Piñera se detiene, la Concertación avanza
Piñera se detiene, la Concertación avanza
Víctor Maldonado
Lo que es más dudoso es que la elección de un liderazgo novedoso se pueda identificar con Piñera. Mal que mal se trata de un personaje que fue elegido senador hace casi 20 años y que ya en 1993 se pudo presentar como candidato presidencial.
La novedad está en la Concertación
ANTE LA PREGUNTA obvia ¿por qué interesa tanto lo que está ocurriendo en la Concertación?, la respuesta obvia es: porque la derecha se ha vuelto al mundo de lo previsible y, por tanto, el sector de la nula novedad. En el oficialismo "están pasando cosas" y por eso atrae las miradas.
Además, en la parte del año que acaba de concluir se ha podido constatar que Sebastián Piñera dejó de crecer en las encuestas. Cierto que está muy separado de sus contendores, pero no es menos verdadero que el apoyo que hoy día concita no le permite ganar. Y esto es más significativo que su buen posicionamiento.
En la UDI la candidatura del empresario RN es considerada como un hecho, casi una fatalidad, ante lo cual algunos se entusiasman y otros se resignan. Pero está claro que una cierta disidencia contra la decisión adoptada está más que viva. De hecho, Piñera ha tenido que soportar, si no el rechazo, sí al menos un constante hostigamiento.
Hasta hace poco, la Concertación parecía un conglomerado político dedicado a cuestionarse a sí mismo, a dudar de su desempeño presente y de su viabilidad futura. Varios de sus dirigentes casi parecían estar pidiendo excusas por el "indecoroso" hecho de estar aún gobernando.
Con el predominio de una actitud tan abiertamente entreguista, era evidente que el principal impulsor de la campaña de Piñera era el propio oficialismo. Al menos lo eran, sin duda, sus lenguaraces más inclinados a un masoquismo exhibicionista.
Pero de este marasmo la centroizquierda ha empezado a salir sobre la base de un mejor desempeño del Gobierno, una conducción política mejor lograda y el trabajo de definición presidencial.
La recuperación concertacionista vuelve problemáticas algunas de las anteriores certezas de las que partía la oposición. Todavía la última encuesta CEP muestra que la mayoría absoluta de los chilenos cree que Piñera será Presidente, pero un número bastante menor lo apoya. Esto lo obliga a tener que justificar una posición antes tan indiscutida como solitaria. Muchos empiezan a preguntarse: al fin y al cabo, ¿por qué Piñera ha de ser Presidente? Y la respuesta, sin el coro de las plañideras del infortunio que gemían en la Concertación, no tiene nada de evidente.
Algunos creen que la respuesta a la interrogante se contesta por el convencimiento de que ha llegado el momento de cambiar, escogiendo un liderazgo nuevo.
Por cierto, esto resulta algo siempre posible de sostener. Pero lo que es más dudoso es que la elección de un liderazgo novedoso se pueda identificar con Piñera. Mal que mal se trata de un personaje que fue elegido senador hace casi 20 años y que ya en 1993 se pudo presentar de candidato presidencial si no fuera porque fue sacado violentamente de la carrera por medio de un recordado caso de espionaje político. Simplemente, no se puede ser "la novedad del año" por décadas: esto es un contrasentido.
Los criterios para decidir en la Concertación
De un personaje emergente se pueden esperar sorpresas, pero de alguien tan ampliamente conocido como éste, en ningún caso.
Tanto se lo conoce que las dudas que persisten no se refieren a la capacidad de Piñera de renunciar, desde ya, a la administración directa de sus intereses económicos. Sus críticos en la propia derecha se están concentrando en este aspecto. Al frente la situación es muy distinta.
No es la novedad de los principales personajes lo que se pondrá en debate en esta elección, sino la pertinencia de cada postulante para enfrentar momentos difíciles y su posibilidad de capturar electorado indeciso que se mueve en la frontera con la derecha.
