viernes, agosto 26, 2005

La auténtica transición: ya no somos los mismos

La auténtica transición: ya no somos los mismos


Habiendo elementos nuevos es lógico que aumente la sensación de inestabilidad. Cuando un líder aspira a dirigir un país, requiere acumular autoridad. Lo que se espera es mantener la cooperación entre el que sale y la que entra.



Mucho se ha hablado en estos días sobre el “fin de la transición” a raíz de las reformas constitucionales. La importancia de este último hecho es evidente, aunque sea discutible hablar de una transición que haya durado casi tanto como la dictadura. Nadie se demora tanto camino a la democracia.

No obstante, sobran señales de que hemos entrado en un auténtico interregno, aquel que se produce en el período entre el fin de un Gobierno y el comienzo del otro. Menos épico, es bastante más identificable en sus efectos.

Los comportamientos de los actores más relevantes cambian a ojos vista, aun cuando externamente las apariencias se conservan. Lo cierto es que se vive un período de desajuste, puesto que se experimenta una transferencia neta de poder desde los que se van a los que llegan. Y esto nunca ha sido un proceso fácil.

En ocasiones anteriores, este período pudo partir algo más atrasado, vivirse con menos intensidad o con incertidumbres menores, puesto que el grado de continuidad era comparativamente más amplio. Ahora no.

En este traspaso lo que ha cambiado en la capacidad de los líderes de afectar el comportamiento de los demás (¿qué otra cosa es el poder?) es que se está dando de un modo que resulta bien desacostumbrado para los principales protagonistas.

La intensidad de este fenómeno, que ya hemos visto en tres ocasiones anteriores, tiene que ver con la anticipada resignación opositora a un triunfo que parece inevitable; con el hecho de que el poder se esté trasladando a alguien que no reunía con antelación el consenso de las élites políticas; y con lo inédito de que todo converja en una mujer en cuya trayectoria el acercamiento a la política se da desde el compromiso militante y la calificación profesional, pero fuera del primer círculo de influencia.

Habiendo tantos elementos nuevos, es lógico que aumente la sensación de inestabilidad. Además, estos fenómenos han ocurrido justo después de un período de fuerte acostumbramiento al ejercicio largo de los cargos, por un grupo humano más bien estable aunque en posiciones móviles.

Visto lo anterior, cabe preguntarse quién se libra de estar en transición. Lo está la candidata que va camino a Presidenta; los partidos de gobierno que presienten que tal vez no puedan volver nunca más “a la rutina” previa; los partidos de oposición que reconcursan por el liderazgo alternativo de reemplazo; lo está la dirigencia de Gobierno; y lo están los mismos ciudadanos que se sienten cada vez más capaces de hacer sentir sus opiniones y necesidades. Hasta las amistades tienen que acomodarse al cambio.

Cercanía privada, distancia pública

Por supuesto, lo usual es que las grandes amistades se formen antes de la llegada de los personajes públicos al poder. En los cargos queda mucho menos posibilidades de establecer relaciones espontáneas y afectuosas.

Bien pocos pueden olvidar que están tratando con una autoridad y concentrarse en el ser humano que se tiene al frente. Por eso, los amigos y las amigas tienen tanta importancia. Son parte de su intimidad, y conservarla, aunque sea en parte, puede llegar a ser considerado un auténtico tesoro.

La generosidad de los amigos consiste en aceptar que están en presencia de alguien que está “creciendo” de manera inusual. No intentan mantenerla “en su sitio”, simplemente porque desarrolle facetas que les puedan resultar sorprendentes.

El común de los mortales somos todo el tiempo personajes privados. Nuestros amigos nos tratan de la misma manera en público y a solas. En un líder, se desarrolla una distancia mayor entre su intimidad y la actuación en el ejercicio de sus funciones. Para no producir estropicios, esta creciente diferenciación debe ser respetada por los cercanos.

Cuando un líder aspira a dirigir un país, requiere ir acumulando autoridad. Lo vimos en el caso de Aylwin, Frei o el mismo Lagos. Claro, tal vez nunca fueron comunes y corrientes, pero la mayor parte de sus vidas fueron tratados como si lo fueran. Sin embargo, desde la campaña y hasta el instante de asumir el mando sufrieron un proceso de trasmutación.

