viernes, septiembre 26, 2008

Cuando la Concertación es más que la derecha

Cuando la Concertación es más que la derecha

Víctor Maldonado

El oficialismo está recibiendo la “invitación” a seguir a la derecha en una seguidilla de reyertas menudas, de alta agresividad y bajo contenido, centrada en el cuestionamiento a la autoridad y su capacidad de resolver problemas.


Que no se note quien gane

Al parecer no faltan los que están interesados en que el principal personaje del período de campaña municipal no sea ningún candidato, sino la existencia de conflictos. Ocurre que ya se sabe que la Concertación tiene más votos que la derecha y eso tiene muchos efectos que están siendo previstos para partidarios y adversarios.

En realidad, no es una mala estrategia para quienes saben que van a perder -en términos globales- intentar que lo que esté en la mente de los electores no sea quién gana, sino que se afiance una especie de inconformismo difuso. Se trata de que en vez de que el centro de la noticia esté en quién es mayoría y quién minoría, se hable de una serie de razones para estar descontento. Que sean muchas las materias que parecen estar fuera de quicio y que las dificultades y los problemas aparezcan asomándose en cada paso.

Como se podrá haber observado en esta semana, el tono beligerante de la derecha ha logrado escalar a mayores niveles de agresividad, algo que parecía difícil de lograr. No hay unanimidad en la oposición sobre si este es el mejor modo de proceder. Algunos no pueden dejar de prever que en la oposición no se gana por parejo extremando posiciones, sino que lo hacen aquellos que llevan la batuta.

Por el momento la idea del autocontrol no es muy cotizada entre los voceros opositores. Parece que el propósito de la estrategia no es ganar sino demoler. Por eso lo más seguro es que en las semanas que siguen se podrán en el tapete muchos temas pero siempre en ese típico tono de escándalo que ya es una marca registrada.

De modo que no es que el ministro Cortázar tenga que asegurar el financiamiento del Transantiago, sino que él "engañó" a la Presidenta con el préstamo del BID. No se trata de que opere la comisión investigadora de contratos de la Cámara de Diputados, sino que se busca que Bachelet declare "para no privarnos de una herramienta como es conocer la opinión de la Presidenta", tal como dice un diputado (por fortuna se terminó por desestimar esa iniciativa). No basta con que se documenten las conciliaciones bancarias del Mineduc, hay que buscar las peores intenciones a esa demora. Y así suma y sigue.

Gobernar es soportar

Se puede decir que el oficialismo está recibiendo la "invitación" a seguir a la derecha en una seguidilla de reyertas menudas, de alta agresividad y bajo contenido, centrada en el cuestionamiento a la autoridad y su capacidad de resolver problemas. No se ve por qué se deba aceptar verse arrastrado a debatir cómo, cuándo y dónde lo deciden sus detractores. Si el Gobierno pierde el norte de cumplir y mostrar el cumplimiento de su programa, podrá contestar mucho pero estará instalado en la cancha equivocada.

Para que el resultado electoral brille necesita no abandonar el tono propositivo, realizador y optimista que lo afirme al mando de la nación.

El contraste de lo descrito con la actuación de Bachelet es cada vez más notorio. Viene de convocar a los presidentes del subcontinente -en un caso de emergencia- con pleno éxito. Acaba de hablar en Naciones Unidas sobre los logros de Chile en materia social, atribuyéndolos a la contribución de todos los sectores, y a una constante muestra de responsabilidad colectiva.

Es un tipo de liderazgo que entiende que el poder se ejerce convocando en vez de denostando. Ojalá éste se convierta en un tono del Gobierno, no sólo de la gobernante.

A la larga, el afán destructivo atenta contra las propuestas positivas y termina por afectar a sus propios promotores.

Lo único seguro para el Gobierno es que los días que siguen serán muy agitados, dado el nivel de crítica pública al que se verá expuesto. Habrá momentos en que parecerá que "gobernar es soportar".

El Ejecutivo debe reaccionar a las críticas puntuales convirtiendo la respuesta en un asunto de atención preferente de los ministerios donde se radica la polémica. No hacerlo así únicamente podría producir un escalamiento del conflicto, centrándolo en el área política, precisamente lo que hay que evitar. El oficialismo no puede darse el lujo de colaborar a producir un efecto de contagio entre cada una de las varias críticas que reciba durante la temporada.

