viernes, abril 27, 2007

La opción de centroizquierda

La opción de centroizquierda

Declararse defensor del Gobierno y atacar a sus principales figuras no es algo compatible. No hay derrotas de ministros, hay derrotas de Gobierno. La gestión es evaluada como un todo. Los ciudadanos no sacan cuentas parciales.

Víctor Maldonado



Definirse como la mejor opción

ESTAMOS ENTRANDO EN un período de competencia estrecha y difícil. En esta nueva etapa, la Concertación puede mantenerse como el conglomerado mayoritario. Para lograrlo, sus integrantes tienen que estar convencidos de representar la mejor opción política disponible. A su vez, para que eso suceda, es necesario cumplir una serie de condiciones que están al alcance de la mano.

De partida, la centroizquierda tiene que serlo y parecerlo. Debe ocupar todo el espacio del cambio progresista con estabilidad, sin dar lugar a confusiones. En otras palabras, tiene que mantener todas sus banderas. Asegurado esto, puede intentar entonces añadir otros elementos que habitualmente se asocian a sus adversarios. Ambas cosas -mantener una cierta identidad y sostener una actitud políticamente proactiva- son indispensables para conservar el liderazgo.

Y, a decir verdad, en las últimas semanas, el Gobierno y la Concertación no están haciendo tan bien sus tareas como para esperar sacarse buena nota. Es posible mejorar, y mucho.

Probablemente se puedan identificar algunos errores que tienen que enfrentarse. Entre ellos se pueden mencionar: cierto sobreanálisis masoquista sobre la profundidad de la crisis, el cultivo del protagonismo de los díscolos, un desperdicio de las ventajas y fortalezas propias, y hasta una búsqueda de acuerdos más concentrado en el apoyo externo que en cuidar el más cercano.

Ninguna de las deficiencias mencionadas -y de otras en las cuales puede pensarse- son insubsanables. Es cierto que la Presidenta Bachelet mantiene una enérgica defensa de posiciones, pero se está requiriendo de una pronta y sostenida reacción colectiva.

La centroizquierda, como opción política, necesita del trabajo de equipo, no sólo de buenos jugadores individuales.

El deprimido como figura emblemática

En la Concertación, algunos dirigentes se están especializando en presagiar el fin del predominio oficialista al finalizar el período. Emplear este procedimiento una que otra vez puede ser una útil advertencia. Pero más allá empieza a ser molesto. Es como adoptar el alma de un comentarista deportivo: tal vez sabe mucho, pero es claro que no se está dedicando a jugar el partido. Lo acertado de los análisis importa mucho menos que el compromiso de quien habla. Lo que cada cual tiene que decir no es qué tan mal pueden ir las cosas si cometemos errores, sino por cuáles propósitos y lealtades se está jugando el que habla.

Así como el deprimido está pasando a ser figura emblemática, el incontinente verbal compite por el primer lugar.

Toda crítica, por fuerte que sea, puede absorberse si se usan los canales internos para expresarla. En la misma medida en que se emplean los medios de comunicación y esto se combina con el ataque a personas, únicamente se consigue sumar un segundo problema al que se tenía. No hay centroizquierda exitosa si lo que se cultiva es de preferencia los desacuerdos, con el olvido del programa común.

También hay que aprender a ser más flexible. Desde el Gobierno se debe estar dispuesto a persuadir, como también a ser perseguido, sobre todo en el diálogo con los aliados en el Congreso y los partidos. Los caminos de una sola vía (sólo en beneficio propio) al final no resultan transitables.

Declararse defensor del Gobierno y atacar a sus principales figuras no es algo compatible. No hay derrotas de ministros, hay derrotas de Gobierno. La gestión es evaluada como un todo. Los ciudadanos no sacan cuentas parciales. Se impone una conducta solidaria, sea por gusto o por necesidad.

En la coalición de Gobierno se suele sobrevalorar el papel que pueden jugar las puras ideas en el cambio de escenarios. Es como si se esperara la aparición de unas novedades tan alucinantes que, ante su presencia, se despejara el horizonte de nubarrones y llegara la claridad. Pero no es aquí donde encontramos el problema central. Hay que atender a los hechos. La derecha no está envalentonada porque esté haciendo alardes de creatividad e ideas. De hecho, no ha presentado ninguna.

