domingo, diciembre 05, 2010

Sin estrategia, buscando oportunidades

Sin estrategia, buscando oportunidades

Víctor Maldonado


El desgaste de la política de anuncios

Más allá del aprovechamiento de oportunidades mediáticas, lo que el gobierno ha mostrado hasta ahora es la imposibilidad de definir una estrategia coherente de conducción política.

En ocho meses de gestión se ha caracterizado por dejarse todas las opciones abiertas, sin llegar a optar por una específica. La pertinacia en mantener los ataques al gobierno anterior, por propia voluntad y sin mediar provocación, es parte de un comportamiento políticamente irresoluto, que limita severamente la posibilidad de llegar a acuerdos ampliamente mayoritarios.

La ausencia de directrices positivas comunes ha sido un incentivo para las agendas individuales. Al mismo tiempo, da la sensación de que aquella iniciativa que no concita la atención directa de Piñera, simplemente no consigue el visado para su implementación.

Es sintomático que, cuando aún no se cumple ni un año de gobierno, ya se habla abiertamente en los círculos oficialistas de las posibilidades presidenciales de un ministro u otro. De hecho, el propio ministro del Interior se hace parte del coro de comentaristas, no se sabe si en su calidad de jefe de gabinete o de aludido.

Tal parece que la verdadera agenda del gobierno es la búsqueda constante de oportunidades que se presenten y ante las cuales pueda presentar medidas de alto impacto comunicacional.

Pero la receta tiene sus límites. Y es que, luego del rescate minero es bien difícil alcanzar niveles siquiera aproximadamente equivalentes de atención pública.

Es más, el recurrir en cada ocasión a la presentación deslumbrante de anuncios parece tocar techo, aun cuando Piñera no parece que se percatara de un hecho que las encuestas sí detectan. El modelo comunicacional oficialista se repite una y otra vez, pero el efecto es cada vez de menor intensidad. No es para menos puesto que si los titulares de políticas se acumulan y su concreción se demora, lo que sigue no será el aplauso sino la exasperación.

En otras palabras, lo que se necesita con urgencia es llegar al cumplimiento de lo prometido, en especial en lo que se refiere a la reconstrucción. Hay que reconocer que nada muestra más las falencias opositoras que la incapacidad actual de destacar el inusitado grado de incumplimiento agregado en las distintas carteras. Pero los sondeos de opinión evidencian a las claras el juicio ciudadano en materias de importancia como son salud, empleo, seguridad, vivienda, descentralización y transporte. Es el desgaste por incumplimiento o por lenta ejecución lo que está minando la confianza en la actual administración.

El cambio del consenso por la sorpresa

Destacar las principales deficiencias del Ejecutivo requiere capacidad de selección, de establecer mensajes compartidos y de combinar vocerías. Todo ello aún no se logra –y hasta tropiezos se han tenido-, pero es evidente que el nivel de coordinación opositora ha sorteado bien el debate por el presupuesto y el actual sobre el reajuste del sector público.

El escenario inmediatamente anterior era que el gobierno imponía, ante la opinión pública, su interpretación de lo que ocurría en el Congreso. Ahora la situación se ha vuelto mucho más matizada, puesto que, en los últimos episodios, el gobierno se ha mostrado disperso y algunos contratiempos provinieron de faltas a la disciplina de sus propias filas parlamentarias.

Todo esto sin mencionar las elecciones en la ANFP, de donde el oficialismo solo puede obtener malas noticias y desgaste continuo. En este sentido la encuesta Adimark sólo ha confirmado una percepción previa muy generalizada en el ambiente político.

Como nunca antes y a partir de este momento, los resultados de la selección nacional en un partido, van a tener una connotación política. Van a ser un hecho deportivo, desde luego, pero si el reemplazante de Bielsa (de llegar a tenerlo) no emula sus resultados, todos se preguntaran a quién se debe que hayamos perdidos una buena senda con resultados basados en un esfuerzo sistemático de largo plazo. Y de seguro que los hinchas-ciudadanos no detendrán su búsqueda de responsables en la ya oscura (en más de un sentido) figura de Segovia (“con el fútbol nos topamos, Sancho”).