En particular, lo que demandará mayor dedicación y esfuerzo está en el tratamiento de los conflictos sociales. Por su dinámica, este tipo de conflictos también se ve potenciado en los días que corren. No constituye una novedad, porque es una costumbre nacional considerar que los gobiernos suelen ser más "receptivos" a las demandas cuando se aproxima una elección (Confusam, Sename, Gendarmería, Registro Civil y así). Al menos en el sector público, las movilizaciones empiezan a estar a la orden del día luego del paréntesis de Fiestas Patrias.

Algo distinto tiene que ver con las manifestaciones de protesta y presión que implican alteración del orden público. En este caso no caben dudas de que la permisividad es la última conducta que puede adoptar un Gobierno, porque tiene la obligación de garantizar la normalidad, más aún al momento en que los ciudadanos sufraguen.

¿Conversemos de lo mal que les va a los demás?

En lo que de ninguna manera se puede caer es perder de vista la campaña municipal y sus consecuencias políticas. Es un hecho que entre los escenarios más probables para la oposición esté el de una derrota ante la Concertación, tanto en votos como en número de autoridades electas.

Para la oposición, estos resultados costará explicarlos, pero más costará desvincularlos por completo de la carrera presidencial que queda a las puertas.

Es posible que en la derecha a lo que más se tema sea a quedar en esa extraña condición de tener una buena cantidad de votos, pero nunca los suficientes como para tener la certeza de que se va a ganar. Después de las municipales, el optimismo puede ser reemplazado por la duda.

Antes de quedar atrapados en este embrollo, siempre será preferible hablar mal de otros a que no se hable lo suficientemente bien de nosotros mismos. Al menos, no faltará quien plantee desde ya la situación en estos términos.

De otro modo no se explica por qué los dirigentes de la oposición estén dedicándose de preferencia a hostigar al Gobierno en vez de centrar su esfuerzo comunicacional en destacar la competencia municipal.

No deberíamos extrañarnos si llegamos a comprobar en su momento que la Alianza invertirá la mayor parte de su esfuerzo en explicar por qué es que el triunfo de la Concertación no es tal, sino sólo una apariencia. Si ella no ha llegado a acuerdo con nadie es porque está aislada. Si algún candidato se baja a su favor, es porque ha vendido su alma. Si gana por poco es que los otros estuvieron a punto de ganar. Si a nivel nacional la Concertación tiene más votos, es que "se ha estrechado la distancia".

La argumentación se adapta según las circunstancias, pero no evita que quede claro que parte importante de la iniciativa política habrá retornado a la Concertación. Claro que, de allí en adelante, cómo se aproveche esta oportunidad será parte de otra historia.

Pero lo cierto es que, a partir de octubre, los dos grandes conglomerados políticos se saben mutuamente en capacidad de competir; se concentran en la contienda parlamentaria y presidencial; y ambos tienen la certeza de que tendrán que innovar -respecto de cualquiera de las elecciones anteriores- para poder ganar.

viernes, septiembre 19, 2008

Cuando el mundo es ancho y ajeno

Cuando el mundo es ancho y ajeno

Víctor Maldonado

Alguien tiene que decirle a la derecha que no todo es plata en la vida. Que existen cosas más importantes que establecer el chantaje como forma de proceder. En estas circunstancias no se sabe si es peor el ridículo o lo intrascendente.


El despropósito

La derecha ha dejado en estos días muchas interrogantes acumuladas y sin despejar.

Su candidato presidencial se vio vinculado a la entrega de información (profusamente difundida) y enfrentó la reunión extraordinaria de Unasur en La Moneda con una miopía poco usual. Vale la pena detenerse en ambos casos.

¿De cuándo acá a la información de inteligencia de un país se puede convertir en moneda de cambio de favores políticos? Cuando eso ocurre, ¿no se trata acaso de anteponer los intereses personales y de un sector a los intereses de la nación?

La información de inteligencia siempre es información reservada. Quien la hace pública sabe que está cometiendo una falta. Si lo hace por conseguir un provecho político, entonces la falta es mucho mayor.

Los involucrados quisieran que todos los demás se hicieran parte de su falta, que temas como estos se traten de ahora en adelante por los periódicos.

Pero el caso es que aquí ha habido personas que han servido de recaderos de "fuentes bien informadas" de otro país ante su propio Gobierno. Bien pudieron solicitar en casa una versión de nuestros organismos equivalentes antes de adoptar un punto de vista ajeno.

