber a ciencia cierta qué es lo que terminará por ocurrir.

Es demasiado pronto, porque sólo se conoce un candidato, que está en tal condición desde que se terminaran de contar los votos en la elección en la que fue electa Michelle Bachelet.

La candidatura de Sebastián Piñera ha sido una compañía cotidiana para los chilenos en todo lo que va de la actual administración. Cada día es más obvio que nadie le puede hacer sombra en la oposición. De ello nace el fuerte posicionamiento público de un nombre bien posicionado y ampliamente respaldado desde los partidos de la Alianza.

Dentro de su mismo sector no todos están contentos con esta solitaria preponderancia en el estrellato de Piñera. Pero quienes lo han tratado de enfrentar desde el gremialismo han tenido una suerte muy poco variada: a unos les ha ido mal y a otros les ha ido peor.

Los sondeos de opinión pública constatan este hecho conocido. Y detectan la cómoda posición que ha acompañado al empresario en su aventura sin amagos ni sobresaltos.

Pero, como todos saben, esta situación no se puede mantener por tiempo indefinido.

Lo que es cierto, y de allí lo medular de las esperanzas de la derecha, es que ningún candidato del oficialismo parece poder competir con éxito ante un candidato que ya ni siquiera necesita ser nominado para serlo.

Además, sin que se sepa qué fue primero, si el huevo o la gallina, el estado de ánimo en la Concertación es de los más malos que se han visto. Todo ello unido a una falta de control de las diferencias internas y una locuacidad desatada de moros y cristianos para exhibir las propias debilidades.

Así que, de momento, en la derecha reina el optimismo y lo contrario ocurre en la centroizquierda.

¿Carrera corrida? En absoluto, pero sí una señal clara de que la Concertación no se presentará a las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias sin tener que pasar antes por una fuerte revisión de sus liderazgos y orientaciones.

Y sin embargo se mueve

Sin embargo, la realidad termina pesando más que los estados de ánimo. Contra la opinión general y del momento, no estamos ante un destino inexorable. De hecho, ni siquiera nos encontramos ante una situación inédita.

Como se podrá recordar, sin hacer un esfuerzo especial, en nuestro país las posibilidades electorales se han repartido ya en ocasiones anteriores de manera desigual.

De hecho, la derecha se ha estado especializando en ser el sector político que parece poder ganar las presidenciales antes y después de las elecciones, mientras que lo que ocurre con la Concertación es que gana en las elecciones mismas.

Eso ya ocurrió en los comicios en que se eligió a Ricardo Lagos y estaba ocurriendo también en la siguiente oportunidad hasta que emergió Michelle Bachelet como una carta novedosa y atractiva. Nuestra memoria suele ser muy frágil, pero nunca tanto como para olvidar que hubo un momento en el que Joaquín Lavín parecía candidato seguro, y que, luego de perder, fue lejos el mejor posicionado como futuro presidente algo que más de uno se quedó esperando.

Ciertamente ahora los tiempos que restan son muy cortos (una diferencia con el pasado), pero hay que decir con igual seguridad, que ahora -tras los cambios en las reglas del juego- todo está ocurriendo de un modo más rápido.

Por cierto, el piso de la competencia se consolidará rápidamente apenas concluyan las ya próximas elecciones de alcaldes y concejales.

A partir de ese momento unos y otros podrán hacer sus preparativos y definirán sus estrategias sabiendo cuánto pesa cada cual.

Pero los derroteros de cada bloque serán bien diferentes. La derecha no depende de las municipales para definir su candidato presidencial. Las decisiones fundamentales ya están tomadas. Será el abanderado el que acomodará su curso de acción a lo que ocurra y no mucho más. De modo que puede que se decepcionen un poco, porque éste es un sector político que no tienen fuerza suficiente para mejorar de forma significativa posiciones. Pero nada más.

En el caso de la Concertación es bien distinto. El período de definición del liderazgo será muchísimo más largo y complicado.

Casi con seguridad el resultado municipal será desconcertante para los partidos oficialistas. En especial, ocurrirá de esta manera porque ninguna cifra despejará por sí sola las pretensiones presidenciales de ninguno de los aspirantes.