Si cada uno de nosotros hace memoria, se dará cuenta de que, a partir de un punto, les empezamos a encontrar algo especial hasta que, en sus mejores momentos, los más entusiastas les atribuían capacidades clarividentes. No por nada somos un país presidencialista.

Como sea, este proceso tiene que volver a repetirse. Parece mágico, pero no lo es: es un esfuerzo metódico. Porque el liderazgo se gana y se reconoce. Los presidentes no tienen mentores, hermanos mayores o gente que se toma confianzas públicas. No pueden tenerlos, porque entonces no ejercen su cargo. El respeto institucional de su rango es vital para la conformación de un jefe de Gobierno.

Y si hay una buena forma para entrar a La Moneda, también la hay para salir.

La facultad privativa


Cuando un Presidente llega al poder puede tomar decisiones conflictivas y esperar que los demás lo sigan, sea de su agrado o no. Es lo que corresponde. Puede hacerlo puesto que acaba de llegar y lo que hace repercute en su gestión. Lo que decide tiene efecto en su propia administración y por ello consigue la disciplina obligada del resto.

En todo caso, lo usual es que convenza antes de proceder por la vía de la imposición o la sorpresa. Además, siempre se parte sobre la base de que el Mandatario cuenta con más elementos de juicio y eso le permite ver más lejos.

Cuando un Presidente está de salida, sus atribuciones no cambian, pero los factores a considerar aumentan y pesan más las restricciones prácticas, por lo cual la autorregulación se impone por necesidad.

Ahora, el Presidente Lagos ha hecho uso de su capacidad de indultar. Nadie cuestiona que se trata de una facultad privativa y de que pueda hacerlo. No necesita más que su decisión personal y actuar en conciencia y consecuencia. Las consideraciones esgrimidas, con posterioridad a ser conocida la decisión, son de bien público e inobjetables.

Es en las consecuencias donde se presentan las dificultades. “Dejar las cosas en el pasado” no es algo que pueda hacer un hombre solo. Si su gesto divide hondamente a la propia base de apoyo, entonces no ha cumplido con uno de los objetivos que expresamente se estaba buscando. Por mucho que logre aceptación entre quienes sientan éste como un auténtico gesto de reconciliación.

¿Dónde está el problema? En que se puede adherir a la Concertación, apoyar al Gobierno, respaldar a Lagos, y, al mismo tiempo, estar convencido de que el camino a la reconciliación pasa por realizar toda la justicia posible. Para el crimen más horrible, ¿ocho años de cárcel es mucho? Sinceramente, no. Se puede entender más bien como lo mínimo.

No se pueden hacer, en este período, apuestas demasiado grandes, demasiado solo. Una cosa es la popularidad y otra el poder político. El respaldo precedido del convencimiento es importante. Más ahora. Si el Presidente Lagos interviene en período de campaña tiene que ser con la Concertación detrás o los resultados serán contraproducentes. No se trata de facultades sino de realidades.

Estamos en transición, ¡que duda cabe! En cuatro meses más habremos elegido Presidenta y en siete estará instalada en La Moneda. Lo que se espera es que se mantenga la cooperación mutua entre el que sale y la que entra, cada cual en su papel, pero sabiendo que estamos en tránsito.

viernes, agosto 19, 2005

Los salvavidas no alcanzan para todos

Los salvavidas no alcanzan para todos


La UDI resistió bien la falta de poder. Tenía preparación de asediado, comportamiento de secta. Pero nada de eso sirve en democracia. Llegó al poder en más comunas de aquellas por las que podía responder.


Víctor Maldonado



Del predominio a la supervivencia

Quizás en ninguna otra oportunidad la UDI había llegado a estar tan comprometida como ahora. A estas alturas lo que parece que se pone en riesgo no es exclusivamente el predominio como partido opositor, sino el inicio de su declive progresivo.

Lo más crítico del actual momento del gremialismo es la multiplicidad de candidaturas parlamentarias en puntos estratégicos y de líderes en riesgo inminente.

¿Puede mantener todas sus actuales posiciones? Muy difícilmente.