Todo esto daba para muchas reuniones y aclaraciones, pero para ningún trascendido. El gusto por figurar ha de tener un límite.

En este caso, las consideraciones de lealtad no han estado presentes en su justa medida. Quienes se hicieron parte de esta operación sabían perfectamente que de lo que se trataba era de presionar al Gobierno de Chile. Actuaron más por aproximación ideológica que por criterios de nacionalidad.

Todo esto puede ser entendible cuando se trata de particulares sin mayor formación política. Pero cuando los que realizan esta operación aspiran a la Presidencia entonces estamos en graves dificultades. De más está decir que el tratamiento hacia Chile de parte de alguna estructura gubernamental de un país amigo resulta completamente inusual.

Pero hay que agregar, enseguida, que nada hubiera sido posible sin la participación de chilenos colaborando con los elementos de presión que vienen del exterior.

Una candidatura presidencial tiene todo el derecho de realizar giras internacionales buscando establecer una figura de "estadista" para su abanderado. Pero abrir canales diplomáticos o de inteligencia paralelos al oficial es algo completamente diferente.

El tropiezo con la misma piedra

Ninguna nación se puede ver beneficiada por el empleo de canales alternativos, que pueden ser usados a gusto o interés de la contraparte. El riesgo es mucho y la distorsión es grave. En esta manera de proceder queda patente la mucha inexperiencia de la derecha, o de quienes la representan hoy en esta área.

Los errores ajenos no hay que imitarlos ni profundizarlos. Lo que nuestro país haga o deje de hacer con la información que entregan de otros gobiernos no ha de ser materia que se ventile en los diarios, tal como si se tratara de un resultado deportivo del último domingo.

Por ahora, cómo hay que proceder en adelante no ofrece misterio alguno: los canales diplomáticos han de ocuparse para normalizar la situación con Colombia; y, en política interna, los involucrados deberán tomar nota de la torpeza cometida con el ánimo de no reincidir.

Piñera ha tratado de desviar la atención, diciendo con displicencia que "lo importante no es el origen de la información" publicitada. Pero sí lo es. O, al menos, es un aspecto relevante que no se puede soslayar. Como en tantas ocasiones el problema está en el origen y, también, en el uso insensato de la versión recibida. Simplemente se están metiendo temas grandes en marcos estrechos de análisis.

Se está tratando de sacar provecho personal e inmediato de este episodio y eso no puede ser una buena guía en un tema trascendente. En definitiva, hay gente que no quiere perder sus malas costumbres y que ve lo que viene como una oportunidad más de hacer negocios.

Si uno se cree el discurso de derecha, es partidario de creer que la alternancia en el poder (léase, de lo bueno que sería entregarle el poder a la oposición) y estima que eso es una garantía de mejoramiento de la calidad de la política que practicamos, habrá salido del error por la reacción aliancista en el caso del encuentro extraordinario de Unasur en La Moneda.

Mientras la Presidenta Bachelet mostraba una capacidad de convocatoria continental fuera de lo común, lograba acuerdos unánimes, los presidentes del subcontinente se unían en un propósito altruista y la diplomacia de América Latina trabajaba intensamente por promover la paz de Bolivia, la derecha apuntaba a cualquier lado.

Donde otros veían a la OEA, la derecha veía a Insulza y la posibilidad de perjudicarlo. Donde otros veían la posibilidad de reunirse con rapidez y eficiencia para ir en ayuda de Bolivia, la derecha veía la posibilidad de votar en contra de la partida de Unasur en nuestra ley de presupuesto.

Donde otros veían la posibilidad de hacer pesar en el continente los liderazgos moderados (que fue lo que ocurrió), la oposición chilena sólo veía a Chávez. Todo mal. Todo a contracorriente. Todo desmarcado de los intereses permanentes de Chile. Llega a ser molesta la completa subordinación de la vocería opositora a la contingencia de alcance más corto, cuando lo que requería era lo contrario.

Lo peor, visto del estrecho punto de vista que está campeando en el terreno opositor, es que sus dirigentes hablaron más que nunca, y nadie los tomó en cuenta, concentrados -como estaban- en la escena principal.

Cuando se nota la diferencia

Uno se pregunta qué iniciativa hubiera tomado la Alianza de estar en La Moneda en una crisis como la que hoy presenciamos.

