viernes, julio 04, 2008

Cuando se pierde algo más que un municipio

Cuando se pierde algo más que un municipio

Víctor Maldonado

Por sobre el delito, la cercanía

Y finalmente sucedió. La UDI quedó atrapada entre dos alternativas, cada una peor que la otra. O sacrificar un alcalde o sacrificar su discurso político moralizador. De momento, ha resuelto tomar una tercera vía que resulta peor que las anteriores: demorar la decisión, con lo cual irá acumulando todos los costos, sin resolver ningún problema.

A primera vista parecía mucho más fácil optar por lo primero, es decir, sancionar políticamente a Gonzalo Cornejo. En realidad, ocurre todo lo contrario.

Sacrificar un alcalde, que es líder entre sus pares, es una señal fuerte de que todos los demás correrán la misma fortuna, en el caso de ser denunciados y sancionados por los organismos competentes. Si las faltas en esta área no son inusuales, entonces todos se sentirán en peligro y gran parte de la estructura partidaria, ligado a los órganos municipales, se vería seriamente afectada.

En otras palabras, el gremialismo sacrifica parte de su organización territorial en el caso dejar caer al alcalde Cornejo de Recolecta. Se trata de la columna vertebral del partido, no de cualquier cosa.

Por otra parte, si el partido no replica el duro informe de la Contraloría, con una sanción interna más drástica, entonces ya no hay manera de presentarse como adalides de probidad vida pública. Toda la crítica constante y acerva a la Concertación queda en nada. Es un reconocimiento abierto de que, por sobre la falta prima la cercanía. En otras palabras, que nunca se ha tratado de una cuestión de principios, sino de utilidad política.

Escoger cualquiera de las dos alternativas deja gravemente herida a la UDI. En semejantes casos, un partido ya ganado por el escepticismo en cuanto lo que él mismo representa, opta siempre por preservar los lugares de poder donde está anclado. Esto es lo que se ha hecho en este caso, porque la demora beneficia a Cordero. No cabe sino lamentarlo.

Esto es exclusivamente falta de confianza. El mayor capital que tiene un partido se relaciona con el convencimiento de sus militantes de estar trabajando por una causa justa, de ser parte de una organización que representa nobles ideales. Cuando es el mismo partido el que afecta esta convicción se pierde mucho más que municipio.

Hay todavía una tercera opción que es todavía peor que el resto y que consiste en… hablar de otra cosa. Se trata de levantar polvareda para que se hable de tantas cosas que el caso principal se pierda en la confusión. Así hemos podido ver a la senadora Matthei cuestionar a fiscal y a la labor de la Contraloría, a Iñaki Busto (uno de los involucrados en el caso y un conocido “operador” de la UDI) acusando a Lavín, y alguna otra cosa se le ocurrirá a algún espíritu ingenioso.

Pero el uso de tácticas distractoras en estos casos, son la bancarrota de un partido a nivel ético, y solo demuestran que las cosas son todavía peor de lo que parecen.

La segunda versión salió mala

El gremialismo puede seguir su política de denuncias de las posibles faltas de sus adversarios. Lo que no podrá ser, a partir de ahora, es pretender representar a la probidad y honestidad en esta tarea.

Probablemente muchos consideren pertinente y necesario lo que hace en su política de denuncias del oficialismo. Pero la UDI ya no será confiables respecto de su propia actuación. El autocontrol sobre las propias acciones estará evidentemente ausente. Y cuando alguien aspira a llegar al gobierno, esto es un problema mayor.

El que no es confiable en lo poco no es confiable en lo mucho. Entre los valores y los intereses se ha escogido los intereses. Se entiende la lógica que hay detrás. Pero no se puede decir éste sea el mejor procedimiento para representar algo noble en política.

El efecto es demoledor a nivel interno porque se relaciona con la forma como el gremialismo se ve al mirarse al espejo. Y lo que veía era una imagen muy idealizada y autocomplaciente.

