viernes, febrero 20, 2009

La ausencia de Antonio

La ausencia de Antonio

Víctor Maldonado


Nuestro querido tábano

El 13 de febrero murió Antonio Cortés Terzi. Se había convertido en una presencia tan habitual en el debate de ideas que muchos, al enterarnos, no podíamos creer que alguien tan cotidiano, una persona con la que se contaba siempre para la reflexión del día y de nuestro tiempo, ya no estuviera entre nosotros.

En más de una oportunidad me tocó encontrarme en diversos grupos y, frente a un acontecimiento importante, no faltaba el que exclamaba al hacerse un silencio: "¡Qué irá a decir Cortés Terzi de todo esto!". Porque era seguro que nuestro amigo intervendría, y si ya había debate, después de su intervención se descubrían todavía más aspectos sobre los cuales debatir.

Analista político, escritor, articulista, polemista y, ante todo, un intelectual genuino, era un militante intensamente comprometido, pero que no le gustaba ir en la procesión. Iba siempre en el mismo rumbo, pero fuera de la fila y haciendo todo tipo de comentarios sobre la dirección que se llevaba, la velocidad con que se desplazan, lo poco informados que parecían los que iban en la primera fila, entre otras cosas.

Era un tábano y muchos le prodigaban el cariñoso afecto que suelen despertar los tábanos. Pero también muchos supieron entender que, al comportarse de este modo, Antonio mostraba el tipo de lealtad que dura toda la vida, la sensibilidad ante el peligro que suele despertar a los distraídos, el compromiso del que sacrifica su comodidad por el bien de los demás, la férrea voluntad de no rendirse a la banalidad y la complacencia.

En muchos casos escribió bien y escribió a tiempo. No tenía por qué tener la razón siempre, pero siempre tuvo razón en plantear un debate. En el fondo era un tábano bien intencionado y tan necesario para muchos como inquietante resultaba para algunos.

Siempre fiel a sí mismo, no andaba por el mundo adoptando poses o imitando a algún otro. De él se ha de afirmar, como el mayor elogio, que fue siempre y en donde estuviera, Cortés Terzi, a mucha honra. Se podría decir que era orgullosamente humilde. No era vanidoso pero tampoco se achicaba ante nadie. Tenía una opinión que entregar y no habría nadie que le impidiese darla a conocer primero y defenderla después. La polémica era su elemento y aceptó cuanto ellas le depararon.

Pertenecía a un partido en el que todos opinan, siempre y de todo. A los socialistas se les puede ver templados en las más difíciles circunstancias (dije "templados", no "de acuerdo"), pueden afrontar una crisis con tranquilidad y tratar una división partidaria (experiencias no faltan) con una notable capacidad de reconstitución que otros les envidian.

Pero donde se pierde la compostura es en los debates. Mirados desde fuera, a veces los socialistas dan la impresión de esas viejas películas del oeste en la que se arma una pelea en la cantina, y los que vienen llegando empiezan a repartir golpes a diestra y siniestra para, sólo después, preguntar de qué se trataba todo aquello.

Antonio era un "cabro de este barrio", así que sabía que así eran las cosas. De modo que se entenderá que su especialidad era algo más bien peligroso. En otros lados decir intelectual es lo mismo que decir alguien "quitado de bulla". Por estos pagos es precisamente lo contrario.

El ataque de los lectores de titulares

Se puede decir que su artículo más conocido fue, al mismo tiempo, el menos leído. Si en algún momento los lectores de titulares y poco más, se sintieron autorizados a opinar sin enterarse, fue a raíz de una publicación que ya es un mito. Tanto que hasta el nombre ha sido cambiado en la leyenda urbana.

Originalmente el artículo tenía un nombre largo, "Gobierno de Lagos: ¿proyecto histórico o ceremonia del adiós?", pero en la tradición oral pasó a llamarse simplemente "la ceremonia del adiós".

Era el inicio de 2000 y el Gobierno de Ricardo Lagos pasaba por un mal momento. Se dudaba de todo, hasta de que el Gobierno pudiera llegar a su término normal. En ese momento apareció el artículo de Cortés Terzi y los lectores (sobre todo los no-lectores), llevados a engaño por la fuerza del título, creyeron adivinar la afirmación pública de un fracaso anticipado y el augurio de una derrota inevitable. Al autor se le criticó como nunca y se le atribuyeron perniciosos pensamientos y la entrega de argumentos al adversario. Todo esto sorprendió mucho a Cortés Terzi, que había tenido, precisamente, la intención contraria.

