viernes, marzo 11, 2005

Un sueño imposible

Un sueño imposible


Tres componentes descompuestos

La Presidencia se ha vuelto para Lavín un sueño imposible. Hoy afronta un problema sin solución y que sella su destino. Necesita que los tres componentes de una campaña -el candidato, el comando y los partidos- tengan intereses compatibles. Esto no ha ocurrido y ya no ocurrirá.
El candidato debe fortalecerse con el apoyo de quienes tienen respaldo en la oposición. Apenas lo intenta, surge algún veto. Subir a Sebastián Piñera es bajar a la UDI; subir a Lily Pérez es bajar a Carlos Bombal. Con cualquier combinación nunca suma más de lo que pierde.

El interés de un partido es siempre potenciarse. Eso se expresa en el parlamento. Para que un candidato presidencial concite la atención de los partidos que lo respaldan, necesita rebasar el ámbito de influencia de quienes lo apoyan. El candidato debe “aportar un plus”. Pero Lavín suma menos que toda la derecha y reduce su apoyo en cada nueva medición.

Entre dedicarse a ganar lo que puede o hacer transferencias de sangre a una candidatura perdida, la derecha no tiene dónde perderse.

El interés del comando es hacer la mejor campaña “profesionalmente hablando”. Se le pide algo que no puede dar. Necesita romper la inercia, pero, si se pone agresivo, la opinión pública -que no quiere eso- lo penalizará. Si el comando se fortalece con figuras atractivas, el entorno será más atrayente que el mismo candidato. Lo matarán de puro cariño.

Hoy al comando se le pide clarividencia política. Pero éste queda en manos de eficientes técnicos que pueden hacer todo lo demás, menos eso. Ellos se dedicarán a hacer la pega, para que nadie diga que cometieron una falta, porque saben que serán reconocidos “en el mercado” (no es lo mismo saber que dentro de unos meses estarán en La Moneda a reconocer que promocionarán jabones, autos o lencería). Claro: al final el candidato se fue al despeñadero, pero ¡qué bello marketing tuvo antes de su lamentable deceso político!


Un corral para Piñera

En la derecha, lo decisivo es que los componentes de la campaña no tienen objetivos convergentes. Quien tenga dudas que vea lo de Piñera. Lavín tenía en sus manos decidir. Lo que no está en su poder es detener la campaña por el liderazgo que puede dejar vacante en pocos meses. Puede condicionar el escenario de la competencia por su sucesión, no suspender la competencia. Al incorporar a Piñera, por ejemplo, en un rol protagónico, Lavín daba más impulso a su propia campaña pero dado el personaje, perdía una parte del control de su entorno.

Dejar fuera a los liderazgos reales evita problemas con el gremialismo (que tiene menos claro qué gana con apoyar tanto al abanderado), pero mantiene el letargo en que se debate su campaña. Mientras existiera la duda sobre lo que finalmente haría Lavín, los demás estaban a la expectativa.


Eliminadas las incógnitas, llegó el momento de tomar decisiones. La resolución que se tomó respecto de Piñera es típica. Fue como dejarlo fuera desde dentro. Se le ofreció incorporarse como par de un grupo de 15 personas. Para reunirse una vez a la semana. Para dar opiniones. Por supuesto, el invitado dijo que no, pero aunque se llegara sentar en el “comité estratégico”, de nada sirve. No lo quieren. Sabe que está puesto en un corral. Igual dedicará 99% del tiempo… a las parlamentarias. El adversario interno no es integrable. Es un síntoma de que en la campaña los componentes están descompuestos.

Si la competencia no se da al interior del comando, se dará fuera de él. Y el escenario son los partidos (controlar sus directivas) y la parlamentaria. Son puntos neurálgicos y requieren ser resueltos de manera favorable por el liderazgo.

Respecto a la conducción de los partidos no hay duda: lo que importa no es cuán cerca haya estado cada cual de Lavín, sino qué tan preocupado haya estado un líder de los militantes a lo largo del territorio.

El reconocimiento partidario no se improvisa ni se genera en un día, pero se puede perder con cierta rapidez por errores graves. No debiera extrañar que algunos posibles líderes queden relegados por haberse preocupado más de Lavín que de su casa. Para esto falta un poco.

Diputados y senadores no pueden esperar. Todo candidato parlamentario busca aliados. No por gusto, sino con el propósito de recibir apoyos en el proceso electoral. Veremos muchos padrinos prestando ayuda y asistencia a postulantes o repostulantes.

En otras ocasiones hubiera bastado con arrimarse al candidato presidencial. Ahora los tiempos son diferentes. El motivo de tanto movimiento es que los aspirantes a suceder a Lavín requieren redes regionales que los sostengan en sus aspiraciones. Justo en el momento en que tal ayuda es más necesaria y es mejor recibida.

Lavín ha dejado de ser un personaje que haga innecesaria la búsqueda de apoyos. Es notorio que empieza a sufrir cierto vacío. No puede auto asignarse carta blanca. No puede ser un candidato apoyado por todos, y, al mismo tiempo, manifestar preferencias parlamentarias que entregan ventaja a unos sobre otros en competencias estrechas.

Los gremialistas se han contentado con dejar claro que la responsabilidad de lo que ocurra es imputable al candidato. Y no podrán seguir mucho tiempo sin sacar las conclusiones de un distanciamiento que no quieren, pero que no pueden evitar.

Falta poco para que los líderes de la oposición se convenzan que el mejor lugar en la campaña de Lavín es fuera del comando. Descendiendo en las encuestas, enfrentando candidatas que se fortalecen, con partidos en pugna y con un comando dedicado a rescatar el desilusionado voto duro, la Presidencia se ha vuelto un sueño imposible para Lavín.