A la derecha no le han faltado recursos, equipos, planteamientos interesantes ni la posibilidad de comunicarlos. Lo que le ha fallado es capacidad de mostrarse con disciplina, coherencia en la acción y unidad de mando. La centroizquierda no puede mantenerse al frente del país abandonando sus virtudes y copiando los vicios del adversario.

El problema de la Concertación no estriba en lo que se está pensando en su interior, sino en lo que está haciendo y lo que está dejando de hacer. No es un problema de cabeza, sino de comportamiento.

Para ser mayoría hay que optar por representarla

Lo que ha cambiado es que la derecha política acaba de notificar que, en el orden de prioridades, el primer lugar lo tiene fortalecer su opción presidencial y que tras ella se puede ordenar. La búsqueda de la mejor opción antes que las coincidencias ideológicas, ésa es la consigna.

El dato fundamental, el hecho nuevo, no es que la derecha haya alterado su alianza básica con el gran empresariado. Puede presentar lo acontecido como una demora momentánea. Puede minimizar los costos de su decisión y, por lo demás, a sus socios no les queda más que aceptar sus explicaciones. Por esta vez.

Moraleja obvia. Para la derecha política es inaceptable renunciar a la representación mayoritaria, quedando atrasada en la representación de los grandes intereses. Puede que se trate sólo de una imagen, pero también se trata, nada menos, que de una imagen. Si esta percepción pública es inaceptable para la derecha, lo es todavía menos para la Concertación. De allí la importancia de los próximos pasos que se den desde el oficialismo.

El mensaje a la Concertación no admite dos interpretaciones: la derecha no va a jugar a los acuerdos, no tenderá la mano ante las dificultades. El Gobierno está librado a su capacidad de gestión. Es más, tras el fuertísimo impacto del Transantiago, la derecha apuesta a que la evaluación de la labor de Gobierno no será buena y eso le abrirá el camino a La Moneda.

El conglomerado gobernante tendrá que decidir si continuará su incipiente recuperación intentando el disciplinamiento de todos sus parlamentarios o tomará la iniciativa en áreas de fuerte impacto social, luego de lo cual puede seguir con el disciplinamiento al advertir el nuevo impulso.

No me cabe duda de que este último es el camino indicado. Cada vez habrá más motivos para el trabajo conjunto.

La razón es sencilla: en Chile las campañas políticas han empezado. ¿Cuáles? Todas: las municipales, las parlamentarias y las presidenciales. Para ordenarse en el nuevo escenario, hay que ordenarse en y para la campaña. Toda persona que va a la reelección es alguien abierto a escuchar razones y pedir apoyos.

Si se vislumbran derrotas, lo que se incentiva es la dispersión. Si se recupera la capacidad de ganar, el aglutinamiento será la tendencia obvia a seguir en la Concertación.

No sirve de nada ser una mayoría en el papel y algo menos que la mayoría en las votaciones. Establecido el nuevo alineamiento, cada cual decide dónde quiere estar: si dentro o fuera. Luego, se opera en política sobre la base de cuántos somos en realidad.

La centroizquierda requiere entrar a competir, salir de los territorios seguros y aceptar los riesgos de ganar y perder. La Concertación se comporta mucho mejor sintiéndose acosada y urgida que desde una mayoría cómoda y remolona. Pues bien, más le vale que se empiece a sentir acicateada.

jueves, abril 26, 2007

Para entender a Chile

Para entender a Chile

Entre gestos y palabras

Puede que muy pronto se olvide que lo que aprobó el senado chileno, que terminó provocando una reacción descalificadora de Hugo Chávez. Casi nadie recordará que lo que acordó, por mayoría, fue pedir la protesta de Chile ante la OEA por el término de la concesión al canal Radio Caracas Televisión. En cambio, lo que ha quedado en retina de muchos fue el frío comportamiento de la presidenta Bachelet en su visita oficial a Venezuela.