La visión que predominaba era la de jóvenes gestores eficientes, insertos en sectores populares, capaces de gran ganar batallas electorales a la centroizquierda. Se percibían a sí mismos como idealistas capaces de ofrecer mejores alternativas que el resto, avalados por una conducta moral intachable. A decir verdad, no es así como lo veía el resto de los actores políticos, pero eso poco importaba de todas formas si nos atenemos sólo a las motivaciones que impulsaban a los integrantes de la UDI.

Pero ahora se encuentran con un problema de fondo. El problema consiste en que la generación de reemplazo –parte de ella, al menos- no está representando un adelanto respecto de los fundadores del partido, sino un retroceso. Tal vez domine mejor las técnicas de la comunicación, pero no aventajan a sus predecesores en la coherencia de su comportamiento.

A la generación fundadora se le criticaba internamente su falta de resultados. Entendiendo a los resultados, básicamente, como el fracaso en haber conseguido llegar a La Moneda. Pero resulta que quienes estaban dando lecciones al interior del partido, ni siquiera están siendo capaces de salir bien parados del liderazgo que han ejercido a nivel local.

Dios y los desmentidos


La corrupción política no parte del modo más obvio. No es que alguien se quede con el dinero para adquirir bienes personales. Al menos no ocurre así en los casos importantes. Rateros ha habido y habrá siempre (no es que se vuelvan rateros porque se meten en política, sino que se meten en política porque son rateros y lo consideran “un mercado a cubrir”). Pero no son estos los que causan los mayores daños.

Lo peor ocurre cuando el que se corrompe es el que se presenta como un cruzado que lucha contra la maldad en el mundo.

El procedimiento para que esto ocurra es tan antiguo como la historia. Mientras más bueno se considera a sí mismo y peor opinión tiene sobre los demás, más se convence de que está todo permitido para que los buenos derroten a los villanos. ¡Al fin y al cabo, los fines perseguidos son nobles! Tal vez sea cosa de usar procedimientos "extraordinarios", solo "por ahora".

Bien pronto la decepción se convierte en la regla. Cada vez se habla menos de los objetivos y cada vez más de los procedimientos empleados. Los que operan estos sistemas son, por supuesto, bien poco idealistas, no se suelen caracterizar por el exceso de escrúpulos y se quedan con el lado práctico del asunto. Es decir, con la obtención de beneficios.

Al final se ha terminado optando por la moral de los fariseos. Lo que "ellos" hacen es pecado, lo que nosotros hacemos es "entendible". “Sin nosotros pasarían cosas peores”, razona siempre el fariseo. Y así, va corriendo el cerco de lo que se permite hacer hasta que se convierte en lo mismo que partió combatiendo.

Pero falta un paso. De la costumbre por usar procedimientos incorrectos, se llega al hábito –que da apariencia de normalidad a lo que se hace- y del hábito se llega al relajo y del relajo a la perdición.

En Recoleta se une la falta ética a la torpeza. Por algún motivo, los que se acostumbran a la falta de probidad llegan a verlo como algo tan normal que no toman precauciones. Y eso nos pierde.

Peor no hay que engañarse. No todo termina en el momento en que los culpables salen de sus puestos. En especial porque la salida tarda en ocurrir. No todo se ha hecho mal y son muchos los que defienden la gestión, con la mejor buena voluntad. Por cierto, lo que no se pierde nunca es la adhesión de la clientela que se ha cultivado.

Pero el final llega cuando se invoca a Dios como aval de lo hecho. "Estoy cerca de Dios", dice Cornejo." Nada me preocupa", dice Cornejo. Usa casi las mismas palabras que cuando asumió su cargo cuando, dirigiéndose a su esposa, le dijo que la tarea era difícil pero que no se preocupara porque “desde el cielo, Dios y Jaime Guzmán nos están mirando".

No hay duda, Cornejo está protegido de la autocrítica. Tienes suerte, además. Desde el cielo, no se ha establecido la sana costumbre de enviar desmentidos públicos. Pero no se necesitan. Quienes lo escuchan no han sufrido el mismo proceso de aclimatarse, lentamente pero de manera irreversible, a la irregularidad. La mayoría escucha y calla. ¿Qué otra cosa se puede hacer, cuando se es testigo de una joven promesa que pasa a ser una joven frustración?