viernes, abril 30, 2004

La campaña de la derecha

La campaña de la derecha

¿Quién es ahora Lavín? Un no político que saca presidentes de partido; un innovador que se repite; alguien con aire juvenil, pero que ya no lo es… Quisiera ser visto como estadista, pero no logra despegarse del espectáculo. Su imagen tiene contornos más borrosos que antaño, cuando fue considerado como reemplazante seguro de Lagos.


El manejo de los tiempos y la definición de la agenda de debate es clave en una campaña electoral. Manejar el tiempo significa decidir cuándo pueden ocurrir los hechos más significativos y definir la agenda puede incluso hacer que los adversarios se centren en los temas que interesa tratar. Ambos aspectos muestran la capacidad de conducción de un candidato y de su equipo.

Entonces, ¿qué trata de hacer la derecha en estos días? Busca que las candidatas de la Concertación salgan de sus puestos lo antes posible, es decir, en el momento que más le conviene, porque ambas deben su gran aceptación ciudadana a la demostración diaria de que son eficientes en sus cargos.

Pero mientras sigan en el gabinete, muy poco puede hacer la derecha. Por esto, ha opuesto maniobras comunicacionales que -lo saben- terminan siendo muy pobre como respuesta. El juego es adelantarse a los pasos que dan las ministras y aparecer antes con algo muy atractivo de ver por televisión, como el episodio Olivarí-Lavín en Haití.

Estas acciones se pueden hacer bien un número acotado de veces, pues las repeticiones cansan, los modos de actuar se aprenden y, además, generan los mecanismos de respuesta apropiados por parte del gobierno. También conllevan una contraindicación, en la que deben reparar los admiradores de maniobras osadas: lo que su candidato gana es notoriedad en el momento, pero a su vez consolida una imagen que no es con la cual puede ganar la Presidencia.

¿Cuál era la imagen pública de Lavín en la campaña presidencial pasada, más allá de que se ajuste o no al “verdadero” Lavín? Lo que se veía era a un personaje joven, dinámico, exitoso en la resolución de problemas ciudadanos, de lenguaje sencillo, de vida privada irreprochable y con una extensa familia. Nada que ver con el concepto que una persona común se forma de lo que es un político.

Por esto, llegó a ser aceptable que Lavín hablara en contra de “los políticos,” como si fueran personajes con los que él no tenía ninguna relación, cuyas prácticas no compartía y que le generaban disgusto.

En parte podría mantener esta imagen a la espera de la próxima contienda, porque pudo haber perseverado en su impronta de hacedor de cosas y de solucionador de los “problemas reales de la gente”. Por este motivo postuló por Santiago, aunque sabemos cómo le ha ido.

También en gran parte no podría mantener esta imagen en esta oportunidad, porque ya no sería posible que se le excusaran sus explicables deficiencias de un primer momento. Ahora, tendríamos que encontrarnos con un Lavín más maduro, con mayor reconocimiento internacional, con mayor visión de estadista. Tal vez menos innovador, pero más confiable. En suma, alguien que pueda dirigir a la nación. Pero allí radica el mayor problema del estilo que ha seguido.

Lavín se repite y está quedándose pegado en la fórmula que tan buenos resultados le dio otrora. ¿Cuál es el problema de que lo haga? El problema son las ministras.

En la campaña anterior, Lavín corría solo con un estilo novedoso y cercano. La Concertación aparecía más bien como apoltronada en el poder. Luego de ganar en la primaria interna, Lagos se centró en consolidar la Concertación, habló con mayor precaución y perdió naturalidad. Entonces, por el amplio espacio que quedaba despejado, se coló la candidatura de la derecha.

Hoy, el rostro de la innovación es el de las ministras: aportan naturalidad y seriedad, comunican desde la tarea cotidiana y muestran responsabilidad en lo que hacen. Y provocan en Lavín un problema de identidad que, por contraste, lo reubican en la política tradicional, más inexperto y superficial, inevitablemente. La comparación perjudica a la candidatura de Lavín. Algo que él temía en la campaña anterior.

¿Quién es ahora Lavín? Un no político que saca presidentes de partido; un innovador que se repite; alguien con aire juvenil, pero que ya no lo es… Quisiera ser visto como estadista, pero no logra despegarse del espectáculo. Su imagen tiene contornos más borrosos que antaño, cuando fue considerado como reemplazante seguro de Lagos. Hoy es, ni más ni menos, el candidato de la derecha y su discurso se ha reducido al ataque desde la trinchera.

