Dios nos proteja de los entusiastas
Dios nos proteja de los entusiastas
Víctor Maldonado
Hasta ahora el país no ha sido convocado a escoger entre opciones políticas de fondo. Nos mantenemos en las discusiones de superficie que ni siquiera entretienen pero que desgastan.
¿Podrían pelear para la cámara, por favor?
Los líderes, los partidos, los pactos, las coaliciones están en competencia. Todo se está dando a la vez y en varios planos que se intersectan, pero se diferencian aunque de una manera nada fácil para un observador.
Como es fácil de entender, ocurre que los medios de comunicación están más interesados en la competencia presidencial del año que viene que en los comicios municipales.
Las definiciones locales están más próximas. Pero existen razones básicas para que ellas no atraigan las cámaras en mayor medida. En las elecciones municipales hay muchos candidatos, son demasiadas las competencias a cubrir, las imágenes de los candidatos en terreno tienen poco atractivo y son obvias (¿dónde está la emoción de mostrar el recorrido de un aspirante a alcalde por una feria?), y, además, lo que ocurre en una comuna no necesariamente interesa a los que viven en la comuna del lado, menos a un canal de televisión con cobertura nacional.
O sea, la campaña municipal es poco "televisiva" y no alcanza un grado de dramatismo suficiente, salvo en su recta final y en las comunas llamadas "emblemáticas", aquellas en que su valor simbólico es superior al de su número de votantes.
Pero con los candidatos presidenciales acontece algo diferente. Y es que la televisión necesita de antagonistas y, de momento, hay una ausencia que cubrir. La prensa sigue a la novedad y para eso no les basta Sebastián Piñera.
El candidato de derecha es una incógnita despejada hace mucho. Está solo en las encuestas, es el único en su sector y no tiene contendores que le hagan sombra en la oposición. ¿Pero cuánto se puede repetir algo sin que termine por cansar?
Por lo mismo, lo que la prensa busca es al contrincante, y ese proviene de la Concertación. Por lo mismo ahí está la emoción del momento.
El problema estriba en que el conglomerado de Gobierno no puede despejar la duda presidencial sino después de conocerse los resultados del 26 de octubre. Como esto es sabido por todos, lo que queda es especular, y, ojalá, promover una definición anticipada.
Así que, de hecho, la campaña presidencial está muy presente en la centroizquierda, pero de un modo oblicuo. Desde luego, la tarea principal de los abanderados (aparte de apoyar las candidaturas locales, que son hoy el centro real de la preocupación partidaria, y la base de las aspiraciones de cada cual), tiene que ver con su entorno.
Me gustas cuando callas
Si un líder es alguien capaz de conducir un país, eso ha de poder demostrarlo con aquello que tiene más a la mano. Y, en este caso, el principal desvelo de los abanderados es conseguir que los sacristanes no hablen más que el señor cura. Esto es, créanlo, bastante difícil.
Estamos en la etapa donde los precandidatos tienen que medir necesariamente lo que transmiten, que no pueden ser del todo explícitos y deben calcular muy bien sus dichos para no quedar atrapados en ellos. Esta es la hora de la prudencia.
Pero los entusiastas que rodean a los presidenciables no sienten con igual intensidad ninguna de estas limitaciones y tienden a ser lenguaraces como ellos solos.
Algunos lo son por incontinentes, otros por auténtico fervor, los de más acá porque se las quieren dar de importantes e informados, y los de más allá, porque les encanta autoasignarse el rol de voceros. Pero todos ellos, los buenos, los malos y los peores constituyen un verdadero problema porque, con la intención que sea, ponen la naciente candidatura al servicio de un interés menor.
Así que, de momento, los candidatos suelen tener entre sus colaboradores y los excesos en los que incurren a un peligro mayor que el de su contendor al otro lado de la valla. ¡Ironías de la política!
De más estará decir que el mejor comando de campaña es aquel que deja espacio para que el que brille y se destaque sea el candidato. Cuando en un comando hacen noticia los colaboradores es señal segura de que se presenta un problema. Un candidato ha de hablar sobre lo que le interesa al país, no sobre la opinión acerca de sus colaboradores. Esto por un problema básico: hay que tener el control sobre la propia agenda o se irá al vaivén de los acontecimientos y eso significa perder la iniciativa. Lamentablemente para los presidenciables sus lenguaraces son más intensos que sensatos.
A todo esto, ocupados como están los aspirantes a abanderados en mandarse mensajes unos a otros, descuidan al verdadero adversario. Y éste comete errores que se pierde la oportunidad de evidenciar en forma abierta.
Porque, la verdad, resulta hasta divertido escuchar a Piñera ahora que está adquiriendo más confianza y perdiendo prudencia. Él acusa al Gobierno de "anteponer un interés electoral a lograr una solución para el Transantiago", porque el Ejecutivo quiere evitar que el empresario saque un provecho político de la tramitación de una ley.
Si en verdad lo que importara fuera el transporte público, las gestiones de Piñera serían tan intensas como de bajo perfil. Pero la publicidad dada a cada uno de sus pasos muestra que "no da puntada sin hilo" y que no realiza movimiento sin finalidad electoral manifiesta. Lo que dice equivale decir "acuso al Gobierno de comportarse de la misma forma como yo lo hago". De momento, sus actuaciones no llaman la atención porque al frente no se está suficientemente atento a lo que hace.
Los dichos y los hechos
Hasta ahora el país no ha sido convocado a escoger entre opciones políticas de fondo. Aún nos mantenemos en las discusiones de superficie que ni siquiera entretienen pero que desgastan.
No se están entregando razones para escoger, porque éstas deben ir más allá de las adhesiones personales.
Pero el momento de la verdad ha de llegar, esperamos más temprano que tarde. Cada cual está dependiendo de la capacidad que tenga de respaldar sus palabras con hechos, y, por cierto, que este tipo de comportamiento lo sigan sus colaboradores en un comportamiento reconocible de equipo.
Lo que ocurra en los próximos meses será una proyección potenciada de lo que ahora vemos en pequeña escala.
Estamos hablando de una prueba muy exigente, porque a decir verdad la calidad de la política cotidiana que se practica no permite que la coherencia sea la actitud más fácil de encontrar.
Por eso, las candidaturas exitosas no pueden sino romper con una cierta mediocridad ambiente que parece estar ganando carta de ciudadanía entre nosotros.
Lo que sin duda se encontrarán en problemas son aquellos que insisten en presagiar desgracias. No porque estén demostrando poca capacidad de análisis, sino porque insisten en adoptar el papel de espectadores, cuando lo que se requiere es hacer gala de un compromiso inquebrantable con lo que se hace y lo que se representa.
Lo que buscan hacer estos pesimistas profesionales del momento es hacer una transferencia de costos a un competidor interno. Es decir, se adopta una actitud de poco vuelo y de corto alcance.
Las palabras que se usan para justificar esto suenan bien y no parecen mezquinas, pero (como dijimos) nada reemplaza la coherencia.
Los políticos no son seguidos al detalle por la opinión pública, pero algo de su comportamiento básico logra trascender, y es bien importante que pronto superen el juego de maniobras en el que no pocos se han embarcado.
Otra forma de no dar el ancho es justificar las propias limitaciones en base a que todos los demás cometen los mismos errores. El viejo "mal de muchos". Pero que sea mediocre el que habla, no significa que sea mediocre el que escucha. Y resulta que los ciudadanos son cada vez más capaces de juzgar y discriminar los mensajes políticos que recibe. Por eso es tan necesario cambiar y para mejor.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home