Lo único que quedará en principio despejado ha de ser cuáles de los partidos socios de la Concertación pueden proporcionar una base lo suficientemente sólida como para sostener aspiraciones presidenciales. Pero se trata más de un descarte que de una acción positiva.

Del cálculo a la decisión

Lo primero que han de resolver los partidos es saber si concentrarán sus esfuerzos en la competencia parlamentaria o asumirán la campaña presidencial como el desafío principal. Ese será el momento del sinceramiento interno y como coalición.

Los dirigentes con mentalidad de partido mirarán primero a la situación de los distritos, pero no serán ellos los que definan qué se hará en último término.

En realidad, el liderazgo que la Concertación necesita se identifica con quien pueda enfrentar de mejor forma un escenario inicial con una fuerte tendencia a la dispersión. Lo que se demandará será alguien capaz de aglutinar.

Lo que no se puede perder de vista, y que se expresará ya pronto a nivel de las definiciones locales, es que los conglomerados están acumulando (ambos, desde luego) un creciente grado de insatisfacción.

El abanico de posibilidades de no-alienados, independientes, candidatos "por fuera", candidatos con voto cruzado, etc. es tan amplia que, sin duda, todo este ancho y heterogéneo abanico recogerá más adhesiones que de costumbre.

Pero será eso y no mucho más: una no despreciable zona de descontentos, cansados de las disciplinas partidarias, de personas que han soltado amarraras. Sin embargo, en política nadie se define por lo que no es, sino por el proyecto que se representa. Serán -en muchas ocasiones- más un síntoma que una alternativa que se ofrezca a nivel país.

Salvo que el mundo haya cambiado mucho, una mayor "oferta" de candidatos de toda laya, calado y orientación, debiera quitar algo del apoyo del bloque mayoritario, pero también del bloque opositor. Solo la soberbia les impide ahora ver un dato tan básico como obvio.

La derecha ha apoyado a muchos personajes, pensando en debilitar a la Concertación, pero no parece haber aquilatado el efecto que todo esto tendrá sobre ella misma. Ha calculado el flujo pero no el reflujo.

Como sea, la complejidad del análisis de los resultados municipales que nos esperan será tal que requerirá más de una brújula para otorgarle algún sentido.

Entonces será una oportunidad para los liderazgos integradores. De momento han predominado los movimientos de estudio, las fintas y los amagos. Pero dentro de poco no habrá quien tenga paciencia para más demoras. Habrá bajado la señal para mostrar resolución y capacidad de convencimiento.

Básicamente el panorama empezará a resolverse cuando alguien que uno cree conocer, avanza con más decisión, más tino y mirando más lejos que el resto. Solo entonces sabremos a qué atenernos.

viernes, agosto 08, 2008

Entre sordos y magnánimos

Entre sordos y magnánimos

Víctor Maldonado

En la oposición son cada vez menos los que ven en el Transantiago un problema de público, y cada vez más los que lo están usando para hacer pagar costos políticos a los adversarios.


La sordera colectiva

Siguen dándose a conocer encuestas, pero al parecer ellas continúan sin motivar la reflexión entre quienes toman decisiones en política. Al menos no se sacan las lecciones que motivarían un cambio de conducta. Por cierto, lo que se extrae, sin mayor discernimiento ni esfuerzo, son los argumentos para atacar a los adversarios, es decir, la parte fácil.

Pero la necesidad de un giro en la política nacional resulta algo que no deja de estar presente por cómo se le preste atención al asunto. Sin faltar ninguna, las mediciones de opinión pública conocidas transmiten un creciente desafecto respecto de la forma en que se practica la política. La adhesión a los conglomerados es más bien pequeña y el número de quienes se califican de independientes se ha estabilizado en un nivel que tiende a superar la mayoría simple.

Es un caso generalizado de "sordera colectiva". Ello nunca ocurre por pura mala voluntad. A veces, simplemente, no se sabe qué hacer con una verdad incómoda y por tanto se pasa a un segundo plano lo más importante.

Lástima, porque es evidente que el tiempo no puede ser gastado inútilmente hasta el infinito. Y cuando la reacción no viene desde dentro, entonces se impone desde fuera.

Lo que se pierde mirando sin hacer nada ante las constataciones más obvias es la iniciativa. Pero tal parece que se necesitan remezones fuertes antes de reaccionar.

