Cuando la Concertación es más que la derecha
Cuando la Concertación es más que la derecha
Víctor Maldonado
El oficialismo está recibiendo la “invitación” a seguir a la derecha en una seguidilla de reyertas menudas, de alta agresividad y bajo contenido, centrada en el cuestionamiento a la autoridad y su capacidad de resolver problemas.
Que no se note quien gane
Al parecer no faltan los que están interesados en que el principal personaje del período de campaña municipal no sea ningún candidato, sino la existencia de conflictos. Ocurre que ya se sabe que la Concertación tiene más votos que la derecha y eso tiene muchos efectos que están siendo previstos para partidarios y adversarios.
En realidad, no es una mala estrategia para quienes saben que van a perder -en términos globales- intentar que lo que esté en la mente de los electores no sea quién gana, sino que se afiance una especie de inconformismo difuso. Se trata de que en vez de que el centro de la noticia esté en quién es mayoría y quién minoría, se hable de una serie de razones para estar descontento. Que sean muchas las materias que parecen estar fuera de quicio y que las dificultades y los problemas aparezcan asomándose en cada paso.
Como se podrá haber observado en esta semana, el tono beligerante de la derecha ha logrado escalar a mayores niveles de agresividad, algo que parecía difícil de lograr. No hay unanimidad en la oposición sobre si este es el mejor modo de proceder. Algunos no pueden dejar de prever que en la oposición no se gana por parejo extremando posiciones, sino que lo hacen aquellos que llevan la batuta.
Por el momento la idea del autocontrol no es muy cotizada entre los voceros opositores. Parece que el propósito de la estrategia no es ganar sino demoler. Por eso lo más seguro es que en las semanas que siguen se podrán en el tapete muchos temas pero siempre en ese típico tono de escándalo que ya es una marca registrada.
De modo que no es que el ministro Cortázar tenga que asegurar el financiamiento del Transantiago, sino que él "engañó" a la Presidenta con el préstamo del BID. No se trata de que opere la comisión investigadora de contratos de la Cámara de Diputados, sino que se busca que Bachelet declare "para no privarnos de una herramienta como es conocer la opinión de la Presidenta", tal como dice un diputado (por fortuna se terminó por desestimar esa iniciativa). No basta con que se documenten las conciliaciones bancarias del Mineduc, hay que buscar las peores intenciones a esa demora. Y así suma y sigue.
Gobernar es soportar
Se puede decir que el oficialismo está recibiendo la "invitación" a seguir a la derecha en una seguidilla de reyertas menudas, de alta agresividad y bajo contenido, centrada en el cuestionamiento a la autoridad y su capacidad de resolver problemas. No se ve por qué se deba aceptar verse arrastrado a debatir cómo, cuándo y dónde lo deciden sus detractores. Si el Gobierno pierde el norte de cumplir y mostrar el cumplimiento de su programa, podrá contestar mucho pero estará instalado en la cancha equivocada.
Para que el resultado electoral brille necesita no abandonar el tono propositivo, realizador y optimista que lo afirme al mando de la nación.
El contraste de lo descrito con la actuación de Bachelet es cada vez más notorio. Viene de convocar a los presidentes del subcontinente -en un caso de emergencia- con pleno éxito. Acaba de hablar en Naciones Unidas sobre los logros de Chile en materia social, atribuyéndolos a la contribución de todos los sectores, y a una constante muestra de responsabilidad colectiva.
Es un tipo de liderazgo que entiende que el poder se ejerce convocando en vez de denostando. Ojalá éste se convierta en un tono del Gobierno, no sólo de la gobernante.
A la larga, el afán destructivo atenta contra las propuestas positivas y termina por afectar a sus propios promotores.
Lo único seguro para el Gobierno es que los días que siguen serán muy agitados, dado el nivel de crítica pública al que se verá expuesto. Habrá momentos en que parecerá que "gobernar es soportar".
El Ejecutivo debe reaccionar a las críticas puntuales convirtiendo la respuesta en un asunto de atención preferente de los ministerios donde se radica la polémica. No hacerlo así únicamente podría producir un escalamiento del conflicto, centrándolo en el área política, precisamente lo que hay que evitar. El oficialismo no puede darse el lujo de colaborar a producir un efecto de contagio entre cada una de las varias críticas que reciba durante la temporada.
En particular, lo que demandará mayor dedicación y esfuerzo está en el tratamiento de los conflictos sociales. Por su dinámica, este tipo de conflictos también se ve potenciado en los días que corren. No constituye una novedad, porque es una costumbre nacional considerar que los gobiernos suelen ser más "receptivos" a las demandas cuando se aproxima una elección (Confusam, Sename, Gendarmería, Registro Civil y así). Al menos en el sector público, las movilizaciones empiezan a estar a la orden del día luego del paréntesis de Fiestas Patrias.
Algo distinto tiene que ver con las manifestaciones de protesta y presión que implican alteración del orden público. En este caso no caben dudas de que la permisividad es la última conducta que puede adoptar un Gobierno, porque tiene la obligación de garantizar la normalidad, más aún al momento en que los ciudadanos sufraguen.
¿Conversemos de lo mal que les va a los demás?
En lo que de ninguna manera se puede caer es perder de vista la campaña municipal y sus consecuencias políticas. Es un hecho que entre los escenarios más probables para la oposición esté el de una derrota ante la Concertación, tanto en votos como en número de autoridades electas.
Para la oposición, estos resultados costará explicarlos, pero más costará desvincularlos por completo de la carrera presidencial que queda a las puertas.
Es posible que en la derecha a lo que más se tema sea a quedar en esa extraña condición de tener una buena cantidad de votos, pero nunca los suficientes como para tener la certeza de que se va a ganar. Después de las municipales, el optimismo puede ser reemplazado por la duda.
Antes de quedar atrapados en este embrollo, siempre será preferible hablar mal de otros a que no se hable lo suficientemente bien de nosotros mismos. Al menos, no faltará quien plantee desde ya la situación en estos términos.
De otro modo no se explica por qué los dirigentes de la oposición estén dedicándose de preferencia a hostigar al Gobierno en vez de centrar su esfuerzo comunicacional en destacar la competencia municipal.
No deberíamos extrañarnos si llegamos a comprobar en su momento que la Alianza invertirá la mayor parte de su esfuerzo en explicar por qué es que el triunfo de la Concertación no es tal, sino sólo una apariencia. Si ella no ha llegado a acuerdo con nadie es porque está aislada. Si algún candidato se baja a su favor, es porque ha vendido su alma. Si gana por poco es que los otros estuvieron a punto de ganar. Si a nivel nacional la Concertación tiene más votos, es que "se ha estrechado la distancia".
La argumentación se adapta según las circunstancias, pero no evita que quede claro que parte importante de la iniciativa política habrá retornado a la Concertación. Claro que, de allí en adelante, cómo se aproveche esta oportunidad será parte de otra historia.
Pero lo cierto es que, a partir de octubre, los dos grandes conglomerados políticos se saben mutuamente en capacidad de competir; se concentran en la contienda parlamentaria y presidencial; y ambos tienen la certeza de que tendrán que innovar -respecto de cualquiera de las elecciones anteriores- para poder ganar.
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