Sin embargo, la peor noticia para el oficialismo no estriba en comprobar la disminución de su popularidad, sino en el hecho de que esto acontezca aún cuando ya estuviera en plena implementación una estrategia de contención que, se esperaba, estuviera dando resultados.

En efecto, el reemplazo de la acción de los mineros como centro aglutinante, ha sido el impulso a las reformas en educación, salud y modernización del Estado; también en materia de pobreza, innovación y reformas políticas,.

Todas estas iniciativas requieren movilizar a los ministros respectivos, recorriendo el país contando las voluntades de las reformas propuestas.

El procedimiento empleado para lograr el máximo impacto comunicacional, consiste en evitar todo intento de consensuar previamente las iniciativas con los actores involucrados en cada caso.

La sorpresa sería la norma de los anuncios. Se quiere ganar a la opinión pública y así imponer las iniciativas a la oposición ante una fuerte mayoría ciudadana.

Otra manera de explicar el comportamiento gubernamental es decir que el Ejecutivo se apuesta a tomar la iniciativa política desde ya y por todo el próximo año, para luego llegar a la elección municipal con un crecimiento económico fuerte, una agenda política controlada y con demandas sociales controladas.

Claro que privilegiar la imposición por sobre el diálogo tiene sus inconvenientes: la argumentación en cada caso puede no ser todo lo persuasiva que se quiere; puede despertar reacciones corporativas y puede que no capte el interés ciudadano.

El cualquier caso, la apelación a los grandes acuerdos nacionales han quedado en la trastienda, sin más espacio que la retórica.

El momento de la diferenciación

En otras palabras, el gobierno basa su éxito en sus propias fuerzas y, si se quiere, en la confianza en que las debilidades de la oposición le imposibiliten presentar un frente común.

Esto tiene un cierto mérito, puesto que deposita la confianza en un despliegue de eficiencia política, técnica y comunicacional, por parte el oficialismo. Tiene, también, la desventaja de que la eficiencia y la pulcritud de los detalles no han sido el sello de la administración. Allí está la marcha de la reconstrucción para probarlo.

El tiempo dirá si estas reformas fueron presentadas a tiempo. En campaña, la derecha alardea de tener las respuestas a todas las preguntas y que era cosa de que los dejaran operar para que todo empezara a funcionar menor.

Pero las reformas han demostrado ser más esbozos que proyectos aterrizados. El caso de Educación es emblemático porque es evidente que los primeros meses de Lavín se han dedicado a definir qué hacen y, según parece, la misma reforma anunciada se vendió “en verde”.

Creo que se puede adelantar, sin mucho riesgo de equivocarse, que el procedimiento señalado no va a rendir los frutos que se esperan de ella.

Es más, estimo que el éxito de las gestiones ministeriales particulares dependerá de la capacidad de los secretarios de Estado de desmarcarse de las orientaciones, más bien rudimentarias, que les están llegando desde el centro de decisión política.

Si se quiere tener una mayoría parlamentaria que apoye una iniciativa oficialista importante, no se puede tratar de “sorprender” a la oposición ni de ponerla entre la espada y la pared. El consenso es lo contrario del sometimiento.

Quien quiera una reforma con respaldo amplio tiene que estar dispuesto a ceder en algunos aspectos, acoger ideas y no puede partir adoptando el injustificado tono del que se cree poseedor de la verdad suprema.

Algunos se darán cuenta de ello, tendrán la habilidad suficiente para tender puentes y negociar de un modo fructífero. Los que se queden siguiendo las instrucciones básicas que les lleguen, no llegarán a buen puerto.

Me atrevo a pensar que serán las personalidades con mayor experiencia política los que saldrán mejor librados de esta dura prueba. Entre ellos, desde luego, se encontrará Joaquín Lavín.

En todo caso, llegará el momento en que se tendrá que reconocer que el director de la orquesta oficialista ni lo puede todo, ni lo sabe todo, ni es un guía infalible, ni tiene el prestigio personal suficiente para superar él mismo los obstáculos que se presentan a su gestión.

A fin de cuentas, lo que está fallando es la conducción y no las actuaciones de los principales colaboradores.