La verdad es que posiblemente ninguna. Primero, porque dada la composición de los presidentes del continente nunca hubiera tenido la presidencia de Unasur. Segundo, porque el temor por lo que haga o deje de hacer Chávez la paraliza. Tercero, porque hay que hacer alianzas sobre temas más trascendentes que la filtración de informes de inteligencia, manejados de manera poco inteligente.

Por último, ¿se imagina usted a un Presidente de derecha, al término de una cumbre, mostrando a los mandatarios latinoamericanos el despacho de Allende en La Moneda?

En otras palabras, Chile habría ido a remolque de los acontecimientos y no hubiera sido -como acabamos de ver- determinante en la búsqueda de una difícil pero indispensable salida para Bolivia. También es preocupante la advertencia opositora de rechazar los recursos a Unasur en el Senado si ocurre que se llegara a intervenir en los temas internos de Bolivia y relevara la posición de Chávez en el continente.

De nuevo nos encontramos ante el peor de los caminos. Uno no puede ponerse en el peor escenario siempre y como por convicción y doctrina. Nada puede ser tan malo por anticipado. Como diría Lennon, "démosle una oportunidad a la paz", aunque sea para variar.

Uno no puede poner el grito en el cielo por la intervención en asuntos internos del país altiplánico, cuando el Presidente de ese país agradece la forma y oportunidad con que se apoyó su esfuerzo por asegurar el diálogo con los sectores opositores en conflicto.

Está claro que la forma de enfrentar a Chávez no es siguiéndolo en su verborrea sino estableciendo una agenda común, moderada y temperada. Tal como lo hicieron los presidentes presentes, actuando como cuerpo y por amplia mayoría.

Alguien tiene que decirle a la derecha que no todo es plata en la vida. Que existen cosas más importantes que establecer el chantaje como forma de proceder. Cuando vienen del continente a Chile, lo único que pueden decir es cómo piensan negar recursos en el Congreso si no se hace lo que ellos quieren. En estas circunstancias no se sabe si es peor el ridículo o lo intrascendente.

viernes, septiembre 12, 2008

El peor comportamiento en el mejor momento

El peor comportamiento en el mejor momento

Víctor Maldonado

El “sin perdón ni olvido” de la derecha

Tal vez las crónicas futuras que describen lo que pasa hoy nos digan que en este momento decisivo, la derecha no se pudo detener a tiempo.

Es un hecho que la oposición está haciendo todo lo que puede para mantener su opción presidencial, en el convencimiento de que puede ganar el próximo año. El optimismo se basa en las encuestas y en los problemas que enfrenta la coalición en el poder.

Pero lo que está haciendo para conseguir este objetivo no muestra para nada a una coalición capaz de conducir al país, mirando más allá de sus intereses inmediatos y de sus emociones.

Lo que tienen al frente, no lo está tomando como una oportunidad sino como una revancha. Estamos ante un “sin perdón ni olvido” en clave de derecha.

La demostración más evidente de ello se tiene con ocasión del tratamiento dado al tema del Transantiago. Los líderes más influyentes de la derecha en el parlamento han tratado este tema como el de un limón hay que hay que exprimir hasta la última gota.

Casi con certeza parten de la verificación de que un traspié en el transporte público perjudica a todos los sectores políticos, pero en particular al oficialismo. Posiblemente tengan razón, porque el gobierno ocupa el lugar en el que se deben encontrar soluciones más que dar explicaciones de por qué las cosas no resultan.

Es un dato conocido que este comportamiento no tiene mayor impacto en el prestigio de quienes practican la política así entendida, porque tal prestigio ya se encuentra en un nivel tan bajo que resulta difícil que pueda empeorar mucho más.

En otras palabras, quienes llevan la voz cantante en la oposición, creen proceder con cierta impunidad.

Lo que está aplicando la derecha es una estrategia de desgaste profundo “sin medida ni clemencia” como dice la canción.

Y aquí es donde la derecha muestra sus mayores falencias como sector político. Es como si quisiera dejar en evidencia que, para no pocos de ellos, las “cualidades” que exhibieron durante la dictadura no han desaparecido sino que sólo han contenidas y agazapadas por la pérdida del poder que experimentaron hace ya tanto tiempo.