Al no poder salvarlo todo, tiene que jerarquizar la operación de salvataje. Algunos deberán rascarse con sus propias uñas, mientras otros tendrán una atención preferencial.

Pero un mando central como el gremialista, incluso en circunstancias más favorables, tendría dificultades para dirigir, al mismo tiempo, media docena de estrategias de defensa diferenciadas, además de una campaña presidencial y una dirección partidaria que parece querer pelearse con muchos.

Imagínese cómo será que el mando central está dividido. Simplemente no hay cómo le vaya bien al gremialismo.

En estas circunstancias, entre tanta incertidumbre y habiendo acumulado no pocos temores, es fácil caer en las respuestas simplistas ante la adversidad.

La más obvia, estereotipada por supuesto, es la agresión a todo el que parezca oponerse o sea identificado como obstáculo. Pero acentuar la agresividad no es algo que sirva, de forma simultánea, a los candidatos parlamentarios, a Joaquín Lavín y al partido. En realidad, nada puede ser.

Ahora le toca a Sebastián Piñera. Por supuesto que, desde el punto de vista del gremialismo, se trata de un personaje capaz de sacarlo de sus casillas, pero este comportamiento no puede salir gratis.

Lo malo de ceder a la tentación de intensificar los ataques al candidato presidencial de RN es que no beneficia en nada al partido de Jovino Novoa. Sus candidatos al Parlamento requieren vitalmente del apoyo de los socios para salir (mucho más que al revés), y tratarlos mal no es el mejor camino para lograr que cooperen.

El derrumbe sin ataque

Lo que se afirma constantemente en la UDI es que se trata de un partido que se agranda frente a los ataques y que, en esta oportunidad, sabrá responder ante la adversidad, como lo ha hecho desde el inicio de la transición hasta ahora.

Pero esto es precisamente lo que afirma los temores respecto de su futuro. En efecto, ¿quiénes son ahora los que están atacando a la UDI?

Por mucho que se mira alrededor, se puede comprobar que el gremialismo está sucumbiendo sin que nadie lo esté agrediendo o atacando. De vez en cuando, los demás devuelven una que otra embestida gremialista, pero sin interesarse demasiado y como por obligación. Ha entrado en crisis antes de que la contienda siquiera haya tenido tiempo de partir.

Todos los temas donde encontramos cuestionamientos en el gremialismo se refieren a debates o diferencias internas que están saliendo a la luz como nunca antes. Nuevamente, no hay quien los esté forzando a hablar. Es una especie de competencia compulsiva entre dirigentes por quien hace más confidencias.
Esto es otra de las cosas sobre las que hay que tomar nota. Es que, como nunca, los gremialistas se han vuelto locuaces.

Casi no hay secretos, porque casi todo se cuenta o, a lo menos, se insinúa. Los principales personeros toman posiciones en los medios de comunicación sobre las alternativas estrategias en debate y se preocupan de mostrar los defectos de los otros posibles caminos a disposición.

Y ahí está la diferencia respecto de cualquier situación anterior. Nunca antes las cartas del gremialismo habían quedado tan descubiertas. Con anterioridad, el debate interno podía ser todo lo fuerte que se quiera, pero había una preocupación especial para presentar un solo frente una vez que la decisión se tomaba.

En el intertanto, lo que reinaba era el silencio. No había debates para influir hacia el interior. ¿Para qué hablar por los medios cuando se es un grupo acotado, donde reinan las relaciones de confianza?

Aquí encontramos la médula del problema. Y es que se habla porque la confianza y la posibilidad de llegar a acuerdos se ha perdido. Tensionada sin llegar a acuerdos, nos encontramos con una nave al garete al que cualquier tormenta puede hacer zozobrar.

La UDI está recurriendo a ejemplos de conducta del pasado, pero no puede señalar equivalentes recientes que demuestren que este tipo de conductas de protección colectivas se esté repitiendo hoy.

El partido que fundó Jaime Guzmán ofrece la imagen de una estructura de cuadros, a mitad de camino de convertirse en un club de opinólogos.

No resistir el éxito

A la UDI, de leninista le queda la porfía, pero no la disciplina.

