viernes, julio 30, 2004

Las dudas están en la oposición

Las dudas están en la oposición



Cuando una candidatura no resulta, quedan dos alternativas: o se cambia al candidato o se modifica el comando. Los candidatos siempre prefieren lo segundo. Esto es lo que pasa con Lavín y su círculo más cercano. Por puro gusto, nadie le da tanta publicidad a la constitución de un grupo de confianza sólo para, con igual publicidad, disolverlo pocos meses después.

¿Sabe Lavín a dónde se dirige o continúa en una etapa de experimentación?

Las señales apuntan en éste segundo sentido. La disolución de los samuráis hace evidente la tensión entre el equipo propio del candidato y los partidos. En la campaña anterior, Lavín se rodeó de un grupo de cercanos, muy diferente de la representación formal de los partidos que lo apoyaban. Esa fórmula se agotó.

Pero disolver un círculo de influencia no es una tarea fácil. Tampoco se trata de dejar demasiados heridos en el camino. Las campañas se hacen para sumar adhesiones, no para desgastarlas. Por esto, uno de los métodos más recurridos es formar varios círculos de confianza. Así, ninguno queda resentido ni oficialmente despojado. Es una solución que agrega costos distintos para reemplazar las deficiencias detectadas.

El problema está en que cada equipo trabaja con el convencimiento de que participa en las decisiones. Pero como son varios los que piensan lo mismo, los choques y duplicidades empiezan a manifestarse. Ante esto, los partidos se impacientan, porque quieren ver representados fielmente sus intereses en la cercanía de Lavín, y no ven que esto ocurra. La tendencia natural es establecer un vínculo directo cada vez que se requiere. Y nuevamente se presenta la tensión inicial: ¿acaso los actuales presidentes de partido no son de confianza?, ¿por qué tendrían que tener intermediarios para relacionarse con el abanderado?

De modo que en la derecha hay buenas noticias para los partidos. Pero no tantas para la candidatura presidencial. Lavín no llena el espacio, no es un centro de atracción que motive e inspire. Si su liderazgo se hubiese consolidado en el tiempo, ahora tendría una influencia incontrarrestable. No es así.

La UDI y RN han concluido que no pueden apostar todo a una candidatura, y que lo más prudente es consolidar sus propias organizaciones. En este sentido, RN se ha mostrado muy perspicaz para defender sus intereses.

La reingeniería de Lavín no resultó. Los partidos lograron sobreponerse a una intervención que los tuvo a maltraer. Hay un reconocimiento público de que funcionan y que es mejor entenderse con ellos como conducto regular.

Al asumir el Presidente Lagos, Lavín estaba sólo en el puesto de líder de reemplazo. Hasta ahora, sus posibles competidores en la derecha han sido eliminados. Con tanto a su favor, lo único que no debería discutirse es su liderazgo. El gobierno, entrando en su fase final, debería perder apoyo y también faltarle buenos candidatos para representarlo. Este debiera ser el cuadro político actual. Para el que el entorno del alcalde se preparó y, más todavía, el que la mayor parte de la ciudadanía auguró terminada la segunda vuelta el 2000.

Pero hay muestras de cuan distante resultó estar el mundo real de los vaticinios. Las encuestas deberían ser aliadas de quien las usa más como guía que como apoyo. Durante mucho tiempo marcaron un sostenido incremento de la popularidad de Lavín, el retroceso de las opiniones negativas acerca de él y su ventaja sobre cualquier otra figura, excepto la de Lagos.

Pero ahora esto no ocurre. Lavín fue alcanzado y superado por nuevos liderazgos en los últimos años. Entre los que no se identifican con la oposición, vuelven a marcarse las fronteras políticas y a subir el rechazo al líder de la derecha. En menos de 4 años pasó de ser imbatible a la categoría de candidato con buenas posibilidades. Las dudas cambiaron de bando.

Sin embargo, los errores no tienen por qué repetirse por los demás. Las posibilidades de Lavín merman por hechos cotidianos y no por enigmas.

El primer factor es que el liderazgo nacional está ocupado por Lagos; Lavín no ha tenido un vacío que llenar. El segundo, es que Chile ha enfrentado situaciones difíciles y las ha superado sin recurrir al populismo, y son menos los que se dejan extasiar con frases simplistas. El tercer factor es que la oposición se niega a ver que el país ha cambiado sin necesidad de que ella llegara al poder.

Repetir la fórmula de hace unos años, resulta hoy menos atractivo.
En suma, a Lavín no le alcanzan sus propios méritos para derrotar sobre seguro a la Concertación. Pero esto no significa que esté derrotado. Es un candidato fuerte y con posibilidades.

Ahora la iniciativa es de la Concertación. Por esto, la coalición de gobierno tiene la mayor responsabilidad. Lagos terminará bien su mandato y hay líderes concertacionistas que pueden ganar la elección.

Pero el relevo requiere ponerse de acuerdo en el apoyo a una sola persona. Lo que Lavín ni las crisis pudieron, lo puede impedir el hecho de entrabarse en una discusión de cúpulas, en vez de que la ciudadanía dirima. Será al momento más peligroso. Para ganar, a la Concertación no le basta con hacerlo bien. Tiene que superarse a sí misma. Es de esperar que todos lo entiendan.