Llegó el tiempo del testimonio
Llegó el tiempo del testimonio
Víctor Maldonado
Relato de una traición
El caso Karadima ha impactado fuertemente a la Iglesia Católica, pero sus efectos están llegando mucho más allá de cualquier barrera institucional.
En realidad se representan tres aspectos que son de interés general: el tratamiento de un delito, la demora en la respuesta de los responsables de la organización religiosa, y una manifestación de la intolerancia que ha estado presente.
Cuando se investiga un delito, el curso de acción legal tiene, por supuesto, una prioridad natural. Y nadie discute que, mientras no se prueba lo contrario, un acusado es inocente.
Sin embargo, hay otra dimensión en este asunto que tiene también importancia: lo sucedido con la presentación del programa Informe Especial de TVN, dedicado al tema. En esta oportunidad, y de una sola vez, cientos de miles de personas se encontraron de improviso con el impactante relato de los denunciantes.
La televisión es un medio particularmente apto para captar las emociones y la sinceridad de los testimonios. Sin necesidad de esperar a que la fiscalía y la investigación interna de la Iglesia hicieran su trabajo, la mayor parte de los televidentes quedaron convencidos de que se les estaba hablando desde una dolorosa verdad.
Esta impresión se ve consolidada por el hecho de que los denunciantes habían sido todos miembros activos de la Iglesia, personas del círculo de confianza del imputado, y que compartían una admiración inicial sin límites por Karadima.
Lo que sobrecoge es el método empleado por el denunciado y que sus víctimas presentan, cada uno en forma separada, usando términos muy similares.
La descripción que se hace es el de una traición que se ensaña en lo más íntimo de la personalidad de las víctimas.
El sacerdote cuestionado aparece ganándose por completo la confianza de las personas que requerían de una figura paternal en la que pudieran confiar. En seguida se establece una relación de discípulo a maestro, donde el primero tiene el privilegio de ser aceptado en círculos de confianza cada vez más íntimos.
El victimario sólo procede a la acción una vez que se ha convertido en guía o formador, cuando está en poder de secretos por la vía de la confesión.
El ataque es tan inesperado que paraliza al agredido. Luego viene la culpa, la vergüenza, la experiencia de la angustia, el temor y el auto-desprecio. La desintegración por dentro. El odio a sí mismo.
Lo más espantoso es que el agresor lograba que sus víctimas se sintieran, al mismo tiempo, cómplices de su degradación. Esto es casi la definición de un acto de maldad en estado puro.
Mucho tiempo, poca prudencia
Cuando alguien encuentra el infierno, justo cuando esperaba estar más cerca del cielo, nadie puede creer que quien confiesa estos hechos lo haga por un fin mezquino, buscando su propio provecho. Más bien lo que los motiva es alertar a otros de un gran peligro y evitar que estos hechos se vuelvan a repetir. Es un acto de valentía y de responsabilidad social.
Lo que es completamente seguro es que no estamos ante una conspiración. Nadie conspira siguiendo cinco años el conducto regular, guardando reserva y esperando con paciencia una respuesta que nunca llegó.
Por los hechos conocidos se puede constatar que las muestras de prudencia más notables las han apostado las víctimas y muy pocos más. Da la impresión de que los denunciantes cuidaron todo por cumplir con la Iglesia. Cabe entonces preguntar si igual prudencia mostraron aquellos que tenían la obligación de afrontar y resolver esta difícil situación.
En la misma Iglesia los expertos más calificados coinciden en recomendar que, procesos de esta magnitud han de ser resueltos empleando entre seis o siete meses a contar desde la denuncia. Por eso es simplemente inexcusable una demora por dar un tratamiento adecuado que consume entre 60 a 70 meses de investigación. Las denuncias datan del gobierno de Lagos. Pasa toda la administración de Bachelet, llega Piñera y se nos cuenta ahora que la investigación “se encuentra bastante avanzada”. ¡Por favor!
Algunos piensan que lo que se busca ante la opinión pública es desprestigiar a la Iglesia Católica. Pero hay que recordar que este caso no lo empezó la prensa, sino que terminó en la prensa producto de la negligencia de quienes debieron actuar a tiempo y con firmeza.
