viernes, septiembre 12, 2008

El peor comportamiento en el mejor momento

El peor comportamiento en el mejor momento

Víctor Maldonado

El “sin perdón ni olvido” de la derecha

Tal vez las crónicas futuras que describen lo que pasa hoy nos digan que en este momento decisivo, la derecha no se pudo detener a tiempo.

Es un hecho que la oposición está haciendo todo lo que puede para mantener su opción presidencial, en el convencimiento de que puede ganar el próximo año. El optimismo se basa en las encuestas y en los problemas que enfrenta la coalición en el poder.

Pero lo que está haciendo para conseguir este objetivo no muestra para nada a una coalición capaz de conducir al país, mirando más allá de sus intereses inmediatos y de sus emociones.

Lo que tienen al frente, no lo está tomando como una oportunidad sino como una revancha. Estamos ante un “sin perdón ni olvido” en clave de derecha.

La demostración más evidente de ello se tiene con ocasión del tratamiento dado al tema del Transantiago. Los líderes más influyentes de la derecha en el parlamento han tratado este tema como el de un limón hay que hay que exprimir hasta la última gota.

Casi con certeza parten de la verificación de que un traspié en el transporte público perjudica a todos los sectores políticos, pero en particular al oficialismo. Posiblemente tengan razón, porque el gobierno ocupa el lugar en el que se deben encontrar soluciones más que dar explicaciones de por qué las cosas no resultan.

Es un dato conocido que este comportamiento no tiene mayor impacto en el prestigio de quienes practican la política así entendida, porque tal prestigio ya se encuentra en un nivel tan bajo que resulta difícil que pueda empeorar mucho más.

En otras palabras, quienes llevan la voz cantante en la oposición, creen proceder con cierta impunidad.

Lo que está aplicando la derecha es una estrategia de desgaste profundo “sin medida ni clemencia” como dice la canción.

Y aquí es donde la derecha muestra sus mayores falencias como sector político. Es como si quisiera dejar en evidencia que, para no pocos de ellos, las “cualidades” que exhibieron durante la dictadura no han desaparecido sino que sólo han contenidas y agazapadas por la pérdida del poder que experimentaron hace ya tanto tiempo.

Este modo de actuar toma la apariencia de un comportamiento político explicable actuales circunstancias pero, a poco que se piense, está claro que está yendo mucho más allá de lo razonable.

Ganar con la ayuda del otro

A la derecha le falla la visión de largo plazo y la destreza táctica. No logra dominar los movimientos de sus propios dirigentes, al menos no en la dirección que les permitiría obtener una ventaja significativa respecto de sus adversarios.

Si la oposición estuviera plenamente convencida de su triunfo presidencial futuro, y quisiera hacer lo necesario para que esta posibilidad de concretara, entonces se estaría comportando no era completamente diferente que vemos día a día.

En primer lugar apostaría a la moderación, en seguida a los grandes acuerdos y, finalmente, a poner el acento en la propia capacidad de dar gobernabilidad. Esto es algo que la Alianza no ha hecho nunca, mientras que la Concertación lo ha hecho siempre.

La confianza opositora no se sustenta en sus propias capacidades sino en los costos que debe pagar la Concertación por sus errores, en particular por el Transantiago.

Es, en el fondo, esperar que el poder les llegue más por fatalidad que por merecimiento. Pero el que deja medio trabajo en manos de otro, tiene ya media decepción asegurada y en curso, porque así como se comenten errores se tienen aciertos y los escenarios cambian. Pero la derecha es reincidente en sus errores, de otro modo no estaríamos a 50 años de la última vez que ganaron una elección presidencial y, además, sin conseguir la mayoría absoluta que hoy se necesita.

Nuestra historia muestra que no se puede depender de lo que hagan o dejen de hacer los demás para ganar la presidencia. Por eso, en el escenario chileno, los meritos radican, como ya dijimos, en optar por la moderación, generar acuerdos y dar garantías de gobernabilidad.

La razón para cada uno de estos aspectos es muy sencilla de entender. Quien está por ganar requiere de un escenario estable, tranquilo y equilibrado. Se trata de que, en lo sustantivo, para que “todo siga igual”. Porque si nada cambia, en lugar de destino es conocido. Pero si lo que predomina es la polarización, al final todos reconocen filas y hasta que estaban dudosos adoptan actitudes resueltas. Por eso es tan miope lo que la Alianza está haciendo en el caso del Transantiago.

En democracia, mientras más fuerte se es menos se necesita demostrarlo. Eso fue lo que le permitió a la Concertación obtener el triunfo del No, hace ya 20 años, y fue la moderación la que convirtió un triunfo electoral en un triunfo político. La centro izquierda no cayó en la soberbia y puso todo al servicio de recuperar democracia y la conducción del país. No estaba escrito que tuviera que ganar sino que mereció ganar.

Pero está claro que desde ese momento y hasta ahora, la Concertación ha demostrado muchísima mayor capacidad política de sus adversarios. A la concertación nadie le regaló el poder. Y no ha mantenido la conducción del país porque la derecha así lo haya querido. Simplemente la ha superado haciendo una mejor política, la más adecuada a los tiempos que le ha tocado gobernar.

Más cegatona que astuta

Enseguida habría que fugarse por los grandes acuerdos. Si la derecha creyera que el próximo gobierno le pertenece, entonces trataría de que los grandes problemas no fueran recibidos como una pesada herencia, difícil de sobrellevar. Trataría de alcanzar el máximo de acuerdos ahora para partir bien y seguir bien.

Pero lo que vemos es a la derecha buscando grandes confrontaciones, hablando de los acuerdos necesarios, pero poniendo todo tipo de trabas a una implementación rápida de los mismos. Sólo una perspectiva muy mediocre hace que el Transantiago se ha visto como algo bueno de mantener a medio vivir saltando. Parece hábil, pero es contraproducente. Cree ser astuta cuando sólo es cegatona.

La derecha quiere llegar al gobierno actuando como oposición. Quiere el escenario sin tener que cambiar ella misma. Quiere que le vaya bien cortándose igual de mal que de costumbre. Ese es un grave error. Muestra tal tozudez a cada paso que, finalmente, hará que la Concertación recupere por completo la conciencia de lo que significa la derecha con poder y no sólo con micrófono.

Puede que el país esté preparado para la alternancia, pero no está para nada claro que la derecha esté igualmente preparada para ejercer el poder. Porque en el centro del mando de la nación está el garantizar la gobernabilidad del país, y eso implica mucho más que confrontar a los adversarios sin regulación y sin matices.

La Alianza terminará concurriendo a los acuerdos, pero lo hará habiendo hecho todo lo posible por demorarlos.

Un actor político puede ser evaluado fácilmente con sólo mirar si consigue actuar en concordancia con sus intereses más vitales. Está claro que la derecha está realizando su peor despliegue en su mejor momento.

Está siendo llevada, o más bien arrastrada, hacia una polarización insensata y excesiva. Los liderazgos que están marcando este momento envuelven su actuación en un halo de pragmatismo político, y de utilización de los puntos débiles del adversario, pero en realidad, no se explica si no es por una gran carga emocional negativa que contamina todas sus actuaciones.

En todo caso, pronto saldremos de dudas respecto de la capacidad política de ambos conglomerados en competencia. Ese momento será luego que se conozcan los resultados municipales. Entonces sabremos quién es capaz de sacar las mejores lecciones de los resultados y actuar en consecuencia. Tal vez la derecha se encuentre con sorpresas.