Lo que había pasado le permitió a los chilenos toman renovada conciencia de lo más característico de su desarrollo político desde que recuperar la democracia.

El efecto lo consiguió el propio Chávez al aplicar un ámbito de circulación local a un país donde se aplican otros códigos.

En efecto, el presidente venezolano dijo que el senado chileno estaba dominado por una mayoría fascista, la misma que había derrocado a Allende. Con esto sabía que ponía en dificultades a Bachelet a las puertas mismas de su visita oficial a su país. Es muy probablemente que su intención básica haya sido dirigir su ataque a la oposición chilena y a la parte de los senadores de la Concertación que habían votado, protestando contra lo que se calificaba como una falta a la libertad de prensa en Venezuela.

Lo cierto es que aquí esta todo dicho. Chávez estaba haciendo una declaración de política contingente, que provocará entusiasmo seguro en su galería más afín. Pero lo que provocó en Chile y que representó Bachelet con sus gestos y palabras fue mas allá de eso. Lo que activo fue la defensa colectiva de la institucionalidad democrática, tal como la entendemos en este rincón de América Latina.

Se trata de algo típicamente chileno, y que no tiene que ver con las diferencias de izquierda; centro y derecha; de oposición y gobierno; de progresismo más o conservadurismo menos. Todas esas diferencias existen y muchas que se nos pudiera ocurrir. Pero también es una realidad tangible de que los chilenos estiman que aquello que comparten entre sí es más que aquello que los divide.

Hace poco, la presidenta Bachelet publicó una extensa reflexión, en un matutino, que nos sirven para ilustrar lo que decimos.

Precisamente, refiriéndose a nuestro país, señala que “somos producto de una historia de dolor y reencuentro”. Y esto es así porque al concluir la dictadura de Pinochet, “todos los sectores políticos y sociales asumimos un rumbo histórico. Apostamos a vivir en democracia y a construir un modelo económico y social que busca combinar crecimiento, equidad y apertura internacional”.

El Chile republicano

De modo que aquí encontramos lo propio de Chile: aquí el más intenso debate político parte de la aceptación de consensos fundamentales. Lo que se ha querido construir, con imperfecciones y defectos, fue lo que Jaime Castillo llamó un día “una patria para todos”.

Por lo mismo, una mayoría política entre nosotros cuenta con la legitimidad reconocida para ejercer el poder, pero no puede soñar ni se le ocurriría pretender limitar el espacio de la oposición. Por su parte, los opositores pueden llegar a ser altamente críticos y hasta interesadamente parciales, pero lo que les interesa es llegar al gobierno no cuestionar las instituciones fundamentales.

Por eso, cuando Chávez las emprende contra el senado chileno, no está afectando en exclusiva a un grupo que le resulta particularmente odioso. Está logrando que reaccionen todos aquellos que han luchado por años para que las más diversas opiniones políticas se puedan expresar en la más plena libertad.

Lo importante no es lo que se opina, sino que se pueda opinar.

Tenemos un acuerdo para discutir sobre lo que se nos ocurra, pero no a costa de dejar de sostener la democracia como sistema de convivencia.

Por eso es que aparecieron defendiendo al Senado, en cuanto institución de la República, gente a la que no le agradaba el contenido del acuerdo en relación al gobierno venezolano y, muchos otros, a los que les parecía que la oportunidad en la que se aprobó dicho acuerdo era la menos atinada en la que se pudiera pensar.

El caso es que el Senado tenía derecho y atribuciones para proceder como lo hizo y eso resulta decisivo para cualquiera de nosotros. Así nos comportaríamos en muchos otros casos y episodios.

Para ser completamente sincero, hay ocasiones en que uno llega a la conclusión de que el respeto ciudadano por las instituciones representativas de la democracia no siempre consigue un correlato equivalente en la calidad del desempeño de esas mismas instituciones. Queremos su perfeccionamiento, pero no menospreciamos lo que tenemos. Pero el caso es que a nosotros nos acomoda el seguir criticándolas y defendiéndolas, al mismo tiempo.

