viernes, septiembre 05, 2008

Jugar limpio

Jugar limpio

Víctor Maldonado

Estrictamente hablando, lo que corresponde es que los candidatos actuales reconozcan su adhesión o rechazo al Gobierno y viceversa. Nada más, pero tampoco nada menos. En política se ha de ser coherente.


Los ciudadanos deciden

Estamos en un período electoral y eso impone obligaciones especiales a todos los actores del proceso político. Sólo que no está claro para todos por igual cuáles son esas obligaciones.

La oposición parece considerar que el período de campaña es una etapa en la cual el Gobierno debe privarse de hacer cualquier cosa que tenga impacto público. Para ella, el listado de negaciones es amplísimo: no debe realizar inauguraciones, no debe hablar bien de su propio trabajo, no ha de entrar en polémicas públicas cuando es atacado, no debe coincidir en el terreno con los candidatos del oficialismo, no puede mostrar sus obras, etc.

En cambio, las obligaciones que la derecha se asigna a sí misma en el mismo período casi no existen. De hecho, pareciera ser que le está permitido todo aquello que niega al Gobierno. Puede atacar, acusar, denostar, estar en terreno, sus líderes pueden pasearse con sus candidatos como, cuando y donde quieran.

En otras palabras, el ideal de la oposición es que éste se convierta en un período de competencia desigual, a su entera satisfacción y contando con todas las ventajas posibles.

En el caso que los destinatarios de estas instrucciones consideren esta situación un tanto injusta, entonces lo único que conseguirían es confirmar todas las sospechas que alimenta la derecha.

Dicho de otra forma, si no actúa a plena satisfacción de sus detractores, el oficialismo caería en ese horripilante pecado llamado "intervención electoral".

Sin embargo, algo le dice a nuestro sentido común que las cosas no pueden ser de un modo tan abiertamente desequilibrado. Y lo que ocurre es que las cosas se pueden mirar desde otra perspectiva, sin por ello romper las normas básicas de nuestra convivencia política. Al contrario.

La idea básica es bastante simple: el período electoral es una oportunidad privilegiada para que todos practiquemos la democracia. Y practicar la democracia, antes que todo, es tener confianza en la capacidad de los ciudadanos de discernir y tomar decisiones correctas según su propio criterio.

Juego limpio en cada comuna

Candidatos, comandos y partidos ponen personas a disposición, entregan argumentos que les parecen válidos y realizan acciones que buscan atraer voluntad. Pero quienes deciden son los ciudadanos.

En otras palabras, practicar la democracia es jugar limpio. Pero las reglas del juego limpio han de poder aplicarse a todos, sin excepción, para que tengan algún sentido, y para que faciliten las decisiones ciudadanas, sin incurrir en presiones indebidas.

Lo que necesitan los ciudadanos para escoger según como les parezca en la ocasión que se avecina es que cada cual se presenta a esta elección local como la persona que es, con la posición política que representa, dando a conocer el tipo de comuna que considera mejor, señalando los énfasis que quiere imprimirle a una gestión puesta al servicio de los vecinos.

Todo esto sin distorsiones, sin falsedades, sin atribuirse el trabajo de los demás, sin desequilibrios flagrantes en los recursos utilizados en la campaña y usando sólo medios legítimos para buscar ganar una elección.

En otras palabras, la principal responsabilidad en una campaña la tienen los candidatos respectivos y sus comandos. Del trabajo de ellos depende que el contacto y el diálogo con sus posibles adherentes resulten ser más convincentes, más adecuados y más movilizadores que el de sus contrincantes. Eso es jugar limpio.

En este caso, el juego sucio consiste en denigrar al adversario, hacer uso del matonaje y de la agresión contra los contendores, destruir los medios por los cuales los otros promueven sus postulaciones, aceptar o pedir apoyos ilegales o ilícitos para obtener ventajas incontrarrestables en presencia pública.

Dicho de otra forma: la democracia se fortalece cuando los candidatos que se presentan pueden ganar o perder, dependiendo centralmente de la adhesión ciudadana que consigan en buena lid, superando a adversarios que actúan de manera similar.

El juego limpio requiere que todos los equipos que están en la cancha se comporten como se debe.

Cuando esto se logra, se puede decir que los electores han sido respetados en sus derechos y en su misión más propia. Pero, entonces, ¿cuál es el papel que ha de jugar el Gobierno y el conglomerado de oposición en esta campaña?

Jugar con honestidad

Ante todo, el papel central del Ejecutivo es mantenerse gobernado al cien por ciento, sin excederse ni ausentarse. Del primero al último día un Gobierno debe estar a completa disposición de lo ciudadanos, haciendo obras, implementando programas, mostrando lo que hace y demostrando que lo hace bien, explicando el sentido con el cual trabaja, y buscando apoyo para sus principales iniciativas.

Durante un período de campaña electoral se deben tomar todas las precauciones para evitar malas interpretaciones y caer en la confusión de roles. Pero, en lo sustantivo, las obligaciones de cualquier Gobierno democrático son las mismas, existan o no elecciones.

La gestión democrática del Estado no conoce vacaciones ni paréntesis. No se trata de que el Gobierno esté en campaña electoral sino de que cumpla con sus funciones propias.

En paralelo, con la oposición acontece algo similar. Ella tiene derecho a fiscalizar, a criticar y hacer valer su punto de vista. Puede y debe marcar las diferencias que la separan de quienes ejercen el poder en el momento.

Por supuesto, los dirigentes de los partidos pueden respaldar a sus candidatos locales y es justo que den a conocer sus opiniones del modo más persuasivo que les sea posible.

Si la oposición cumple con su tarea verdaderamente bien, entonces no se debiera contentar sólo con criticar. También sabría apoyar iniciativas de interés nacional y promover acuerdo cuando corresponda. Pero esta sabia combinación, ya se sabe, es difícil de lograr.

De manera bien real, Gobierno y oposición -cada uno en lo suyo- concurren a formar opinión pública. Ofrecen un modo de entender los acontecimientos nacionales y entregan cursos de acción alternativos que están siempre disponibles para formar el juicio ciudadano.

En el caso de la elección municipal, el vínculo entre los candidatos con sus partidos y coaliciones es sólo una parte de lo que toman en cuenta los votantes al momento de decidir sus preferencias. Pero, sin duda, es parte de la realidad política, y cada cual sabe que una elección tiene más de un significado. Por eso este aspecto es un tema que se ha presentado en cada campaña desde la recuperación de la democracia.

Jugar limpio es jugar con honestidad. Mostrar lo que se es y con quién cada cual se identifica. Cuánto vale o pesa la adscripción política de un postulante es algo que decide el que vota. Pero el que va a decidir debe poder contar con información abierta y transparente.

Estrictamente hablando, lo que corresponde es que los candidatos actuales reconozcan su adhesión o rechazo al Gobierno y viceversa. Nada más, pero tampoco nada menos.

En política se ha de ser coherente. Si uno de verdad cree que la Concertación es un desastre, que lleva al país por mal camino y que la mayoría no ve la hora de cambiar de coalición en el poder, entonces no tendría de qué preocuparse. Debería alegrarse cuando los candidatos oficialistas se identifican con el conglomerado de centroizquierda. Estarían nada menos que perjudicándose a sí mismos.

Pero si Michelle Bachelet sale en una foto con uno o recibe a otro, y se pone el grito en el cielo porque con ello lo que se consigue es que quien se acerca a la Presidenta "repunte en las encuestas", ¿en qué quedamos?

En verdad, lo que necesita la democracia es un juego limpio por parte de todos. Y eso implica honestidad, transparencia y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No es pedir demasiado.