Antonio, que se daba el tiempo para argumentar, lo que menos podía pedir era que lo leyeran bien. Pero no hubo caso y el prejuicio se impuso sobre el juicio sereno, en particular porque muchos pensaban lo mismo que supusieron había quedado escrito y, sin embargo, consideraban atroz que se dijera. En honor a la verdad hay que decir que la opinión de Cortés Terzi era tan lúcida como constructiva, aun cuando se hacía cargo de los peligros del momento. Recordando el título de un célebre libro de Simone de Beauvoir, que recogía conversaciones con Jean Paul Sartre, próximas a la muerte de ambos, es decir, de su despedida, Antonio decía que había quienes en el Gobierno de la Concertación se estaban despidiendo pero del poder y con mucha anticipación.

Ricardo Lagos -decía Cortés Terzi- tenía la ambición de realizar un proyecto de rango histórico, que proyectara a la coalición de centroizquierda en el poder. Pero otros pensaban de manera distinta en el propio oficialismo. Había pues, una tensión manifiesta y ella debía ser despejada.

El autor creía posible el retorno a "la lógica reconstructiva de la Concertación", pero había que reaccionar pronto, porque lo que estaba predominando era la tendencia a favorecer la "ceremonia del adiós".

Antonio afirmaba la necesidad de un "debate descarnado, abierto, libre tal cual supone la probidad intelectual", aunque lo más común entre nosotros fuera el tráfico mercantil de ideas cuyo resultado era "la precariedad en la creación de ideas, de diagnósticos, de previsiones trascendentes que le den un marco a la política para desenvolverse más allá del día a día". Eran las conductas acríticas y la falta de un "veraz acto de reflexión" las que trabajaban en beneficio de la citada lógica de la ceremonia del adiós.

Cortés Terzi no se rendía. Pedía que el proyecto histórico del Gobierno de Lagos ganara en explicitación más allá del estilo presidencial, quería que se aclarase la estrategia seguida hasta el momento, sugería abandonar la obsesión por el seguimiento del abanderado de derecha, abogaba por no dejarse atrapar por el inmediatismo.

Antonio veía un peligro evidente en imitar a la derecha en su "concepción puramente mediática y corporativista de la política" porque, a la larga, eso significaba la derrota. Su mayor temor estaba en la creciente influencia de los "tecnopolíticos", personajes a los que les faltaba pasión por lo que hacían y les sobraba indiferencia social y ausencia de compromiso político con la suerte del propio Gobierno.

El humo y la claridad

Lo que pedía Cortés Terzi era que la Concertación reaccionara a tiempo. La coalición de centroizquierda tenía que mantenerse unida, competir con una derecha dispuesta a ganar y para eso tenía que profundizar el proyecto histórico, la voluntad de cambio, que le eran propios.

Lo que no había que hacer era que los partidos se dejaran absorber en sus problemas internos, que el Gobierno dejara a la Concertación librada a su suerte y se abandonara la política, tecnificando la gestión a un extremo unilateral y malsano.

En fin, lo único que he querido decir con esta síntesis es que a Cortés Terzi se le atribuyó falsamente la defensa de una postura que nunca sostuvo. Su aporte está muy vigente y muchos de sus detractores podrían empezar a leerlo. Quiero decir que quienes lo conocimos le debemos un reconocimiento que no alcanzamos a hacerle. A Antonio uno lo aprendía a querer casi sin darse cuenta. Pero dejaba una marca en quienes lo conocían.

Muchas fotografías que se han publicado en estos días lo muestran en un segundo plano característico: Cortés Terzi es el que está detrás del cigarro encendido. Y como era leal y buen amigo, en su funeral hubo que incluir, en palabras de un cantautor, la defensa de su cigarro al que, injustamente, le "echarían la culpa", por lo sucedido. Él, en cambio, pedía que disculparan a su amigo porque, fiel a la tradición bohemia, era de aquellos que se rodean de humo para ver más claro. Así vivió, pensó y compartió. Así lo aprendimos a querer.