Este modo de actuar toma la apariencia de un comportamiento político explicable actuales circunstancias pero, a poco que se piense, está claro que está yendo mucho más allá de lo razonable.

Ganar con la ayuda del otro

A la derecha le falla la visión de largo plazo y la destreza táctica. No logra dominar los movimientos de sus propios dirigentes, al menos no en la dirección que les permitiría obtener una ventaja significativa respecto de sus adversarios.

Si la oposición estuviera plenamente convencida de su triunfo presidencial futuro, y quisiera hacer lo necesario para que esta posibilidad de concretara, entonces se estaría comportando no era completamente diferente que vemos día a día.

En primer lugar apostaría a la moderación, en seguida a los grandes acuerdos y, finalmente, a poner el acento en la propia capacidad de dar gobernabilidad. Esto es algo que la Alianza no ha hecho nunca, mientras que la Concertación lo ha hecho siempre.

La confianza opositora no se sustenta en sus propias capacidades sino en los costos que debe pagar la Concertación por sus errores, en particular por el Transantiago.

Es, en el fondo, esperar que el poder les llegue más por fatalidad que por merecimiento. Pero el que deja medio trabajo en manos de otro, tiene ya media decepción asegurada y en curso, porque así como se comenten errores se tienen aciertos y los escenarios cambian. Pero la derecha es reincidente en sus errores, de otro modo no estaríamos a 50 años de la última vez que ganaron una elección presidencial y, además, sin conseguir la mayoría absoluta que hoy se necesita.

Nuestra historia muestra que no se puede depender de lo que hagan o dejen de hacer los demás para ganar la presidencia. Por eso, en el escenario chileno, los meritos radican, como ya dijimos, en optar por la moderación, generar acuerdos y dar garantías de gobernabilidad.

La razón para cada uno de estos aspectos es muy sencilla de entender. Quien está por ganar requiere de un escenario estable, tranquilo y equilibrado. Se trata de que, en lo sustantivo, para que “todo siga igual”. Porque si nada cambia, en lugar de destino es conocido. Pero si lo que predomina es la polarización, al final todos reconocen filas y hasta que estaban dudosos adoptan actitudes resueltas. Por eso es tan miope lo que la Alianza está haciendo en el caso del Transantiago.

En democracia, mientras más fuerte se es menos se necesita demostrarlo. Eso fue lo que le permitió a la Concertación obtener el triunfo del No, hace ya 20 años, y fue la moderación la que convirtió un triunfo electoral en un triunfo político. La centro izquierda no cayó en la soberbia y puso todo al servicio de recuperar democracia y la conducción del país. No estaba escrito que tuviera que ganar sino que mereció ganar.

Pero está claro que desde ese momento y hasta ahora, la Concertación ha demostrado muchísima mayor capacidad política de sus adversarios. A la concertación nadie le regaló el poder. Y no ha mantenido la conducción del país porque la derecha así lo haya querido. Simplemente la ha superado haciendo una mejor política, la más adecuada a los tiempos que le ha tocado gobernar.

Más cegatona que astuta

Enseguida habría que fugarse por los grandes acuerdos. Si la derecha creyera que el próximo gobierno le pertenece, entonces trataría de que los grandes problemas no fueran recibidos como una pesada herencia, difícil de sobrellevar. Trataría de alcanzar el máximo de acuerdos ahora para partir bien y seguir bien.

Pero lo que vemos es a la derecha buscando grandes confrontaciones, hablando de los acuerdos necesarios, pero poniendo todo tipo de trabas a una implementación rápida de los mismos. Sólo una perspectiva muy mediocre hace que el Transantiago se ha visto como algo bueno de mantener a medio vivir saltando. Parece hábil, pero es contraproducente. Cree ser astuta cuando sólo es cegatona.

La derecha quiere llegar al gobierno actuando como oposición. Quiere el escenario sin tener que cambiar ella misma. Quiere que le vaya bien cortándose igual de mal que de costumbre. Ese es un grave error. Muestra tal tozudez a cada paso que, finalmente, hará que la Concertación recupere por completo la conciencia de lo que significa la derecha con poder y no sólo con micrófono.

Puede que el país esté preparado para la alternancia, pero no está para nada claro que la derecha esté igualmente preparada para ejercer el poder. Porque en el centro del mando de la nación está el garantizar la gobernabilidad del país, y eso implica mucho más que confrontar a los adversarios sin regulación y sin matices.

