Cómo se puede ganar con menos votos
Cómo se puede ganar con menos votos
Víctor Maldonado
A partir del domingo, la Concertación ha de tomarse en serio su posibilidad de seguir en el poder. No se puede mantener por más tiempo esta disonancia entre su opción electoral abierta y una especie de postración anímica.
La sesión de hipnosis
La incógnita de estas elecciones no está en saber cuál es el resultado global que vamos a tener ni tampoco en lo que cada sector va a decir al conocer los cómputos finales. Las dudas se circunscriben a algunas contiendas emblemáticas muy estrechas, pero por lo demás las cosas que están de modo más claras.
Lo que sí es una incógnita es saber quién resulta más creíble al momento de explicar los resultados.
¿A qué se debe esta falta de dudas? Simplemente que la derecha ha sentenciado desde ya que tendrá un mal resultado general en esta ocasión. Dicho en directo: va a perder. De otro modo no haría nada de lo que vemos en estos días.
Cuando uno espera malas nuevas, lo que más desea es que se hable de otra cosa, o en su defecto se vea la situación de un modo inusualmente positivo. Ambos intentos es lo que se propone la derecha en esta ocasión.
Para decirlo sin rodeos, lo que se espera es que la Concertación supere a la derecha en votos, número de alcaldes y concejales electos y porcentaje de población bajo gobierno local oficialista. En todas estas facetas la centroizquierda obtendrá un triunfo inapelable.
Como eso parece estar por suceder a la vuelta de la esquina, lo que ha preparado la dirigencia opositora es una versión (ampliamente difundida) de que son ellos los ganadores. Eso estaría aconteciendo porque la Concertación les habrá ganado por menos diferencia en esta ocasión que en 2004. "Nosotros estamos subiendo y ellos están bajando, de modo que ganamos", es el argumento central.
Enseguida, esta argumentación puede ser complementada con algunas victorias opositoras en comunas emblemáticas. Póngale usted a eso la idea ya lanzada de "ampliar la Alianza", que se materializará al término de estos escrutinios, y ya tenemos los ingredientes de un arte de prestidigitador. En otras palabras, se tiene la fórmula para presentar el cómo se puede ganar teniendo menos votos.
Cuando el triunfo electoral no está a la mano, lo que queda es obtener una victoria comunicacional y política. Dominar la interpretación de aquello que acaba de ocurrir. Lograr que se hable en los términos que al perdedor le convienen a fin de producir un cambio general de la percepción sobre lo obvio.
Por cierto, lo que la derecha pretende proteger es la mantención en punta de las pretensiones de su candidato. Quieren dejar atrás lo antes posible un revés previsible para conseguir que el ánimo de los propios no decaiga y que el de los adversarios no mejore. Y, por cierto, no pueden ser censurados por su intento.
Pero lo que no puede ser aceptado, de buenas a primeras, es el caer de manera angelical en la red de argumentos especialmente preparados para incautos. Los fríos números siguen estando ahí y eso no es alterado por ningún acto hipnótico preparado para la ocasión.
Aprender a contar
La noche del 26 de octubre nadie estará, de verdad, contando alcaldes o concejales electos. Lo que estará haciendo es contar posibilidades presidenciales. Y para esos efectos hay que aprender a contar los números que se tendrán a la vista.
En la elección presidencial, lo que importa es saber quién está más cerca de superar la barrera del 50%, que es lo que permite elegir al único ganador de la competencia. Eso en Chile se consigue en primera o segunda vuelta, pero lo que importa es quién llega delante de los demás, no cuántas ganas tenía el segundo de que le fuera bien.
Tampoco sirve de algo consolarse pensando en "los pocos votos que nos faltaron para ganar". Ese es el problema con la democracia: no se parece a un bingo o a una tómbola. No se acumulan puntos ni se sacan premios de consuelo. El único estímulo que se recibe es un "siga participando", que no vale gran cosa como estímulo ni explicación.