El gremialismo superó muchas crisis cuando tenía mentalidad de ciudadela sitiada. Eran un grupo reducido pero cohesionado, tenía pocos espacios y defendía muy bien lo que tenía.

Esta vez no están resistiendo la crisis. No se trata únicamente de un tropiezo, es un quiebre de identidad, una falla en la definición más profunda que realiza un actor político de lo que es y de lo que hace.

Hasta hace poco el gremialismo podía invitar a un joven a incorporarse a una cruzada. Claro, no iba a aprender mucho de tolerancia y disposición a entender a otros, pero se le ofrecía un camino exigente y una fuerte identidad grupal. Ahora, ¿qué puede ofrecer?

Los grupos mesiánicos y encapsulados se llegan a convencer de cosas increíbles. A los líderes, el tener vía directa con el más allá hace que se comporten de manera bastante excéntrica en el más acá. Ante todo, se les identifica por su convicción de ser predestinados. Sucede que la gente anda buscando líderes con capacidad portentosa, y justo él reúne las condiciones (con mucha modestia, por lo demás).

Un grupo chico y ensimismado se puede convencer de esto y mucho más. El problema, por supuesto, se tiene al aire libre. Hay un punto en que el ancho mundo se muestra más multifacético de lo que esperaban los fervorosos conversos.

Así que no hay problema en saber lo que acontecerá. Por ejemplo, si Pablo Longueira consigue sus cinco mil voluntarios, bajo la bandera de su carisma, ganará esta elección, y es más que un presidenciable: es un predestinado. Si no consigue la mitad de la mitad de seguidores entusiastas, entonces es Longueira “no más”.

Por supuesto, fotos tendremos. Lo que importan no son los que salen en la foto, sino los que salen a la calle. ¿Están estos cinco mil? Claro que están. ¿Dónde? En la misma parte donde están los miles de jóvenes que se tomarían los municipios conquistados por la UDI en el 2000: en la imaginación del convocante.

La UDI resistió bien la falta de poder. Al fin y al cabo, si no sirve para eso el cultivar el mesianismo, no se sabe para qué pueda servir. Lo que no resistió fue la recuperación del poder. El éxito inicial: Llegó, en su mejor momento, al poder en más comunas de aquellas por las que podía responder.

Lo que tenía era preparación de asediado, discurso de iluminado, comportamiento de secta. Pero nada de eso sirve en democracia para el ejercicio del poder en un ambiente abierto.

viernes, agosto 12, 2005

Dos derechas... y pueden ser más

Dos derechas... y pueden ser más


La derecha está obligada a negociar para salir de su actual estado de confusión. No es fácil. Hay más de una UDI y de un RN. El temor a la desintegración se hace tan patente que de puro confundidos pueden llegar a la cordura.



Cada partido es divisible por dos

Ya se sabe que la derecha está experimentando la campaña presidencial como un calvario. En los momentos decisivos, las apuestas clave fueron mal hechas, y esto sucedió con tanta anticipación que queda “vía crucis” para rato.

Pero luego que se inicia una caída en avalancha, no es cosa de frenar en seco, rectificar y cambiar de rumbo. Lo que queda es llegar al final del camino en las mejores condiciones posibles. Ojalá sin huesos rotos y con contusiones leves.

Sin embargo, la sustancial pérdida de atracción de ambas campañas presidenciales opositoras está teniendo efectos más profundos que los inicialmente previstos.

Ante todo, la derecha está corriendo el riesgo de la fragmentación. Por supuesto, cuando nadie encuentra respuestas convincentes para salir del atolladero en el que se metieron, sin que alguien los empujara, lo que empieza a predominar son los proyectos parciales y de alcance incierto.

De momento, hay dos derechas, pero nada asegura que la contabilidad no vaya en aumento.

Porque si ya la oposición no pudo preservar la Alianza, lo que se ve ahora es que tampoco es seguro que pueda preservar la unidad de propósitos al interior de cada partido.

En la UDI, el tironeo se da entre la directiva y las candidaturas parlamentarias, así, por ejemplo, entre Jovino Novoa y Pablo Longueira.