La Alianza terminará concurriendo a los acuerdos, pero lo hará habiendo hecho todo lo posible por demorarlos.

Un actor político puede ser evaluado fácilmente con sólo mirar si consigue actuar en concordancia con sus intereses más vitales. Está claro que la derecha está realizando su peor despliegue en su mejor momento.

Está siendo llevada, o más bien arrastrada, hacia una polarización insensata y excesiva. Los liderazgos que están marcando este momento envuelven su actuación en un halo de pragmatismo político, y de utilización de los puntos débiles del adversario, pero en realidad, no se explica si no es por una gran carga emocional negativa que contamina todas sus actuaciones.

En todo caso, pronto saldremos de dudas respecto de la capacidad política de ambos conglomerados en competencia. Ese momento será luego que se conozcan los resultados municipales. Entonces sabremos quién es capaz de sacar las mejores lecciones de los resultados y actuar en consecuencia. Tal vez la derecha se encuentre con sorpresas.

viernes, septiembre 05, 2008

Jugar limpio

Jugar limpio

Víctor Maldonado

Estrictamente hablando, lo que corresponde es que los candidatos actuales reconozcan su adhesión o rechazo al Gobierno y viceversa. Nada más, pero tampoco nada menos. En política se ha de ser coherente.


Los ciudadanos deciden

Estamos en un período electoral y eso impone obligaciones especiales a todos los actores del proceso político. Sólo que no está claro para todos por igual cuáles son esas obligaciones.

La oposición parece considerar que el período de campaña es una etapa en la cual el Gobierno debe privarse de hacer cualquier cosa que tenga impacto público. Para ella, el listado de negaciones es amplísimo: no debe realizar inauguraciones, no debe hablar bien de su propio trabajo, no ha de entrar en polémicas públicas cuando es atacado, no debe coincidir en el terreno con los candidatos del oficialismo, no puede mostrar sus obras, etc.

En cambio, las obligaciones que la derecha se asigna a sí misma en el mismo período casi no existen. De hecho, pareciera ser que le está permitido todo aquello que niega al Gobierno. Puede atacar, acusar, denostar, estar en terreno, sus líderes pueden pasearse con sus candidatos como, cuando y donde quieran.

En otras palabras, el ideal de la oposición es que éste se convierta en un período de competencia desigual, a su entera satisfacción y contando con todas las ventajas posibles.

En el caso que los destinatarios de estas instrucciones consideren esta situación un tanto injusta, entonces lo único que conseguirían es confirmar todas las sospechas que alimenta la derecha.

Dicho de otra forma, si no actúa a plena satisfacción de sus detractores, el oficialismo caería en ese horripilante pecado llamado "intervención electoral".

Sin embargo, algo le dice a nuestro sentido común que las cosas no pueden ser de un modo tan abiertamente desequilibrado. Y lo que ocurre es que las cosas se pueden mirar desde otra perspectiva, sin por ello romper las normas básicas de nuestra convivencia política. Al contrario.

La idea básica es bastante simple: el período electoral es una oportunidad privilegiada para que todos practiquemos la democracia. Y practicar la democracia, antes que todo, es tener confianza en la capacidad de los ciudadanos de discernir y tomar decisiones correctas según su propio criterio.

Juego limpio en cada comuna

Candidatos, comandos y partidos ponen personas a disposición, entregan argumentos que les parecen válidos y realizan acciones que buscan atraer voluntad. Pero quienes deciden son los ciudadanos.

En otras palabras, practicar la democracia es jugar limpio. Pero las reglas del juego limpio han de poder aplicarse a todos, sin excepción, para que tengan algún sentido, y para que faciliten las decisiones ciudadanas, sin incurrir en presiones indebidas.

Lo que necesitan los ciudadanos para escoger según como les parezca en la ocasión que se avecina es que cada cual se presenta a esta elección local como la persona que es, con la posición política que representa, dando a conocer el tipo de comuna que considera mejor, señalando los énfasis que quiere imprimirle a una gestión puesta al servicio de los vecinos.

Todo esto sin distorsiones, sin falsedades, sin atribuirse el trabajo de los demás, sin desequilibrios flagrantes en los recursos utilizados en la campaña y usando sólo medios legítimos para buscar ganar una elección.

