miércoles, febrero 02, 2011

El problema no es el gabinete

El problema no es el gabinete

Víctor Maldonado R.


No todo lo que brilla es presidenciable

Sea lo que sea que le está pasando al oficialismo, no lo puede atribuir a la oposición porque, mal que mal, la centroizquierda ha tenido que enfrentar su propio ajuste y aun sus méritos propios no le permiten ser acusada de poder desestabilizar a nadie.

Por lo tanto, los males de los que sufre el gobierno tienen causas endógenas, internas, incapacidades propias por las que no puede echarle la culpa a nadie.

La tentación del momento es la de buscar la razón de la cojera en el empedrado. Así, los intendentes (en especial los pintan más para ser cambiados), se escudan en el centralismo campante y en la falta de apoyo de la oposición. En otras palabras, se quejan de su propia ineptitud para cambiar las cosas.

Lo más insólito es que Piñera haya querido reforzar su gabinete, según ahora lo sabemos, incorporando “presidenciables”. Esa parece ser la interpretación oficial y, se nos indica gentilmente desde los medios de comunicación, debiera ser aquello sobre lo cual debiéramos centrar nuestra atención.

Para decirlo de manera directa, incorporar personas con aspiraciones presidenciales al gabinete no es lo mismo que integrar personajes que sean vistas por los ciudadanos como prospectos creíbles de presidente.

Cuando en La Moneda se piensa que se están enfrentando dificultades por tener dos candidatos fuertes, y que la solución es agregar otros dos para que sus respaldos se prorrateen y diversifiquen, lo único que se está diciendo es que el actual mandatario necesita de toda clase de subterfugios para mantener su sitial. Es decir que estamos ante un progresivo debilitamiento.

Si Piñera fuere creíble, no estuviera siendo superado por sus colaboradores y fuera querido por sus compatriotas, no se nos estaría proponiendo temas de debate tan anémicos.

Desde el primer momento, el mayor problema de Piñera ha sido Piñera y no su gabinete. Lo que necesita es colaboradores que hagan su trabajo y él mismo convertirse en algo que no ha sido (salvo en el episodio del rescate minero) es decir, un gobernante que aliente grandes acuerdos de convergencia nacional.

Por ahora lo que tenemos es un gobierno declinante en su apoyo y que, al inicio del segundo trimestres de este año parece rumbo a consolidar la perdida de la mayoría simple de respaldo en la opinión pública.

Esto no se explica porque se estén enfrentando dificultades económicas y sociales inabordables. Al revés, las noticias económicas son buenas y las expectativas son aún mejores. La reconstrucción es una oportunidad para aglutinar a todos tras un objetivo superior.

Por eso se puede concluir que el desgaste de gobierno es un deterioro político y no otra cosa. Nada lo deja más claro que la forma como el oficialismo genera cada mes en algún “episodio” que termina debilitando.

Sin enmienda

Sí, por ejemplo, el ministro Hinzpeter salió a justificar al Presidente Piñera ante las críticas recibidas por su polémico aterrizaje en helicóptero, diciendo que él tiene una forma de ser y los chilenos lo eligieron por eso.

Según los subordinados de Piñera, cuando hay una discrepancia entre lo que los ciudadanos esperan de un Presidente y la conducta del Presidente, los que tienen que cambiar de apreciación son los ciudadanos.

Hasta ahora, un mandatario tenía que adaptarse al cargo a fin de estar a la altura de su función. Ahora se nos comunica que estamos ante un caso de alguien que no quiere cambiar para mejor en nada.

Tenemos un Presidente de baja altura y de descensos forzados. Que se justifica mintiendo. Que no contempla enmendar conducta. Que espera que millones de chilenos se adapten a él.

Según el ministro del Interior, a Piñera “los chilenos lo eligieron por su forma de ser". En realidad a Piñera lo estamos terminando de conocer recién ahora. Y las encuestas dicen que los chilenos y chilenas, mientras más lo conocen, menos lo quieren.

A Piñera lo eligieron para que se comportara como Presidente. A la altura que lo dejaron sus cuatro predecesores. Es una lástima que la dignidad de la república no tenga quien la cuide desde La Moneda.

Si un mandatario pierde apoyo en tiempo despejado, solo queda imaginarse lo que ocurrirá en momentos de conflicto.

Pero ocurre algo más: al gobierno no le están “llegando” los malos momentos, sino que los está produciendo. El conflicto del gas en Punta Arenas es una prueba de ello y una oda a la ineptitud.

Escogiendo siempre el peor camino

Tanto es así que la mejor noticia de enero, para el Ejecutivo, fue el término de un conflicto innecesario que él mismo provocó. El mal, por cierto, estuvo en el punto de partida.

El oficialismo sigue identificando un gobierno fuerte con una gestión que no se doblega ante ninguna reacción ciudadana, manteniendo tal cual las decisiones que toma. Y así es como le va.

Primero se llega a una decisión política en una instancia técnica. Luego se le dice a una ciudad y a una región completa que “se les acabó la fiesta” (uniendo el agravio a la falta). En seguida se desencadena un movimiento ciudadano de amplias proporciones quedando –en los hechos- sin gobierno regional y sin capacidad de respuesta. Se amenaza con la aplicación de la ley de seguridad interior. Se negocia movilizando un ministro y un subsecretario para terminar acordando… ¡prácticamente lo mismo que se tendía en el punto de partida!

Un desarrollo completamente absurdo, acompañado de un costo político muy alto. ¿Quién metió al gobierno en una dinámica tan autodestructiva? ¿Quién se convenció que había algo que ganar escogiendo las peores alternativas disponibles en cada paso de este proceso?

La respuesta es bien sencilla, puesto que el gobierno concentra las decisiones en las mismas manos, siempre. Por eso el cambio de gabinete es una confesión de camino errado y, aunque mejora el desempeño de gobierno incorporando dos personalidades de tonelaje político, no termina por encontrar la solución de fondo.

A todo esto, está quedando demostrado que el férreo control comunicacional que ha acompañado el desempeño la gestión Piñera, desde el inicio, no puede ocultar las falencias de su gestión.

El Ejecutivo ha tenido la certeza de que puede cometer errores y, en los medios, sus principales falencias no nos exhibidas en lugares destacados, el temor a la delincuencia ya no es sobreexplotada, sus logros son destacados por pequeños que sean, y, sin embargo, la evaluación pública va de mal en peor.

Lo que la política no da, la propaganda y el control comunicacional no presta. Hay que sostenerse con méritos propios, concitando apoyo y llegando a acuerdos. En nada de esto el gobierno destaca. Por eso, el espacio que ha dejado la oposición en reordenamiento no ha sido aprovechado por oficialismo. Tiene espacio, pero no tiene rumbo. Por eso retrocede cuando lo ha tenido todo para avanzar.

No por nada este es el gobierno que está terminando su primer año con menor apoyo desde que recuperamos la democracia. Se sabe que la especialidad de Piñera no es la de escuchar. Pero si este mensaje tan nítido no lo entiende, no habrá enmienda efectiva.