lunes, marzo 28, 2011

La culpa es de Goliat

La culpa es de Goliat

Víctor Maldonado R.


Sin explicaciones plausibles

Hay que partir de la base que el gobierno no ha podido entregar razones creíbles que explican su baja en las encuestas. Si se pudiera describir la reacción básica del oficialismo con pocas palabras, resultaría algo del siguiente estilo: “nos ha ido mal en cuanto a respaldo, tenemos una campaña opositora fuerte, pero el programa de gobierno terminará por implementarse y nuestro esfuerzo revertirá la mala situación actual”.

Esto quiere decir que se une en el diagnostico los datos existentes, la adjudicación de responsabilidades y la expresión de deseos. En otras palabras, el oficialismo se encuentra desconcertado. De otro modo podría ser más sincero a la hora de mirarse al espejo.

La autoestima no se condice con los resultados esperados. El esfuerzo aplicado no se condice con los frutos recogidos. El gobierno sigue su propia receta sobre la mejor forma de gobernar al pie de la letra, y lo que esperaba que ocurriera en cuanto a respaldo popular va por otro lado.

Cuando un sector político aglutina el poder político, económico y comunicacional desde la dictadura, y, al mismo tiempo se queja del daño que le está haciendo la oposición, entonces algo muy raro está ocurriendo.

Las declaraciones del secretario general de la UDI, Víctor Pérez son representativas de este lamentable estado de ánimo colectivo: “Se ha enfrentado una oposición que ha actuado faltando a la verdad e inventando conflictos que han complicado al gobierno"; "la oposición se ha estado aprovechando de la situación de los damnificados para manchar sin argumentos de fondo el trabajo de reconstrucción, y en términos mediáticos han tenido éxito hasta ahora"; "esta es una situación coyuntural que tiene su origen en un montaje comunicacional de la oposición en torno a la reconstrucción”.

En otras palabras, el diagnóstico de Pérez es fácil de describir: El problema son los otros y se basa en su maldad intrínseca. Pero el bien terminará por imponerse. Es la queja de aquel al que le han sobrado oportunidades para implementar sus planes, y no quiere reconocer que su mal está en la cúspide, justo donde los intentos de rectificación no alcanzan.

El mayor error es no reconocer errores

El cumplimiento del primer año de gobierno ha dado pie al análisis de fortalezas y debilidades de gobierno. Aunque parezca increíble, el gobierno se niega a aceptar la existencia de errores que no tengan que ver con una campaña orquestada de la oposición para imponer falsas impresiones ante la opinión pública.

Desde luego, la explicación es bastante increíble porque si la oposición tuviera este poder, no se entendería por qué tendría que limitarse a utilizarlo con el mezquino propósito de convencer a tantos chilenos y chilenas que el presidente no es un dechado de virtudes y “minar la credibilidad” del mandatario. Podría utilizar este presunto poder de imponerse para muchas otras cosas.

Lo cierto es que los errores de gobierno no se deben a factores exógenos sino a sus propias debilidades.

Tampoco la solución consiste en notificar a los ciudadanos, como lo hace el ministro del Interior, que se siente “decepcionado” porque hay tantos que no parecen darse cuenta del estupendo trabajo que realiza el oficialismo. Menos se resuelve con estimar –sin mayor análisis- que es cosa de tiempo que los ciudadanos recapaciten. En verdad da la impresión que, desde el oficialismo, se está esperando que cada cual analice con paciencia lo mucho que hace la actual administración por ellos, y terminen de dar por enterados y le entreguen su entusiasta apoyo.

Por otra parte, es bien notorio que, si alguien necesita tanto hacer comparaciones favorables para el mismo (en relación al gobierno anterior), es porque se le teme, no porque se le considere un verdadero desastre.

La comparación incomparable de un tsunami en Japón con un terremoto y maremoto en Chile, es decir de un desastre natural de un minuto para otro, con una tragedia en Japón que no llegó sino veinte horas después y sin fuerza a nuestras costas. Se hace en parangón sobre una tragedia directa y sin aviso, con otra que fue en otro lugar, que no llegó y que dio tiempo para preparativos de todo tipo.

¿Para qué pueden ser útiles semejantes equivalencias? Ni siquiera para convencer a los convencidos. Más denotan una necesidad de autoconvencerse que un argumento que aporta al análisis.

Se desempata con la visión de futuro

En el contraataque, Piñera acusa a la Concertación de haberse hoy paralizado a causa de sus diferencias internas, algo que –en su opinión- no le ocurría a la derecha.

La obra de la Concertación ahí está para ser juzgada, y se defiende por sí misma. Pero lo que señala el mandatario tiene que ver más con una exigencia de lo que debe ocurrir con la centroizquierda ahora que está en la oposición.

Ciertamente, cuando se está en el gobierno, los niveles de diferencias entre los partidos aliados deben ser muy pequeños o menores, dado que cualquier falta de acuerdo tiene directas repercusiones la política pública.

Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando no se tiene la exigencia de gobernar. Hoy en día, los partidos de la Concertación deben procurar llegar al máximo de acuerdos entre ellos en la presentación de sus iniciativas, pero eso no significa que deben olvidarse de sus diferencias o de los matices que los caracterizan.

Al revés, la formula a utilizar para este período debiera ser algo así como “Acuerdos Concertación en todo lo posible, perfil propio en todo lo demás”. Esto porque los partidos pueden tener un trabajo diferente (más o menos avanzado, con acentos y énfasis propios) en materias que sean de su interés. Y nadie espera que las perspectivas coincidan, siempre y a todo evento, en todas y cada una de las materias en las que presentar sus puntos de vista a la opinión pública.

Las identidades políticas propias son una riqueza de la centroizquierda y debieran expresarse como parte de la vida política cotidiana. Las diferencias, cuando se las ubica en su justa dimensión y no predominan por sobre los acuerdos, son valiosas y hasta necesarias.

De allí que parezca importante entender las palabras de Piñera más como una guía involuntaria para la acción, que como una crítica extemporánea que proviene de alguien no precisamente maestro en expresarse sin desatinos.