En otras palabras, la principal responsabilidad en una campaña la tienen los candidatos respectivos y sus comandos. Del trabajo de ellos depende que el contacto y el diálogo con sus posibles adherentes resulten ser más convincentes, más adecuados y más movilizadores que el de sus contrincantes. Eso es jugar limpio.

En este caso, el juego sucio consiste en denigrar al adversario, hacer uso del matonaje y de la agresión contra los contendores, destruir los medios por los cuales los otros promueven sus postulaciones, aceptar o pedir apoyos ilegales o ilícitos para obtener ventajas incontrarrestables en presencia pública.

Dicho de otra forma: la democracia se fortalece cuando los candidatos que se presentan pueden ganar o perder, dependiendo centralmente de la adhesión ciudadana que consigan en buena lid, superando a adversarios que actúan de manera similar.

El juego limpio requiere que todos los equipos que están en la cancha se comporten como se debe.

Cuando esto se logra, se puede decir que los electores han sido respetados en sus derechos y en su misión más propia. Pero, entonces, ¿cuál es el papel que ha de jugar el Gobierno y el conglomerado de oposición en esta campaña?

Jugar con honestidad

Ante todo, el papel central del Ejecutivo es mantenerse gobernado al cien por ciento, sin excederse ni ausentarse. Del primero al último día un Gobierno debe estar a completa disposición de lo ciudadanos, haciendo obras, implementando programas, mostrando lo que hace y demostrando que lo hace bien, explicando el sentido con el cual trabaja, y buscando apoyo para sus principales iniciativas.

Durante un período de campaña electoral se deben tomar todas las precauciones para evitar malas interpretaciones y caer en la confusión de roles. Pero, en lo sustantivo, las obligaciones de cualquier Gobierno democrático son las mismas, existan o no elecciones.

La gestión democrática del Estado no conoce vacaciones ni paréntesis. No se trata de que el Gobierno esté en campaña electoral sino de que cumpla con sus funciones propias.

En paralelo, con la oposición acontece algo similar. Ella tiene derecho a fiscalizar, a criticar y hacer valer su punto de vista. Puede y debe marcar las diferencias que la separan de quienes ejercen el poder en el momento.

Por supuesto, los dirigentes de los partidos pueden respaldar a sus candidatos locales y es justo que den a conocer sus opiniones del modo más persuasivo que les sea posible.

Si la oposición cumple con su tarea verdaderamente bien, entonces no se debiera contentar sólo con criticar. También sabría apoyar iniciativas de interés nacional y promover acuerdo cuando corresponda. Pero esta sabia combinación, ya se sabe, es difícil de lograr.

De manera bien real, Gobierno y oposición -cada uno en lo suyo- concurren a formar opinión pública. Ofrecen un modo de entender los acontecimientos nacionales y entregan cursos de acción alternativos que están siempre disponibles para formar el juicio ciudadano.

En el caso de la elección municipal, el vínculo entre los candidatos con sus partidos y coaliciones es sólo una parte de lo que toman en cuenta los votantes al momento de decidir sus preferencias. Pero, sin duda, es parte de la realidad política, y cada cual sabe que una elección tiene más de un significado. Por eso este aspecto es un tema que se ha presentado en cada campaña desde la recuperación de la democracia.

Jugar limpio es jugar con honestidad. Mostrar lo que se es y con quién cada cual se identifica. Cuánto vale o pesa la adscripción política de un postulante es algo que decide el que vota. Pero el que va a decidir debe poder contar con información abierta y transparente.

Estrictamente hablando, lo que corresponde es que los candidatos actuales reconozcan su adhesión o rechazo al Gobierno y viceversa. Nada más, pero tampoco nada menos.

En política se ha de ser coherente. Si uno de verdad cree que la Concertación es un desastre, que lleva al país por mal camino y que la mayoría no ve la hora de cambiar de coalición en el poder, entonces no tendría de qué preocuparse. Debería alegrarse cuando los candidatos oficialistas se identifican con el conglomerado de centroizquierda. Estarían nada menos que perjudicándose a sí mismos.

Pero si Michelle Bachelet sale en una foto con uno o recibe a otro, y se pone el grito en el cielo porque con ello lo que se consigue es que quien se acerca a la Presidenta "repunte en las encuestas", ¿en qué quedamos?

En verdad, lo que necesita la democracia es un juego limpio por parte de todos. Y eso implica honestidad, transparencia y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No es pedir demasiado.