El vacío de liderazgo dejado por Lavín, aún antes de perder y de retirarse, genera la necesidad de reemplazo. De allí la motivación por perfilarse que demuestra Longueira. No puede ser menos en alguien que se ve a sí mismo como la esperanza de su partido y una cierta encarnación del bien en la Tierra. Perfilarse en este caso es autonomizar la estrategia propia de aquella definida por el partido. Y allí está el choque.

Como se recordará, el mejor momento de Longueira fue aquel en el que concordaron las iniciativas de modernización del Estado con el Presidente Ricardo Lagos. Reposicionarse en ese papel, o más bien, en la imagen pública de ese rol, es lo que más le conviene. Sobre todo cuando la lucha senatorial con Lily Pérez se vislumbra como estrecha.

Como sea, el gremialismo ya no actúa como un solo equipo y pareciera que estos tiempos duros han desgastado sus convicciones colectivas más acendradas.

En RN, la tensión se instala entre las necesidades del candidato presidencial y las del partido. Si Sebastián Piñera se preocupa sólo de él y sus amigos, la tensión interna irá en aumento. Y se trata de un partido que no resiste bien este tipo de problemas.

Resulta que los intereses del candidato no son idénticos a los de RN. Al partido le interesa tener más parlamentarios y acortar distancia con la UDI. Pero poner candidatos como Carmen Ibáñez por Santiago trabaja en la dirección contraria, aunque le sea funcional a Piñera.

¿Tú también De la Maza?

Los dos partidos se están dividiendo y las conducciones hegemónicas están brillando por su ausencia. Pero si alguien se encuentra en dificultades ése es Joaquín Lavín.

Cuando todo parece ir mal, todavía puede suceder que aparezcan los amigos para dejar las cosas todavía peor.

Lo que hizo el alcalde Francisco de la Maza, al desahuciar en público la candidatura de Lavín, aparece como una puñalada por la espalda. Sin duda lo es, pero aunque suene incomprensible para quienes no están inmersos en el desquiciado mundo de la derecha, no tiene auténtica mala intención detrás.

Sólo en la oposición puede suceder que alguien haga una declaración tan deplorable y que no se le ocurra sentirse culpable. A poco andar no pudo menos que desdecirse y en privado reconoce el error, pero da la sensación de que no se da cuenta a cabalidad del desatino cometido y de sus alcances.

Claro, el gesto no fue sutil ni fino. Pocas cosas en la derecha lo son en estos días. Con la delicadeza del que toca piano con guantes de boxeo, De la Maza da cuenta de un par de aspectos decisivos que quedan al descubierto: que no se dispone de un diagnóstico interno común en la derecha que permita actuar como conjunto en un sentido o en otro; y que la falta de resolución de la evidente crisis opositora está haciendo que todos pierdan la calma, la compostura y la disciplina.

El alcalde de Las Condes está convencido de que lo único que ha hecho es decir cosas obvias. En parte tiene razón (la tendría por completo, si dejamos de lado la preservación del más mínimo decoro).

En cualquier caso, De la Maza no es el problema. Es el síntoma más evidente de un problema de fondo.

Porque es completamente cierto que el tener dos candidatos convierte en nulas las posibilidades electorales de la derecha. De allí a deducir que, entonces hay que dedicarse a promover ideas y esperar otra oportunidad, hay un paso. Y, por supuesto, De la Maza dio éste y otros más.

Lo significativo no es el diagnóstico, sino sus obvias consecuencias.

En efecto, lo que se deduce del escenario son tres cosas: primero, que se estima que si hoy se está mal, mañana se estará peor; segundo, que proyectadas las tendencias, Lavín puede llegar rezagado tras Piñera; y, tercero, que “alguien” tiene que bajarse pidiendo compensaciones, y ese “alguien” no es Piñera.

¿Yo me bajo o tú te bajas?

De la Maza está tratando de dirimir disputas internas, mediante la presión pública que genera su “confesión”. ¿Por qué? Porque siente que están empantanados y que no se está en el camino correcto.

En otros lugares, con cultura de coalición, este tipo de comportamiento aparece como completamente suicida.

En la Concertación, se preferiría mil veces equivocarse todos juntos que tener razón “por pedacitos”. Nadie es lo suficientemente arrogante y vanidoso como para sacrificar al resto con el fin de demostrar lo acertado que se puede ser al analizar un escenario.

