martes, marzo 01, 2011

Lo que el viento se llevó

Lo que el viento se llevó

Víctor Maldonado R.


Una decisión de alto costo

Hay decisiones que se toman y olvidan; hay otras que se asumen y se mantienen siempre presentes. Así ocurre con los grandes aciertos y con los peores errores. Este último es el caso de la mantención de Jacqueline van Rysselberghe en su puesto.

El gobierno ha justificado la decisión argumentando que se está en presencia de una falta menor, de la inapropiada forma en la que una intendenta se refiere a la entrega de subsidios. Aquí no ha pasado nada y a otra cosa. Así de simple.

Había una simple pregunta que se hacía difícil de contestar para el oficialismo: si la inocencia de la cuestionada autoridad era tan evidente, y si el caso era tan simple ¿por qué demorarse tanto en resolverlo?

Por supuesto, la lógica que explica la resolución no era la de las faltas a la buena gestión y a la probidad (impresentable, desde primera vista) sino el juicio político de lo que se podía o no llevar a cabo como decisión del Ejecutivo. Piñera no pudo darse el lujo de ponerse firme: no es un presidente fuerte, y por eso su margen de maniobra es tan escasa.

Lo cierto es que, cuando el asunto se dio oficialmente por concluido, había pasado demasiado tiempo para entregar una versión tan inocente y simplista. Se actuó como si no se considerara dentro del análisis (o no se pudo considerar) el hecho que la opinión pública había tenido tiempo de sobra para formarse su propia opinión.

Aún más, el oficialismo procedió como si no se hubiera dejado un espacio amplio como para que los miembros del oficialismo dieran otras versiones, mucho menos anodinas que la oficial. La incoherencia fue completa.

Se hacía una petición general de amnesia colectiva. Y se esperaba que esto no tuviera repercusiones en la popularidad del gobierno, lo que era simplemente temerario.

La oposición no llevó la voz cantante en todo este proceso. Seguía la única ruta que le quedaba disponible, una vez que el gobierno optara por una conducta sin precedente y sin justificación pública plausible.

El daño mayor se dio a nivel de la credibilidad del gobierno y de lo que pudiera significar como proyecto político. En efecto, si el oficialismo no podía aplicar a una autoridad subordinada las normas básicas de probidad en el cargo, ¿quién iba a dar crédito a una administración que se presentaba como capaz de mejorar la institucionalidad del país? Todo esto fue lo que el viento se llevó, justo ahora.

En otras palabras, el gobierno dio inicio el año político habiendo afectado fuertemente su propia base de legitimidad pública, deslavando su discurso central y dejando las puertas abiertas para que la oposición tomara la iniciativa desde el primer día. Bastante malo para terminar el mes de febrero, un mes en el que es difícil que existan noticias diferentes a los de los festivales de la canción.

Exceso de soberbia, carencia de política

Es la estrategia política lo que le está fallando al gobierno. Tal como se sabe, este es el primer presidente que tiene menos apoyo que el gobierno considerado en general. Esto quiere decir que el mandatario no le aporta a su gestión un grado de aprobación superior al promedio de sus colaboradores, por lo cual, en los malos momentos, no hay sobre qué sostenerse en cuanto a aprobación pública.

Pues bien, esta modalidad de gobierno Piñera la está aplicando en el caso de la intendenta Van Rysselberghe. En tiempos despejados y calmos, se puede mantener una autoridad regional incapaz de aglutinar a todos los sectores. Pero en caso de conflicto o de hacer frente a grandes tareas, esto no es así.

A un año del terremoto, el centro de interés ciudadano debe estar en la reconstrucción, no en la controversia generada gratuitamente por una autoridad intermedia. Ya se ha visto que no es así. El oficialismo no saca nada con hacer llamados a la unidad nacional si, en la práctica, toma decisiones que dividen y polarizan.

Ahora que se han producido manifestaciones en las regiones más afectadas, empieza a percibirse lo importante que sería contar con una intendenta que no esté, ella misma, en el epicentro de una polémica de ética pública. Más aún ahora que hay que rendir cuentas transparentes y claras sobre el estado del proceso de reconstrucción.

La resolución de Piñera fue tan mala que está afectando a la base política de apoyo gubernamental. Ha quedado sembrada la cizaña entre RN y la UDI. El cruce de recriminaciones mutuas se ha mantenido constante y ronda las advertencias que se asemejan bastante a las amenazas. Podrían las reprensiones terminarse, pero ¿cómo lograrlo si el motivo de las querellas se encuentra ejerciendo un cargo y los problemas de gestión se mantienen? Lo único que se puede mantener por seguro es que la actual intendenta del Biobío no cambiará de actitud ni remotamente.

Tiempo para mostrar resultados

Definitivamente, la falla de Piñera es política. Él trabaja sistemáticamente para deteriorar su imagen, ¡y lo consigue!

Esto podría explicar por qué estamos constatando el hecho de que la economía va bien, el gobierno tiene logros que mostrar, la oposición no está plenamente ajustada a su rol, y, con todo, el oficialismo no remonta en apoyo. Es que se le reconocen sus méritos, pero también exhibe a diario sus fallas y ellas están importando mucho.

Sin embargo, ya no hay más tiempo que perder. Se acerca el momento en que hay que dar cuenta a la nación y que tener más respuestas que explicaciones.

En efecto, la diferencia entre el primero y el segundo año, es que en el primero se tienen que hacer anuncios y, en segundo, se tienen que dar respuestas. Es la diferencia entre extender las promesas de campaña y dar cumplimiento a la palabra. El anuncio del posnatal de seis meses, con sus bemoles, es el reconocimiento de que ya no había más tiempo que perder en dudas, retrocesos o indefiniciones.

Desde luego, en campaña se puede decir que uno es mejor que el adversario, que el otro se equivoca, está agotado, hace las cosas por costumbre o por inercia, dejando la prueba de los dichos para después.

Lo cierto es que el triunfo en las urnas suele convencer a los dirigentes que su diagnóstico estaba en lo cierto. Pero una victoria electoral se puede deber a muchas causas, no todas las cuales se pueden adjudicar, de buenas a primeras, a méritos propios.

En fin, todo tiene su día, y el momento de probar que se sabe gobernar, más y mejor, termina por llegar. Es ahí donde ahora nos encontramos.

Por cierto, cuando se tienen que probar los dichos, es factible buscar una coartada, a la espera que el momento del juicio se dilate todavía más. Una de las formas de buscar este efecto es, lo estamos viendo, volver a recriminar a los antecesores por sus culpas, supuestas o ciertas.

Pero concentrarse en el pasado es siempre un recurso distractivo. Lo es ahora y lo ha sido antes. Por eso, si la oposición entra en el juego, bien merecería el repudio ciudadano. Estaría aceptando dedicarse a un debate secundario, en vez de cumplir con el deber de evaluar críticamente la gestión del Ejecutivo, a fin de que la opinión pública se forme un juicio certero sobre lo que está pasando.

Hasta el momento la Concertación ha hablado más sobre el presente que sobre el pasado, más sobre la derecha que sobre ella misma, más sobre temas ciudadanos, que sobre otros más alejados de lo cotidiano. En otras palabras, se ha empezado bien este año y se puede seguir así, con todos dedicados a tareas específicas y cada cual ocupado en algo útil.