En lo de ser ciegos y sordos, la derecha parece llevar la delantera. En este caso lo que los hace cometer errores es una confianza ilimitada en su posibilidad de triunfo electoral, y en su convencimiento de que la Concertación se está despidiendo del ejercicio del poder.

El comportamiento que está asumiendo es, típicamente, el de quien ha caído en un exceso de confianza.

La oposición está tratando de cambiar de posición con el oficialismo (quiere llegar al poder y que los que hoy lo ocupan, pasen a la oposición), pero no está haciendo un esfuerzo serio por realizar una mejor política, reconocible para los ciudadanos. No quiere hacerlo mejor, quiere que los otros se vayan y, luego, ya veremos.

Juntando vientos

La prueba más fehaciente de ello se tiene por su comportamiento en el caso de la aprobación del financiamiento del Transantiago. En la oposición son cada vez menos los que ven en el Transantiago un problema de transporte público, y cada vez más los que lo están usando como una oportunidad para hacer pagar costos políticos a los adversarios.

Es eso lo que más daño puede hacer a los instigadores de esta conducta, aunque no crean que ello tenga consecuencias que los perjudiquen. Ello sólo ocurre porque hace tiempo se olvidaron de tener un prestigio que defender.

El síntoma más evidente de una situación desquiciada es no saber encontrar límites a los intereses propios.

"El momento de la plena responsabilidad será después de conquistar el poder" parece ser la consigna. ¡Como si de sembrar ortigas se cosecharan margaritas!

En el caso del actual debate parlamentario sobre el Transantiago, a lo que se da prioridad es aquello que, para la oposición, parece lo peor que puede ocurrirle al oficialismo, es decir, tener que financiar el transporte público con el 2% constitucional dedicado a "catástrofes". Con ello esperan asociar el nombre de Ricardo Lagos al de un desacierto y de allí sacar ganancias para el próximo año.

Lo que aliviana la conciencia de quienes proceden de esta forma es que, de todas formas, el transporte tiene financiamiento asegurado. Sacrifican la mejor solución (que es siempre algo más permanente y sólido) en busca de la ventaja coyuntural.

¿Por qué se llega a la conclusión de que nadie se da cuenta de lo que hacen y que los costos de operar de esta forma pueden llegar a ser decisivos? En realidad, la mala política se produce cada vez que se cree que se actúa en la impunidad. Por eso se comportan como ciegos y sordos ante el reclamo ciudadano por una política de calidad.

Pero hay otro factor que está pesando mucho en el ánimo de la derecha. Y este factor son las voces que desde el oficialismo insisten en alentar a la derecha en sus pretensiones de llegar al poder y desalentar a quienes quieren darle continuidad en Chile a los gobiernos de centroizquierda.

Los que así actúan no pretenden hacer daño. No hablan por deslealtad (de allí que se paseen por todas partes conservando su típico rostro de beatífica inocencia), no se les pasa por la cabeza que sus educadas palabras puedan irritar a los que están dando la cara en defensa de un proyecto común.

Ellos sólo pretenden ser "magnánimos". Quieren reconocer públicamente los méritos ajenos, las posibilidades de los otros, quieren tener juicios imparciales. Estos son los "magnánimos": una enfermedad de elite y un mal de la Concertación.

Los magnánimos

El sentido de oportunidad nunca está presente entre los que abandonan las grandes batallas por anticipado. Cuando más se les necesita, se dedican a alabar a los adversarios (el pequeño detalle de que estos últimos les estén dando un tratamiento poco delicado a sus amigos no entra en sus finas consideraciones).

Ser "magnánimo" es haber contraído una enfermedad que les acontece a las personas que se olvidaron de luchar. Les pasa a los que dejaron de ver la política como una empresa fraterna, noble y colectiva, en la que se trascienden los intereses personales. El magnánimo está más allá del bien y el mal, actúa como tribunal imparcial de la historia y concede con gracia y estilo su beneplácito al oponente.

Es una enfermedad que se adquiere en los palacios, en los salones y en las reuniones sociales. Se parte buscando acuerdos con otros, se asimilan sus puntos de vista, se llega a pensar como ellos y, al final, se llega a olvidar a nombre de quién era que se empezó a negociar en un principio.