Lo que interesa es la distancia con la mayoría absoluta y en esto la derecha podrá mostrar poco. Lo que puede decir es que "la distancia se ha acortado con la Concertación", pero eso es otro cantar. Y, a decir verdad, tampoco son buenas noticias las que puede cosechar de este enfoque.
En efecto, las elecciones municipales son los comicios que más se prestan para la dispersión, puesto que es el ámbito donde más pesan los factores personales y locales.
A decir verdad, es creciente la tendencia a que, si alguien cree que va a ganar y su partido o su coalición eligen a otro como candidato, lo que está ocurriendo no es que el aspirante se va para la casa, sino que se inscribe por otro partido o se presenta como independiente.
De modo que a nivel local es bien difícil en ocasiones saber a qué atenerse. Personas que siempre se han identificado con la Concertación (y que incluso han sido sus candidatos en otras oportunidades), ahora se presentan por fuera (a veces ni tan por fuera si se considera el apoyo más o menos encubierto de su partido a nivel comunal). Además, estas personas se siguen presentando como Concertación ("en el fondo de mi corazón") y no pierden ocasión de apoyar públicamente a Bachelet como Presidenta. No avalo esta conducta, lo que digo es que es difícil para el elector saber quién es quién.
De modo que, a mayor dispersión de votos y existiendo listas de candidatos "especializadas" en restar votos a la Concertación, disminuya la distancia municipal entre derecha y Concertación es la cosa más obvia de la Tierra.
Pero lo que importa, siempre para efectos presidenciales, es que los disidentes de la disciplina concertacionista pueden ser muchas cosas, pero no se han convertido en representantes de la derecha exclusivamente por el hecho de ser indisciplinados. Su auto-percepción de ser personas de centroizquierda o de izquierda a secas no ha variado para nada.
De modo que la brecha no dice nada favorable a Piñera. Salvo el hecho de que tampoco ha influido en nada para que estos disidentes atraviesen la cancha y se pasen a ser colaboradores del adversario. Si alguien los tildara de tales se sentirían muy ofendidos. Serán todo lo problemático que se quiera, pero son un problema de la centroizquierda, no de la derecha.
No estoy diciendo que ser indisciplinado valga lo mismo que ser un concertacionista consecuente, ni que haya que olvidar lo que cada cual haga o deje de hacer. Lo que estoy diciendo, simplemente, es que la derecha no puede vestirse con ropa ajena ni puede contar a su amaño lo que no puede sumar como propio.
Lo que hay que hacer para ganar
A partir del domingo, la Concertación ha de tomarse en serio su posibilidad de seguir en el poder. No se puede mantener por más tiempo esta disonancia entre su opción electoral abierta y una especie de postración anímica.
Enseguida, se ha de combinar la indispensable competencia por liderar el conglomerado de Gobierno con la ratificación constante de la necesidad de mantenerse unidos. Para conseguir ese efecto, es muy probable que la Presidenta Bachelet cumpla un rol insustituible, lo mismo que los timoneles de partido.
Se ha de entender siempre que, como ha dicho la Mandataria, "al arco iris no le sobre ningún color", esto es, que los partidos son indispensables, no porque tengan el mismo peso electoral o porque siempre actúen de una manera que les agrade a los otros. Son indispensables porque sólo unidos ganan.
De manera coincidente, y en un escenario de crisis financiera mundial, nadie puede darse el lujo de olvidar que los ciudadanos están valorando altamente la seguridad, las certezas, la resolución tranquila, la prudencia en el actuar, el rechazo al populismo, el recelo con los especuladores, el repudio a la irresponsabilidad. Eso significa que saldrá vencedor el que dé más pruebas de dar gobernabilidad.
Me atrevo a adelantar la gran lección de este domingo para la centroizquierda: se ganará allí donde se estuvo unidos, donde nunca nos dimos por ganadores seguros o actuamos como si lo fuéramos, donde buscamos los votos descontentos desde el centro hasta la izquierda. En cambio, no tendremos buenas noticias donde tuvimos socavamiento interno, donde nos confiamos o donde creímos que podíamos permear votación de derecha como primera prioridad. Suena obvio, pero no es culpa mía que a veces se olvide lo obvio.
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