La sucesión como solución
La sucesión como solución
Víctor Maldonado R.
Cuando falla el primero
Cuando falla el Presidente, de lo que se habla es de la presidencia actual y futura. Hoy la derecha ha aceptado como discusión básica el que se empiece a dilucidar la sucesión de Piñera. Esto a pocos meses de asumido y luego de las primeras encuestas preocupantes, es decir, a la menor provocación. Se ha presentado este fenómeno aun cuando se espera un tiempo de bonanza económica, lo que debiera dejar dudas políticas, pero ni con eso ha bastado para contener una larvada inquietud.
Semejante situación significa dos cosas. La primera es que el gobierno no ha sabido aglutinar a su base de apoyo ante las dificultades de entrada y, segundo, que el Presidente no es un elemento lo suficientemente poderoso como para servir de fuerza centrípeta.
El oficialismo está buscando liderazgos adicionales para mantenerse unido y esa es una confesión de debilidad muy importante. En la derecha nadie lo dice, pero todos renuncian por anticipado a intentar que el mandatario reoriente su conducta. No necesitan que alguien les explique que eso no es posible. Por eso recurren, sin mucha fe, a buscar sucedáneos a una crítica sin destino y sin espacio de expresión. Se enfrenta o vapulea desde su propio sector a los ministros pero, en el fondo, se mandan mensajes cifrados a un mandatario poco tolerante con la crítica directa.
Está claro que descargar la responsabilidad en los colaboradores es un expediente fácil, pero no es un recurso eficiente para resolver problemas. Porque lo que ocurre no es que algunos asesores en particular estén teniendo una opaca actuación en medio de lumbreras, sino que la figura presidencial está ensombrecida y esto afecta a la evaluación de todo el gabinete.
A lo más se está tratando de producir una agenda fuerte que afiance a tres ministros, en Interior, Educación y Hacienda, para destacar en seguridad ciudadana, educación de calidad y empleo, pero hay dudas razonables respecto de que ello sea suficiente para asegurar el liderazgo político en los malos momentos.
Pero como no hay manera de cambiar al presidente ni manera de que el presidente acepte cambiar para enmendar su conducta, entonces cada cual ha quedado librado a encontrar por sí mismo, las ideas, o las personas que mejor lo interpreten sino es para ahora mismo, a lo menos para la sucesión.
Pidiendo dificultades
Ahora la UDI dice que quiere un presidente gremialista porque, como dice Jovino Novoa, “es lo lógico” y, ante esto, espera “generosidad de RN”. Lo hace un experimentado político que sabe que el poner en el tapete el reemplazo del presidente que acaba de asumir, se está haciendo uso de un recurso por completo inusual. En una situación normal al que se le hubiera ocurrido hacer algo parecido habría sido drásticamente tratado.
Pero si se está procediendo de un modo tan fuera de lo común es porque se ha considerado completamente necesario dar este paso. Esto quiere decir que se está intentando canalizar un descontento que necesita expresarse de alguna forma, y porque sino sus demostraciones públicas serían menos presentables.
Hay que decir en favor de la dirigencia oficialista que, para variar, fue el propio Piñera quien habría la caja de Pandora, al decir en el Consejo General de RN que en ese salón estaban “muchos y muchas” presidentes de la república.
En un tiempo despejado, tal vez este tipo de frases hubiera sido considerado anodina, pero no ahora. La falta de criterio es a veces asombrosa: si el principal afectado no tiene dificultades en mencionar un tema que debiera estar vedado de las declaraciones oficialistas, entonces los demás tenían licencia para hacer lo mismo. Y eso fue precisamente lo que empezó a acontecer.
No es ningún misterio que el centro del descontento de derecha se encuentra en la UDI. La palabra que mejor define la relación del gremialismo con Piñera es el de insatisfacción. Se trata de un estado de ánimo colectivo que ya aparece crónico, y que no se remedia sin un estandarte propio tras el cual ordenarse por voluntad más que por obligación.
De ahí la necesidad de buscar alinearse tras el gobierno, pero a través de destacar una figura propia de envergadura presidencial. Por supuesto esa figura es exclusivamente la de Joaquín Lavín, y no hay quién discute esta evidencia.
Por el lado de la Concertación, la situación es bien distinta. Por segunda vez en su historia la centroizquierda (y con la misma persona) se encuentra con un liderazgo que viene de sus filas, y que goza de amplio respaldo ciudadano. Hoy por hoy, el contraste con Piñera es simplemente apabullante y la distancia a favor de Bachelet es todavía más notable si se toma en cuenta que venimos saliendo de una campaña de desprestigio coordinada desde la cúspide del gobierno y con participación parlamentaria.
De una a varias opciones
Nadie sabe qué resolverá Bachelet en su momento, pero sí se puede coincidir, desde el punto de vista del bien común de la Concertación, que entre tener una líder de amplia aceptación ciudadana y no tenerla, es obvio que lo mejor es contar con una.
¿Es esta la situación ideal a la que debemos aspirar? No, por cierto. El óptimo para un conglomerado de centroizquierda es contar con varios liderazgos entre los que poder escoger a fin de llegar a la próxima elección presidencial, disponiendo de alternativas lo mejor evaluadas posible. Proyectar liderazgos renovados es, por supuesto, una de las principales tareas políticas de esta etapa.
Por supuesto, para llegar a esta mejor situación lo que hay que hacer no es pedirle a la ex mandataria que se autoanule o que se vete a sí misma, lo que es tan absurdo como impracticable. Pedirle a Bachelet que sea menos de lo que es, resulta un acto indecoroso; pedir a otros que hagan un esfuerzo mayor para mostrarse como conductores de fuste, resulta un aporte para el conjunto de la centroizquierda.
Por eso lo que hay que hacer es proyectar los liderazgos de reemplazo y de mayor perspectiva desde los partidos y desde el parlamento.
Sin ninguna duda, la condición básica para proyectar nuevas figuras nacionales es contar con partidos renovados, acorde a los tiempos que corren.
Los partidos de la Concertación están plenamente conscientes de ello, y es de su completa responsabilidad que el cambio de directivas por lo que han pasado o pasarán cada uno de ellos, los deja en condiciones de aportar a la proyección de conductores descollantes.
Para conseguir un objetivo de esta envergadura se dispone del tiempo justo, a condición de que no se disperse en apuestas laterales o inconducentes.
Nada de malo hay en que se quiera tener un postulante a la presidencia del propio partido, lo que importa es que exista un procedimiento concordado para llevar a un candidato único y legitimado por la adhesión popular.
Competir sobre la base de tener asegurada la unidad del conglomerado, es una necesidad, mucho más que algo simplemente deseable. Y lo que es cierto entre partidos es también cierto al interior de cada partido. Este es, sin duda, el punto más delicado.
Tarde o temprano se tendrá que escoger una sola opción presidencial por cada partido que quiere competir. Mientras, es la obligación de cada directiva el posibilitar que sus opciones puedan concursar en igualdad de condiciones. Porque quien decide entre las opciones no son las directivas sino el conjunto de adherentes a una organización partidaria.
El tiempo no es infinito ni se debe desaprovechar. Para ganar elecciones los partidos de la centroizquierda deben tomar decisiones apropiadas, sin enredarse en peleas de importancia secundaria. Pronto en conjunto de las tiendas políticas de la oposición habrán escogido los actores principales de la unidad que no son otros que presidentes. Todo indica que el sentido de responsabilidad y de urgencia prevalecerá.
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