No es que hayan empezado a hablar leseras. Es que perdieron el sentido. Se confiaron en sus glorias del pasado. Se acostumbraron a que los demás los encontraran ecuánimes y ponderados ("contigo se puede conversar", "¡si los demás fueran como tú!"). La vanidad reemplazó al norte y al rumbo.

Bien haría la Concertación en revisar sus documentos de identificación. Pueden que algunos estén vencidos. De vez en cuando hace falta volver a contarse y renovar compromisos personales de vida, al que nadie puede estar obligado.

El problema con los magnánimos es que no hablan a título personal, por mucho que lo crean y lo digan. Siendo como son figuras representativas de un conglomerado, comprometen con sus dichos a todos los demás. Aunque no actúan en representación de nadie, dan la impresión de estar agitando una bandera blanca que compromete a todos los que están alrededor. Y eso no es tolerable.

No sé si yo sea un personaje particularmente quisquilloso, pero da la casualidad de que cuando estoy dando lo mejor por una causa en la que creo, no me gusta que alguien claudique a mi nombre.

Pero, ¡qué le vamos a hacer! Así son los magnánimos. No cayeron luchando: se rindieron en el transcurso de un cóctel. Todo muy civilizado, muy indoloro, muy insípido. Muy estúpido también.

viernes, agosto 01, 2008

El ataque de los pequeños

El ataque de los pequeños

Víctor Maldonado

Hay que pensar los movimientos generales, preguntándose qué pasará con los grandes conglomerados, ahora puestos a prueba con la aparición de alternativas.


Ya están todos en sus puestos

Todos los candidatos municipales se encuentran en el punto de partida, en una nueva etapa electoral que se abre. Se ha presentado el mayor número de postulantes del que se tenga registro desde la recuperación de la democracia, se comprueba también un aumento significativo del número de inscritos en los registros electorales, y ya todos somos testigos de un rápido posicionamiento del ambiente electoral.

La situación es ahora novedosa, porque se han consolidado fenómenos que se han ido acentuando de elección en elección.

Por una parte, ha vuelto a quedar demostrada la vigencia de las coaliciones, las cuales han podido llegar a acuerdos, pagar costos, aceptar transacciones y conseguir un reconocimiento de sus mejores posiciones en parte importante de las comunas a las que aspiraban a representar.

Tanta importancia pública se da la consistencia de las coaliciones (y tanto se sabe que esto pesa en el electorado), que la derecha insiste en presentar a la Concertación como dividida y terminada, por el solo hecho de presentar dos listas de concejales.

Por otra parte, es un hecho que en esta ocasión el número de candidatos que va por fuera de los grandes conglomerados es importante, lo mismo que quienes se han presentado por los partidos que aspiran a romper el esquema de grandes bloques hoy predominante.

En realidad, tal como lo hemos dicho en otras ocasiones, se trata de un intento de reemplazo, más que de una tentativa de romper las reglas del juego. Es también un propósito de resolución rápida. Si los nuevos referentes no se consolidan pronto, a poco andar se quedarán sin oxígeno, y ellos lo saben muy bien.

Es ahora o nunca. Se trata del ataque de los pequeños contra los grandes. Antes que todo para pesar lo suficiente como para ser un factor en las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo año y, luego, para reemplazar al bloque de Gobierno como referente, si logran desestabilizarlo o se entra en conflicto interno.

De manera, pese a que la atención se centrará en las comunas emblemáticas como Santiago y La Florida, en la sumatoria de resultados parciales en las comunas de todos los tamaños bastante más cosas estarán ocurriendo a lo largo del país.

Por eso la elección que viene tendrá varias lecturas, según el propósito del que lea los datos y los porcentajes de cada cual. La elección aporta un modo de "contar" las pretensiones de los líderes, de los partidos y de las coaliciones. Es una encuesta de grandes dimensiones que sirve para saber hasta dónde alguien puede llegar.

Más candidatos, más confusión y aparición del PC

De partida, ya se pueden esperar algunos resultados o conclusiones de este proceso que se inicia.

Hay muchos candidatos y listas en esta ocasión. Por lo tanto, la dispersión ante una oferta mayor de postulantes se presentará de todas formas. Los grandes conglomerados tendrán una cierta merma. Y como los nuevos y más pequeños actores provienen -de preferencia- de la Concertación, es allí donde este detrimento se apreciará en mayor medida.