Pero la derecha no sabe nada de esto. Cuando los dirigentes y los amigos se van de lengua, es porque nadie controla, todo está permitido y no hay horizonte claro. La situación llega a ser intolerable.

Por lo mismo, la derecha está obligada a negociar para salir de su actual estado de confusión. Como hemos visto, no es fácil porque hay más de una UDI y más de un RN.

El temor a la desintegración se hace tan patente que de puro confundidos pueden llegar a la cordura. Hay una cierta constatación de que un mal acuerdo está siendo preferible a un conflicto que dirima por sometimiento.

Como nadie está con los nervios demasiado templados, ahora asistiremos a las conversaciones reservadas con más trascendidos de los que se tenga noticia. Su centro estará en lograr una plantilla parlamentaria de mutua conveniencia.

La situación de la derecha ha llegado a ser preocupante. Lo que tenía de sólido parece licuarse ante nuestros ojos. Una cosa es no competir bien y otra bien distinta es no sostenerse bien.

Esperamos que la oposición reaccione. La democracia requiere de actores políticos de envergadura. Tal como está, la derecha ni pesa ni contrapesa. Por lo mismo, está en deuda con el país e incluso con su pasado reciente.

viernes, agosto 05, 2005

La hora de los acuerdos: la derecha imita a la Concertación

La hora de los acuerdos: la derecha imita a la Concertación

La oposición no se puede retrasar semanas sino días a las señales de acuerdo de la Concertación. Así que las listas de nombres con sus candidatos va a ser cosa de horas. La oposición no va: la llevan.



Es un acuerdo, no es la felicidad

La plantilla parlamentaria de la Concertación no está cerrada aún. Sin embargo, en estos momentos se están sufriendo los avatares propios de la recta final. Es un período tenso, en el que se camina por despeñaderos pero, no obstante, los dirigentes y los candidatos se están volcando a los procesos internos de los partidos para dirimir cada situación particular.

En conjunto, la Concertación experimenta los procesos propios de atreverse a tomar decisiones, a sabiendas de que el número de afectados por las definiciones son muchos.

Nada parecido está aconteciendo en la derecha. Su desacuerdo presidencial se expresa también en abandonar la iniciativa en este campo. Si los acuerdos fueran fáciles, nadie los aplaudiría. Pero, cuando son en extremo complejos, hay que reconocer los méritos allí donde los hay. Podríamos decir que la Concertación ha establecido un acuerdo base, con el que se puede dar inicio al proceso interno de cierre de la definición de candidatos. No es el acuerdo todavía, pero es lo que permite alcanzarlo.

En los días que vienen, se sucederán los episodios tensos o sabrosos, dramáticos o de sainete, que llenarán los espacios informativos. No obstante, bajo la agitada superficie, se trata de ir afinando decisiones, y de impedir que sobrevengan retrocesos en toda la línea.

Se sabe de inmediato que un acuerdo inicial es aceptable cuando nadie queda contento y, sin embargo, cada cual siente que ha cumplido con su deber y protegido lo fundamental de sus posiciones.

Cada quien ha debido regresar a su partido sabiendo que la tarea de llegar al consenso alcanzado demandaría un esfuerzo titánico. Y que, aún así, no cabían posibilidades de echar pie atrás, ni había mejores caminos.

¿Qué es lo mejor del acuerdo electoral de la Concertación? Que ha mantenido la obligación de los partidos de competir, entregando a los ciudadanos la oportunidad de decidir entre alternativas reales. Esto ha acontecido en un número importante de casos, pero es más significativo en el emblemático ejemplo de la competencia entre Andrés Zaldívar y Guido Girardi.

¿Cuál es el mayor costo que se paga con el acuerdo? Que existen lugares donde la elección no se dará entre las figuras que mayor mérito tenían para hacerlo. Esto se ha hecho a nombre de los equilibrios mínimos que proteger entre los partidos, pero ha causado las justificables reacciones en los lugares afectados.

Lo mejor y lo peor de cada cual

Desde luego, son procesos asumidos por los partidos tal cual son, no tal cual debieran ser. Por esto, se están resolviendo los casos polémicos de a uno, más como se puede que como se debe.