Es probable que, tarde o temprano, aparecerá un discurso más serio y propositivo en la oposición, pero hoy no es la tónica. De creer en todo lo que afirma, insinúa y sospecha la UDI, se estaría ante una coalición de gobierno desgastada, corrupta e ineficiente. Ni Lagos escapa a los ataques. Se trata del regreso de Lavín como “gallo de pelea”, pese a que en su estreno fue desplumado.

La polarización secuestra a Lavín de su papel más cómodo y natural, aunque la vez anterior fue mucho más atacado por sus adversarios, juego que evitó con buen éxito. Ahora él está en el camino inverso y tal vez consiga resultados contrarios.

Así comienza la campaña de la derecha: desenfocada, con un perfil menos definido de su candidato presidencial e intentando desbancar a la competencia antes de que incluso se presente. Tendrá que cambiar si quiere alcanzar su mejor condición para competir.

viernes, abril 23, 2004

Los dilemas del PPD

Los dilemas del PPD


Una cosa son los méritos y otra las posibilidades electorales. Hasta el momento, daba la impresión de que el número de candidatos en la Concertación se había acotado y que el interés ciudadano quedaba circunscrito a unas pocas figuras.

Sin embargo, el PPD lamenta la ausencia de uno de los suyos en esta lista. Es perfectamente comprensible. Pero cuando un partido está en un caso como este tiene, al menos, tres alternativas: se concentra en mejorar aquello que sí tiene, emprende un plan para proyectar figuras en otra cancha importante-, o busca de todas formas posicionar como presidenciables a algunos de sus líderes. Pero tiene la obligación de definir sus prioridades, porque no puede hacerlo todo a la vez, con igual entusiasmo y alguna posibilidad de éxito.

Afianzar las propias fortalezas tiene muchas ventajas: no requiere el consentimiento de terceros, pone el acento en la cooperación interna y el esfuerzo consolida la organización partidaria. Pero es una alternativa que rinde frutos lentamente.

Los integrantes del PPD suelen referirse a su partido como una organización “sin tradiciones,” porque “sólo” tiene el tiempo de vida equivalente a la recuperación democrática. Esta es una forma poco apropiada de referirse a la obra común. El tiempo político se mide tanto por los días transcurridos como por la cantidad y la calidad de las experiencias realizadas. Ningún partido que surge en dictadura, encara la transición y participa de la consolidación democrática como parte de tres gobiernos puede considerarse nuevo. Sí puede estimar que ha dejado tareas por cumplir, que otros partidos cumplen mejor, por ejemplo afianzar su presencia nacional.

La decisión de centrarse en una candidatura emblemática, supletoria de una presidencial, es una propuesta interesante. Tiene la ventaja de haber concitado en su momento un amplio acuerdo interno, superando las disputas habituales. Pero cualquier estrategia con un objetivo único hace que las compensaciones por conseguirlo sean altas o demasiado altas.

El límite está en el costo que se paga. Hay que tener cuidado con las obsesiones. El PPD ve en la ausencia de figuras presidenciales un riesgo mortal para su existencia o, al menos, un peligro de quedar en un puesto secundario. Pero hay muchas otras cosas más letales.

Algunos partirán preguntándose cómo destacar los atributos de Jorge Schaulsohn frente a Marcelo Trivelli, porque no hace tanto una persona con las cualidades de éste hubiera sido mucho más fácil encontrarla en el PPD que en los otros partidos de la Concertación. Era una “especialidad de la casa”. ¿Por qué el PPD dejó de generar este tipo de líderes?

Otro curso de acción discutible, que logra concitar la atención de todos sobre las propias debilidades, es el lanzamiento de campañas presidenciales. Las dudas son tan grandes que no consiguen ni consenso partidario ni apoyo oficial. La línea de conducta asumida por el PPD es “dejar hacer”, aunque parezca increíble. Se actúa como si las incursiones en esta área importaran únicamente al posible abanderado y a nadie más.