Siendo los candidatos concertacionistas cercanos entre sí y colaboradores mutuos por tiempo prolongado, no nos enfrentaremos a escoger opciones marcadamente diferentes ni menos antagónicas.
Lo que no parece plenamente aplicable, en esta ocasión, es distinguir entre opciones presidenciales sobre la base del mayor o menor "progresismo" de uno u otro. Para que esto ocurriera, los involucrados deberían querer distinguirse acentuando las diferencias, y eso no es algo que vaya a ocurrir.
Es más, para que esta distinción sea la definitoria, basta con que uno de los aspirantes tenga como propósito convertirse en punto de referencia común, para que no sea el "progresismo" el criterio diferenciador para decidir. Proceder de otra forma sería insensato, puesto que en la Concertación no gana el que se aísla, sino el que busca ser un centro aglutinador.
La situación ha sido bastante anómala para los que gustan de las distinciones gruesas, porque no podría haber candidaturas "progresistas" sin el apoyo de los partidos que se ven representados en esta denominación. Y, a este respecto, lo que menos se ve es un bloque monolítico con fronteras infranqueables.
Para que se trate de una decisión entre bloques partidarios, los partidos han de actuar en la lógica de bloques, y no es eso lo que estamos viendo operar. Al menos en el caso del PPD y del PS se han mostrado opiniones diferentes y es a esta diferencia de opinión a la que se le ha dado más continuidad en los medios de comunicación.
Cualquier observador podrá concluir que, en verdad, las diferencias valóricas y políticas no se están produciendo entre partidos, sino dentro de los partidos. Lo que viene es un amplio debate intestino, algo bien distinto de un enfrentamiento entre bloques.
Algo similar ocurre en el caso de una de las diferencias políticas tradicionales, como es el caso de la relación con el Partido Comunista. Si los comunistas se sienten objeto de tantos guiños desde los presidenciables de la Concertación es, a lo menos, porque todos los quieren cercanos y nadie los rechaza.
Todo parte en la propia casa
Mientras más pasa el tiempo, más se afianza la idea de que se está abocado a escoger entre personas, no entre algún tipo de agrupaciones. No es que esto último sea algo impensable, ocurre, simplemente, que no se está verificando en la práctica.
Más que interrogarnos sobre las convicciones personales de un aspirante (sobre si es más o menos "de avanzada"), lo que importa es saber qué iniciativas se está dispuesto a presentar y hacer aprobar en la próxima administración.
De momento la situación no es pareja entre candidatos y partidos. Por eso el paso que sigue es despejar incógnitas.
Al día de hoy la situación es la siguiente: la DC y el PRSD tienen sus candidatos definidos; el PPD está en la duda y el PS tiene una opción mayoritaria por concretar.
Esta última es la situación más inconfortable. Incluso, dentro del propio PS, José Miguel Insulza ha sido cuestionado por el senador Carlos Ominami, que se ha negado a apoyar su candidatura por anticipado, alegando que "hoy no existen condiciones para proclamarlo, ya que no hay claridad sobre sus propuestas programáticas ni del elenco que lo acompaña".
Por cierto, esto es algo que podría ser dicho para cualquiera de los postulantes, pero que a otros no se les ocurre hacer. Porque cuando se quiere apoyar a un aspirante presidencial, las deficiencias o carencias son vistas como tareas para motivar al aporte del mismo que las observa, no impedimentos que se esgrimen en el punto de partida.
Tenemos un caso en que la viabilidad de la candidatura, el carácter de la candidatura y su representación eventual están reemplazando a la presentación pura y simple de una opción en carrera. De modo que presenciamos el camino de muchas personas trabajando por una posibilidad que tarda en despejarse como incógnita.
Se puede hablar a nombre de un candidato, pero nada reemplaza a la acción directa del candidato mismo. Se acabó todo el tiempo disponible. No queda más que presentarse para terminar de decidir.
Lo cierto es que las posibilidades de la Concertación son crecientes y el interés público está concentrado en ella. No cabe duda que en la centroizquierda "están pasando cosas".
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