Hacer justicia a tiempo es la verdadera prudencia. Aquí falló el sentido de justicia. Se ha llegado al extremo en que la demora impresentable por resolver esta situación por parte de los responsables jerárquicos, ha terminado por exasperar a los acusadores y al acusado por igual.
Si todos se cansaron de esperar, y las demoras se han justificado con el fin de no afectar la honra de los unos y otros, finalmente, ¿a quién se estaba protegiendo? Cualquiera sea la respuesta, hay que decir que no se logró en absoluto.
El brillo de la verdad
Este episodio muestra una gran falta de adaptación a los nuevos tiempos. Se sigue pensando que este escándalo es un problema intra-católico. No es verdad. El mundo no termina en nosotros. Tenemos que dar cuenta de nuestros actos ante la comunidad nacional a la que pertenecemos, a sabiendas que se actúa con retraso acumulado.
El silencio también es motivo de escándalo. Tras cinco años con la cortina cerrada, se ha perdido la iniciativa.
El tiempo no pasa en vano. Ahora no basta con pedir confianza. Hay que probar que nos merecemos la confianza y dar confianza con acciones concretas.
No se puede pasar la vida diciendo a los demás cómo deben actuar correctamente, para luego fallar en la propia casa, llegando tarde y dándole la palabra más a los abogados que a los pastores.
Algunos están respondiendo, no con lo que tienen de católicos, sino con lo que tienen de autoritarios. Como aquel personaje que aparecía en Informe Especial agrediendo al camarógrafo y alejando a una feligresa que le pedía calma. Son el tipo de personas que no tienen ninguna duda y que se sienten autorizados a emplear la fuerza en vez de los argumentos.
Están también los que parecen dar una especie de orden superior de no investigar o de no opinar. Quieren acallar las dudas a gritos o hablando fuerte. Pero un berrinche no es argumento. La mejor sociedad no es aquella en la que hay más mudos sino aquella donde se dialoga a fin de superar los malos momentos.
Tenemos la obligación de hacernos cargo de esta situación. Quien sea católico, lo hará como católico, pero también todo ciudadano ha de formarse su propio juicio y actuar en consecuencia.
Se ha abusado de jóvenes –por largo tiempo- en un lugar donde debían estar protegidos. Lo que importa es lo que haremos ante el abuso, mucho más que el lugar donde se produjo. Porque hoy se ha detectado este problema en una iglesia, pero mañana podrá ocurrir en otro lugar igualmente inesperado.
Todos nosotros pensemos en qué vamos a hacer si un niño está siendo abusado y nos lo cuenta buscando ayuda. ¿Puede contar con nosotros para que lo protejamos? ¿Está la sociedad chilena preparada para ayudarlo y asistirlo? Si pide ayuda ¿le vamos a pedir que se calle porque afectaría a personas “respetables”? ¿Vamos a solicitarle que nos dé unos cinco años para hacernos una idea de lo que pasa?
Lo cierto es que hay abusos en los que no se debiera callar y eso es lo que importa. Esto es un escándalo. Lo es porque todos esperamos que los que invocan a Dios, le hagan caso a Dios. Si nos escandalizamos es por la distancia de unas conductas inaceptables con el testimonio de una fe que clama por ser vida siempre, en público y en privado.
Sin embargo, no todo han sido errores. La jerarquía religiosa ha evitado caer, con juicio y acierto, en la peor de las respuestas: actuar como un sindicato que proteje a sus socios. No seguir este camino ha sido lo mejor que ha pasado en este muy lamentable episodio.
Se ha hecho un gran daño. Quienes han causado el daño no han sido los ofendidos sino el ofensor, aquel que falló a la dignidad de su consagración. El dolor de la comunidad cristiana es inmenso. Pero no ha de perderse el valor y la confianza.
No hay que seguir el camino de los que fallan a su fe. Lo que no puede una iglesia arrogante y autosuficiente, lo puede una iglesia humilde y cercana.
El testimonio cristiano brilla cuando se hace presente y brilla también por ausencia. Ya fue el tiempo de la traición de alguno, que ahora que sea el tiempo del testimonio de muchos.
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