Pero ¿quién se hace cargo en el PPD de la imagen partidaria que esto genera? Las candidaturas pequeñas suelen ser muy entusiastas. Parten a sabiendas de sus pocas posibilidades, aunque creen firmemente que si logran que se les preste atención suficiente las cosas cambiarán drásticamente. Esperan que se les descubra como la mejor alternativa para el país. La confianza en sus propuestas es casi ilimitada. Por esto, “bajarlas” llega a ser una empresa mucho más difícil de los que muchos imaginaron. No se entiende qué se gana siendo el tercero en una lista de dos.

El costo para el PPD es neto: conserva la imagen de ser el partido eje de gobierno, al entrar de un modo poco natural en una competencia en la que no cree. Pero en las encuestas, mes tras mes, se verá como un socio disminuido.

La Democracia Cristiana tiene una fuerte inserción territorial y negocia bien. Pero esto no basta, pues tiene fallas mediáticas y no promociona a sus líderes de reemplazo. Si quiere recuperar el liderazgo, no puede abandonar la batalla principal -contra la derecha- por compensaciones. La primogenitura no se cambia ni por uno ni varios platos de lentejas.

La campaña de la Concertación debe orientarse a recuperar el afecto de las personas y luego su voto, es decir, hacerle caso a los ciudadanos. Salirse de esta línea, es quedarse a la deriva. Para los dirigentes es más importante defender la lógica de los ciudadanos, que los intereses partidarios.

Si la Concertación presenta en Santiago al segundo mejor posicionado -desechando al que tiene ventajas evidentes-, cometerá un error de alcance nacional y será castigada en Santiago y en las 16 comunas “negociadas”. No se puede escamotear la decisión de las personas (con publicidad, además) y salir indemne.

La Concertación no puede enfrentarse con su electorado, tiene que representarlo. Si supera esta prueba habrá demostrado que merece ganar.

viernes, abril 16, 2004

El estilo Lavín y la Concertación

El estilo Lavín y la Concertación

Si hay un problema nacional, el líder derechista, muy suelto de cuerpo, dice: “el gobierno ha fracasado”, como si no tuviera responsabilidad alguna, ni en el país ni en la ciudad, como si fuera un recién llegado. Si se demuestra que al gobierno le fue bien en algo, ni se inmuta y dice: “yo apoyo al Presidente”.


Con demasiada anticipación se están perfilando los estilos para emprender las campañas electorales, en especial la presidencial. Lavín está en lo que se le conoce: centrado en sus apariciones públicas de rápida ejecución y de alto impacto, y la Concertación, en un modo cercano y amigable de emprender el ejercicio del gobierno.

Se puede pensar lo que se quiera sobre las bondades y deficiencias que conlleva una u otra forma. Pero, de todas maneras, se plantea el tema de la eficacia y de las posibilidades de éxito de cada una desde ahora hasta la definición en las urnas.

Escogido el estilo, lo que corresponde es ser coherentes para emprender cada acción importante. Esto no resulta fácil de llevar a la práctica, puesto que la competencia por la Presidencia se está convirtiendo en una carrera de fondo. El que dude acerca de su apuesta central, tendrá muchas posibilidades de perder el rumbo o intentar todo tipo de cosas para adelantar al adversario, pero en realidad estará perdiendo terreno.

La campaña del alcalde de Santiago sigue un patrón conocido. Se trata, antes que nada, de atraer la atención, mostrar agilidad y rapidez en la ejecución, sorprender y actuar para la cámara.

En este estilo, la polémica será siempre bienvenida. Se trata de que los adversarios ocupen una parte de su tiempo en rechazar, criticar, denostar y -si es posible- insultar y agredir.

Como siempre, el que se exaspera, pierde, porque hacer algunas o todas las cosas anteriores deja a los detractores cazados en una trampa. Sin darse cuenta, se empiezan a centrar en Lavín, en lo que hace o deja de hacer. Con ello pierden la iniciativa y llegan a ser auténticos “reaccionarios”, a la espera del próximo paso del adversario.

Quien actúa para los medios no necesita escapar de la trivialidad para atraer las cámaras. Más bien se puede instalar cómodamente en ella y ser muy efectivo. Sin embargo, el desprecio del soberbio no es una buena respuesta para este tipo de comportamiento. La apuesta sistemática a la trivialidad no es -paradójicamente- algo estúpido.

En realidad hace muy difícil encontrar la respuesta política adecuada. La trivialidad usada como arma actúa como un disolvente de las diferencias. Absorbe las críticas simplemente porque no las contesta o les da una respuesta de Perogrullo, que no dice nada pero que suena bien. O se “ve” bien en TV.