Después de cuanto se ha sufrido, no hay quien quiera reincidir en los errores que nos llevaron a cambiar un orden democrático imperfecto, pero con respeto a las personas, por la imposición de la de la fuerza y el uso arbitrario de la violencia contra las personas.

La libertad a todo evento

No escogimos la libertad porque fuera lo más fácil, sino porque era lo más digno. Una populista o u un dictador siempre encontrarán una excusa para acallar las críticas mediante el amedrentamiento, el control desmedido o el uso de la fuerza. No es el caso de nuestros gobernantes.

Hace poco una revista humorística puso en su portada una foto intervenida de Bachelet que correspondía a su retrato oficial. En ella la presidenta aparecía con los emblemas del Transantiago y un cono de los que se usan como señal en la calle puesto a modo de sombrero. Tal como se caricaturizan a los malos alumnos. En el texto que acompañaba a la imagen se la llamaba “burra”.

Lo más probable es que a nadie en el gobierno le haya causado la menor gracia este número de la revista. Pero tampoco se había encontrado a nadie tratando de impedir su publicación o que ésta circulara.

Simplemente es el precio de la libertad. Sabemos que en parte alguna la democracia puede sobrevivir a la genuflexión completa de la prensa al gobernante. En cambio, creemos que mucho se dice de bueno de un presidente cuando parte de los medios de circulación pública o alcance nacional puede criticarlo como le venga en ganas y, cuando eso sucede no se trata más que de un día normal, sin que la vida cotidiana se altere lo más mínimo. Puede que esto ocurra a diario, pero nos costo mucho que así llegara a ser, quizá por eso lo cuidamos tanto.

viernes, abril 20, 2007

Tiempo de debates

Tiempo de debates

El país necesita saber qué es lo que se juega cuando un proyecto de ley entra en debate. Tal vez sea este punto donde se decide si se gana o se pierde, mucho antes que se llegue a votar.

Víctor Maldonado


Entrar al debate grande

LA HABILIDAD TÁCTICA no es un recurso a menospreciar en política. Más aún, acostumbrarse a menospreciar constituye el paso más seguro que se puede dar hacia la desconexión con la realidad.

Pero lo que puede obtener una buena táctica son ventajas inmediatas respecto de los adversarios. Ni más ni menos. A veces lograr este tipo de cosas es muy necesario, aunque se debe estar claro que con ello no se está consiguiendo algo permanente.

Por eso, cuando lo que hay que validar son las opciones centrales, se debe poner la táctica en su justa dimensión, sin abusar de ella, y abocarse a fortalecer la apuesta política que se representa.

Parece evidente el afirmar que, en este momento, se requiere que la Concertación no sólo se aboque a ganar las discusiones del momento, por mucho que le vaya bien en este campo. En el fondo, lo que debe hacer es elegir los mejores debates a los cuales abocarse, el tipo de perspectiva y tratamiento que potencie su visión estratégica, darles la mayor amplitud posible y ganarlos sin apelaciones.

En esta situación están, por supuesto, el cambio de la Ley General de la Educación, tomada desde el punto de vista de la mejor calidad de la enseñanza sin discriminaciones, y también la modificación del binominal, considerada desde el rechazo a la exclusión parlamentaria de sectores políticos significativos.

Siempre son muchos los temas a disposición susceptibles de debatirse, pero no en todos conviene concentrarse. Mucho menos cuando se es Gobierno. Al contrario, si se está convencido de tener un programa de alto interés nacional que aborda aspectos vitales para el país, se necesita seleccionar las polémicas en las que jugarse por completo y prescindir, en lo posible, de todo lo distractivo.

Se puede comprobar que la Concertación se debilita cada vez que acepta inmiscuirse en un abanico amplio e indiferenciado de polémicas de trinchera. Cuando se dedica al menudeo, el conglomerado se encuentra en peligro, porque el discurso sobre la necesidad de la alternancia se vuelve mucho más creíble.

No hace tanto hubo una época en la que se pensó que la existencia de grandes consensos estaban dejando los auténticos debates fuera de foco. Se había pasado de las interrogantes del “qué hacer” a las precisiones de “cómo se hacen mejor”. Mal que mal, se decía, se trata de implementar un modelo con uno que otro aderezo. Nada para alterarse ni producir pugnas de importancia.

