La falla estructural que debemos evitar
La falla estructural que debemos evitar
Víctor Maldonado R.
Lo mejor y lo peor
Un terremoto de grandes proporciones pone a prueba a todas las personas y a todas las instituciones. El dato más básico del que debemos partir en estos momentos, es la constatación de que Chile constituye una nación que ha sabido responder como la comunidad real que es y que seguirá siendo.
A lo que nos hemos enfrentado desde el primer día es a una situación de extremo desamparo, de dramas humanos indescriptibles, de extensa destrucción física, de demandas urgentes para la sobrevivencia, el abrigo y la normalización paulatina de la vida diaria. Nada que no sea la inmediatez de respuesta puede satisfacer a quienes viven la emergencia en toda su crudeza.
Bien sabemos que hacer que todo funcione simultáneamente y en tiempo real es algo que se puede exigir en una situación de plena normalidad. Pero la normalidad es casi el extremo opuesto al que nos encontramos, sobre todo en el primer momento.
No obstante, y mirando la magnitud de lo ocurrido, la respuesta institucional y ciudadana ha sido vigorosa.
Esto ha quedado claro en el caso de los gobiernos locales. En variados lugares se cayeron los edificios municipales, pero no se derrumbaron los municipios. En medio de la precariedad, en lugares de emergencia y en refugios, los grupos humanos que constituyen –de verdad y antes que nada- los municipios, no han dejado de prestar sus servicios a los vecinos damnificados.
No somos un país ideal. No todos, siempre y en cualquier circunstancia actúan con altruismo y generosidad.
Lo que nos dicen los saqueos iniciales (aquellos sin relación con las necesidades básicas) y los gestos heroicos de sacrificio por los demás, es que, en circunstancias extremas, las conductas pueden llegar a extremos, tanto para bien como para mal. Puede salir lo mejor y lo peor de nosotros.
Lo que podemos decir, con completa seguridad, es que nuestro país en su más amplia mayoría ha decidido que lo que procede ahora es actuar unidos para reconstruir y salir adelante.
Al menos, esa es la percepción que los chilenos tenemos de nosotros mismos: un pueblo que enfrenta unido la adversidad. Es lo que quedó reflejado en las palabras de la Presidenta Bachelet en el cierre de la Teletón: “Habrá algunos casos que no son así, pero yo soy una convencida, y lo he visto durante todos estos días y durante toda mi vida, que los chilenos estamos hecho de fuerza, de amor, de solidaridad”. Como dice la propia mandataria, habrá “algunos” que no sean así, pero ante nuestra propia conciencia hemos pasado una dura prueba colectiva.
Emergencia y reconstrucción
Por cierto, el país ha encontrado más de una falla estructural que requiere enmendar. Y el listado de las fallas parte con las detectadas en edificios que nunca debieron tenerlas, si se hubieran seguido las normas vigentes de construcción.
La segunda falla importante, en un territorio como el chileno, tan propenso a los episodios telúrico, es que existan tantos inescrupulosos que están en condiciones de burlas las reglas. Que los departamentos sean confeccionados a sabiendas como lugares peligrosos, debiera ser un delito grave entre nosotros. Y debiera penalizarse como tal.
Las indecorosas explicaciones que hemos debido escuchar en estos días, por parte de los ejecutivos de empresas constructoras, suman el agravio a la culpa. No debiera ser tolerado ni por las autoridades ni por los ciudadanos. No se trata de reconvenirlos sino de poder sancionarlos.
Pero hay más fallas medulares, de las que tendremos que ocuparnos a su debido tiempo. Nos encontramos con deficiencias en seguridad nacional, en los sistemas de alerta temprana, en las redes de comunicación y en la capacidad de reponer con prontitud la infraestructura más ligada a la emergencia.
Sin embargo, de todas las fallas, aquella que está en nuestras manos evitar –ahora y después- es la de separar la emergencia de la reconstrucción. Ambos aspectos son distinguibles, pero son complementarios.