Hay que tener una cuota de valentía para responder puros lugares comunes en cada oportunidad, sin sonrojarse siquiera. Precisamente, en esto consiste la estrategia. La respuesta favorita es la referencia constante a los puntos cardinales, como si una brújula hablará: “debemos avanzar hacia delante”, “no miremos hacia atrás, hacia el pasado”, “ni hacia un lado ni hacia el otro”.

Si hay un problema nacional, el líder derechista, muy suelto de cuerpo, dice: “el gobierno ha fracasado”, como si no tuviera responsabilidad alguna, ni en el país ni en la ciudad, como si fuera un recién llegado. Si se demuestra que al gobierno le fue bien en algo, ni se inmuta y dice: “yo apoyo al Presidente”. Si alguien lo increpa, responde así: “Esa es una discusión política. Yo no me meto en discusiones políticas. A mi me preocupan los problemas reales de
la gente”.

Esta actuación simplista puede llevar a pensar que Lavín no es una amenaza. El peligro no radica en lo sofisticado del procedimiento empleado, sino en su coherencia, y en la falta de una buena respuesta para anularlo.

En esta estrategia lo único que no está permitido es que el público se aburra y cambie de canal. La figura del bueno y sonriente está ocupada por el candidato. Además, mientras más vacía de contenidos sea la campaña, más importante será el papel de quiénes se dedican a la polémica violenta y agresiva.

Si no hay debate de fondo, lo que hay es polémica de trinchera. Mientras más intensa y desmedida sea, más creíble se hace una figura que se presenta por sobre el sofocante debate político, que no se detiene ante la descalificación personal.

En este escenario, la Concertación sabe muy bien lo que tiene que hacer. Debe perfeccionar un estilo próximo y responsable de gobierno, que anteceda a la llegada del o de la candidata que, en el momento adecuado, se ajusten como guante a la mano.

El camino de la Concertación hacia un nuevo mandato es el de poner énfasis en lo que hace y sus consecuencias, no únicamente en el primer impacto. Las prioridades del país están en una agenda pública conocida, que se debe ejecutar junto a los ciudadanos.

El tema del gobierno no es decidir qué artista envía a Haití porque a Lavín se le ocurrió una gira promocional, sino cumplir con las obligaciones nacionales en Haití. Debe responder por sus decisiones, mostrando la consistencia de sus pasos y la contundencia de sus resultados. Si Lavín hubiera hecho una buena gestión, no necesitaría cambiar de escenografía para llamar la atención junto a una compañía atrayente.

La Concertación tiene un buen gobierno. Lo atrayente o el carisma lo pondrá el candidato o candidata. Ganará haciendo lo suyo y confiando en el juicio del pueblo.

viernes, abril 09, 2004

Cada cosa a su tiempo

Cada cosa a su tiempo


La Concertación debe resolver los problemas que se le presentan a su propio ritmo. Y no dejarse llevar por las invitaciones de la derecha para que se enfrasque en disputas internas. En el tema presidencial es decisivo que actúe así.

La alianza de gobierno debe ser persistente en el itinerario escogido. Ese es el camino que las encuestas han mostrado como un acierto. O sea, no puede saltarse la elección municipal si quiere optar a un nuevo período presidencial. Por lo tanto, la creciente adhesión anticipada a una u otra postulación implica salirse de la línea.

La derecha sabe que si la Concertación sale victoriosa en octubre, tendrá la primera opción para el año siguiente. Es ese escenario el que se está prefigurando cada vez con mayor nitidez. Pero, por supuesto, el probable resultado positivo para la coalición de centro-izquierda está empezando a ser detectado por las encuestas. Eso mismo pone a la Concertación en peligro, porque tiene dos cartas fuertes: ambas ministras y muy populares.

Pocas cosas más favorables para la alianza que ha gobernado con Aylwin, Frei y Lagos que el que sus posibles candidatas conciten adhesión sólo con hacer bien su trabajo, sin precipitar los acontecimientos y sin siquiera formalizar su postulación. Es puro beneficio, sin ningún costo. Lavín está a punto de quedar segundo sin siquiera tener un competidor oficial.