A decir verdad, fueron tiempos aburridos. El bienestar sin cuestionamientos es el escenario típico del hastío, cuando no de la banalidad. Si todo marcha por donde debiera, al final, termina dando lo mismo quien gobierna.

En regreso de los valores y de las prioridades

Sin embargo, el fin de la historia no había llegado. Por cierto, no llegó en nuestro país ni en ningún otro. Nada más faltó que se tuviera un solo camino a disposición. Al final, se ha producido un regreso al debate sobre los valores y las prioridades. No resultó cierto que el desarrollo iba a producir una disminución automática de las diferencias.

No podía ser de otra forma, incluso suponiendo que hayamos vivido una fase extensa de prosperidad. El bienestar logrado no es una fatalidad, sino una conquista. Y hay varios modos de ser un país próspero. Con solidaridad o sin ella. Con más o menos tolerancia. Siendo integrados o segregando unos a otros.

Si la Concertación desea mantener la conducción, debe actuar de un modo inverso al descrito.

Debe buscar los debates de fondo. Pero no cualquier debate sino aquel que involucre e interese a amplios sectores de la población y dirigiéndose a auditorios masivos. Así, por ejemplo, nada impide que lo medular de un tema como el de la calidad de la educación, se exprese de un modo en el que muchos puedan sentirse involucrados y participar.

Tan importante como a quién se le habla, son los aspectos que se relevan y los que se defienden hasta el final. En educación, el tema del lucro es importante y puede tenerse siempre presente. Pero no es la puerta ancha que lleva a la defensa del objetivo de mejorar la calidad de la enseñanza a la que cualquier joven o niño tiene derecho. El proyecto presentado encierra una pluralidad de aspectos que pueden ser profundizados y que merecen cambiar la instrucción que se imparte en Chile. Por lo mismo, se ha de debatir para ganar consensos mayoritarios por sobre resistencias y prejuicios iniciales.

El país necesita saber qué es lo que se juega cuando un proyecto de ley entra en debate. Tal vez sea este punto inicial donde, en mayor medida, se decide si se gana o se pierde, mucho antes de que se vote en el Congreso. Así, por ejemplo, en el caso del cambio del binominal, la derecha ha empezado a asustarse con lo que significa la aprobación.

Los técnicos electorales de la oposición han puesto la voz de alerta respecto de las consecuencias de eliminar las barreras que dejó instaladas.

Pero si de lo que se trata es de superar la discriminación política que pesa sobre importantes sectores de la población, los que están equivocados son los opositores. Por partida doble.

Primero, por debatir un problema de interés general a partir de criterios bastante más estrechos. Segundo, porque dejarían en evidencia que la legislación no favorece la estabilidad del sistema, sino que implica un subsidio que la beneficia, sin necesidad de ganar en las urnas. Puede decidir mantener una estructura que existe, pero no favorece esta actitud la posibilidad de ganar ninguna disputa presidencial.

El país no puede estar dependiendo de las contradicciones internas de la derecha cuando hay que tomar decisiones que profundizan la democracia. Cada vez que se toca este tema los candidatos presidenciales ven ventajas, los partidos peligros y los parlamentarios velan por sus intereses. La suma de esto durante una década y media ha sido cero.

Así que lo que hay que hacer es buscar o asumir los debates de tonelaje y que resulten pertinentes.

El debate es en la plaza pública

Con todo y dificultades, el Gobierno mantiene la iniciativa política y para no perderla ha de estar poniendo siempre los temas y movilizándose en terreno para difundir sus puntos de vista.

Cuando se pagan los costos que conocemos en la implementación del Transantiago, lo que hay que recuperar es la confianza de que se están tomando buenas decisiones y la certeza de que lo que se decide se está implementando con eficiencia.

Todas las luces de alerta se han encendido, para cualquier persona sensata. Una coalición que ha demostrado ser responsable no puede esperar nuevos episodios críticos para privilegiar el actuar unida.