Además, será más difícil sacar cuentas generales, por la sencilla razón de que las combinaciones locales de apoyos cruzados serán, en esta ocasión, mayor a la que habíamos presenciado en el pasado.

No será cosa de llegar y contar, habrá que entrar en muchas explicaciones, y el público en general no tendrá tanta paciencia como para entrar a conocer tanto matiz como el que se presente.

Sin embargo, y pese a la mayor complejidad, los grandes conglomerados seguirán con sus mismos pesos relativos, concentrando gran parte de la voluntad popular. Por fin, en esta ocasión se hará presente otra novedad: el papel protagónico que tendrá por vez primera el Partido Comunista.

Sin embargo, una cosa es el protagonismo y otra es saber aprovechar la oportunidad que se le presenta. Y es aquí donde uno de los partidos con mayor tradición en Chile tendrá su prueba de fuego.

Lo más significativo no es que el PC vaya a tener una votación significativamente superior a la de ocasiones anteriores, puede que en este sentido no debamos esperar novedades muy importantes.

El problema comunista no ha sido el de los votos, sino el de la representación. Competir siempre para perder casi sobre seguro es descorazonador para cualquiera. Es eso lo que puede cambiar ahora. Esto implica una prueba política más que electoral. Hay un cambio de comportamiento que debe acompañar al término de la exclusión. No es algo que no se hace de un día para otro. Pero que hay que empezar lo antes posible.

Que cuesta y mucho, se puede ver por las declaraciones iniciales de sus figuras principales en Santiago: una consideró que se podía ganar sin ayuda de los demás y otro partió atacando a otro partido del cual puede necesitar su ayuda más adelante.

Los que así hablan vienen de la exclusión, pero no tienen por qué seguir allí. Este es el cambio que se necesita lograr en estas circunstancias.

En esta ocasión los comunistas podrán elegir a algunos de sus representantes en comunas de alta población y visibilidad. De verdad, para este partido (aun cuando antes ya tenía cuatro municipios en su poder), esta oportunidad representa el fin de la exclusión, o el inicio del fin para ser más precisos. Será la ocasión de probar que pueden administrar bien un territorio, sin desaprovechar sus triunfos como les ocurrió en el pasado con San Fernando, algo que pueden hacer y que necesitan.

Importa lo que pasa y que se dice que pasa

Como siempre, los resultados no hablarán por sí mismos. Por eso, lo más importante, tras conocer los resultados es imponer la interpretación sobre aquello que haya ocurrido. Esta elección tendrá importancia para las definiciones políticas del año que viene, pero no se podrán sacar conclusiones rápidas, obvias y mecánicas.

Habrá que partir aclarando que los votos del PDC no son lo mismo que la evaluación ciudadana que se tenga sobre Soledad Alvear o Eduardo Frei. Tampoco habrá un paralelo exacto entre los resultados del PS y lo que pueda ocurrir con José Miguel Insulza o del PPD con Ricardo Lagos.

No importa cuanto puedan participar en esta campaña Ricardo Lagos o José Miguel Insulza, a sus adherentes siempre les parecerá poco. A la DC le podrá ir mejor o peor, pero dado que Alvear y Frei tendrán una fuerte presencia territorial, ¿cómo se ingeniarán los falangistas para distinguir en los resultados el aporte de una y otro?

Esta no es una primaria presidencial, sino una muestra de la solidez de los partidos y un momento importante para auscultar la aparición de liderazgos de reemplazo.

Pero ya desde ahora se puede decir que los que lean mal los resultados serán aquellos que saquen sólo conclusiones individuales. Hay que pensar los movimientos generales, preguntándose qué pasará con los grandes conglomerados, ahora puestos a prueba con la aparición de alternativas. Y dentro de eso, queda claro que es la Concertación la que más tendrá terreno que defender, ante la pretensión explícita de debilitarla como ocurre con los casos de ChilePrimero y el PRI.

Pensando como conglomerado, la Concertación como un todo tendrá que preguntarse y evaluar qué tan buena idea ha sido la de presentar dos listas a concejales. No sólo si es una iniciativa técnicamente defendible, sino si la realidad política da como para que implementen iniciativas de estas características. Es todo lo que se puede decir por anticipado, tras la inscripción de los competidores.