Las elecciones municipales deben ser un momento de intenso trabajo de colaboración de los partidos. El candidato concertacionista a alcalde será uno solo en cada comuna. De hecho, los partidos medirán su fuerza en los candidatos a concejales, pero localmente esto no tiene la intensidad que quieren darle las directivas nacionales.

El problema es trabajar o discutir sobre dos cosas distintas al mismo tiempo. La derecha lo ha entendido a la perfección. De manera que, gentilmente, ofrece amplia cobertura a Michelle Bachelet y Soledad Alvear, alternativamente, para cambiar el clima de concordia por el de una competencia anticipada. Es el viejo truco de hacer pelear a los adversarios entre sí.

El peligro mayor está en las declaraciones. Hace unos meses, analizar las posibilidades de las candidaturas no pasaba de ser considerado un comentario; ahora es una señal política. Como el problema no es tanto lo que se dice, sino la utilización de lo que se dice, ya no se tiene la libertad para hablar con soltura. Por eso, el mejor comentario que se puede hacer sobre la propia candidatura es el que no se hace.

La Concertación tiene que mantener una línea de coherencia en su actuación, que le permita tratar los temas de a uno. Lo primero es declarar con humildad que la cuestión presidencial no puede ser resuelta por una cúpula o un sindicato de cúpulas. Hay decisiones que no pueden ser escamoteadas a quienes se quiere representar. Esta es una de ellas.

En la primera ocasión en que se eligió candidato presidencial, esto se resolvió (en verdad) en la Junta Nacional de la Democracia Cristiana; en la segunda, se resolvió en una consulta acotada a los militantes y adherentes de la Concertación; en la tercera, fue una decisión mucho más abierta. En la próxima oportunidad, ¿volveremos hacia atrás? ¿Alguien cree que se ganaría sin consultar a todos los que quieren ser parte de la decisión?

En este aspecto, como también en la construcción del proyecto de nación para una etapa que se abre, la Concertación debe marcar la pauta. La tradición del conglomerado es innovar en cada oportunidad.

¿Existe la posibilidad de dirimir la candidatura de unidad sin entrar en una confrontación que deje heridas permanentes? Sin duda que sí.

La derecha está sosteniendo su candidatura sobre la base de imposiciones, uso de la fuerza y lesión de partidos y personas. Eso no es compatible con la pretensión de encabezar una nueva experiencia de gobierno.

Lo que hace la diferencia a favor de la Concertación es que las decisiones se toman no sólo pensando en la campaña, sino en el ejercicio del poder. Se tiene plena conciencia de que al día siguiente de tener el candidato hay que tener a todos los líderes significativos detrás de la opción escogida y a una pluralidad de organizaciones políticas dispuestas y deseosas de trabajar en conjunto.

La Concertación no va a eliminar líderes, va a escoger el lugar desde el cual seguirán trabajando en conjunto. Tiene figuras de relevancia nacional: no debe perder a ninguna. Sabe que contará con ellas antes y después de decidir. Por eso hay que aprestarse a pasar por una decisión, no por un trauma.

Todos los que adhieren a la Concertación han hecho el ejercicio de votar por alguien de otro partido. Los temores asociados a la idea de que esto le causaría daño al país se han mostrado infundados. No hay nada que temer de una decisión en conjunto.

Al revés, cuando se ha agudizado la competencia dentro de los partidos o entre los partidos, sólo ha habido que lamentar perdidas de confianza, de adhesiones, de tiempo.

Los presidentes vienen de un partido, pero no gobiernan para ellos. Vienen de un partido, pero gobiernan con el apoyo de la Concertación para el país. Por eso, las definiciones no tienen por qué quebrar la concordia.

viernes, abril 02, 2004

El harakiri de los samuráis

El harakiri de los samuráis


Al parecer, los operadores en la derecha tendrán que tomar lecciones acerca de cómo hacer las cosas mejor. Si pensaron en dar un golpe interno para afianzar la candidatura de Lavín, sin duda no lo lograron. Tampoco poner a los partidos al servicio de la candidatura. Luego, del descabezamiento de los partidos, la postulación de derecha no goza de mejor salud.

Las encuestas telefónicas disponibles tienen resultados más bien lapidarios al respecto. Los promotores de la operación son mal evaluados, y la adhesión al candidato de la derecha se debilita. Y, sobre todo, las candidatas mejor posicionadas de la Concertación parecen experimentar un salto luego de la actuación del alcalde de Santiago frente a los partidos de la Alianza.