Pero la obligación fundamental de las organizaciones partidarias es resolverlos. Para ello es indispensable emplear procedimientos internos conocidos y aceptados. Sabiendo que cada cual tendrá que renunciar a parte de lo que más desea, y que esto no es más que otra forma de llamar a un acuerdo con ese nombre.

En cualquier caso, se puede ver que los puntos álgidos están siendo cerrados, recurriendo a lo mejor y a lo peor de cada cual.

Lo mejor tiene que ver con las muestras de desprendimiento, como en el caso de Ricardo Lagos Weber. Lo peor son siempre los intentos de presión que sobrepasan lo aceptable.

Hay interés de personas e intereses de partidos, y su conciliación nunca calza por completo. Pero lo más importante es decidir a tiempo en vez de a que el término del lapso disponible acabe por obligar a un desenlace inevitable, en el filo de las posibilidades legales de inscribir candidatos.

Cada partido tiene todo el derecho a sacar los cálculos que quiera para mejorar posiciones. Pero otra cosa es llevar las consideraciones técnicas hasta la desconexión con su electorado. Hay un punto en que lo teóricamente mejor lleva a desastres prácticos.

Dos suman menos que uno

Aunque nadie está libre de tirar la primera piedra, el mejor ejemplo de caídas reiteradas en errores lo encontramos en la derecha, como consecuencia, por supuesto, de su división presidencial.

En este caso, la partición de un todo en dos fragmentos suma menos que uno. Porque lo que estaba en juego no era un cálculo matemático, sino una realidad humana y política. Algo que no fue valorado por la dirigencia opositora.

Este error de origen llevó a un racimo de equivocaciones. Pocas veces se ha visto a la derecha tan profundamente descontenta consigo misma. Las campañas de Joaquín Lavín y Sebastián Piñera se han refugiado en el cultivo de la técnica electoral, como un mecanismo para olvidar la pérdida de una estrategia viable.

Aunque los abanderados se esfuerzan por derrochar optimismo, su galería no se engaña y no tiene ánimos ni para guardar las apariencias. Sabe que los constantes cambios de lemas de campaña, las euforias frente a una encuesta y la depresión frente a la siguiente, las rogativas al dios Inti (o a la divinidad que toque en la región que sea) y otras linduras no son otra cosa que muestras de desconcierto.

La oposición no va: la llevan. Cuando la Concertación avanza y consolida posiciones, la derecha sabe que se le ha agotado el tiempo, y que es necesario que cumpla su parte. En esta ocasión acontece otro tanto. La oposición no se puede retrasar semanas sino días a las señales de acuerdo de la Concertación. Así que las listas de nombres con sus candidatos va a ser cosa de horas.

Esta será una constante en el futuro. Cuando el oficialismo de un paso, la derecha dará el otro como acto reflejo. ¡Por lo menos que se oriente por el ejemplo!

Tanto ha perdido la derecha los reflejos que no ocupa sus ventajas comparativas. Tiene que acordarse de que la oposición tiene muchas posibilidades de llegar a acuerdos en sus negociaciones: son menos y tienen menos. Pero igual no han conseguido adelantarse al oficialismo ni siquiera en eso.

Pero lo importante de constatar que en este aspecto y en los demás, va a la cola del oficialismo. Y así seguirá: mientras no pueda renovar su liderazgo, seguirá buscando lazarillo. Y ahí están las diferencias para quien quiera verlas.

Con una Concertación que no comenta fallos, y con una oposición en la que el gremialismo otorga “credibilidad” al Poder Judicial, únicamente en las ocasiones en que sus fallos coinciden con sus opiniones.

Con una Concertación que proclama a su candidata en un partido que no es el de ella y una oposición en la que un candidato pide primarias y el otro está esperando el orden en el que saldrán perdiendo. Con una Concertación a la que el electorado le eligió candidata y una oposición que simplemente no le ha podido hacer caso a sus electores. Ellos le piden un candidato y sus partidos les entregan dos. Con lo cual informan a todos que ni uno ni otro tienen posibilidades de salir electos. Lo saben, lo reconocen y lo dicen… sólo para luego seguir en la inercia que los lleva a una derrota conocida y merecida.