Retrotrayéndose ningún Gobierno gana terreno. Cuando se quiere recuperar espacio, tiene que multiplicar su presencia. Este modo de proceder no conlleva ningún misterio. Y esto es lo que la administración Bachelet (y no sólo la Presidenta) está haciendo.

Ocurre que los ministros son algo más que los encargados de un sector. Son representantes del Gobierno. Como un todo, y es esta doble calidad la que tienen que marcar en sus apariciones públicas. El Ejecutivo tiene que trabajar en equipo para que la Concertación termine haciendo lo mismo y recuperando la disciplina amplia que siempre la ha caracterizado.

En los próximos días veremos quiénes están imponiendo los términos del debate político. Por primera vez en mucho tiempo, la ciudadanía está prestando atención a lo que se dice. No es una oportunidad como para desaprovecharla.

viernes, abril 06, 2007

Los pingüinos llegan en otoño

Los pingüinos llegan en otoño

Éste es un país de costumbres y así ocurre todos los años. En esta temporada se movilizan. Siempre es así. Lo que no está decidido si se repiten o se renuevan.

Víctor Maldonado


No cuantos son, sino que pasen de a uno

Los comentarios en la prensa destacan con insistencia que el Gobierno debería enfrentar un gran número de conflictos durante 2007, lo que sumado al efecto del Transantiago formaría un complejo panorama. Como ratificando estas expectativas, hace poco tuvimos las manifestaciones del Día del Joven Combatiente y, ahora, los primeros tumultos secundarios.

Pero, claro, esto en sí mismo no es el verdadero problema al que se enfrenta la administración Bachelet. Dificultades hay siempre. Lo que importa es que los conflictos no avancen siendo coleccionados, sino resueltos o, al menos, tengan tratamiento efectivo. Luego de la hora de la sinceridad, llega la de la eficiencia: en ese punto nos encontramos.

Así que, más que un problema de eventos difíciles, tenemos un asunto de ritmos y de posibles ensambles entre situaciones conflictivas. Decenas de problemas pequeños sin un procesamiento adecuado pueden llegar a ser tan agobiantes como una sola gran dificultad.

Todavía le es posible al Gobierno superar con éxito y sin sufrir un desgaste notorio, si puede contar con un respaldo permanente de su base de apoyo político en todas las materias de importancia central en el programa de Gobierno.

Por lo mismo, y en términos del buen manejo de conflictos, es evidente que el Ejecutivo no puede darse el lujo de tropezar dos veces con la misma piedra. Esto, en particular respecto del mayor movimiento masivo de 2006. Habiendo enfrentado el movimiento secundario más importante en décadas, sería inaceptable no corregir los errores de tratamiento que se extendieron por meses.

Hoy, las circunstancias parecen haberse modificado bastante. Sobre todo en cuanto a la capacidad de tomar la iniciativa y adelantarse a los acontecimientos exhibida por cada cual. Ha variado la capacidad de convocatoria amplia del movimiento.

El año pasado se tenía a un movimiento emplazando a las autoridades a asumir iniciativas importantes en educación. Ahora, el Gobierno ha dado la bienvenida a la llegada de vacaciones de los estudiantes, adelantándose a dar cuenta del estado de avance de los acuerdos ya comprometidos.

Ha sido el Ejecutivo quien ha puesto los temas de la “agenda corta”, los compromisos asumidos en las negociaciones con los estudiantes en 2006 que implican responder a problemas inmediatos ampliamente sensibles.

En el retroceso está el peligro

La Presidenta Bachelet incorporó de manera destacada en su agenda de actividades educacionales en terreno y movilizó al gabinete en igual dirección al celebrar el primer año de su Gobierno. La ministra de Educación se ha adelantado a abrir el diálogo con los estudiantes.

Pero no hay que malinterpretar las cosas. No parece estar en discusión la ocurrencia de nuevas movilizaciones estudiantiles. Éstas se producirán pronto, sí o sí. Es parte de nuestra escenografía.

En cambio, lo que está por definirse es si concitarán igual apoyo, se afirman sobre razones convincentes para los movilizados y si la duración del ciclo será completa. Tengo el convencimiento de que la situación será distinta.