¿Cuánto afectó a Lavín su reciente incursión en política en el papel de duro interventor?

Las mediciones pueden discutirse, pero las tendencias no. Es muy difícil defender que todas las mediciones están simultáneamente equivocadas. La tendencia es clara: terminada la elección presidencial de 2000, el actual alcalde era visto como el más seguro reemplazante de Lagos en La Moneda.

Ahora vuelve a ser un postulante con posibilidades de ganar, pero compitiendo con dos figuras que amenazan con desbordarlo. En el momento en que la Concertación defina su apoyo a una sola persona, Lavín dejará la delantera en la carrera presidencial.

Quizás Lavín sea la misma persona que conocimos en su mejor momento, pero está cambiando de posición en el mapa político que el ciudadano común guarda en su cabeza.

Al inicio de este gobierno, Lavín dependía de lo que él mismo hiciera para mantener su imagen de próximo presidente. Ahora todo parece depender, en primer lugar, de lo que ocurra en la Concertación.

No sería justo decir que Lavín y su estilo aburren, pero ha ido perdiendo encanto. En Las Condes era una fuente de noticias positivas e innovadoras, alejado de las maniobras políticas y de los juegos de poder. Hoy se parece más a la figura del político tradicional, embarcado en maniobras rudas sin generar iniciativas que den que hablar a todos.

Lavín es cada vez más candidato y menos alcalde. Al revés, Michelle Bachelet y Soledad Alvear, que se mantienen en sus tareas cotidianas, concitan creciente interés y adhesión.

En política todo lo que ocurre suele ser atribuido a la acción premeditada de un grupo. Pero en estos casos lo que está pasando no tiene que ver con las decisiones de directivas partidarias o de grupos influyentes, sino con algo que está pasando con la gente.
Por ahora se puede decir que si Lavín se mantiene donde mismo (o algo más atrás) y emergen figuras nuevas con mucha fuerza, es porque no está respondiendo a necesidades y anhelos nuevos.

Esta recomposición de las preferencias está asociada con movimientos profundos en nuestra sociedad, que trascienden las tácticas de coyuntura.

La asesoría de los actuales samuráis no ayuda en nada a mejorar la posición del protegido. Habrá que ver que ocurre con Lavín en cuanto líder de la Alianza. Y hay que distinguir entre el mayor orden que muestran los partidos y la capacidad de conducción de Lavín y su equipo de campaña.

El mayor orden está más relacionado con la recuperación de direcciones internas, que con una aceptación general del método para intervenir de Lavín. De hecho, la intervención fue traumática para los dos partidos, sobre todo para RN, de la cual ha costado recuperarse.

¿Cuál es la alternativa a los golpes de fuerza? Por cierto, la negociación entre los actores implicados. Ese fue el camino que se abandonó en el último episodio, para asumir costos que ahora empiezan a quedar al descubierto.

El camino de la negociación ayuda a reducir los espacios de incertidumbre. En cambio, cuando se usa la fuerza, no quedan más “argumentos” que emplear. Se apuesta al derrumbe de los afectados, pero si ello no ocurre, lo que se consigue es un problema nuevo sin haber solucionado el anterior.

Si alguien se cree con el derecho de poner y quitar dirigentes, por lo menos tiene que tener plena certeza del efecto de los reemplazos.

Ahora, si los dirigentes de reemplazo comienzan a actuar con una agenda independiente, sin someterse a los requerimientos de los superiores, entonces el resultado final no fue el mejor para el interventor.

Los partidos de derecha lograron sobreponerse al intento unilateral de dirigirlos desde fuera, y dan muestras a diario de que piensan cuidar su autonomía, aunque sin desvincularse del candidato presidencial.

Los adversarios de la derecha creen que no hay que preocuparse mucho de ella, porque juega tan mal “que se marca sola”. Es cierto que tiene más recursos que méritos, pero los primeros le permiten recuperarse rápido.

La negociación municipal está concluyendo en la Alianza y en la Concertación. La derecha empieza con dos partidos, un candidato y unos samuráis. Los partidos sobrevivirán pase lo que pase, el candidato terminará en La Moneda o en su casa.

El destino de los samuráis es más dramático: si el candidato pierde, ya no tendrán señor al cual servir y los partidos no los reconocerán como propios. Entonces, el harakiri político será quizás una alternativa forzosa.