viernes, febrero 27, 2009

Fin de la exclusión, principio de la inclusión

Fin de la exclusión, principio de la inclusión

Víctor Maldonado

La DC tiene una generación de reemplazo capaz de interpretar a muchos, más allá de sus filas. Empezar a argumentar en pequeño sería un retroceso y el deterioro de una posición bien ganada.


El tema no es el PC, sino el pluralismo

La posibilidad cada vez más cercana de un acuerdo contra la exclusión entre el PC y la Concertación está produciendo alineamientos anticipados, y motivando diversos análisis.

Ante tantas reacciones, no se ha de perder de vista el hecho de que, por primera vez desde la recuperación de la democracia, la izquierda extraparlamentaria puede dejar de estar ausente de los puestos de representación en un decisivo poder del Estado.

Se trata de un suceso de primera importancia. Ante un cambio de esta magnitud se pueden adoptar, por parte de un actor político, dos perspectivas básicas: establecer cómo afecta este cambio a la democracia; y/o privilegiar cómo afecta esta reinserción tan postergada a los intereses propios o ajenos. Sobre lo primero no debieran existir dos opiniones en la Concertación: la democracia chilena sólo puede verse favorecida por la eliminación de una exclusión política injustificada.

Un demócrata no tiene que estar de acuerdo con las opiniones y los postulados de un sector para sostener que éste tiene todo el derecho a verse representado en el Congreso.

Es más, el peligro mayor para nuestra institucionalidad no ha estado nunca en incorporar a todo el arco de opiniones representativas de sectores importantes de ciudadanos. El peligro ha estribado siempre en que la exclusión por decreto otorgue una excusa creíble a quienes pudieran llegar a utilizar métodos violentos de expresión.

La democracia opone el diálogo al uso arbitrario de la fuerza. Pero cuando el diálogo se ve restringido, o cuando este diálogo no se produce en las instancias que permiten que él llegue a resultados vinculantes por la comunidad, entonces su defensa es menos efectiva y convincente.

Por eso es tan importante poner fin a la exclusión. No se trata de que los comunistas tengan un problema, sino de que todos tenemos un problema cuando el sistema democrático deja de ser sinónimo obvio de participación pluralista efectiva de un segmento significativo de la comunidad nacional.

Si algo ha quedado en evidencia (ahora que el debate gana en intensidad a medida que se aproxima el momento de las decisiones) es que la mantención de las exclusiones repugna a todos por igual en la centroizquierda. Pero, si a nivel de criterio no hay problema, sí lo hay a nivel de la implementación de pactos electorales.

Creo que sin tener en cuenta este aspecto, no se tendrá una visión equilibrada de lo que está en debate. Pero nadie en política se puede contentar con ver sólo el efecto general que comentamos. También tiene que tener muy claro cómo afectará a los actores específicos.

Debate en el PDC

No por nada los que han reaccionado con más fuerza y anticipación, mostrando una inequívoca oposición a la idea de un pacto con el PC, y aun volviendo -en algún caso- a un vocabulario que no se escuchaba desde el fin de la guerra fría, son aquellos que no perciben beneficio alguno en ninguna modalidad de acuerdo electoral con el PC. Todavía más, actúan en esta forma quienes en el oficialismo permean la votación conservadora y de derecha que aún reacciona emocionalmente a antiguos códigos políticos.

El argumento básico que han dado quienes se oponen a un pacto con el PC es que la exclusión comunista sólo favorecería al bloque PPD y al PS, nunca a la DC. Para ellos, cualquier tema de interés está en el centro, no en la izquierda del espectro político. Si un pacto -se nos dice- no resulta entendible para el electorado, entonces más se pierde que se gana al implementar una decisión de esta naturaleza.

Sin entrar en el mérito de lo que se argumentó, lo cierto es que combina dudas y temores que requieren ser contestados y despejados. Estamos ante el tipo de cosas en las que hay que actuar sólo después de haber pasado por un amplio debate. De manera que no hay que alarmarse por lo que hagan quienes han instalado el debate a nivel de opinión pública. Sin importar cómo se inicio la polémica, el PDC está obligado a llegar a conclusiones compartidas y vinculantes muy pronto, si no quiere dejar interrogantes en el aire que lleguen a ser nocivas.

Lo procedente es iniciar un análisis sereno de las distintas posibilidades antes de convertir la discusión de un asunto de principios. Lo cierto es que un pacto electoral con los comunistas puede materializarse de múltiples formas. Y no se ve por qué todas y cada una de ellas han de resultar perjudiciales para el PDC.

Lo que hay que evitar a estas alturas es adoptar el lenguaje de los fundamentalistas. En un partido como el PDC, la polémica no se ha instalado nunca entre aquellos que debilitan al partido y otros que quieran protegerlo. Eso sería absurdo.

Si alguien cree que tiene todas las respuestas a cualquier interrogante que se plantee, difícilmente encontrara útil al diálogo. Pero este punto de partida no se adopta nunca en un debate franco y leal donde, al final, los mejores argumentos se imponen.

Las reacciones ciudadanas no hay que suponerlas, sino que hay que comprobarlas. En todo caso, partir de un análisis de la sobrevaloración de los temores no parece una buena idea. Centrarse en el miedo no es el recurso natural de los progresistas -no importa dónde estén- menos en un año donde se debate sobre el futuro y se requiere conectar con los anhelos, las esperanzas de la mayoría y donde se busca ensanchar el terreno de lo posible.

Una mirada integral

Se ha de calibrar tanto el argumento que se emplea como el tono que se adopta y los medios que se emplean para darlo a conocer. Si desde la DC se amplifica el discurso de que el electorado de centro "puede" no verse representado en un pacto con los comunistas, se está haciendo mucho más que llamar la atención sobre un escenario factible. Se está dando pábulo a que se piense que esto es así, favoreciendo que se produzca lo mismo que se teme.

La equivocación mayor que se puede cometer en este caso es sacar los temas principales de la propia agenda y ponerse a discutir en un tono y una forma que favorecen a los adversarios, desorientan a los partidarios y descolocan a los socios.

Una mirada parcial en un asunto complejo es muy dañina. La falange tiene que velar por su interés, por la Concertación y por su candidato presidencial. En su debate se ha de argumentar pensando en todos ellos. La DC tiene una generación de reemplazo capaz de interpretar a muchos, más allá de sus filas. Empezar a argumentar en pequeño sería un retroceso y el deterioro de una posición bien ganada.

No hay que olvidar que nadie asegura su futuro político ni con pactos ni con tácticas ni con pura eficiencia en las campañas. Hay que vincular lo que se haga con un mañana mejor y una mejor democracia.

Quien quiera sobrevivir tendrá que adaptarse a una sociedad más compleja, pluralista y exigente. Todos están llamados a cambiar, a mejorar y a evolucionar.

No cabe duda de que el mayor efecto político del término de la exclusión parlamentaria se está produciendo al interior de los partidos y movimientos que verán levantado un veto político implícito a su incorporación.

Estamos hablando de un sector que cuenta con una larga tradición anterior de presencia en ambas cámaras. Es difícil pensar que haya desaparecido el anhelo de ser parte de la emergencia pública de nuevos liderazgos de quienes han estado forzosamente ausentes. Al contrario. Los cupos a llenar son pocos y reducidos los lugares donde se puede ganar. Y la competencia por estos reducidos espacios tendrá que ser igual de fuerte e intensa que lo sería en cualquier otro sector. Tal vez más.

Para el PC se encuentra entre el fin de la exclusión y el inicio de la inclusión. Lo que no se sabe, ni dentro ni fuera de sus filas, es cómo lo afectará esta transición.