En 2006 el movimiento secundario fue, en muchos aspectos, una novedad. Tuvo la fuerza de un actor que se dio cuenta de su importancia y concitó el apoyo en sus propias familias.

Fueron movilizaciones populares, que tuvieron su momento de gloria cuando se empleó la movilización pacífica, en locales protegidos, con intensa exposición mediática. Nunca fue un movimiento muy coordinado, pero sí muy coincidente en el conjunto de acciones que se acordaban en múltiples centros de decisión autónoma.

Pero no es el caso actual. No partió unido. Las movilizaciones no han esperado la presentación de ideas. De los establecimientos se pasó a la calle acarreando a cuanto encapuchado tenga algo que estropear. Definitivamente es un retroceso.

Segundas partes nunca fueron buenas

Los movimientos sociales no pueden repetirse, por mucho que se haya tenido un éxito resonante en jornadas precedentes.

Da la impresión de que ahora importa más la posibilidad de emular e incluso superar el grado de movilización de 2006. Pero no basta para que una manifestación aparezca como auténtica, renovada y creíble.

Antes, presenciamos el resultado de un conjunto de razones que convencían a sus dirigentes. Esa sinceridad significó a las organizaciones un amplísimo grado de simpatía. Ahora dan la impresión de buscar la protesta por la protesta. Motivos más allá del ámbito propio, como ocurre con el Transantiago, donde se pierden los elementos singulares del movimiento. En medio de las dificultades no hay alguien que simpatice con quien interrumpe el tránsito.

Antes era un movimiento fresco, con líderes que emergían incontaminados. Hoy estamos por presenciar el casi insólito espectáculo de líderes veteranos, que se han profesionalizado en la agitación, que aún usan uniforme, pero que cada vez recuerdan menos a un estudiante y están dejando de pensar y actuar como tales.

Venimos de la aparición de dirigentes que habían logrado argumentar con prestancia ante las cámaras. Frente a esto, contrastaba la falta de originalidad y lo rutinario de las respuestas de las autoridades de turno.

Por allí mismo por donde entran los encapuchados, salen las posibilidades de ganar amplio apoyo. A los estudiantes les ha ido mucho mejor argumentando que apedreando. Cuando los dirigentes ponen el marco para que otros copen las calles, lo que muestran es que no tienen un rumbo propio.

Las movilizaciones de esta semana no han dejado instalada una sola idea. Ni siquiera un eslogan. Sólo las escenas de enfrentamiento. Y cuando eso sucede se ha perdido la iniciativa, por mucho que todos se agiten y consigan un gran número de fotos.

Paradójicamente, con su movimiento de 2006 los pingüinos lograron transformar muchas cosas en el país... excepto a ellos mismos. Sacaron lecciones los padres, los establecimientos escolares, el Gobierno y los medios. Se instalaron temas de envergadura. Pero luego todos han seguido en la ruta abierta para enfrentar los problemas que se habían manifestado.

Ahora cada cual puede mostrar cuánto ha avanzado y qué pasos pretende dar. La famosa LOCE (de la que tanto se habla, pero tan poco se sabe) finalmente va ha ser cambiada. Aspectos como la calidad de la educación, la no discriminación, la equidad en la enseñanza, son temas que preocupan.

Porque se sabe activo en las soluciones, porque está preparado para el diálogo, porque puede enfrentar los conflictos en la calle, el Gobierno no es el mismo del año pasado.

Si el movimiento secundario trata de emular y superar la notoriedad de sus anteriores dirigentes, obtendrá un fracaso que nadie quiere. La orden del día es manifestarse cuando un tema no es suficientemente atendido. Pero cuando eso se consigue, lo importante es participar activamente del diálogo para construir el reemplazo de lo que se criticaba. A partir de ahora los estudiantes pesarán en tanto aporten y esto conlleva mayores exigencias.

Los pingüinos llegan en abril. Este es un país de costumbres y así ocurre todos los años. En esta temporada se movilizan. Siempre es así. Lo que no está decidido si se repiten o se renuevan.