No es verdad que de lo que se trata es de organizar dos etapas distintas, puesto que estamos hablando de dos aspectos de un mismo esfuerzo nacional.
No debemos cometer el error de convertir la emergencia en un modo de vida permanente. Más bien lo que haremos es, desde la emergencia, empezar las soluciones definitivas y permanentes.
Las decisiones que se tomen ahora para enfrentar la emergencia tendrán impacto en plazos largos. Nada puede justificar que se reconstruya de cualquier modo y de que las soluciones de transito se implementen en terreno riesgosos o inapropiados. Las lluvias se acercan y su efecto será muy negativo si no se toman ahora precauciones mínimas.
Lo cierto es que las comunas no viven todas igual los efectos del terremoto. En algunas falta agua y alimento. En otras el cobijo es lo importante. Otras requieren restablecer la conectividad. Hay comunas que necesitan albergues provisorios y otras verificar en detalle los daños en las habitaciones y edificaciones.
El país tiene la capacidad suficiente para terminar por restablecer los servicios básicos. El tiempo transcurre muy lento para quienes sufren necesidades apremiantes, pero lo que avanza es la normalización no la perdida de control de la situación. Pero, apenas se satisfacen las necesidades básicas, lo que viene no se soluciona aumentando los suministros sino tomando decisiones compartidas sobre cómo queremos vivir en el futuro.
En otras palabras, la balanza se ira cargando cada día más hacia las acciones de efecto permanente, y esto le tocará encabezar al próximo gobierno. ¿Estará preparada la nueva administración para enfrentar este desafío?
Las personas por sobre las cosas
La respuesta a esta pregunta, por supuesto, no la podemos conocer por anticipado. Aún así, ya desde ahora podemos identificar los grandes caminos por los que se puede transitar para asumir la reconstrucción. El primero de ellos se centra en las cosas, el segundo, privilegia a las personas.
El primer camino disponible hace del levantar casas y del reponer infraestructura, un sinónimo de reconstrucción. Así entendido, lo que se requiere son gerentes encargados de soluciones específicas. Lo importante es la ejecución eficiente. El nudo de la cuestión estriba en disponer de suficientes recursos y de desplegar la capacidad técnica necesaria como para pasar por encima de los obstáculos que se presenten. Fin de la historia.
Pero hay un segundo camino posible de conseguir. Consiste en considerar que hay que preservar familias y hogares, no simplemente casas. Esto significa que no es cosa de llegar y reconstruir (como si fuera obvio lo que hay que hacer), sino que se debe considerar la opinión de muchas personas directamente afectadas con las decisiones que se tomen.
Hay pueblos y ciudades que no podrán volver a ser como eran hasta el viernes, simplemente porque ello es imposible y, en algunos lugares, también es indeseable, dado el riesgo potencial que corren.
En fin, habrá que decidir con qué grado de seguridad queremos vivir y construir.
Habrá que decidir dónde y cómo levantar de nuevo localidades enteras. Hay que preguntarse ahora –no cuando sea demasiado tarde- cómo se recupera parte del patrimonio arquitectónico que se puede salvar. Habrá que establecer un cierto orden en el que se empezará a recuperar casas, sectores y barrios. Nada de esto ocurrirá sin conflictos, pero esto es natural y hace indispensable llegar a acuerdos y consensos que satisfagan a los habitantes de tantas comunas damnificadas.
En el fondo, no se trata de reconstruir cosas, se trata de reconstruir comunidades que necesitan muchas cosas, pero que antes que nada requieren ser reconocidas, respetadas y tomadas en cuenta como las comunidades que son.
La solidaridad entre chilenos a estado a la altura. La emergencia se funde con la reconstrucción. La institucionalidad está vigente aunque requerirá de no pocos ajustes. Ahora queda por saber si las nuevas autoridades son capaces de hacer converger en aporte colaborativo de todos en el momento de la transición entre gobiernos.
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